Capítulo XI De muchas y varias revueltas que se levantaron en Judea y en Samaria. Después de la muerte de Herodes, que reinó en Calcidia, Claudio puso en el reino del tío a Agripa, hijo de Agripa. Tomó el cargo de la otra provincia, después de Alejandro, Cumano, debajo del cual comenzaron a nacer nuevos alborotos, y vinieron nuevos daños a todos los judíos; porque, juntándose el pueblo en Jerusalén para celebrar la fiesta de la Pascua, estando una compañía de gente romana en los claustros del templo, como era costumbre haber guarda de gente de armas los días festivos, porque los pueblos que allí se juntaban no moviesen alguna novedad, un soldado, desatacándose, mostró a todos los judíos que allí estaban, las vergüenzas de atrás, echando una voz no diferente de la obra que hacía. Por este hecho comenzóse todo aquel pueblo a quejarse en tanta manera, que se presentaron todos a Cumano pidiendo a voces que fuese castigado y sentenciado aquel soldado. Los mancebos, poco considerados, y naturalmente aparejados para mover revueltas, comenzaron a revolverse y a echar los soldados a pedradas. Temiendo entonces Cumano se levantase todo el pueblo contra él, llamó mucha gente de armas, poniéndola en los claustros del templo. Hubieron gran temor todos los judíos, y dejando el templo, comenzaron a recogerse todos y a huir de allí; pasaron al salir tan grande aprieto al pasar por la gente armada, que murieron pisados con la prisa del salir más de diez mil hombres, y fué la fiesta de muchas lágrir.nas para todos, y por cada casa se oían los llantos. Además de esto hubo también otro ruido, el cual movieron los ladrones; porque cerca de Bethoron, en el público camino, un criado de César traía el aparato de una casa y cierta ropa con él; y saliéndole ladrones en el camino, se la robaron toda. Enviando después Cumano en pesquisa de ellos, mandó que le trajesen presos, y muy atados, los de aquellos lugares cercanos, acusándolos de que no habían preso a los ladrones. Por esta ocasión, hallando un soldado en una aldea de aquellas los libros sagrados de la ley, los rompió y quemó. Viendo esto los judíos, parecióles que les habían destruido y quemado toda su religión; juntáronse de todas partes y vinieron juntos con una voz movidos por su superstición, como casi a armas delante de Cumano, a Cesárea, rogándole no dejase sin castigo un hombre que tan gran maldad e injuria había hecho a todo el pueblo. Al ver esto Cumano, conociendo que no se había de sosegar toda aquella multitud de gente si no quedaba satisfecha con el castigo del hombre, condenó al soldado y mandólo llevar públicamente a ejecutar su sentencia; y de esta manera, amansados ya los judíos, se fueron. Levantóse otra revuelta nuevamente entre los galileos y samaritanos, porque en un lugar llamado Geman, que está en el gran campo de Samaria, viniendo un galileo y un judío por ver y gozar de la festividad, fué aquél muerto. Por este hecho se juntaron gran parte de los de Galilea para pelear con los samaritanos. La gente principal y más noble de éstos vinieron a Cumano, suplicándole que bajase a Galilea antes que sucediese peor destrucción vengase la muerte del galileo, matando a los culpados en ella. Pero teniendo en más Cumano lo que tenía entonces entre manos que todas estas súplicas y ruegos, despidió a los que se lo rogaban, sin acabar ni hacer algo en ello. Sabida esta muerte en Jerusalén, movióse todo el pueblo; y dejando la solemnidad del día y de la fiesta, vino la gente popular contra Samaria, sin capitán y sin querer obedecer a príncipe alguno de los suyos, que trabajaban por detenerlos. Los principales de aquellos latrocinios y de todas aquellas revueltas eran un Eleazar, hijo de Dineo, y Alejandro, los cuales, corriendo por los campos cercanos o vecinos a la región Acrabatana, hicieron gran matanza; Y matando así a hombres, como mujeres y niños, sin perdonara edad alguna, quemaron también todos los lugares. Oyendo Cumano estas cosas, trajo consigo una compañía de gente de a caballo, la cual se llama de los Sebastenos, por socorrer a los que eran destruídos; y así prendió muchos de aquellos que habían seguido a Eleazar, y mató muchos más. A toda la otra gente que había venido por destruir y talar los campos de Samaria, saliéronles al encuentro los principales de Jerusalén, y cubiertos sus cuerpos con ásperos cilicios y con sus cabezas llenas de ceniza, rogábanles humildemente que dejasen lo que habían comenzado, no moviesen, por vengarse de los samaritanos, a que los romanos destruyesen a Jerusalén, y tuviesen compasión y misericordia de su patria y de su templo, de sus hijos y mujeres propias, sin que quisiesen ponerlo todo en peligro y hacer que por venganza de un galileo todos pereciesen. Conformándose con esto los judíos, dejaron lo que tenían comenzado, y volviéronse. Muchos habla en este mismo tiempo que se juntaban para robar, como suele comúnmente acaecer que el atrevimiento crece estando las cosas muy reposadas, los cuales no dejaban región alguna sin robo y rapiña; y el que más atrevido era, éste se mostraba más también en hacer fuerza. Entonces, viniendo los principales de Samaria a Tiro, delante de Numidio Quadrato, procurador de toda Siria, pidiendo justicia y venganza de los que les habían robado todas las tierras, vinieron también prontamente allí los más nobles de todos los judíos; y Jonatás, hijo de Anano, príncipe de los sacerdotes, alegaba contra lo que les habían objetado, que los samaritanos habían sido principio de toda aquella revuelta, pues ellos mataron al hombre con toda ley; pero que la causa de las otras adversidades que después habían sucedido, fué Cumano, en no haber querido tomar venganza ni dar castigo a los autores de aquella muerte. Difirió Quadrato la causa de ambas partes, diciendo que cuando él viniese a todas aquellas regiones, lo examinaría todo; y pasando de allí a Cesárea, ahorcó a todos los que Cumano habla preso. Llegando, pues, a Lida, oyó otra vez las quejas de los samaritanos; y trayendo delante de sí dieciocho judíos que sabía haber sido causa y participantes en la revuelta, mandóles cortar la cabeza. Envió dos príncipes de los sacerdotes, Jonatás y Ananías, y al hijo de éste, Anano, y algunos otros nobles de los judíos, a César, y envió también parte de la nobleza de Samaria, y mandó al tribuno Celero y a Cumano que navegasen para Roma, a dar cuenta a Claudio de todo lo que había pasado, y darle razón de cuanto había hecho. Sosegadas ya y puestas en paz todas estas cosas, veníase de Lida a Jerusalén; y hallando que el pueblo celebraba la fiesta de la Pascua sin ruido y sin perturbación alguna, volvióse a Antioquía. Oídas ambas partes en Roma por César, y visto lo que Cumano alegaba y lo que los samaritanos, estaba allí también Agripa defendiendo con gran instancia la causa de los judíos; porque Cumano tenía consigo y en su favor gran parte de la gente principal. Dió sentencia contra los samaritanos, y mandó matar tres de los más nobles de todos ellos; y desterró a Cumano, y dió a los judíos, para que lo llevasen a Jerusalén, el tribuno Celero; y que arrastrándolo por la ciudad, delante de todos lo sentenciasen. Envió, después de ya pasadas estas cosas, a Félix, hermano de Palante, a los judíos, por procurador de toda la provincia y región de ellos, de Galilea y de Samaria. Levantó también a Agripa más de lo que ser solía en Calcidia, dándole también aquella parte que solía ser administrada por Félix. Eran éstas las regiones de Trachón, Batanca y Gaulanitis; dióle también el reino de Lisania y la tetrarquía que Varrón había tenido en regimiento; y él murió, habiendo sido emperador tres años, ocho meses y treinta días, dejando por sucesor a Nerón, a quien había elegido para que fuese emperador por consejos y persuasiones de Agripina, su mujer, teniendo hijo legítimo llamado Británico, nacido de su primera mujer, Mesalina, y una hija llamada Octavia, la cual había dado en casamiento a Nerón, entenado suyo. También tuvo de su mujer Agripina una hija llamada Antonia. Dejaré de contar ahora al presente, por saber que seria importuno, de qué manera Nerón, levantado en los bienes de la fortuna y prosperidad, supo tan mal servirse de todo; y cómo mató a su hermano, a su madre y a su mujer, convirtiendo después su crueldad contra todos, viniendo a la postre a enloquecer y hacer cosas de hombre indiscreto y sin cordura. *** |
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