Capítulo VDel engaño que los judíos hicieron a los soldados romanosEn estos mismos días los judíos engañaron a los soldados romanos de esta manera. Los más atrevidos de aquellos revolvedores y sediciosos que había, salieron fuera de las torres que llamaban de las mujeres, fingiendo que los que deseaban la paz los hacían salir; y por temer el ímpetu grande y la fuerza de los romanos, estábanse con ellos; y el uno se escondía como recelándose del otro. Otros, puestos con orden por los muros, y fingiendo que tenían la voz del pueblo, daban altas voces demandando la paz, y pidiendo concierto y amistad con los romanos, convidándolos y prometiendo abrirles las puertas. Dando aquí estas voces, echaban también contra los suyos propios muchas piedras como por echarlos de las puertas, y fingían que querían abrir por fuerza las puertas y darles entrada, y rogar a los ciudadanos de la ciudad que los recibiesen. Esta astucia y engaño no la entendían los romanos, antes creían ser así muy ciertamente, por lo cual determinaban comenzar su obra, como si ya éstos estuviesen en sus manos para castigarlos, y confiasen que los otros les habían de abrir y dar entrada dentro de la ciudad. Sospechábase con todo Tito de ver que tan voluntariamente los convidaban y movían a ello, porque no lo veía fundado en razón, pues dos días antes les movió a concierto con Josefo, y no había conocido en ellos algo que fuese razonable y justo, por lo cual mandó que su gente quedase en su lugar, y que ninguno se moviese. Había ya algunos aparejados para efectuar esta obra; y arrebatadas las armas, habían comenzado a correr a las huertas. Los que se mostraban haber sido echados, al principio dábanles lugar, recogiéndose poco a poco. Después, cuando ya se llegaban a las torres de la puerta, corren contra ellos, tomándolos en medio, y dan en ellos por las espaldas; los que estaban en el muro, tiraban contra ellos muchedumbre de piedras y dardos y otras armas dañosas, de tal manera, que mataban muchos y herían muchos más, porque no les era posible huir del muro: otros hacíanles fuerzas por las espaldas, y además de esto la vergüenza de ver que los regidores y capitanes principales habían pecado en esto, y el miedo juntamente les persuadía que permaneciesen en el delito. Por lo cual estando mucho tiempo peleando, y habiendo recibido gran daño, aunque no habían hecho menos en sus enemigos, al fin vinieron a hacer huir aquellos que los habían cercado; pero al recogerse, los judíos los perseguían con sus armas y dardos hasta el monumento de Helena. Y después, maldiciendo con soberbia a la fortuna, vituperaban a los romanos por haberlos engañado; y levantando en el alto sus escudos, hacían gestos y alegrías, y saltaban; y con placer daban grandes voces. Los capitanes, y Tito, general de todos, reprendieron a su gente por aquel error cometido, con estas palabras: "Los judíos que son regidos sólo por la desesperación, hacen todas las cosas muy de pensado y con mucha prudencia, armando los engaños y asechanzas que pueden, favoreciéndoles en ello la fortuna, sólo porque son obedientes y fieles los unos a los otros: y los romanos, a los cuales les sirve la fortuna por el uso y disciplina militar, y por la costumbre buena que tienen en obedecer a sus capitanes y regidores, pecan ahora en lo contrario, y son vencidos por no poder refrenar sus manos; y lo que es de todo lo peor, estando presente vuestro Emperador y Capitán, peleáis sin hombre que os rija ni gobierne. "Ciertamente, dijo, mucho se dolerán y aun gemirán las leyes de la guerra y de la milicia; mucho se dolerá mi padre cuando supiere este desbarate y esta llaga que nos ha sido hecha. Este, porque habiendo envejecido en la guerra, nunca le ha acontecido tal error; y las leyes, porque teniendo costumbre de tomar venganza muy grande, y dar la muerte a los que traspasan la ordenanza puesta, vean ahora todo un ejército haber faltado. "Ahora podrán entender todos los que con soberbia y arrogancia han cometido esto, que entre los romanos es tenido por gran infamia aun el vencer sin licencia y permiso de su capitán." Estas cosas dijo Tito, muy enojado, a los regidores, sabiendo bien el castigo que había de usar con ellos, pues todos lo merecían. Perdieron éstos el ánimo todos como hombres que justamente merecían la muerte. Las legiones que estaban asentadas y derramadas por todo el campo, rogaban a Tito que perdonase a los compañeros, y suplicaban que tuviese cuenta con la obediencia general de todos, por lo cual olvidase el error particular y de pocos, porque el pecado que habían cometido entonces, trabajaban de enmendarlo y corregirlo con la virtud y esfuerzo que en lo que quedaba por hacer mostrarían. Con los ruegos y con el provecho que en esto vió Tito, luego fué aplacado y vuelto muy manso: porque pensaba que el castigo que uno merecía, debíase ejecutar; pero el yerro general y a todos común, debía también ser perdonado. Recogióse, pues, e hízose amigo de los soldados, amonestándoles y dando muchos consejos, que se remirasen todos en hacer sus cosas muy prudentemente, y él púsose a pensar de qué manera podría tomar venganza de aquel engaño y traición que los judíos habían hecho a su gente. Habiendo igualado el camino que había desde el lugar adonde tenía el campo hasta los muros de la ciudad, en cuatro días, deseando pasar todo su bagaje y gente seguramente y sin algún peligro, ordenó los más esforzados y más valerosos de sus soldados, por la parte septentrional al Occidente, delante del muro, de siete en siete por sus hileras: los de a pie estaban en la delantera: y después, ordenada la caballería en tres escuadrones luego detrás, puso en medio los ballesteros y flecheros. Estando con esta defensa tan grande muy seguros y sin temor que los corriesen los enemigos, pasaron todo el bagaje de las tres legiones, y toda la otra gente, sin algún temor. Tito, estando no más de dos estadios lejos del muro de la ciudad, puso su campo en un lugar hacia la parte que está delante de la torre que se llama Psefinos, a la cual llega el cerco del muro por la parte aquilonal, y vuelve corriendo hacia el Occidente. La otra parte del ejército puesta hacia aquella torre que se llama Hípico, cércase de muro lejos también de la ciudad a dos estadios de camino; pero la legión décima siempre quedaba en el monte Eleón, adonde antes estaba. *** |
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