Capítulo XXI

De la destrucción de los judíos hecha en Antioquía

Aconteció en este mismo tiempo, que los judíos que quedaban en Antioquía padecieron gran mal y gran matanza, levantándose contra ellos toda la ciudad de Antioquía, tanto por las acusaciones que al presente dieron contra ellos, cuanto por las que habían poco antes entendido, y habían sido hechas, de las cuales me parece necesario contar algo, para que después sucesivamente podamos dar razón y cuenta de todo lo que sucedió; porque los judíos fueron muy esparcidos por todas las ciudades del universo; pero por la vecindad, había en Siria en la ciudad de Antioquía gran parte, siendo también la ciudad muy grande, y los reyes que habían sido después de Antíoco les habían dado gran libertad y poder para habitar en ella; porque Antíoco, el que fué llamado Epifanes, destruyendo la ciudad de Jerusalén dió saco a todo el templo, y los que le sucedieron después en el reino, cuanto habían habido de los dones de cobre ofrecidos al templo, volviéronlo todo a los judíos que vivían en Antioquía, dedicándolo a su Sinagoga, y concediéronles tanta libertad y derecho en la ciudad como tenían los mismos griegos.Siendo tratados asimismo por todos los reyes que después sucedieron, creció el número de esta gente, y levantaron muchos más solemnes edificios en su templo, enriqueciéronlo con muchos dones qué le ofrecieron muy magníficos, y llegando siempre a sí por su religión gran número de gente pagana, hiciéronlos casi como parte o naturales judíos; pero siendo proclamada y denunciada la guerra públicamente, y habiendo entonces llegado con una nao Vespasiano a Siria, y creciendo el odio de los judíos en todas partes, entonces uno de ellos llamado Antíoco, varón digno de mucha honra por causa de su padre, porque era príncipe de los judíos, que estaba en Antioquía, estando todo el pueblo de Antioquía junto en un teatro, salió en medio de todos acusando a su padre y a todos los otros, fingiendo que querían todos poner fuego una noche a toda la ciudad, y descubrió algunos judíos de los que se habían hospedado allí como sabedores y partes de esto.

Oídas estas cosas, no podía el pueblo contener su ira, antes luego mandaron traer mucho fuego y quemar a los que les habían sido entregados, y fueron todos quemados en el mismo teatro; y dábanse prisa por venir contra toda la muchedumbre de judíos que allí había, pensando que tomando castigo de ellos, guardarían y defenderían a su patria.

Pensó también Antíoco mover más la ira y saña de los paganos, con mostrar que había mudado su voluntad en lo de su religión; porque sabía que aborrecía esta gente mucho las costumbres de los judíos, sacrificó él según los paganos acostumbraban, y mandó que todos los judíos hiciesen lo mismo, porque los que rehusasen hacerlo serían tenidos por traidores.

Habiendo los de Antioquía hecho experimento de esto, hubo muy pocos que en ello consintieron, y todos los otros que no quisieron fueron muertos. Tomando Antíoco gente del capitán de los romanos, mostraba con ella su crueldad contra sus compatriotas, no dejándolos celebrar su fiesta el séptimo día de la semana, según tenían por costumbre, antes los forzaba a que hiciesen todo lo que los otros días hacer acostumbraban, y forzólos a hacer esto en tanta manera y con tanta fuerza, que no sólo fueron quebrantadas ya las fiestas en Antioquía solamente; sino tomando de aquí principio, en breve tiempo fué hecho lo mismo en todas las otras ciudades.

Habiendo, pues, padecido tanto daño en Antioquía, acontecióles otra nueva destrucción; y con propósito de contarla, hemos relatado todo lo dicho: porque quemándose el mercado y las arcas adonde las escrituras y procesos públicos estaban y otras cosas, apenas pudo ser detenido el fuego ni muerto antes de quemarse toda la ciudad; tan gran poder había tomado, y Antíoco acusó luego a los judíos como culpados en este hecho. Los naturales de Antioquía cuando no tuvieran mucho antes enojo alguno contra los judíos, fácilmente fueran movidos con la nueva acusación del fuego; y con esto les persuadió mucho más, y fué causa de que le diesen mayor crédito, de tal manera que pensaban y creían todos haber visto Antíoco que los judíos ponían fuego a la ciudad, y como furiosos vinieron con gran fuerza e ímpetu contra los que Antíoco acusaba. Apenas se pudo reprimir ni sosegar el alboroto levantado.

Cólega el embajador y mancebo, pidió que le dejasen hacer saber a César el alboroto levantado (porque ya Vespasiano les había enviado el regidor de Siria, Sesenio Peto; pero éste aun no había llegado.) Haciendo después Cólega gran pesquisa y diligencia, por saber la verdad de lo que pasaba, halló lo que buscaba; y descubrió cómo ninguno de los judíos de los que eran acusados por Antíoco tenían culpa alguna en todo aquello: porque unos hombres perdidos y bellacos habían cometido todo aquello por causa de muchas deudas que tenían, pensando que quemada la Corte y escrituras o procesos públicos serían libres de toda exacción y demanda.

Todavía los judíos, por saber las acusaciones grandes que les levantaban, aguardaban lo que sería de ellos, pero con temor muy grande, sin saber qué consejo en ello mejor tomasen.

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Usted está leyendo el Libro VII de La Guerra de los Judíos