Capítulo XII

De las señales principales que precedieron y se mostraron antes de la ruina y destrucción de Jerusalén.

El miserable pueblo, así pues, creía a los engañadores de Dios y del mundo: mostráronse señales muchas y prodigios, los cuales manifiestamente declaraban la destrucción presente, pero ni las advertían ni aun las querían creer, antes como atónitos y sin sentido, como hombres ciegos y sin almas, disimulaban y cubrían todo cuanto Dios les mandaba y descubría: una vez cuando pareció la estrella como una espada ardiente encima de la ciudad, y duró la cometa todo el espacio de un año entero; también cuando antes de la guerra y rebelión primera, el día de la pascua, juntándose el pueblo, según tenían de costumbre, a ocho días del mes de abril, a las nueve de la noche, se mostró tanta lumbre alrededor del altar y alrededor del1 parecía ciertamente ser un día muy claro, y duró esto media hora larga, y aunque los ignorantes y la gente que no lo entendía lo tuviesen por muy buena señal, todavía los que lo entendían tuvieron por cierto y juzgaron lo que había de ser.

Este mismo día y en la misma fiesta, un buey que traían para sacrificar, parió un cordero en medio del templo. La puerta oriental del templo interior, siendo de cobre muy grande y muy pesada, la cual apenas podían cerrar cada noche veinte hombres, y tenía los cerrojos todos de hierro y las aldabas muy altas, las cuales daban en lo hondo de una piedra muy grande, que estaba en el umbral de la puerta, se mostró abierta una noche a las seis horas, sin que alguno llegase a ella. Cuando las guardas que estaban en el templo llegaron a hacer saber esto a los sacerdotes, a quienes el negocio pertenecía, vinieron todos y apenas la pudieron cerrar: pero esta señal parecía también buena a la gente idiota y popular. Decían que había Dios abierto la puerta de los bienes. La gente más prudente y los sacerdotes del templo pensaban que sus fuerzas de grado se rompían y deshacían, y que abrirse las puertas era don y merced grande que los enemigos les hacían, y de esto significaban haber de suceder gran destrucción y soledad. .

Pocos días después de los días de las fiestas, a los veintiuno del mes de mayo se mostró otra señal increíble a todos muy claramente. Podría ser que lo que quiero decir fuese tenido por fábula, si no viviesen aún algunos que lo vieron, y si no sucedieran los fines y muertes tan grandes como eran las señales: porque antes del sol puesto se mostraron en las regiones del aire muchos carros que corrían por todas partes y escuadrones armados, pasando por las nubes derramadas por toda la ciudad, pues al día de la fiesta que llaman de Pentecostés, habiendo los sacerdotes entrado de noche en la parte del templo más cerrada, para hacer, según tenían de costumbre, sus sacrificios, al principio sintieron cierto movimiento y cierto ruido; y estando atentos a lo que sería, oyeron una súbita voz que decía: Vámonos de aquí.

Y lo que fué más horrendo y aun más espantoso que todo lo dicho, hubo un hombre rústico y plebeyo llamado Jesús, hijo de Anano, que, cuatro años antes de comenzarse la guerra, estando la ciudad en gran paz y en gran abundancia, habiendo venido a la fiesta que entonces se celebraba, en la cual tienen por costumbre ataviar y adornar las cosas sagradas del templo por honra de Dios, comenzó a dar voces grandes repentinamente. Voz por Oriente, voz por Occidente, voz por las cuatro partes de los vientos, voz contra Jerusalén y contra el templo, voz contra los recién casados y recién casadas, voz contra todo este pueblo. Y dando tales voces rodeaba todas las plazas y calles de la ciudad.

Algunos de los varones de más nombre y más señalados, pesándoles mucho por saber la suerte adversa y desdicha que aparejada les estaba, prendieron al hombre y diéronle muchos azotes por que callase. No dejó él por esto de dar gritos de la misma suerte, sin tener cuenta, ni consigo, ni con aquellos que lo maltrataban, ni habló algo secreto; antes perseveraba dando las mismas voces y diciendo lo mismo.

Pensando los regidores de que era este movimiento y la ciudad lo que verdad así era, voz divinamente enviada, trajeronlo al presidente romano, a donde fué desollado hasta los huesos con azotes que le dieron; pero con eso no rogó jamás que lo dejasen, ni le salió lágrima alguna, sino que como mejor podía a cada azote o golpe que le daban, bajaba algo su voz muy lamentablemente y decía: ¡Ay, ay de ti, Jerusalén!

Como Albino, que era entonces juez, le preguntase quién era, o de dónde o por qué razón daba tales voces, no le respondió. Pues no cesó de gritar, ni llorar la desdicha de la ciudad misehable, hasta tanto que juzgando Albino que estaba loco, le dejó libre: hasta el tiempo de la guerra no se veía con ciudadano alguno, ni hubo tampoco quien lo viese hablar; antes se estaba cada día como elevado orando, y como casi quejándose, decía: ¡Ay, ay de ti, Jerusalén! No maldijo a alguno como fuese cada día maltratado, ni decía bien tampoco a los que le traían de comer. Solamente tenía estas palabras en la boca, las cuales eran tristes nuevas y señales para todos. Daba voces principalmente los días de fiesta y perseverando en esto siete años y cinco meses a la continua, nunca enronqueció ni jamás se cansó: hasta tanto que llegado ya el tiempo, cuando fué la ciudad cercada, entendiendo todos claramente lo que significaba, él se reposó. Y rodeando otra vez la ciudad por encima del muro, gritaba con la voz alta: ¡Ay, ay de tí ciudad, templo y pueblo! Como llegando ya el fin de sus días dijese: ay de mí también; una piedra echada con uno de aquellos tiros, luego lo mató, y le hizo salir el alma que aun lloraba todo el daño y destrucción que tenía presente.

El que pensare, pues, aquesto, hallará ciertamente, que Dios aconseja bien a los hombres y les muestra en todas las maneras cómodas y posibles, lo que les es saludable y conveniente, y ellos mueren y perecen con males que ellos mismos por su locura y falta de entendimiento se acarrean. Pues los judíos, después que les fué tomada la torre Antonia, habían hecho cuadrado el templo, teniendo en sus libros sagrados escrito que la ciudad y templo había de ser tomado y destruido si el templo se hacía cuadrado.

Pero lo que a ellos principalmente les movió a ser pertinaces y guerrear, era una respuesta dudosa, hallada también en los libros y escrituras sagradas, la cual decía: que había de ser en aquel tiempo, cuando un hombre nacido entre ellos había de tener el imperio del Orbe universo. Tomaron esto como propio, y muchos sabios se engañaron en declarar lo que esto significaba. Y esta profecía declaraba el imperio de Vespasiano, el cual fué elegido emperador estando en Judea. Pero no pueden los hombres excusar lo que ha de ser, aunque antes lo vean y lo entiendan. Estos interpretaron parte de estas señales, según su codicia y lujuria: parte también menospreciaron, hasta tanto que con la muerte y destrucción, así de ellos, como de su patria, fué descubierta y castigada la maldad de esta gente.

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