Capítulo XIII

Del micro que los romanos levantaron en el cerco de Jerusalén en espacio de tres días.

Estaba Tito deliberando y tomando parecer de sus capitanes sobre lo que se debía hacer: a los más viejos y más ejercitados, parecíales que con toda la gente combatiesen el muro; porque aunque los judíos habían peleado con alguna parte del ejército, a todo ¡unto no lo podrían sostener ni sufrir, con tal que les cubriesen de saetas. Los más prudentes persuadíanle que levantase otra vez sus montes y fuertes. Otros decían que podían combatirlos y asentar su campo sin hacer esto, teniendo solamente cuenta y miramiento con que no saliesen, aconsejando mucho que se hiciese gran diligencia en procurar que en ninguna manera pudiesen ser proveídos de mantenimientos, dejándolos perecer a todos de hambre: porque no convenía trabarse a pelear con los enemigos, cuya pertinacia era invencible, los cuales no deseaban sino morir peleando o aun matarse ellos mismos sin hierro, lo cual es más cruel y más desenfrenada codicia.

No le parecía cosa honesta a Tito estarse sin hacer algo, teniendo tan grande ejército consigo; y por otra parte, parecíale también ser trabajo perdido pelear con gente que no podía ella misma dejar de perderse muy presto. Tenía por muy trabajoso edificar otra vez sus fuertes y montes, por la falta de aparejos para ello, y por mucho más difícil impedir que los judíos pudiesen salir de la ciudad: porque no podía cercarla con su ejército par la grandeza y lugares ásperos y difíciles que en algunas partes de su cerro había, ni podía proveer que no saliesen a correr; porque ya que él les quisiese cerrar el camino hecho, los judíos hallarían siempre otras vías secretas, tanto por la necesidad que de ello tenían, cuanto también por saber muy bien la tierra: pues si hacían algo secretamente, sería para más alargarles el cerco; y era cosa digna de temer que por detenerse mucho tiempo se disminuyese la gloria de la victoria. Todo era posible hacerlo; pero antes de alcanzar esta honra, convenía hacer su diligencia: y para poner ésta en efecto y usar en todo de buen consejo y prudencia, conoció que debía cercar de muro la ciudad. Porque de esta manera estaría cerrado el paso y todas las partes, porque los judíos no saliesen; y que entonces, viéndose de todas maneras desesperados, habían, o de entregarles la ciudad, o vencidos por la gran hambre que padecerían, serían presos muy presto y muy fácilmente: porque de otra manera era imposible que ellos reposasen.

De levantar los montes también dijo que se acordaría, pero no antes que los enemigos que lo prohibiesen fuesen menos. Y si alguno le parecía obra demasiada y muy difícil, debía considerar que no convenía a los romanos detenerse en cosa tan poca; antes les era propio poner trabajo en cosas importantes, pues sin trabajo no es posible hacer cosa grande. Habiendo con tales palabras aconsejado y animado a sus capitanes, mandó que cada uno ordenase y dispusiese su gente en la obra. Tomáronla los soldados maravillosamente muy a pechos; y repartiendo entre sí el cerco, no sólo contendían entre sí los mismos regidores por quién más diligentemente trabajaba, pero aun también las órdenes y compañías de la gente. Estaban repartidos de tal manera, que el que mandaba a diez hombres tenía cuenta con satisfacer y contentar a su cabo de escuadra; éste al caporal; el caporal a los capitanes de mil hombres, éstos a los coroneles y general de campo, de los cuales venía después a Tito, el cual cada día iba mirando a todos y reconociendo la obra que hacían. Comenzado el muro del campo de los asirios adonde él había puesto su campo, trájolo hasta la nueva villa baja, y luego de aquí, volviendo por Cedrón al monte Eleón; tomó el monte de las olivas por la parte del mediodía, hasta la piedra que llamaban Peristereonos, y por el collado que le está cerca, encima del valle de Siloa; y volviendo de aquí el edificio a la parte occidental, descendió al valle de la fuente; y de aquí entrando por el monumento del pontífice Anano, rodeando el monte adonde había puesto su campo Pompeyo, volviendo hacia el Septentrión, de donde, alargándose por el lugar llamado Erebinthónico, cerró después de éste el monumento de Herodes, por el Oriente, y juntólo con su campo hasta donde había comenzado. Era el cerco del muro un estadio menos grande de cuarenta: edificó por defuera, cerca de él, trece castillos, los cuales tenían cerco de diez estadios.

Fué edificada toda esta obra en tres días; y siendo cosa que parecía requerir muchos meses, apenas era creíble que hubiese sido posible acabarse tan presto. Cercada, pues, ya la ciudad con el muro, y puesta gente de guarnición en los castillos, él mismo hacía la primera guarda de la noche; la segunda hacía Alejandro; la tercera cupo a los capitanes de las legiones. Tenían también las horas de guarda ordenadas por fuertes, e iban toda la noche guardando y mirando muy diligentemente todo el cerco de los castillos.

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Usted está leyendo el Libro VI de La Guerra de los Judíos