Capítulo V

Cómo Vespasiano vino contra las ciudades de Galilea.

Teniendo Vespasiano deseo y determinación de venir contra Galilea, partió de Ptolemaida con las jornadas ordenadas a su gente, según tienen por costumbre los romanos. Mandó que la gente de socorro, que venía algo menos armada que la otra, y todos los ballesteros, se adelantasen por refrenar y detener a los enemigos que salían a correr, y para que mirasen muy bien los lugares buenos y cómodos para poner sus asechanzas y celadas.

Seguíalos luego parte de la gente de a pie romana y parte de la caballería; luego sucedían diez hombres de cada compañía, los cuales traían sus armas y la medida que habían de tomar para asentar su campo; seguían después los que allanan las calles, los malos pasos y asperidades de los caminos, cortan las selvas cuando les impiden, por que no se canse el ejército con la dificultad del camino; después vienen sus cargas y las de los regidores que a él están sujetos, y por guarda de éstos ordenó con ellos muchos de a caballo. Después de todo esto venía él; traía consigo la gente más escogida, así de a pie como de a caballo, y además acompañábale también el escuadrón de su gente: de cada compañía tenía escogidos para su servicio ciento veinte caballeros; tras éstos venían los que traían los otros instrumentos para combatir las ciudades, las máquinas y cosas necesarias para ello; luego seguían los regidores y los tribunos señalados a cada compañía, rodeados de soldados muy escogidos. Venía también la bandera del Águila, y con ella juntas otras muchas, la cual manda a todas las otras porque es reina de todas las aves, y es la más esforzada; piensan en verla que es una señal y buen agüero de la victoria y de su potencia contra cuantos salen a pelear.

Seguían a las sagradas imágenes de las banderas ciertos tañedores de cornetas, y después el escuadrón dé soldados, de seis en seis, y venía con ellos un capitán o centurión, el cual procuraba hacer que se guardase el orden y disciplina militar; los criados de cada compañía estaban todos con la gente de a pie, y traían los mulos y cargas de la gente; en el escuadrón postrero, donde venían los que ganaban sueldo, venía también mucha gente de a pie armada y mucha de a caballo.

Habiendo pasado su camino Vespasiano, llegó a los términos de Galilea, y habiendo puesto allí su campo, aunque tenía toda su gente muy pronta para la guerra, todavía la detenía, y mostraba a los enemigos por amedrentarlos, y también por darles tiempo para rendirse, si antes de darles asalto o la batalla alguno se quisiese pasar a su parte; pero con todo esto él hacía su muro para defenderse: así, sola la vista del capitán fué causa de que muchos de los que se habían rebelado huyeran, y todos generalmente fueron muy amedrentados.

Los compañeros de Josefo, que habían puesto su campo cerca de Séforis, cuando entendieron que la guerra se acercaba y que ya los romanos estaban para dar contra ellos, no sólo huyeron antes de llegar a tal, pero aun antes de ver a los enemigos. Quedó solo Josefo con muy pocos, mas él, viendo que no tenía gente para esperar a los enemigos, que eran tantos, y que a los judíos les había faltado el ánimo, y que si confiaba en aquéllos, los más se habían de pasar a los enemigos, determinó entonces dejar del todo la guerra y apartarse muy lejos de todo peligro; y llevando consigo los que con él quedaron, retiróse a Tiberíada.

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