Capítulo XIII

Del imperio de Tito y de cómo los sacerdotes fueron muertos.

Viendo los romanos que todos los sediciosos habían huido a la ciudad, pues el templo y todo lo que alrededor había estaba hecho brasa, pusieron sus banderas en el templo delante de la puerta del Oriente, y habiendo celebrado allí grandes sacrificios, declaraban por emperador con grandes voces a rito; pero hurtaron tanto los soldados, que no valía en Siria un peso de oro sino 1a mitad de lo que antes solía valer.

Entre los sacerdotes que habían permanecido y salvádose en la pared del templo que arriba dijimos, había un muchacho que, muriéndose de sed, pedía a los romanos que lo recibiesen con paz, y confesaba la gran sed que tenía, y dándole la mano los romanos, movidos a compasión, no menos de su edad que de su necesidad, habiendo ya bebido y llenado el cántaro que consigo trajo, retiróse huyendo a los suyos, y no hubo guarda alguna de las que allí había que lo pudiese alcanzar, pero maldecían y vituperaban su poca fe y su gran infidelidad. Respondíales él que no había hecho algo contra lo que les había prometido, porque la promesa que él les había hecho no era que hubiese de quedar con ellos, sino para que solamente descendiese y tomase agua, y habiéndolo él hecho así, no tenían por qué decirle quebrantador de la fe, pues antes había guardado todo lo prometido. Los que habían sido engañados maravillábanse de ver un muchacho de tan poca edad tan astuto.

Cinco días después descendieron los sacerdotes muertos ya de hambre, y los que estaban de guarda lleváronlos a Tito, los cuales solamente le pedían les guardase la vida y dejase salvos. Respondiendo éste que ya el tiempo para alcanzar el perdón se les había pasado y había perecido ya todo aquello por lo cual él les había de perdonar y dejarlos méritamente con la vida, y que convenía que los sacerdotes pereciesen con el templo, pues éste era ya consumido, mandólos llevar a que fuesen todos degollados.

Los tiranos con sus compañeros, por verse cercados por todas partes, sin manera ni esperanza de poder huir ni librarse, movieron a Tito que les hablase. Deseando éste, por su benignidad natural, conservar lo que de la ciudad quedaba y persuadiéndole Tomismo sus amigos, porque pensaban que los ladrones se habían ya algo moderado, paróse en la parte occidental del templo. Había aquí, encima del portal, unas puertas y un puente que juntaba la ciudad por la parte alta con el templo, y ésta estaba entonces en medio de Tito y de los tiranos. Había también muchos soldados de entrambas partes; los judíos miraban a Juan y Simón confiando alcanzar perdón, y los romanos a su emperador, por ver y conocer con cuánto amor los recibiría.

Habiendo mandado pregonar que refrenasen sus soldados la ira y las armas, puso Tito uno por lengua que les hablase: esto era lo que manifestaba ser él señor, y él mismo les dijo y comenzó a hablar primero de esta manera:

"¿Estáis ya, pues, hartos del daño y males, oh varones, que han acontecido a vuestra patria, habiéndoos olvidado de la mucha virtud de los romanos y de vuestra poca fuerza? Pero con ímpetu mal considerado y furioso echáis a perder la ciudad, el templo y todo el pueblo, y a la postre pereceréis vosotros también muy justamente; pues que primero, después que Pompeyo os venció valerosamente, nunca habéis dejado de buscar novedades e innovar vuestro estado; después levantasteis también y movisteis guerras contra el pueblo romano, por ventura confiados en que erais gran número de gente. Pues un escuadrón pequeño de romanos os resistió, ¿acaso esperabais que os habían otros de ayudar? ¿Qué gente no hay sujeta a nuestro imperio que desease ayudar más y servir a los judíos que a los romanos? ¿Confiasteis, pues, en vuestra fuerzas y valentía? ¿NO sabéis que los germanos nos sirven y reconocen por señores? Os confiasteis en la fortaleza o firmeza de vuestros muros, pues qué mayor muro que todo el mar océano, y qué mayor obstáculo o impedimento, con el cual estaban fortalecidos los britanos y muy rodeados, y nos sirven ahora y adoran las armas de los romanos? ¿Pensasteis que habíais de vencer por ser de ánimo más constante y firme, v tener capitanes más prudentes y más experimentados? ¿Sabéis todos haber sido presos por fuerzas nuestras los cartagineses? Os movió, pues, por cierto solamente contra nosotros la benignidad que en los romanos habéis experimentado; porque primeramente os dejamos libremente habitar en estas tierras; porque os dimos reyes de vuestra propia y natural gente; porque os hemos guardado y conservado las leyes de l: patria; porque hemos permitido que vivieseis, no sólo apartados de la comunidad de las otras gentes, pero aun viviendo vosotros con otros os hemos dejado vivir a vuestra voluntad, t~ os concedimos, lo que es de tener en más, tomar tributo en nombre de Dios y recoger dones en vuestro templo, sin detener y prohibir a los que los ofrecían, y todo esto para que fueseis más ricos enemigos nuestros, y con el dinero nuestro pudieseis armares contra nosotros.

"Habiéndoos, pues, hecho tantos beneficios, quisisteis mostrar cuán abundantes y hartos estabais de todo contra aquellos que os los habían concedido; y como suelen las fieras serpientes, echasteis la ponzoña de vuestros ánimos contra aquellos que os halagaban y tanto bien hacían, pues así menospreciasteis 1a negligencia de Nerón; y como si se os hubiese quebrado un miembro de vuestro cuerpo o se os hubiese encogido, no pudiendo bien reposar, descubristeis y fuisteis hallados en mayor vicio, y os alargasteis a tener esperanzas más altas y peores de lo que os convenían, y a codiciar cosas muy grandes y demasiadas.

"Vino mi padre a vuestras tierras, no por tomar castigo de lo que merecíais por lo que contra Cestio habíais hecho, sino por enmendares y corregiros con consejo. Y como debiese, si tuviera intención de destruir vuestra nación, perseguiros a todos y desolar esta ciudad toda, quiso más destruir a Galilea y a los lugares vecinos de allá, por daros tiempo para proveeros y pedir la paz, y para que mostraseis señal alguna de arrepentimiento de todo lo hecho.

"Esta humanidad y clemencia suya os parecía cobardía y poca fuerza, y con nuestra mansedumbre habéis criado vuestro atrevimiento.

"Muerto Nerón hicisteis lo que acostumbran hacer todos los malos, y de las discordias que habéis sabido que había entre los nuestros, tomasteis esperanza y nuevo atrevimiento: y habiendo yo partido con mi padre para Egipto, pensasteis que era este tiempo el propio y conveniente para mover la guerra.

"No tuvisteis vergüenza de perturbar y desordenar los príncipes y regidores que os dejamos declarados, a los cuales habíais experimentado todos por capitanes muy humanos y mansos.

"Viniendo finalmente el imperio a poder de mi padre, siendo todos en ello muy conformes; y enviando embajadores de todas partes extrañas para darle el parabién, según se acostumbra hacer, luego otra vez los judíos se levantaron como enemigos: enviasteis luego de la otra parte del Eufrates embajadas por mover novedades; cercasteis nuevamente vuestros muros; levantáronse motines y revueltas entre vosotros, y también contiendas de tiranos y guerra entre vosotros mismos: cosas son éstas, ciertamente, que no convienen sino a hombres muy llenos de toda maldad.

"Habiendo yo venido muy mandado y contra voluntad por mi padre con tristes mandamientos para vuestra ciudad, alegrábame ver que el pueblo tenía intención de haber la paz.

"Antes de comenzar la guerra, yo os rogaba que cesaseis, y peleando también, en parte os perdonaba, no ejecutando en vosotros mis fuerzas, según pudiera, ni negando libertad a los que de grado se rendían y pasaban a mi parte: guardé mi fe y mi palabra con todos los que a mí se acogían, y refrené a los que movían y encendían la guerra con azotes y castigo; traje forzado y contra mi voluntad las máquinas y tiros míos a vuestros muros; refrené siempre a mis soldados que deseaban todos daros la muerte. Cuantas veces yo vencí, tantas trabajé por moveros y atraeros a pedirme paz, no con menor ánimo que si yo fuera el vencido.

"Habiéndome llegado después cerca del templo, olvidándome adrede de lo que la ley de guerra manda, yo os suplicaba que quisieseis excusar tal destrucción, y guardar y conservar vuestro templo y vuestras cosas sagradas; dábaos facultad y licencia para salir libremente y para pelear en otro tiempo y en otro lugar si pelear queríais.

"Todas estas cosas menospreciasteis, quemasteis vosotros mismos, y pusisteis fuego con vuestras manos al templo. Ahora, malvados, moveisme a que hable: ¿Qué hay ya que guardar que sea tal como lo que ha sido destruido? ¿Qué salud pensáis merecer vosotros mismos, después de haber sido causa que un templo tal fuese destruido? ¿Aun ahora os mostráis armados con las lanzas enristradas, y estando ya en vuestra final destrucción, no sois aún para humillaros? ¡Oh miserables! ¿Con qué esperanza hacéis esto? ¿Por ventura todo vuestro pueblo no está ya muerto y consumido? ¿No es destruido ya el templo y la ciudad es ya mía? Vuestras almas y vidas están ya en mis manos, ¿y aun con todo esto pensáis que es gloria de vuestra fortaleza morir pertinaces? No quireo contender ni pelear con vuestra pertinacia.

"Dejadas las armas aparte, entregándoos a mi poder, yo os perdono las vidas: y habiendo el Señor tomado venganza con mansedumbre, como en una casa privada o particular suele acontecer de las cosas más graves y que más ofendían, quiero conservar todo lo otro."

Respondieron ellos a todo lo que había dicho, que no podían ellos tomar la fe ni la palabra de Tito, porque habían jurado no hacer jamás tal cosa; y que sólo pedían licencia para salir por entre sus fuerzas y municiones por la parte que había cercado el muro: con sus hijos y mujeres, prometían irse a uh desierto o soledad, y dejarles la ciudad.

Enojóse por esto Tito gravemente, viendo que siendo sujetos a reconocerse como vencidos, pedían condiciones de vencedores: mandó que les fuese declarado con son de trompeta, que ninguno de ellos acudiese más a él y que ninguno esperase ya alcanzar fe, ni promesa alguna porque a ninguno había de perdonar; y que peleasen con todas sus fuerzas y trabajasen en hacer lo posible por guardar y conservar sus vidas: porque había determinado ejecutar en ellos el derecho y furor de la guerra.

Entonces dió licencia a sus soldados para que saqueasen la ciudad y le pusiesen fuego; pero ellos no lo hicieron en todo aquel día: el siguiente pusieron fuego al Archivo adonde estaban todos los libros: a la Corte del Consejo Real y a la villa alta y al lugar que llamaban Ofla. Llegaba el fuego hasta el palacio real de Elena, el cual estaba en medio de la villa alta: y no ardían menos las calles y las casas de la ciudad llenas de cuerpos muertos.

El mismo día los hijos del rey Izata y sus hermanos y muchos nobles del pueblo juntos, suplicaron a Tito que los perdonase y les diese su palabra: pero él, aunque estaba enojado con todos, no mudó su costumbre, antes los recibió. Mandó ponerlos a todos por entonces en guarda, y llevóse los hijos del rey y parientes atados después a Roma, para tomar allí rehenes de la palabra y fe que le habían prometido.

***

Usted está leyendo el Libro VII de La Guerra de los Judíos