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LIBRO TRIGÉSIMO SÉPTIMO CAPÍTULO PRIMERO Museo es un lugar de Macedonia, próximo a Olimpia....................................................... .............................................................................................................................. CAPÍTULO II Acaeció por entonces a los prienios una desgracia verdaderamente extraña. Mientras Holofernes era dueño de Capadocia, depositó en Priena una suma de cuatrocientos talentos, y al ser Ariarates restaurado en el trono, pidió esta cantidad. Los prienios se negaron a entregarla por un motivo que me parece justo, cual era que mientras viviese Holofernes no debían disponer del depósito que les había confiado. Efectivamente, muchas personas censuraban a Ariarates su decisión de exigir lo que no era suyo, porque limitándose a pedir la suma para ver si se la entregaban, pudiera excusar la petición manifestando que aquella cantidad pertenecía al reino; pero hizo muy mal en irritarse contra la ciudad depositaria y exigirla con violencia. A tal exceso llevó su arrebato, que hizo saquear el territorio de Priena, siguiendo el mal consejo que por algunas cuestiones que tuvo con esta ciudad le dio Attalo, quien además le ayudó a realizarlo. Hasta en las puertas de la ciudad fueron degollados en montón hombres y animales. Sin elementos para defenderse, los prienos pidieron primero ayuda a Rodas y después a Roma, pero no cedió Ariarates, y lejos de sacar Priena el provecho que esperaba de aquella gran suma, tras devolverla a Holofernes tuvo que sufrir las consecuencias de la injusta venganza de Ariarates, que llevó su cólera a mayor extremo que Antífanes de Bergea, no siendo fácil ver cosa igual a nuestros más remotos descendientes. CAPÍTULO III Ni por el cuerpo ni por el espíritu destacaba este príncipe. Como estatura parecía un medio hombre, y por el valor y corazón, una mujer. No sólo era tímido, sino endeble e incapaz del trabajo; en una palabra, afeminado de cuerpo y alma, defectos que en todas partes desagradan en los reyes, y mucho más en Bitinia. Las bellas letras, la filosofía y demás ciencias relacionadas con ellas, le eran perfectamente desconocidas, y no tenía idea alguna de lo bello y de lo honesto. Noche y día vivía como verdadero Sardanápalo, y por ello sus súbditos, al primer rayo de esperanza que vieron, lanzáronse impetuosos contra él para castigarle por la forma en que los había gobernado. CAPÍTULO IV Fue este príncipe en nuestro siglo el más cumplido y feliz. Su reinado pasó de sesenta años, y falleció a los noventa, conservando hasta el último momento perfecta salud y tanta robustez, que cuando precisaba permanecer de pie lo estaba todo un día sin cambiar de lugar, y una vez sentado, no se levantaba antes de la noche. Sin molestia pasaba, cuando era necesario, día y noche a caballo. Prueba manifiesta de su fuerza es que, muriendo nonagenario, dejó un hijo de cuatro años llamado Stembalo, que fue adoptado por Micipsa. Tuvo además otros cuatro hijos tan estrechamente unidos a él y entre sí, que ningún disgusto doméstico turbó el reposo de su reino. Admirable es en este rey haber logrado que la Numidia, que antes nada producía, creyéndosela estéril, diera todos los frutos que cualquier otra comarca. No se pueden enumerar los árboles que hizo plantar, y que le proporcionaban toda clase de frutos, y nada más justo que alabar a este rey y honrar su memoria. Llegó Escipión a Cirta tres días después de la muerte de Massinisa, y ordenó los asuntos de la sucesión. CAPÍTULO V «Refiere Polibio que Massinisa falleció a los noventa años, dejando un hijo de cuatro años de edad. Poco antes de su muerte, tras la batalla en que venció a los cartagineses, se le vio a la puerta de su tienda comiendo un pedazo de pan negro, y preguntándole alguno por qué hacía esto, contestó, que porque quería con ello.............................................................. ............................................................................................................................. CAPÍTULO VI Tal vez nos preguntes por qué no hemos incluido en nuestra historia los discursos de los hombres de Estado, rica materia y cosa importante que no descuidaron otros historiadores, distribuyéndolos en sus obras. En varios lugares de mi historia he demostrado no desdeñar esta costumbre, incluyendo discursos de hombres políticos y arengas de generales; pero en tesis general prefiero sin empeño de imponerla, mi forma de escribir la historia. No existe sin duda materia más rica brillante y fácil de encontrar, ni que sea más familiar pero así como creo que los hombres políticos no deben dedicarse a hacer en todos casos pomposas disertaciones de igual modo no conviene a los historiadores reproducir cuantas frases oyen o recogen, ni hacer gala de recursos literarios, sino descubrir lo que verdaderamente se ha dicho y referido, escogiendo lo más oportuno e importante. CAPÍTULO VII Infinitos rumores corrieron respecto a los cartagineses cuando los romanos les hicieron la guerra y relativos al falso Filipo y a los griegos en general. Los asuntos de Cartago sufrieron muchas variaciones: manifestaban unos, para justificar su inclinación a los romanos, que las ideas de éstos respecto al gobierno eran excelentes; vencer al fin el peligro que con frecuencia les había amenazado; destruir una ciudad que luchó varias veces por el imperio del mundo y que aun podía luchar, era el medio de asegurar la superioridad de su patria. Así opinaban los hombres sensatos y de alteza de miras.Respondían algunos que no era tal su intención al adquirir el imperio, mas que insensiblemente se inclinaban al sistema invasor de Atenas y Lacedemonia, marchando con paso lento pero seguro a la realización de su empresa. ¿No guerrearon mientras hubo enemigos que vencer para imponerles su voluntad, sus condiciones y sus órdenes? He aquí el prólogo de una política que condujo a la ruina de Perseo y usurpación del reino de Macedonia y que producía ahora la conquista de Cartago. Nadie se libró de su poder, lo cual prueba que tenían un plan severo e inflexible y que estaban resueltos a sufrirlo todo y emprenderlo todo por llevarlo a cabo. CAPÍTULO VIII Recibieron los aqueos en el Peloponeso misivas de Manilio que les aconsejaba enviar inmediatamente a Lilibea a Polibio el Megalopolitano que era muy necesario para los asuntos públicos, y los aqueos atendieron el deseo del cónsul. Por mi parte, opinando que les convenía obedecer en todo a los romanos, dejé a un lado mis asuntos y me embarqué; pero al llegar a Corcira recibí nuevas cartas de los cónsules manifestando que los cartagineses habían entregado ya los rehenes y se hallaban dispuestos a la obediencia. Juzgué acabada la guerra, creí que ya no me necesitaban. CAPÍTULO IX Derribáronse las estatuas de Calícratos y restauráronse las de Licortas cuando éste subió al poder, por cuya mutación todo el mundo dijo que no conviene en días de prosperidad dañar a nadie, sabiendo que la fortuna se complace en derribar desde lo más alto de su ambición a los ambiciosos............................................................................................................ ............................................................................................................................... La raza humana es grandemente aficionada a novedades y cambios. CAPÍTULO X Despacharon embajadores los romanos para censurar a Nicomedes su expedición, e impedir a Attalo que hiciese la guerra a Prusias, y los elegidos fueron Marco Licinio, gotoso que no podía moverse, Metelo Maucino, que desde que recibió el golpe de una teja en la cabeza se hallaba tan mal de salud que desesperaban de curarle, y Lucio Maleolo, el más insensible tal vez de los romanos. Como la misión exigía rapidez y audacia, los elegidos no parecieron a propósito, y por esto declaró Marco Porcio Catón, en pleno Senado, que necesariamente sería muerto Prusias, y que Nicomedes envejecería tranquilo en el trono; porque ¿qué se podía esperar de una embajada a la que faltaban pies, cabeza y corazón? CAPÍTULO XI Por mi parte, diré lo que opino en cuanto lo permite el género de mi trabajo. Cuando es difícil o imposible a nosotros, débiles mortales, encontrar la causa de un acontecimiento, se puede recurrir a un dios o a la fortuna, como, por ejemplo, sucede con las lluvias o sequedad continua que destruyen los productos de la tierra, con las epidemias y otros fenómenos cuyas causas no se descubren fácilmente. En un conflicto de esta clase rogamos, sacrificamos, preguntamos a los dioses lo que es preciso decir o hacer para alivio de nuestros males; mas cuando es fácil conocer el origen de un acaecimiento, no creo útil la intervención de los dioses. |
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