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LIBRO VIGÉSIMO QUINTO CAPÍTULO PRIMERO Los messenios, que por su imprudencia llegaron a mísera situación, por generosidad de Licortas y de los aqueos uniéronse de nuevo a la Liga de que se habían separado. También ganó entonces la Liga a Turia, Abia y Fares, que en el transcurso de la guerra se separaron de los messenios, erigiendo cada una su columna particular. Al conocerse en Roma que los aqueos habían acabado felizmente la guerra con los messenios, mudaron de lenguaje con los embajadores de aquellos, manifestándoles el Senado que había impedido llevar de Italia a Messenia armas y víveres, lo que hizo claramente comprender que ni desdeñaba ni descuidaba los asuntos exteriores, y que por el contrario consideraba mal hecho no consultarle sobre todas las cosas y no seguir su opinión. CAPÍTULO II Apenas llegaron al Peloponeso los embajadores de los desterrados de Lacedemonia, entregaron a los aqueos las cartas del Senado ordenando que se abriese a los proscritos las puertas de la patria. Contestóseles que esperaban para deliberar sobre las cartas a que regresaran de Roma los embajadores aqueos. Grabóse después en la columna el tratado llevado a cabo con los messenios, y se les concedió la inmunidad por tres años, de suerte que los daños causados por la guerra no les fueron más perjudiciales que a los aqueos. Poco después llegó de Roma Bippo, y manifestó que las cartas del Senado en favor de los desterrados no significaban empeño en que volvieran a su patria, sino deseo de librarse de sus impertinencias. En vista de ello los aqueos acordaren no cambiar nada de lo establecido. CAPÍTULO III Sin preocuparse Farnaces de lo que los romanos resolvieran, envió a Leocrito al frente de diez mil hombres para saquear la Galacia, y al iniciarse la primavera reunió sus tropas con la intención, al parecer, de invadir la Capadocia. Indignado Eumeno al ver tan escandalosamente violados los tratados más solemnes, reunió también sus tropas. Dispuestas ya a partir, llegó Attalo de Roma, conferenció con Eumeno acerca de la cuestión presente, y juntos marcharon contra Leocrito. No le encontraron en Galacia y avanzaron en dirección a Farnacia. En el camino se le presentaron comisionados de Carsignat y Gesotoro, partidarios de Farnaces, solicitando que no se les causara daño y prometiendo hacer cuanto se les ordenase; pero irritados ambos reyes por la infidelidad de estos príncipes, no quisieron escucharles. En cinco días de marcha llegaron de Calpito al río Halis, y seis días después a Amisa, donde se unió a ellos con su ejército el rey de Capadocia, y los tres arrasaron la llanura. Acampados se hallaban cuando llegaron los embajadores de Roma para restablecer la paz. Supo la noticia Eumeno, y envió a Attalo a recibirles y convencerles de que tenía recursos propios para resistir y aun hacer entrar en razón a Farnaces. A tal fin aumentó el número de sus tropas, proveyéndolas de todo lo necesario. Los embajadores aconsejaron a Eumeno y Ariarates no proseguir la guerra, y ambos príncipes accedieron, pero rogando a aquellos reunir un Consejo en que Farnaces se encontrara con ellos, a fin de convencerle cara a cara de su perfidia y crueldad, y si no era posible traerle, que examinaran por lo menos, como jueces imparciales, sus quejas contra este príncipe. No pudieron los embajadores negarse a peticiones tan justas y razonables, pero advirtieron a los reyes la conveniencia de retirar sus tropas de aquella región, porque habiéndoseles enviado para acabar la guerra, los actos de hostilidad se avenían mal con las conferencias para la paz. Consintió Eumeno, y al día siguiente levantó el campamento, retirándose a Galacia. Fueron seguidamente los embajadores a ver a Farnaces, y procuraron persuadirle de que el mejor medio para arreglar los asuntos era tener una conferencia con Eumeno. Farnaces la rechazó de una forma terminante, e hizo sospechar con su negativa que se reconocía culpado y que carecía de razones eficaces para justificarse; mas resueltos los embajadores a terminar de cualquier modo la guerra, no le dejaron hasta que accedió a enviar representantes a orillas del mar para arreglar la paz con las condiciones prescritas. Los de Roma, con los plenipotenciarios de Farnaces, se unieron entonces a Eumeno. Los romanos y el rey de Pérgamo se acomodaban a todo pero todo lo resistían y disputaban los embajadores de Farnaces; de suerte que apenas llegaba a un acuerdo con ellos en alguna cosa, pedían otra o mudaban de opinión. Viendo los comisarios de Roma que trabajaban en vano y que Farnaces no aceptaría ninguna condición, salieron de Pérgamo sin realizar nada. Los representantes de Farnaces regresaran también a su tierra; prosiguió la guerra, y Eumeno se preparó de nuevo a ella. Pidiéronle entonces los rodios que fuese a Rodas, y acudió a marchas forzadas para dirigir la campaña contra los licios. CAPÍTULO IV Llevado a cabo el tratado entre Farnaces, Attalo y los demás, cada cual condujo sus tropas a sus Estados. Eumeno se hallaba entonces en Pérgamo, convaleciente de grave enfermedad, y supo con satisfacción por Attalo la noticia del pacto, determinando enviar todos sus hermanos a Roma, por dos razones: una, poner fin a la guerra con Farnaces; y otra, que conocieran a sus hermanos los amigos que tenía en Roma y en el Senado. Realizaron el viaje a esta ciudad, donde ya eran conocidos de innumerables personas por haber militado con ellos en Asia. El recibimiento fue magnífico, no economizando nada el Senado para alojarles y tratarles con esplendidez. Hiciéronseles grandes regalos y se les concedió la audiencia más favorable. Ante el Senado recordaron, en largo discurso, los resultados de la estrecha alianza que su casa tenía de largo tiempo atrás con Roma; quejáronse de Farnaces y pidieron que se le castigara cual merecía. La contestación del Senado fue favorable. Se les prometió despachar nuevos embajadores que, sobre el terreno, procuraran por todos los medios posibles acabar la guerra. CAPÍTULO V Deseando Ptolomeo Epifanes aliarse a los aqueos, les envió un embajador con promesa de darles seis galeras de cincuenta remos armadas en guerra. El regalo se estimó digno de agradecimiento y fue aceptada la oferta del príncipe. Efectivamente valía ésta unos diez talentos. Para dar gracias a Ptolomeo por las armas y dinero que antes había remitido y para recibir las galeras eligieron los aqueos, en su Consejo, a Licortas, Polibio y el joven Arato. Licortas, porque era pretor cuando se renovó la alianza con Ptolomeo y defendió con empeño los intereses de este príncipe; Polibio, su hijo, que aun no había cumplido la edad prescrita por las leyes, porque el padre fue comisionado para reanudar la alianza con el rey de Egipto y traer a Acaia las armas y el dinero que éste dio a la Liga Aquea; y, finalmente, Arato, por lo mucho que quiso Ptolomeo a sus antecesores. Esta embajada no llegó a salir de Acaia, porque cuando iba a ponerse en camino murió Ptolomeo. CAPÍTULO VI Este lacedemonio fue el año anterior comisionado en Roma. Aunque joven, de humilde cuna y mal educado, tenía disposición para los negocios. Adquirió en poco tiempo reputación por las excitaciones que en el pueblo produjo y por una empresa que ningún otro hubiese intentado. Comenzó por distribuir en partes desiguales entre los más viles ciudadanos las tierras que los tiranos habían concedido a las hermanas, esposas, madres e hijos de los proscritos, y después, sin cuidarse de las leyes, sin decreto público, sin autoridad de magistrado, gastaba los fondos del Estado como si fueran suyos, derrochando en locuras las rentas de la República. Algunos ciudadanos a quienes esta conducta indignaba solicitaron con reiteradas instancias que, conforme a las leyes, se designaran cuestores para guardar el tesoro público, y así se hizo; pero Cherón, a quien la conciencia acusaba, tomó las medidas necesarias para Iibrarse de las pesquisas de estos nuevos funcionarios. El más capaz para descubrir sus malversaciones era uno de ellos, llamado Apolonides, y Cherón apostó algunos asesinos que le dieron muerte al volver del baño. La noticia de esta muerte sublevó el ánimo de los aqueos contra el asesino. El pretor salió inmediatamente para Lacedemonia, puso preso a Cherón, ordenóle responder del crimen de que se le acusaba y, condenado, ordenó encerrarle en un calabozo. En seguida aconsejó a los cuestores investigar cuidadosamente los fondos públicos y procurar que fuesen puntualmente devueltas las tierras arrebatadas a los parientes de los proscritos. CAPÍTULO VII Gran diferencia existía entre estos dos pretores de los aqueos, no sólo por su carácter, sino por su forma de gobernar. Había nacido el primero belicoso, y de ánimo y cuerpo era a propósito para la guerra. El otro, más inclinado a deliberar y arengar en los Consejos. Advirtióse principalmente esta diferencia cuando la República romana extendió su poder y su autoridad a Grecia, es decir, en tiempo de las guerras de Filipo y Antíoco. La política de Arístenes consistía entonces en llevar a cabo sin pérdida de tiempo cuanto juzgaba favorable a los intereses de los romanos, y a veces, antes de recibir órdenes de éstos. Procuraba, no obstante, disfrazar su adhesión a Roma con aparente recelo por las leyes, y cuando le pedían algo abiertamente contrario a ellas, negábase a concederlo. Filopemen obraba de otro modo. Si lo que los romanos exigían de Acaia era conforme a las leyes y a los tratados de alianza efectuados con ellos, ejecutaba las órdenes inmediatamente y sin argucias para eludir el cumplimiento; pero cuando sus pretensiones traspasaban los límites legales, no se sometía a ellas de buen grado, exigiendo que primero se le dijera el motivo, después se suplicara el cumplimiento de los tratados, y si permanecían inflexibles tomar a los dioses por testigos de la infracción, y obedecer. CAPÍTULO VIII Paréceme gran error dejarse llevar por la cólera hasta el extremo de destruir cosechas, árboles y casas, arrasando las comarcas; porque creyendo amedrentar al enemigo al saquear sus tierras y arrebatarle sus riquezas presentes y futuras, riquezas precisas para su existencia, se le hace feroz, perpetuando en su ánimo, una vez ofendido, el sentimiento de la ira. .......................................................................................................................... He aquí los argumentos que empleó Arístenes ante los aqueos en su disentimiento con Filopemen: «No pretendáis conservar la amistad de los romanos mediante lanza y heraldo. Si somos suficientemente fuertes para marchar contra ellos... Filopemen se ha atrevido a decirlo... ¿Por qué, pues, deseando lo imposible perderá lo probable? Dos objetivos persigue toda política: lo bello y lo útil. Cuando la posesión de lo bello puede realizarse, los hábiles administradores deben procurarla y, si no, preciso es atenerse a lo útil; pero abandonar ambas cosas, es el colmo de la impericia. Así proceden los aqueos cuando, acatando las órdenes que se les dan las cumplen con tibieza y de mala gana. Entiendo, pues, que es necesario, o mostrar que podemos no obedecer, o no expresarse en tal sentido, obedeciendo de buena voluntad.» Contestó Filopemen que no era tan ignorante que desconociese la diferencia entre el gobierno de Roma y el de los aqueos, no menos que la superioridad de aquel; «pero cuando un poder más fuerte, dijo, pesa demasiado a los débiles, ¿qué debe hacerse? ¿Unirnos con todas nuestras fuerzas a los amos, sin manifestar oposición alguna, para sufrir las órdenes más duras, o resistir cuanto podamos y retardar nuestra esclavitud?... Cuando ordenen injusticias, nuestro derecho nos dará aliento para rechazar lo más amargo de su dominación, sin dejar por ello de atender mucho a los romanos, como dice Arístenes, observando escrupulosamente los tratados y los juramentos de fidelidad a los aliados. |
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