Capítulo XXV De la crueldad que los damascenos usaron contra los judíos, y de la diligencia de Josefo, autor de esta historia, hecha en Galilea. Después de las desdichas de Cestio, muchos nobles de los judíos salían poco a poco de la ciudad, no menos que de una nao que está en manifiesto peligro de perderse. Así que Costobaro y Saulo, su hermano, juntamente con Filipo, hijo de Jachimo, que era general del ejército del rey Agripa, huyendo de allí, vinieron a Cestio; Antipas, que había sido cercado en el Palacio Real juntamente con ellos, no quiso huir, y la manera cómo fué muerto por los sediciosos mostraremos en otro lugar. Cestio envió a Nerón, que estaba en Acaya, a Saulo y a otros que con él vinieron, para que le declarasen la necesidad que padecían e imputasen a Floro la causa de aquella guerra. Confiaba que lo había de revolver e indignar contra Floro, y que de esta manera ‑se aseguraría del peligro en que estaba. Sabiendo los damascenos la matanza que los judíos habían hecho de tantos romanos, determinaron, y aun trabajaron, por quitar la vida a cuantos judíos vivían con ellos, y teniéndolos todos recogidos en unos baños públicos, porque ya sospechaban esto, pensaban que acabarían fácilmente lo que determinaban hacer; pero temían y tenían vergüenza de sus mujeres, porque todas, excepto muy pocas, judaizaban y estaban todas muy enseñadas en esta religión, y así tuvieron gran cuidado en cubrirles lo que trataban, Y en una hora sin miedo degollaron diez mil judíos que cogieron en un lugar estrecho y sin armas. Habiendo vuelto ya a Jerusalén los que hicieron huir a Cestio, trabajaban en traer a su bando a todos los que sabían ser amigos de los romanos, a unos por fuerza y a otros por halagos, y después, juntándose en el templo, determinaban escoger muchos capitanes para la guerra. Fué, pues, declarado Josefo, hijo de Gorión y el pontífice Anano, para que mandasen todo lo que se había de hacer en la ciudad, y principalmente que tuviesen cargo de edificar el muro en la ciudad. Aunque Eleazar, hijo de Simón, tenía gran parte del robo os romanos y del dinero que había quitado a Cestio y gran cantidad de los públicos tesoros, no quisieron con todo esto darle cargo u oficio alguno, porque veían que se levantaba ya como soberbio y tirano, y que a sus amigos y a los que les seguían trataba como si fueran criados. Mas Eleazar poco a poco alcanzó, así por codicia del dinero, como por astucia, que en todas las cosas el pueblo le obedeciese. Pidieron otros capitanes ser enviados a Idumea; así fueron Jesús, hijo de Safa, uno de los pontífices, y Eleazar, hijo del pontífice nuevo. Mandaron a Nigro, que regía entonces toda Idumea, cuyo linaje traía origen de una región que está de la otra parte del Jordán, por lo que se llamaba Peraytes, que odebeciese a todo cuanto los capitanes mandasen, y también pensaron que no convenía olvidarse de todas las otras regiones. Así enviaron a Josefo, hijo de Simón, a Jericó, y de la otra parte del río a Manasés, y a Tamna a Juan Eseo, para que rigiesen y administrasen estas toparquías o provincias. A éste habían también dado la administración de Lida, Jope y Amaus. Las partes Gnopliníticas y Aciabatenas fueron dadas a Juan, hijo de Ananías, para que las rigiese, y Josefo, hijo de Matías, fué por gobernador de las dos Galileas. En la administración de éste estaba también Gamala, que era la más fuerte ciudad de todas cuantas allí había. Cada uno, pues, de éstos, regla su parte y administraba lo mejor que le era posible; y Josefo, viniéndose a Galilea, lo primero que hizo fué ganar la voluntad de los naturales, sabiendo que con ella se podían acabar muchas cosas, aunque errase en lo demás. Considerando después que tendría grande amístad con la gente poderosa si le daba parte en su administración, y también con todo el pueblo si daba los oficios que convenían a los naturales y gentes de la tierra, eligió setenta varones de los más ancianos y más prudentes, e hízolos regidores de toda Galilea. Envió también siete hombres a cada ciudad, que tuviesen cargo de juzgar los pleitos de poca importancia, porque las causas graves y que tocaban a la vida, mandólas reservar para sí y para aquellos setenta ancianos; y puestas las leyes que habían de guardar entre sí las ciudades, proveyó también cómo pudiesen estar seguras de lo de fuera; por tanto, sabiendo que los romanos ciertamente habían de venir a Galilea, mandó cercar de muros las ciudades que más oportunas y cómodas para defenderse le parecieron: fueron de ellas Jotapata, Bersabea, Salamina, Perecho, Jafa, Sigofa y un monte que se llama Itaburio, y a Tarichea y Tiberíada; fortaleció también las cuevas que hay cerca el lago de Genesareth, en la Galílea que llamaban Inferior. En la Galilea que llamaban Superior mandó fortalecer a Petra, que se llama Achabroro, a Sefa, Jamnita y a Mero. En la región Gaulanitide, Seleucia, Sogana y Garnala, y permitió a los seforitas que ellos mismos se edificasen muros, porque sabía que tenían poder y riqueza para ello, y por ver también que estaban más prontos para la guerra, aun sin ser mandados. Juan, hijo de Levia, también cercó por sí de muro a Giscala por mandado de Josefo; todos los otros castillos eran visitados por Josefo, mandando juntamente lo que convenía, y ayudándoles para ello. Hizo un ejército de la gente de Galilea de más de cien mil hombres; y juntándoles en uno, proveyóles de armas viejas, que de todas partes hacía recoger. Y pensando después que la virtud de los romanos era tan invencible, por obedecer siempre a sus regidores y capitanes, y por ejercitarse tanto en el uso de las armas, dejó atrás esto postrero por la necesidad que le apretaba; pero por lo que tocaba al obedecer, pensaba poderlo alcanzar por la muchedumbre de los capitanes y regidores; y así dividió su ejército en la manera que suelen hacer los romanos, e hizo muchos príncipes y capitanes de su gente; y habiendo ordenado diversas maneras y géneros de guerreros, sujetó unos a cabos, otros a centuriones y otros a tribunos; y después di a todos sus regidores que tuviesen cargo y cuidado de la administración de las cosas más importantes. Enseñábales las disciplinas de las señales y las provocaciones para acometer, y las revocaciones para recogerse según el son de trompetas. También cómo convenía rodear los escuadrones y regirse en el principio, y de qué manera los más fuertes debían socorrer a los menos y que más necesidad tuviesen, y partir el peligro con los que ya estuviesen cansados de pelear; y enseñábales también todo cuanto convenía para la fortaleza del ánimo y tolerancia de los trabajos. Trabajaba principalmente en mostrarles las cosas de la guerra, mentándoles de continuo la disciplina militar de los romanos, y que habían de pelear y hacer guerra con hombres que habían sujetado casi a todo el universo con sus fuerzas y ánimo. Añadió también de qué manera habían de obedecer estando en la guerra a él y a cuantos les mandase, y que quería luego experimentar si dejarían los pecados y maldades acostumbrados, es a saber, los hurtos, latrocinios y rapiñas que solían hacer, y que no hiciesen engaño a los gentiles ni pensasen haberles de ser a ellos ganancia dañar a sus amigos o muy conocidos que con ellos viviesen; porque aquellas guerras suelen ser regidas y administradas bien, cuyos soldados se precian de tener buena la conciencia; y a los que eran malos, no sólo nos les habían de faltar los hombres por enemigos, mas aun Dios les había de castigar. De esta manera perseveraba en amonestarles muchas cosas. Estaba ya la gente que había de servir para la guerra presta, porque tenía hechos sesenta mil hombres de a pie, y doscientos cincuenta de a caballo; y además de éstos tenía también cuatro mil quinientos hombres de gente extranjera que ganaban su sueldo, en los cuales principalmente confiaba, y seiscientos hombres de armas de su guarda, muy escogidos de entre todos. Las ciudades mantenían toda esta gente fácilmente, excepto la que tenía sueldo; porque cada una de las ciudades que hemos arriba dicho, enviaba la mitad de su gente a la guerra, y guardaba la otra mitad para que tuviese cargo de proveerles del mantenimiento que fuese necesario; y de esta manera la una parte estaba en armas, y la otra en sus obras; y la parte que estaba en armas, defendía y amparaba la otra que les traía la provisión y mantenimientos. *** |
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