Capítulo XII De las revueltas que acontecieron en Judea en tiempo de Félix. Trataré solamente aquí lo que Nerón hizo contra los judíos. Puso por rey de Armenia a Aristóbulo, hijo de Herodes. Ensanchó el reino de Agripa con cuatro ciudades y más los campos a ellas pertenecientes en la región Perca, Avila, Juliada, Galilea, Tarichea y Tiberiada. Toda la otra parte de Judea la dejó debajo del regimiento de Félix. Este prendió al príncipe de los ladrones Eleazar, el cual había robado todas aquellas tierras por espacio de veinte años, y prendió muchos otros con él y enviólos presos a Roma. Prendió también innumerable muchedumbre de ladrones y encubridores de hurtos, los cuales todos ahorcó. Y limpiadas aquellas tierras de esta basura de hombres, levantábase luego otro género de ladrones dentro de Jerusalén: éstos se llamaban matadores o sicarios, porque en el medio de la ciudad, y a mediodía, solían hacer matanzas de unos y otros. Mezclábanse, principalmente los días de las fiestas, entre el pueblo, trayendo encubiertas sus armas o puñales, y con ellos mataban a sus enemigos; y mezclándose entre los otros, ellos se quejaban también de aquella maldad, y con este engaño quedábanse, sin que de ellos se pudiese sospechar algo, muriendo los otros. Fué muerto por éstos Jonatás, pontífice, y además de éste mataban cada día a muchos otros, y era mayor el miedo que los ciudadanos tenían, que no el daño que recibían; porque todos aguardaban la muerte cada hora, no menos que si estuvieran en una campal batalla. Miraban de lejos todos los que se llegaban, y no podían ni aun fiarse de sus mismos amigos, viendo que con tantas sospechas y miramientos, y poniendo tanta guarda en ello, no se podían guardar de la muerte; antes, con todo esto, era muertos: tanta era la locura, atrevimiento y arte o astucia en esconderse. Otro ayuntamiento hubo de malos hombres que no mataban, pero con consejos pestíferos y muy malos corrompieron el próspero estado y felicidad de toda la ciudad, no menos que hicieron aquellos matadores y ladrones. Porque aquellos hombres, engañadores del pueblo, pretendiendo con sombra y nombre de religión hacer muchas novedades, hicieron que enloqueciese todo el vulgo y gente popular, porque se salian a los desiertos y soledades, prometiéndoles y haciéndoles creer que Dios les mostraba allí señales de la libertad que habían de tener. Envió contra éstos Félix, pareciéndole que eran señales manifiestas de traición y rebelión, gente de a caballo y de a pie, todos muy armados, matando gran muchedumbre de judíos. Pero mayor daño causó a todos los judíos un hombre egipcio, falso profeta: porque, viniendo a la provincia de ellos, siendo mago, queríase poner nombre de profeta, y juntó con él casi treinta mil hombres, engañándolos con vanidades, y trayéndolos consigo de la soledad adonde estaban, al monte que se llama de las Olivas, trabajaba por venir de allí a Jerusalén, y echar la guarnición de los romanos, y hacerse señor de todo el pueblo. Habíase juntado para poner por obra esta maldad mucha gente de guarda; pero viendo esto Félix, proveyó en ello; y saliéndoles con la gente romana muy armada y en orden, y ayudándole toda la otra muchedumbre de judíos, dióle la batalla. Huyó salvo el egipcio con algunos; y presos los otros, muchos fueron puestos en la cárcel, y los demás se volvieron a sus tierras. Apaciguado ya este alboroto, no faltó otra llaga y postema, corno suele acontecer en el cuerpo que está enfermo. juntándose algunos magos y ladrones, ponían en gran trabajo y aflicción a muchos, proclamando la libertad y amenazando a los que quisiesen obedecer a los romanos, por apartar aquellos que sufrían servidumbre voluntaria, aunque no quisiesen. Esparcidos, pues, por todas aquellas tierras, robaban las casas de todos los principales; y además de esto los mataban cruelmente: ponían fuego a los lugares, de tal manera, que toda Judea estaba ya casi desesperada por causa de éstos. Crecía cada día más esta gente y desasosiego. Por Cesárea se levantó también otro ruido entre los judíos y sirios que por allí vivían. Los judíos pedían que la ciudad tomase el nombre de ellos y les fuese propia, pues judío la había fundado; es a saber, el rey Herodes: los sirios que les contrariaban, confesaban bien haber sido el fundador de ella judío; pero querían decir que la ciudad había sido de gentiles y lo debía ser, porque si el fundador quisiera que fuera de los judíos, no hubiera dejado hacer allí imágenes, ni estatuas, ni templos; y por estas causas estaban ambos pueblos en discordia. Pasaba tan adelante esta contienda, que venían todos a las armas, y cada día había gente de ambas partes que por ello peleaba. Los padres y hombres más vicios de los judíos trabajaban por detenerlos y refrenarlos, pero no podían; y a los griegos también les parecía cosa muy mala mostrarse ser para menos que eran los judíos: éstos les eran superiores, tanto en las fuerzas del cuerpo como en las riquezas que tenían. Pero los griegos tenían mayor socorro de los soldados Y gente romana, porque casi toda la gente romana que estaba en Siria se les había juntado, y estaban aparejados como aparentados para ayudar todos a los siros; pero los capitanes y regidores de los soldados trabajaban en apaciguar aquella revuelta; y prendiendo a los capitanes, movedores de ella, azotaban de ellos algunos, y tenían presos y en cárcel a muchos otros. El castigo de los que prendían no era parte para poner temor ni paz entre los otros; antes, viendo esto, se movían más a venganza y a revolverlo todo. Entonces Félix mandó con pregón, so pena de la vida, que los que eran contumaces y porfiaban en ello, saliesen de la ciudad; y habiendo muchos que no le quisieron obedecer, envió sus soldados que los matasen, y robáronles también sus bienes. Estando aún esta revuelta en pie, envió la gente más noble de ambas partes por embajadores a Nerón, para que en su presencia se disputase la causa y se averiguase lo que de derecho convenía. Después de Félix sucedió Festo en el gobierno; y persiguiendo a todos los que revolvían aquellas tierras, prendió muchos ladrones, y mató gran parte de ellos. *** |
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