Capítulo XXIII

En el cual se cuentan los hechos de Domiciano contra los germanos y galos.

Antes de estos tiempos, estando aun Vespasiano en Alejandría y Tito en el cerco de Jerusalén, rebeláronse gran parte de los germanos, con los cuales juntándose los galos, que les son vecinos, habíanles dado gran esperanza que los librarían del imperio de los romanos.

Movió a los germanos á que se rebelasen y moviesen guerra contra el imperio su naturaleza de ellos, muy ajena e inhábil de todo buen consejo, y que desea, con poca esperanza de bienes, verse puesta en peligros; además de esto el odio de los príncipes, porque esta gente no sabe servir por fuerza, sino sólo a los romanos.

Dióles también grande esperanza ciertamente para esto el tiempo presente; porque como viesen que el romano imperio padecía tantas mutaciones en los emperadores con las discordias civiles, y conociendo que casi todo el universo que les era sujeto y los reconocía estaba en peligro, y sondeando a qué parte se tendría, pensaron que este tiempo que por las discordias y mutaciones tantas que habían entre sí padecido se les ofrecía, era el mejor y más cómodo para rebelarse.

Dábales este consejo y engañábalos con esta esperanza uno llamado Clasico, y otro llamado Civil; los más poderosos de aquellos que en otro tiempo deseaban innovar y revolverlo todo; movidos, pues, con aquella ocasión descubrieron lo que sentían y lo que tenían determinado hacer.
Habían ya deliberado sobre el consejo de experimentar qué ánimo tuviese el pueblo y la gente común; pero habiéndoles prometido también la mayor parte de los germanos rebelarse juntamente, sin que alguno por ventura de todos los otros discordase, pareció que, por divina providencia, Vespasiano envió cartas a petilio Cercalo, el cual había sido antes regidor de Germania, con las cuales le declaró por cónsul, y mandóle partiese a administrar las Bretañas.

Partiendo, pues, éste para donde le había sido mandado, haciendo su camino, y habiendo oído que los germanos se habían rebelado, acometiólos estando ya muy grande ejército junto, e hizo en ellos gran matanza; y haciéndoles perder aquella locura y vanidad que habían concebido, hízolos recobrar sentido y sobriedad, pero si éste no llegara a estas partes antes, todavía poco después fueran bastantemente castigados: porque en la misma hora que vino la embajada de esto a Roma, Domiciano, que era hijo de Vespasiano, habiéndolo oído y entendido, hizo, no como hiciera otro si fuera de su edad, porque era muy mozo, rehusando emprender tan gran cosa, antes con la fortaleza y esfuerzo que naturalmente de su padre tenía, y ejercitado más y mejor de lo que su edad sufría, partió luego contra los bárbaros.

Entendiéndolo éstos y amedrentados por saber la gente y ejército que consigo traía, todos se rindieron, sacando de aquello esta gran ganancia, que fueron sujetados otra vez y puestos debajo del mismo yugo que antes estaban, sin algún derramamiento de sangre.

Ordenadas, pues, todas las cosas de la Galia como convenía, por que no pudiesen moverse jamás así tan fácilmente, Domiciano, venciendo con su consejo muy señalado y esclarecido con sus obras y hechos a su edad, los cuales levantaban hasta el cielo el nombre de su patria, volvióse a Roma.

Habíase juntado en este concierto de los germanos el atrevimiento y osadía de los escitas; porque aquellos que se llamaban sármatas, pasando gran muchedumbre de ellos el río Istro, que llamaban Danubio, con gran crueldad y fuerza, por haber arremetido con ímpetu y furor, sin pensar en ello, mataron muchos de los romanos que hallaron de guarnición en las ciudades que entraron; y el legado o embajador que el cónsul enviaba, viniéndoles al encuentro, y habiendo con ellos peleado valerosamente fué muerto, y entrábanse en todas las ciudades y regiones que al encuentro les venían, prendiendo, robando, matando y quemándolo todo, donde quiera que hallaban resistencia.

Entendiendo esto Vespasiano, y sabiendo la destrucción hecha en Mesia, envió allá a Rubrio Galo, para que tomase castigo de ellos, el cual mató en diversos combates muchos de ellos; y los que pudieron salvarse y huir recogiéronse a sus tierras muy atemorizados.

El general, acabada esta guerra, tuvo por bien proveer, para que no pudiesen en otro tiempo rebelarse; porque puso en todos aquellos lugares más guarniciones y mayores, de tal manera que no dejó paso, ni les era ya posible a los bárbaros pasar a aquellas tierras.

Esta fué la diligencia con que se dió fin a la guerra de Mesia.

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Usted está leyendo el Libro VII de La Guerra de los Judíos