Capítulo XXVII

Cómo Josefo cobró a Tiberia y Séfora.

El temor que Juan a Josefo tenía, le hacía estar recogido dentro de los muros de Giscala. Pocos días después se torné a rebelar Tiberia, porque los naturales llamaron a Agripa; y como éste no viniese el día que estaba entre ellos determinado, y eran allí venidos algunos caballeros romanos, retiráronse a la otra parte contra Josefo.

Sabido esto por Josefo en Tarichea, el cual, pues, había enviado sus soldados por trigo y mantenimientos, no osaba salir solo contra los que se rebelaban, ni podía, por otra parte, detenerse, temiendo que entre tanto que él se tardase, no se alzase la gente del rey con la ciudad; porque veía que ese otro día no le era posible hacer algo por ser sábado, determiné tomar por engaño aquellos que le habían faltado.

Mandó cerrar las puertas de los taricheos, por que no osase ni pudiese alguno descubrirles lo que determinaba; y juntando todas las barcas que halló en aquel lago, las cuales llegaron a número de doscientas treinta, y en cada una cuatro marineros, vínose con tiempo y buena sazón a Tiberia; y estando aun tan lejos de ella que no pudiese ser visto fácilmente, dejando las barcas vacías en la mar, llegóse él, llevando consigo cuatro compañeros desarmados, hombres de su guarda, tan cerca, que pudiese ser visto por todos. Como los enemigos lo viesen desde el muro adonde estaban, echándole maldiciones, espantados y con temor, pensando que todas aquellas barcas estaban llenas de gente de armas, echaron presto las armas; y puestas las manos, rogábanle todos que los perdonase.

Después que Josefo los castigó, reprendiendo y amenazándolos, cuanto a lo primero, porque habiendo comenzado guerra contra el pueblo romano, consumían y deshacían sus fuerzas con disensiones entre sí y discordias intestinas, y con esto cumplían la voluntad y deseo de los enemigos, y también porque se daban prisa y trabajaban en quitar la vida a uno que no buscaba otro sino asegurarles y buscarles reposo; y no se avergonzaban de cerrarle la ciudad, habiendo él hecho el muro para defensa de ellos. Pero en fin, prometióles aceptar la disculpa, si había algunos que la satisficiesen; y que dándole tales medios que fuesen convincentes, él afirmaría la amistad con la ciudad.

Por esto vinieron a él diez hombres, los más nobles de Tiberíada, y mandándoles entrar en una navecillia de pescadores, apartándolos lejos, mandó que viniesen otros cincuenta senadores, que eran los hombres más nobles que había, como que le fuese necesario tomar también la palabra y fe de todos éstos. Y pensando luego después otros nuevos achaques, hacia salir más y más gente bajo de aquella promesa que les había hecho, mandando a los maestres de los taricheos que se volviesen a buen tiempo con las barcas llenas de gente, y que pusiesen en la cárcel a cuantos consigo llevasen, hasta tanto que tuvo presa toda la corte, que era hasta seiscientos hombres, y más de dos mil hombres, gente baja y popular; y llevólos todos consigo a Tarichea. Dando voces el pueblo que cierto hombre llamado Clito era autor de toda aquella discordia y rebelión, y que debía hartarse su ira con la pena y castigo de éste sólo, rogándoselo todos.

Josefo a ninguno quería matar; pero mandó salir a uno de su guarda, llamado Levia, que cortase las manos a Clito. Y como éste no osase hacerlo, díjole, movido de temor, que él solo no se atrevería contra tanta gente; y corno Clito viese que Josefo, en la barca a donde estaba, se enojaba y quería salir solo por castigarlo, rogábale que por lo menos le quisiese hacer merced de dejarle una mano. Concediéndole esto Josefo, con tal que el mismo Clito se la cortase, desenvainó la espada con su mano derecha, y se cortó la mano izquierda, por el gran miedo que de Josefo tenía. De manera que Josefo, con barcas Yacías y con solos siete hombres, tomó todo aquel pueblo, y ganó otra vez la amistad de Tiberíada. Poco después dio saco a Giscala, que se había rebelado con los seforitas, y volvió todo el robo a la gente del pueblo. Lo mismo hizo también con los seforitas y tiberienses; porque habiendo preso a éstos, quiso corregirlos con dejar que les robaran, y reconciliarse su gracia y amistad con volverles lo que les había quitado.

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