Capítulo VIDe la descripción notable de la ciudad y templo de Jerusalén.Estaba cercada la ciudad de Jerusalén de tres muros, excepto aquellas partes por las cuales era ceñida de valles hondísimos, porque por éstas solamente tenía un muro. Estaba edificada sobre dos grandes collados, de frente el uno del otro, pero apartados por un valle que había en medio, en el cual había muchas casas. El uno de estos collados, en el cual la parte de la ciudad más alta está asentada, es mucho más alto y más derecho a la largo; y por ser tan fuerte, era llamado antiguamente el castillo de David: éste fué padre de Salomón, el que primero edificó el templo, y nosotros lo llamamos el mercado alto. El otro, que se llama Acra, sostiene la parte más baja de la ciudad, y está como en cuesta por todas partes. Había otro collado tercero contra éste, más bajo naturalmente que el de Acra, y dividido por otro valle muy ancho; pero después que los Afamaneos reinaban, llenaron el valle, por juntar con el templo la ciudad; y cortando de la parte alta del Acra, hiciéronla más baja por que de ella pudiesen también ver el templo, levantado más alto y más eminente. El valle que se llama Tiropeón, por donde dijimos que el collado alto se divide y aparta del de abajo, llega hasta Siloé: éste es el nombre de aquella dulce fuente y muy abundante. Por afuera estaban aquellos dos collados ceñidos con valles y fosos muy hondos, y no podía llegarse a ellos por alguna parte, prohibiéndolo las rocas y peñas grandes que allí había. El muro más antiguo de los tres no podía ser tomado sino con gran dificultad, por causa de los valles y por el collado, que estaba muy alto, en el cual estaba fundado; y también por ser éste el mejor lugar, era fundado mejor y más fuertemente con los grandes gastos que David y Salomón y otros muchos reyes en esta obra hicieron. Comenzando, pues, aquí en esta parte de la torre que se llama por nombre Hípicos, y llegando hasta aquella llamada Sixto, y juntándose después con la torre, venía a acabar en el portal del templo, que está al Occidente. Por la otra parte se alarga desde allí hasta el Occidente, por aquel que es llamado Betisón, descendiendo a la puerta que llamaban de los Esenios; y torciendo hacia el Mediodía por encima de la fuente Siloa, y volviendo de allí al Oriente, por donde está el estanque dicho de Salomón, tocando el lugar que llaman Oflan, júntase con la puerta oriental del templo. El segundo muro tenía principio desde la puerta que llamaban Geneth, la cual era del muro primero; y rodeando solamente la parte septentrional, subía hasta la torre Antonia. La torre de Hípicos daba principio al muro tercero, de donde, cercando por la parte aquilonal, venía a la torre Pesefina, contra el monumento de Helena, que fué Reina de los Adiabenos, y madre del rey Izata, y por las cuevas del Rey extendió a lo largo: torcía su camino de la torre que está en aquel cabo, contra el sepulcro que dicen de Fulón; y juntado con el cerco viejo de la ciudad, venia a dar en e1 valle que llaman de Cedrón. Con este muro había cercado Agripa aquella parte de la ciudad que él había añadido, como estuviese antes abierta y sin cerco alguno, porque con la muchedumbre de gente que tenía, se salía poco a poco fuera de los muros, y se había alargado por la parte septentrional del templo cercana al collado y a la ciudad. También estaba poblado de gente el cuarto collado, que se llama Bezeta; tiene éste su asiento delante la torre Antonia, pero apartado con fosos muy hondos hechos adrede, porque si se juntasen la torre y fuerte de Antonia con los fundamentos o pies del collado, no fuese más expugnable, y menos alta, por lo cual la hondura del foso hacía más altas aquellas torres. Fué llamada la parte que añadieron a la ciudad, con vocablo natural, Bezeta, que quiere decir la nueva ciudad: y deseando que fuesen aquellas partes habitadas, el padre de este rey, llamado también Agripa, había comenzado, según dijimos, el muro, y temiendo que el emperador Claudio, viendo la magnificencia y fortaleza del edificio, sospechase querer innovar algo, o poner alguna discordia, cesó, y no quiso que su edificio pasase adelante, habiendo hecho solamente los fundamentos; porque ciertamente no fuera posible ganar esta ciudad si éste acabara los muros que había comenzado. Estaban unas piedras como entretejidas, de veinte codos de largo y diez de ancho, las cuales no podían ser cavadas ni rotas con hierro, ni movidas con todas las máquinas del mundo, y con éstas se ensanchaba el muro, pues de alto ciertamente más tuvieran, si la magnificencia de aquel que había comenzado y emprendido el muro no fuera forzado a cesar en su obra, y le fuera prohibido pasar adelante. Otra vez fué edificado este muro por voluntad y deseo de los judíos, y creció veinte codos más que ser solía; tenía a cada dos codos unas como grandes tetas, y sus torreones a cada tres, y toda la altura de él era de veinticinco codos; las torres estaban más levantadas y más altas que el muro, veinte codos, y otros veinte más anchas; era el edificio de éstas cuadrado, muy llenas y muy fuertes, no mente que el mismo muro; el edificio y gentileza de estas piedras no era menor que las del templo; en lo más alta de todas estas torres, que estaban veinte codas más levantadas, había unas cámaras y salas o cenáculos, había aljibes que recibían en sí el agua del cielo y la lluvia; la subida de ellas todas como en caracol, pero era muy ancha en cada una; el tercer muro tenía de estas tales torres noventa; el espacio de una a otra era de doscientos codos; el muro que estaba en medio tenía catorce, y el muro antiguo estaba dividido en sesenta: tenía la ciudad toda de cerco treinta y tres estadios. Como fuese, pues, cosa maravillosa el tercer muro, levantábase en un cantón hacia Occidente y Septentrión una torre llamada Pesefina por la parte que Tito había asentado su campo; porque estando encima de ésta, que estaba levantada más de setenta codos en alto, nacido el sol, se descubría Arabia y la mar, y hasta los últimos fines de las tierras de las hebreos. Estaba edificada con ocho esquinas; contra ésta había una otra llamada Hípicos, y luego cerca otras dos, las cuales el rey Herodes había edificado en el muro antiguo, y eran más excelentes, tanto en gentileza cuanto en grandeza v fortaleza, que cuantas hay en el universo: porque además de la natural liberalidad del rey por amor y afición que a la ciudad tenía, quiso hacer esta obra señalada, y remirarse mucho en ella, poniéndoles a las tres los nombres de los amigos y personas que más amaba; la una nombró con el nombre de su hermano, la otra de un amigo suyo, y la tercera dedicó a su mujer; a ésta por causa, como dice, que fué muerta por el grande amor, y a ellos por ser muertos en las guerras, después de haber peleado valerosamente. La torre llamada Hípicos, que tenía el nombre de su amigo, tenía cuatro esquinas; cada una tenía veinticinco codos en ancho, y otros tantos en largo, y también tenía cada una treinta en alto, muy fuertes y muy macizas todas: encima de lo más orden, había un lluvia, y encima de fuerte, adonde están juntas las piedras con pozo hondo de veinte codos para recoger la de éste había como una casa con dos techos veinticinco codos en alto, partida en diversas partes, y en lo alto tenían a cada dos codos sus llenos como tetas, y los torreones o defensas a cada tres, de manera que venía a ser toda la altura de ochenta y cinco codos. La segunda torre, que había llamado Faleron, del nombre de su hermano, era muy igual en ancho, y largo de cuarenta codos; levantábase otros cuarenta redonda como una pelota, y firme: en la parte de arriba había una como galería levantada diez codas más alta, edificada con pilares y rodeada de sus defensas; en medio de esta galería había otra torre muy alta, en la cual había muy ricos aposentos y baños, por que no pareciese faltarle algo de lo que al Estado Real convenía: tenía la parte alta adornada con sus llenos y defensas, era toda la altura de ésta de casi noventa codos. Parecía al verla muy semejante a la torre de Faro, que muestra lumbre a los que navegan por Alejandría, pero su cerco era mayor y más ancho, y ésta era entonces recogimiento para la tiranía de Simón. La tercera torre, llamada Mariamnes, porque éste era el nombre de la reina, tenía de alto y macizo hasta veinte codos, de ancho otros veinte, y los aposentos y recogimientos de ésta eran más magníficos y más adornados, porque pensó el rey que esto le era propio a él, y digno de su majestad que la torre que tenía el nombre de su mujer fuese más linda de ver que no las que retenían el nombre de los amigos, no menos que eran las de ellos más fuertes que ésta, la cual tenía el nombre de una mujer, y cuya altura en todo era hasta cincuenta y cinco codos. Aunque estas tres torres eran de tanta grandeza, parecían aún mucho mayores por el lugar adonde estaban fundadas, porque el muro antiguo adonde estaban era edificado en un lugar alto, y el collado estaba también treinta codos más alto, y siendo las torres edificadas sobre éste, estaban muy levantadas. Fué también maravillosa la grandeza de las piedras, porque no eran piedras de las que comúnmente edificamos, ni que los hombres las pudiesen traer, pero eran cortadas de mármol muy blanco y reluciente, cada una de veinte codos de largo, diez de ancho y cinco de alto, y con tales habían sido edificadas; estaban tan bien juntas unas con otras, que cada torre de éstas no parecía más de una piedra, y estaban tan bien labradas y edificadas por aquellos oficiales, con sus muestras y sus esquinas, que no se parecía por ninguna parte alguna juntura. Estando éstas edificadas en la parte septentrional, juntábase con ellas por de dentro el palacio del rey, mucho más hermoso de lo que es posible declarar con palabras; porque no era posible exceder esta obra, ni en magnificencia ni edificio, en cosa alguna; estaba toda cercada de muro muy fuerte levantado en alto treinta codos, y también rodeada de torres muy lindas y muy adornadas, en igual distancia edificadas, con sus apartamientos, que pudiesen recibir dentro muchos hombres y cien camas: la variedad de los mármoles que había en ella era maravillosa de ver, porque había puesto y recogido allí muchos que en pocas partes se hallan, los cuales hermoseaban el edificio, las alturas y cumbres, con la altura de las vigas, ornamentos y gentileza grande, dignos de admiración. La multitud de recogimientos, y las diversas maneras que había de edificios llenos de toda alhaja y de todo lo necesario, de lo cual era la mayor parte de oro y de plata, tenía también muchas galerías hechas en círculo una con otra, y en cada una sus columnas, y los espacios que estaban abiertos al aire, muy bien variados, con selvas y mucha verdura: tenía unas correderas y lugares de paseo muy largos, ceñidos de otras fuentes hechas con mucho artificio, y cisternas con muchas figuras de metal, por las cuales se vertía el agua, y muchas torres llenas de palomares alrededor de las aguas. Pero no es posible contar ni declarar la lindeza de este palacio, y da, cierto, gran pena acordarse de ello para contar cuántas cosas destruyó el fuego de los ladrones, porque no fueron estas cosas quemadas por los romanos, sino por los naturales revolvedores y amigos de toda traición, según hemos contado arriba en el principio de la disensión y discordia de esta gente: y de la torre Antonia que comenzó el fuego, pasó también por el Palacio Real, y llevóse los techos de las tres torres. El templo, pues, como dije, estaba edificado sobre un collado muy fuerte: al principio apenas bastaba para el templo, ni para la plaza, el llano que había en lo más alto del collado, el cual era como recuesto; pero como el rey Salomón, que había edificado el templo, hubiese cercado la parte de hacia el Oriente de muro, edificó allí un claustro junto con el collado, y quedaba por las otras partes desnudo, hasta que, siglos después, añadiendo el pueblo algo a la montaña, fué igualada con el collado, y hecho más ancho; y roto también el muro de la parte septentrional, tomaron tanto espacio cuanto después mostraba el templo haber comprendido. Cercado, pues, el collado de tres muros, vino a ser la obra mayor y más importante de lo que se esperaba: en lo cual se gastaron, por cierto, muchos años y todo el tesoro sagrado recogido de muchos dones que habían enviado de todas las partes del universo para ofrecer a Dios, tanto en lo que se había edificado en el cerco alto, cuanto en el bajo. De estas partes, la que era más baja estaba fortalecida y ensanchada de trescientos codos, y aun en algunos lugares más; pero la hondura de los fundamentos no podía verse toda, porque por igualar las calles estrechas de la ciudad, estaban todos los valles muy llenos: las piedras eran de cuarenta codos cada una, porque la abundancia del dinero y la liberalidad del pueblo se esforzaba a hacer más de lo que a mí al presente me es posible explicar; y lo que no pensaban poder jamás acabar, parecía que con el tiempo y continua diligencia se ponía por obra y acababa. La obra que estaba edificada era ciertamente digna de tales y tan grandes fundamentos: los portales estaban dobles de dos en dos; cargaban sobre columnas de veinticinco codos cada una de alto, y todas cortadas de mármol blanco: era la cubierta de lazos de cedro muy excelente, cuya natural magnificencia, por ser de madera muy lisa, y juntar tan lindamente, era cosa mucho de ver, y de mucha estima a los que lo miraban; por afuera ninguna pintura tenían, ni obra de pintor alguno ni entallador: eran anchas de treinta codos, y el cerco de todo, con el de la torre Antonia, era de seis estadios. Estaba todo el espacio del patio muy variado, enlosado de todo género y diversidad de piedras muy gentiles: por la parte que se iba a la segunda parte del templo estaba rodeado de barandas altas de tres codos, cuya labor deleitaba a cuantos las miraban, adonde había unas columnas puestas en iguales espacios, que mostraban la ley de la castidad, las unas con letras griegas, y las otras con latinas, que decían no deber ningún extranjero entrar, ni ser admitido en el lugar sagrado; porque esta parte del templo se llamaba el templo santo, y subíase a él por catorce gradas; el primero era en lo alto cuadrado y cercado de otro muro que tenía para sí propio, cuya altura, aunque por defuera pasaba de cuarenta codos, estaba cubierta con las gradas que tenía: la de dentro tenía veinticinco codos, porque edificada por gradas en lugar más alto, no se podía ver toda la parte de dentro, cubierta algún tanto con el collado: había después de estas catorce gradas un espacio hasta el muro, llano y de trescientos codos; y de aquí salían otras cinco gradas, y veníase a las puertas por unas escaleras, ocho de la parte septentrional y de Mediodía, cuatro de cada parte, y dos por la parte del Oriente; porque fué necesario que las mujeres tuviesen lugar propio apartado con muro, por causa de la religión, que lo mandaba, y parecía que era necesario hubiese otra puerta de frente. De frente de la primera había una puerta apartada de las otras regiones, puesta al Mediodía, y otra a la parte septentrional, por las cuales se podía entrar adonde las mujeres estaban, porque por otra parte entrar a ellas era prohibido: no les era lícito pasar su puerta por el muro; era abierto este lugar tanto a las mujeres naturales, cuanto a las extranjeras que venían por ver la religión que guardaban. La parte que respondía al Occidente ninguna puerta tenía; pero había allí edificado un muro continuo y fuerte: entre las puertas había muchos portales dentro del muro, edificados casi enfrente del lugar a donde estaba recogido el tesoro, sosteniéndolos unas columnas muy altas y muy galanas; eran también muy sencillas, y no diferían en algo de las que estaban abajo, sino en sola la grandeza. Estaban unas de estas puertas guarnecidas y cubiertas todas de oro y plata, y no menos los postigos de ellas y los umbrales; pero la una que está fuera del templo estaba guarnecida de cobre de Corinto, la cual tenía gran ventaja, y era de tener en más que no las de oro ni las de plata; cada una tenía dos puertas de treinta codos de alto y quince de ancho; después de haber entrado a donde se ensanchaban algo más, tenían a cada treinta codos de entrambas partes unas sillas magníficas a manera de torres, hechas largas y anchas, y levantadas en alto más de veinte codos: sostenían a cada una de éstas dos columnas de doce codos de grueso: las otras puertas todas eran iguales; pero la que estaba sobre la Corintia, por la parte que las mujeres entraban, abríase por la parte de Oriente; la puerta del templo era sin duda mayor, porque era de cincuenta codos de alto, y tenía las puertas de cuarenta, y mucho más magníficamente adornadas, porque tenía más oro y más plata, lo cual había Alejandro, padre de Tiberio, puesto y repartido en las nueve puertas. Las quince gradas del muro que apartaban las mujeres, venían a dar a la puerta principal, y eran cinco gradas menores que las que llevaban el camino a las otras puertas: estaba el templo, es a saber, el templo sacrosanto, en medio, y subían a él por doce gradas; la altura y anchura por de frente era de cien codos, y por la parte de detrás era de cuarenta codos más angosto, porque las fronteras y entradas se alargaban como dos hombros, veinte codos por cada parte: la primera puerta tenía setenta codos de alto y veinticinco codos de ancho, y ésta no tenía puertas, con lo cual se significaba estar el cielo muy abierto para todos, y claro por todas partes: todas las delanteras estaban cubiertas de oro; la primera entrada estaba por defuera toda muy reluciente, y todo lo que dentro del templo se ofrecía muy lleno de oro a los que lo miraban; y como la parte de dentro estuviese partida, y hecha de tablas, la primera entrada se mostraba con una altura muy seguida levantada noventa codos, y tenía de largo cuarenta, y de ancho veinte. La puerta que de dentro había estaba toda dorada, según dije, y alrededor de ella había una pared muy dorada; tenía en lo alto de ella unos pámpanos de oro, de los cuales colgaban unos racimos grandes como estatura de un hombre, y porque con el tablado se dividía, parecía ser el templo más bajo que el que estaba defuera: tenía las puertas de oro altas de cincuenta y cinco codos y dieciséis de ancho; tenía más de una cortina de la misma largura, es a saber, el velo que llamaban de Babilonia, variado y tejido de colores; es a saber, cárdeno y como leonado, de grana y de carmesí muy excelente, hecho y labrado con obra maravillosa, y que había mucho que ver en la mezcla de los colores, porque parecía allí una imagen y‑ semejanza de todo el universo: con la grana parecía que se representaba el fuego, con el leonado la tierra, con el cárdeno el aire, y con el color carmesí se representaba el mar, parte de esto por los colores ser tales; pero el carmesí y el color leonado, porque la tierra lo produce y nace de ella, y de la mar el carmesí. Estaba pintado allí todo el orden y movimiento de los cielos, excepto los signos. Los que entraban venían a dar en otra parte más baja, cuya altura tenía bien sesenta codos, de largo otros tantos, y la anchura veinte, divididos otra vez en cuarenta; la primera parte estaba apartada cuarenta codos, y tenía tres cosas muy maravillosas y dignas de ser por todos muy alabadas: un candelero, una mesa y un incensario: había en este candelero siete candelas, que significaban los siete planetas; en la mesa había puestos doce panes, que significaban el curso de los signos y de todo el año. El incensario con trece olores diferentes, con los cuales se llenaba, traídos de mares extraños y tierras inhabitables, significaba que todo era de Dios, y a Dios todo servía. La parte del templo más adentro era de veinte codos; apartábase de la de fuera con otro semejante velo, y en ésta no había algo: ninguno la podía ver ni llegar a ella, porque era muy inviolada, y ésta era la que llamaban Santa Santorum: por los lados del templo más bajos había muchos repartimientos y galerías hechas a tres, y a cada lado había entrada para recogerse en ellas: la parte del templo superior no tenía los mismos apartamientos, por donde era más estrecha, y de cuarenta codos más alta, y no tan ancha ni de tanto cerco como la inferior. Toda la altura tenía cien codos, y por bajo no tenía más de cuarenta: lo que por defuera se mostraba estaba de tal manera, que no había ojos ni ánimo que lo viesen y considerasen, que no se maravillasen mucho. Estaba toda cubierta con unas planchas de oro muy pesadas; relucía después de salido el sol con un resplandor como de fuego, de tal manera, que los ojos de los que lo miraban no podían sostener la vista, no menos que mirando los rayos que el sol suele echar: a los extranjeros que venían de lejos solía parecer una montaña blanca de nieve, porque adonde el templo no estaba dorado, era muy blanco: había en la techumbre y altura unas púas muy agudas de oro, por que no pudiesen sentarse aves allí y ensuciarlo, y el largo de algunas piedras que allí había era de cuarenta y cinco codos, la altura de cinco, y la anchura de seis; el altar que estaba delante del templo tenía de alto quince codos, de ancho y de largo tenía por cada parte cuarenta, y siendo cuadrado se levantaba como con ciertas esquinas a manera de cuernos, y la parte por donde se subía aquí, hacia el Mediodía se levantaba poco a poco, y había sido edificada toda sin hierro, ni jamás hierro lo había tocado. Estaba el templo y este dicho altar rodeado con un cerco muy agradable de piedra muy gentil que salía levantada hasta un codo, y apartaba la gente del pueblo de los sacerdotes: los gonorreicos, que son aquellos que no pueden detener su simiente, y los leprosos eran echados de toda la ciudad, y a las mujeres también que tenían flujo de sangre les estaba cerrada, y les era prohibido el entrar, y aun las mujeres limpias de todo esto no podían, ni les era lícito llegar al lugar arriba dicho. Los varones que no eran del todo castos no podían llegarse a esta parte de dentro, y los que lo eran, aunque muy puros, no podían llegar a los sacerdotes. Los que descendían del linaje sacerdotal, y no usaban el oficio por ser ciegos, podían estar dentro de aquel lugar adonde estaban los que eran de todo mal y enfermedad libres y sanos, y alcanzaban eso por vía del linaje del cual descendían: vestían vestidos populares y semejantes a los del pueblo, porque las vestiduras sacerdotales solamente eran lícitas a los sacerdotes que celebraban los sacrificios: los que se llegaban al templo y al altar habían de ser sacerdotes sin algún vicio, vestidos con una vestidura de color como leonado, y principalmente aquellos que eran en el beber más templados, y que más se abstenían del vino, y eran más sobrios y recatados por el miedo grande que por su religión tenían, porque no pecasen en algo, ni faltasen celebrando sus sacrificios: subía con ellos el pontífice, aunque no siempre, pero cada siete días y el día de las calendas, que es el primero de cada mes, y si algunas veces celebraba todo el pueblo la fiesta de la patria, que solía venir cada año, solía sacrificar ceñido con un velo y cubierto con él hasta la cintura y hasta los muslos, y tenía debajo un camisón de lino que le llegaba hasta los pies, y encima una vestidura de color cárdeno, redonda, de la cual colgaban como unos rapacejos o cintas: en un nudo colgaba una campanilla de oro, y en otro una granada, entendiendo por la campanilla los truenos, y por la granada los relámpagos. El vestido de encima los pechos estaba ceñido con unas hazalejas o toajas variadas de cinco colores, es a saber, de oro, de carmesí, de grana, de cárdeno y de aquel color como leonado, de los cuales dijimos ser tejido el velo del templo; y tenía un como sayo variado con los mismos colores, en el cual había más oro; y el hábito y manera era semejante a un jubón ancho con dos hebillas de oro, que se venían a atar a manera de serpientes, y estaban engastadas entre ellas piedras grandes y muy preciosas, en las cuales estaban escritos los nombres de las doce tribus de Israel: de la otra parte colgaban otras doce piedras partidas en cuatro partes, en cada una tres, y eran sardio, topacio, esmeralda, carbunco, jaspe, zafir, achates, amatista, lincurio, cornerina, beril y crisólito; y en cada una de ellas había escrito su nombre; cubríale la cabeza una mitra o tiara con una corona hecha de jacinto; y alrededor de ella había otra corona de oro, la cual traía las letras sagradas, que son las cuatro letras vocales. No solía ir siempre vestido con esta misma vestidura, sino con otra que era también rica, mas no tanto, y vestíase de aquélla cuando entraba en el Sagrario: solía aquí entrar una vez y no más en todo un año, y este día que entraba solía ayunar todo el pueblo; pero otra vez hablaremos de la ciudad, del templo, de las costumbres y leyes con mayor diligencia, porque no nos queda poco aun que declarar. Estaba la torre Antonia edificada en una esquina o canto de las puertas de la parte primera del templo, que estaba al Occidente y al Septentrión: fundada y edificada sobre una peña alta de cincuenta codos, y cortada por todas partes, lo cual fué obra del rey Herodes, en la cual mostró la magnificencia y alteza de su ingenio en gran manera. Estaba esta piedra cubierta a lo primero de una corteza algo ligera, como una hoja de metal, por dar honra a la obra, por que pudiesen fácilmente caer los que intentasen subir o bajar: había delante de la torre, además de lo dicho, por todo su cerco, un muro de tres codos en alto; el espacio de la torre Antonia en alto dentro del muro, se alzaba hasta cuarenta codos; por dentro tenía anchura y manera de un palacio, repartido en todo género y manera de cámaras y apartamientos para posar en ellos; tenía sus salas, sus baños y cámaras muy buenas y muy cómodas para un fuerte, de tal manera, que en cuanto tocaba al uso necesario, parecía una pequeña ciudad, y en la magnificencia de ella parecía un palacio muy alindado; pero estaba muy a manera de torre edificada; y por los otros cantones rodeada con otras cuatro torres, las cuales eran todas de cincuenta codos de altas: la que estaba hacia la parte de Mediodía y del Oriente se levantaba setenta codos de alto, de tal manera, que de ella se descubría y podía ver todo el templo; y por donde se juntaba con las galerías, tenía por ambas partes ciertas descendencias por las cuales entraban y salían las guardas, porque siempre había en ella soldados romanos, y estas guardas eran puestas allí con armas porque mirasen con diligencia que el pueblo no innovase algo de los días de las fiestas. Estaba el templo dentro de la ciudad como una torre y fuerte, y para guarda del templo estaba la torre Antonia: en esta parte había también guardas, y en la parte alta de la ciudad, el Palacio Real de Herodes, el cual era como un castillo: el collado llamado Bezeta, según arriba dije, estaba apartado de la torre Antonia, el cual, como fuese el más alto de todos, estaba también junto con la parte nueva de la ciudad, y era el único opuesto al templo por la parte septentrional; pero deseando escribir de la ciudad y de los muros de ella otra vez en otra parte más largamente, bastará lo dicho por ahora. *** |
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