Libro séptimo: De la pobreza

Compuesto de varias sentencias Epicuro dijo que la honesta pobreza era una cosa alegre; y debiera  decir que siendo alegre, no es pobreza; porque el que con ella se aviene  bien, ese solo es rico, y no es pobre el que tiene poco, sino el que desea  más; pues aprovecha poco al rico lo que tiene encerrado en el arca y en  los graneros, los rebaños de ganado y la cantidad de censos, si tras eso  anhela lo ajeno, y si tiene el pensamiento, no sólo en lo adquirido, sino  en lo que codicia adquirir. Pregúntasme cuál será el término de las  riquezas. Lo primero es tener lo necesario, y lo segundo poseer lo que  basta. No habrá quien goce de vida tranquila mientras cuidare con demasía  de aumentar su hacienda, y ninguna aprovechará al que la poseyere, si no  tuviere dispuesto el ánimo para la pérdida de ella. Por ley de naturaleza  se debe juzgar rico el que goza de una compuesta pobreza, pues ella se  contenta con no padecer hambre, sed, ni frío. Y para conseguir esto no es  necesario asistir a los soberbios umbrales de los poderosos, ni surcar con  tempestades los no conocidos mares, ni seguir la sangrienta milicia; pues  con facilidad se halla lo que la naturaleza pide. Para lo superfluo y no  necesario se suda; por esto se humillan las garnachas, y esto es lo que  nos envejece en las pretensiones y lo que nos hace naufragar en ajenas  riberas. Porque lo suficiente para la vida, con facilidad se halla; siendo  rico aquel que se aviene bien con la pobreza, contentándose de una honesta  moderación. El que no juzga sus cosas muy amplias, aunque se vea señor del  mundo, se tendrá por infeliz. Ninguna cosa es tan propia del hombre, como  aquella en que no hay útil considerable para quien se la quita. En tu  cuerpo hay muy corta materia para robos; pues nadie, o por lo menos pocos  derraman la sangre humana por solo derramarla. El ladrón deja pasar al  desnudo pasajero, y para el pobre aun en los caminos sitiados hay  seguridad. Aquel abunda más de riquezas que menos necesita de ellas. Y si  vivieres conforme a las leyes de la naturaleza, jamás serás pobre; si con  las de la opinión, jamás serás rico; porque siendo muy poco lo que la  naturaleza pide, es mucho lo que pide la opinión. Si sucediere juntarse en  ti todo aquello que muchos hombres ricos poseyeron, y si la fortuna te  adelantare a que tengas más dinero del que con modo ordinario se consigue,  si te cubriese de oro y te adornase de púrpura, y te pusiere en tantas  riquezas y deleites, que no sólo te permita el poseer muchos bienes, sino  el hollarlos, dándote estatuas y pinturas y todo aquello que el arte labra  en plata y oro para servir a la destemplanza, de estas mismas cosas  aprenderás a codiciar más. Los deseos naturales son finitos, y al  contrario, los que se originan de falsa opinión no tienen fin; porque a lo  falso no hay límites, habiéndole para la verdad. Apártate, pues, de las  cosas vanas, y cuando quieras conocer si el deseo que tienes es natural o  ambicioso, considera si tiene algún término fijo donde parar, y si después  de haber pasado muy adelante le quedare alguna parte más lejos a donde  aspire, entenderás que no es natural. La pobreza está despejada, porque  está segura y sabe que cuando se tocan las cajas, no la buscan; cuando es  llamada a alguna parte, no cuida de lo que ha de llevar, sino cómo ha de  salir. Y cuando ha de navegar, no se inquietan las riberas con estruendo  ni acompañamiento, no le cerca la turba de hombres, para cuyo sustento sea  necesario desear la fertilidad de las provincias transmarinas. El  alimentar a pocos estómagos, que no apetecen otra cosa más que el sustento  natural, es cosa fácil. La hambre es poco costo y es lo mucho el fastidio.  La pobreza se contenta con satisfacer a los deseos presentes. Sano está el  rico, que si tiene riquezas, las tiene como cosas que le tocan por  defuera. ¿Pues por qué has de rehusar tener por compañera a aquella cuyas  costumbres imita el rico que se halla sano? Si quieres estar desocupado y  librar el ánimo, conviene que desees ser pobre, o al menos, semejante a  pobre. No puede haber estudio saludable sin que intervenga cuidado de la  frugalidad, y ésta es una voluntaria pobreza que muchos hombres la  sufrieron, y muchos reyes bárbaros vivieron con solas raíces, pasando una  hambre indigna de decirse, y esto lo padecieron por el reino, y lo que más  admiración te causará es el padecer por reino ajeno. En las adversidades  es cosa fácil despreciar la vida; pero el que puede sufrir la calamidad,  ése muestra mayor valentía. ¿Habrá quien dificulte el sufrir hambre por  librar su ánimo de frenesí? A muchos les fue el adquirir riquezas, no fin  de las miserias, sino mudanza de ellas; porque la culpa no está en las  cosas, sino en el ánimo. Esto mismo que hizo no fuese grave la pobreza,  hará que lo sean las riquezas. Al modo que al enfermo no le es de  consideración ponerle en cama de madera o de oro, porque a cualquiera que  le mudes, lleva consigo la enfermedad; así tampoco hace al caso que el  ánimo enferme en riquezas o en pobreza, pues siempre le sigue su  indisposición. Para estar con seguridad no necesitamos de la fortuna,  aunque se muestre airada; que para lo necesario cualquier cosa es  suficiente. Y para que la fortuna no nos halle desapercibidos, hagamos que  la pobreza sea nuestra familiar. Con más detención nos haremos ricos, si  llegáremos a conocer cuán poco tiene de incomodidad el ser pobres.  Comienza a tener amistad con la pobreza; atrévete a despreciar las  riquezas, y luego te podrás juzgar sujeto digno para servir a Dios, porque  ninguno otro es merecedor de su amistad sino el que desprecia las  riquezas. Yo no te prohíbo las posesiones; pero querría alcanzar de ti que  las poseas sin recelos, lo cual conseguirás con sólo juzgar que podrás  vivir sin tenerlas, y si te persuadieres a recibirlas como cosas que se te  han de ir, aparta de tu amistad al que no te busca a ti por ti, sino  porque eres rico. La pobreza debe ser amada, porque te hace demostración  de los que te aman. Gran cosa es no pervertirse el ánimo con la  familiaridad de la riqueza, y sólo es grande aquel que, poseyendo mucha  hacienda, es pobre. Nadie nació rico, porque a los que vienen al mundo se  les manda vivan contentos con leche y pan, y de estos principios nos  reciben los reinos; porque la naturaleza no desea más que pan y agua, y  para conseguir esto nadie es pobre; y el que pusiere límite a sus deseos,  podrá competir con Júpiter en felicidad; porque la pobreza, ajustada con  las leyes de la naturaleza, es una riqueza muy grande; y al contrario, la  riqueza grande es una continua inquietud, que desvaneciendo el cerebro, le  altera, haciendo que en ninguna cosa esté firme: a unos irrita contra  otros, a unos llama a la potencia, y a otros hace desvanecidos, y a muchos  afeminados. Y si quieres averiguar que en la pobreza no hay cosa que sea  mala, compara a los pobres con los ricos, y verás que el pobre se ríe más  veces y con risa más verdadera, porque no estando combatido de cuidados,  se ve en tal altura, donde los que vienen se le pasan como ligera nube. Y  al contrario, la alegría de aquellos que juzgamos felices es fingida, que  aunque con gravedad resplandecen en la púrpura, sin descubrir en público  sus tristezas, son por esa causa mayores, por no serles lícito publicar  sus miserias, siéndoles forzoso mostrarse felices entre las calamidades  que les oprimen el corazón. Las riquezas, los honores, los mandos y todas  las demás cosas que por opinión de los hombres son estimadas, abstraen de  lo justo. No sabemos estimar las cosas, de cuyo valor no hemos de hacer  aprecio por la fama, sino por la naturaleza de ellas. Y éstas no tienen  cosa magnífica que atraiga a sí nuestros entendimientos más de aquello de  que solemos admirarnos; porque no las alabamos porque ellas son dignas de  apetecerse, sino apetecémoslas porque han de ser alabadas. Tienen las  riquezas esta causa antecedente, que ensoberbecen el ánimo, engendran  soberanía y arrogancia, con que despiertan la envidia, y de tal manera  enajenan el entendimiento, que aun sola la opinión de ricos nos alegra,  siendo muchas veces dañosa. Conviene, pues, que todos los bienes carezcan  de culpa; que los que son de esta manera son puros y no corrompen ni  distraen el ánimo, y si lo levantan y deleitan, es sin recelos; porque las  cosas buenas engendran confianza, y las riquezas entendimiento. Las cosas  buenas dan grandeza de ánimo, y las riquezas dan insolencia.