Capítulo XIVDe qué manera se libró Josefo de la muerte. Hacían diligencia los romanos en buscar a Josefo por estar muy enojados contra él, y por parecer digna cosa a Vespasiano, porque siendo éste preso, la mayor parte de la guerra era acabada; trabajaban en buscarle entre los muertos y entre los que se habían escondido, pero él en aquella destrucción de la ciudad, sirvióse de lo que la fortuna le ayudó; huyóse del medio de sus enemigos y escondióse saltando en un hondo pozo, que está junto con una grande selva por un lado, a donde no lo pudiesen ver por más que trabajasen en buscarlo, y aquí halló cuarenta varones de los más señalados escondidos, con aparejo de las cosas necesarias para hartos días. Pero habiéndolo todo rodeado los enemigos, estábase de día muy escondido, y saliendo cuando la noche llegaba, estaba aguardando tiempo cómodo para huir. Y como por su causa todas las partes estuviesen muy bien guardadas y no hubiese ni aun esperanzas de engañarlos, descendióse otra vez a la cueva y estúvose allí escondido dos días enteros. Al tercer día, prendiendo una mujer que con ellos había estado, lo descubrió. Luego Vespasiano envió dos tribunos con diligencia: el uno fue Paulino, y el otro Galicano, los cuales prometiesen paz a Josefo, y le persuadiesen que viniese a Vespasiano, a los cuales no quiso él creer ni obedecer por mucho que se lo rogaron, y le prometieron dejarle sin hacerle daño alguno. Temíase el mucho más por lo que veía ser razón, que aquel más padeciese que más había errado y cometido, que no se confiaba en la clemencia y mansedumbre natural de los que le rogaban, y pensaba que iban tras él por castigarle y darle la muerte, hasta tanto que Vespasiano envió el tercer tribuno, llamado Nicanor, amigo de Josefo, y que solía tener con él antes mucha familiaridad. Este, pues, le hizo saber cuán mansos eran los romanos contra los que habían vencido y sojuzgado, diciéndole cómo era Josefo más buscado por su admirable virtud y esfuerzo, que aborrecido, y tenía el Emperador voluntad no de hacerlo matar, porque esto fácilmente lo podía hacer sin que se rindiese, si quería; pero que quería guardar la vida a un varón esforzado y valeroso. Añadía más: que si Vespasiano quería hacerle alguna traición, no había de enviarle para ello a un amigo, es a saber, una cosa buena, para poner por obra y ejecutar otra mala, dando a la buena amistad nombre de quebrantamiento de fe y traición; mas ni aun él mismo le había de obedecer por dar lugar que engañase un amigo suyo. Habiendo dicho esto Nicanor, Josefo aun dudaba, por lo cual enojados los soldados querían poner fuego a la cueva, pero deteníalos el capitán, que preciaba mucho prender vivo a Josefo. Dándole tanta prisa Nicanor, en la hora que Josefo supo lo que los enemigos le amenazaban, acordáronsele los sueños que había de noche soñado, en los cuales le había Dios hecho saber las muertes que habían de padecer los judíos, y lo que había de acontecer a los príncipes romanos. Era también muy hábil en declarar un sueño, y sabía acertar lo que Dios dudosamente proponía, porque sabía muy bien los libros de los profetas, porque también era sacerdote, hijo de padres sacerdotes. Así, pues, aquella hora, como hombre alumbrado por Dios, tomando las imaginaciones espantables que se le habían representado, comienza a hacer oraciones a Dios secretamente diciendo: "Pues te pareció a ti, criador de todas las cosas, echar a tierra y deshacer el estado y cosas de los judíos, pasándose la fortuna del todo y por todo a los romanos, y has elegido a mí para que diga lo que ha de acontecer, yo me sujeto de voluntad propia a los romanos, y quiero vivir y póngote, Señor, por testigo, que quiero parecer delante de ellos, no como traidor, sino como ministro tuyo." Dichas estas palabras, concedió a lo que Nicanor le pedía; pero los judíos, que habían huido junto con Josefo, cuando supieron cómo Josefo había consentido con los que le rogaban, daban todos alrededor grandes gritos, y lloraban en gran manera las leyes de sus patrias. "¿A dónde están las promesas, dijeron todús, que Dios hace a los judíos, prometiendo dar eterna vida a los que despreciaren sus muertes? ¿Ahora, Josefo, tienes deseo de vivir, y quieres gozar de la luz del mundo puesto en servidumbre y cautiverio? ¿Cómo te has olvidado tan presto de ti mismo? ¿A cuántos persuadiste la muerte por conservar la libertad? Falsa semejanza y apariencia de fortaleza tenías, por cierto, y prudencia era la tuya muy falsa, si confías o esperas alcanzar salud entre aquellos con quienes has peleado de tal manera; o por ventura, aunque esto sea verdad y sea muy cierto, ¿deseas que ellos te den la vida? Pero aunque la fortuna y prosperidad de los romanos te haga olvidar de ti mismo, aquí estamos nosotros que te daremos manos y cuchillo con que pierdas la vida por la honra y gloria de tu patria. Tú, si murieres de tu voluntad, morirás como capitán valeroso de los judíos, y si forzado, morirás como traidor." Apenas hubieron hablado estas cosas, cuando desenvainando todos sus espadas, hicieron muestras de quererlo matar si obedecía a los romanos. Temiendo, pues, el ímpetu y furor de éstos Josefo, y pensando que sería traidor a lo que Dios le había mandado, si no lo denunciaba, viéndose tan cercano de la muerte, comenzó a traerles argumentos filosóficos para quitarles tal del pensamiento. "¿Por qué causa, dijo, oh compañeros, deseamos tanto cada uno su propia muerte? ¿O por qué ponemos discordia entre dos cosas tan aliadas, como son el cuerpo y el alma? ¿Dirá, por ventura, alguno de vosotros, que me haya yo mudado o que no sea aquel que antes ser solía? Mas los romanos saben esto. ¿Es linda cosa morir en la guerra? Sí, mas por ley de guerra, es a saber, morir peleando por manos de aquel que fuere vencedor; por tanto, si yo pido misericordia a los romanos y les ruego que me perdonen, confieso que soy digno de darme yo mismo con mi propia espada la muerte; mas si ellos tienen por cosa muy justa y digna perdonar a su enemigo, cuánto más justamente debemos nosotros perdonarnos los unos a los otros. Locura es por cierto, y muy grande, cometer nosotros mismos contra nosotros aquello por lo cual estamos con ellos discordes, es a saber, quitarnos nosotros mismos la vida, la cual ellos querían quitarnos. Morir por la libertad, no niego yo que no sea cosa muy de hombre, pero peleando, y en las manos de aquellos que trabajan por quitárnosla; ahora todos vemos que la guerra y batalla ya pasó, y ellos no nos quieren matar. Por hombre temeroso y cobarde tengo yo al que no quiere morir cuando conviene, y tengo también por hombre sin cordura al que quiere morir cuando no le es necesario. Además de esto, ¿qué causa hay para temer de venir delante de los romanos? ¿Por ventura el temor de la muerte? Pues lo que tenemos miedo nos den los enemigos y no dudamos de ello, ¿por qué no lo buscaremos nosotros mismos? Dirá alguno que por temor de venir en servidumbre, muy libres estamos ahora ciertamente. Diréis que es cosa de varón animoso y fuerte matarse; antes digo yo ser cosa de hombre muy cobarde, según lo que yo alcanzo: por mal diestro y por muy temeroso tengo yo al gobernador de la nao, que temiéndose de alguna gran tempestad, antes de verse en ella echa la nao al hondo. "También matarse hombre a sí mismo, ya sabéis que es cosa muy ajena de la naturaleza de todos los animales, además de ser maldad muy grande contra Dios, creador nuestro; ningún animal hay que se dé él mismo la muerte, o que quiera morir por su voluntad. La ley natural de todos es desear la vida; por tanto, tenemos por enemigos a los que nos la quieren quitar, y perseguimos con mucha pena a los que tal nos van acechando. ¿No tenéis por cierto que Dios se enoja mucho cuando ve que el hombre menosprecia su casa y edificio? De su mano tenemos el ser y la vida; debemos, pues, también dejar en su mano quitárnosla y darnos la muerte. Todos, según la parte inferior que es nuestro cuerpo, somos mortales y de materia caduca y corruptible; pero el alma, que es la parte superior, es siempre inmortal, y una partecilla divina puesta y encerrada en nuestros cuerpos. Quienquiera, pues, que maltratare o quitare lo que ha sido encomendado al hombre, luego es tenido por malo y por quebrantador de la fe. Pues si alguno quiere echar de su cuerpo lo que le ha sido encomendado por Dios, ¿pensará, por ventura, que aquel a quien se hace la ofensa lo ha de ignorar o serle escondido? " Por justa cosa se tiene castigar un esclavo cuando huye, aunque huya de un señor que es malo; pues huyendo nosotros de Dios, y de tan buen Dios, ¿no seremos tenidos por muy malos y por muy impíos? ¿Por dicha ignoráis que aquellos que acaban su vida naturalmente y pagan la deuda que a Dios deben, cuando aquel a quien es debido quiere ser pagado, alcanzan perpetuo loor, y tanto su casa como toda su familia gozan y permanecen? Las almas limpias que puramente invocan al Señor, alcanzan un lugar en el cielo muy santo; y después de muchos tiempos, andando los siglos, volverán a tomar sus cuerpos. Pero aquellos cuyas manos se levantaron contra sí mismos, los tales alcanzan un lugar de tinieblas infernales, y Dios, padre común de todos, toma venganza de ellas por toda la generación; por tanto, es cosa la cual Dios aborrece mucho, y la prohíbe el muy sabio fundador de nuestras leyes. " Si acaso algunos se mataren, determinado está entre nosotros que no sean sepultados hasta que las tinieblas y noche vengan, siéndonos lícito enterrar aún a nuestros enemigos; y entre otros, les mandan cortar las manos derechas a los que de esta manera mueren, por haberse contra ellas mismas levantado, pensando no ser menos ajena la mano derecha que tal comete, de todo el cuerpo, que es el alma del propio cuerpo. Cosa es, pues, linda, compañeros míos, juzgar bien de este negocio, y no añadir, además de las muertes de los hombres, ofensa contra Dios nuestro criador con tanta impiedad. " Si queremos ser salvos y sin daño, seámoslo; porque no será mengua vivir entre aquellos a quienes hemos dado a conocer nuestra virtud con tantas obras. Y si nos place morir, cosa será muy honrosa para todos morir en las manos de aquellos que nos prendieren. No me pasaré a mis enemigos, por ser yo traidor a mí mismo, porque mucho más loco y sin seso sería, que son los que de grado se pasan a sus enemigos, porque estos tales hácenlo por guardar sus vidas, y yo haríalo por ganar mi propia muerte. Es verdad que busco y deseo que los romanos me quiten la vida; y si ellos me mataren, habiéndome asegurado la vida, y después de habernos dado las manos por amistad, moriré muy aparejado y esforzadamente, llevándome por victoria y consolación mía la traición y perfidia que conmigo usaron." Muchas cosas tales decía Josefo, por apartarles de delante a sus compañeros la voluntad que de matarse tenían; pero teniendo ellos ya cerrados los oídos a todo con la desesperación que habían tomado, determinados muchos a darse a sí mismos la muerte, movíanse a ello y reprendíanse, corriendo los unos a los otros con las espadas como cobardes; acometíanse unos a otros como hombres que se habían sin duda de matar. Llamando Josefo al uno por su nombre, al otro mirando como capitán severo y grave, a otro tomando por la mano, a otro trabajando en rogarle y persuadirle, turbado su entendimiento, como en tal necesidad acontece, detenía las armas de todos que no le diesen la muerte, no de otra manera que suele una fiera rodeada volverse contra aquel que a ella más se allega, por hacerle daño. Las manos de aquellos que pensaban deberse guardar reverencia al capitán, en aquel postrer trance eran debilitadas, y caíanseles las espadas de ellas, y llegándose muchos para sacudirle, venían a dejar de grado las armas. Con tanta desesperación, no faltó a Josefo buen consejo; antes, confiado en la divina mano y providencia de Dios, puso su vida en peligro. "Pues estáis, dijo, determinados a mataos, acabemos ya, echemos suertes quién matará a quién, y aquel a quien cayere, que muera por el que le sigue, y pasará de esta manera por todos la misma sentencia, porque no conviene que uno se mate a sí mismo, y sería cosa muy injusta que, muertos todos los otros, quede alguno en vida, pesándole de matarse." Parecióles que decía verdad, y pusiéronlo por obra; según la suerte a cada uno caía, así recibía la muerte del otro que le sucedía, como que, en fin, había luego de morir también con ellos su capitán; porque parecíales más dulce cosa morir con su capitán Josefo, que vivir. Vino a quedar él y un otro, no sé si por fortuna o por divina providencia, y proveyendo que no se pudiese quejar de su suerte, o que si quedaba libre no hubiese de ser muerto por manos de un gentil, dióle la palabra y concertóse con él que entrambos quedasen vivos. Librado, pues, de esta manera de la guerra de los romanos y de la de los suyos, llevábalo Nicanor a Vespasiano. Salíanle todos los romanos al encuentro por solo verle, y como saliese tanta muchedumbre de gente, llevábanlo en gran aprieto, y había muy gran ruido entre todos. Unos se gozaban por verle preso; otros le amenazaban; otros se querían llegar y verle de más cerca; los que estaban lejos daban grandes voces, diciendo que debían matar al enemigo; los que estaban cerca, teniendo cuenta con lo que Josefo había hecho, maravillábanse de ver tan gran mudanza. De los regidores, ninguno hubo que viéndolo no se amansase, por más que antes estuviesen contra él airados. Tito, además de todos los otros, se maravillaba y movía a misericordia por ver el gran ánimo que en tantas adversidades había tenido, y por verlo también ya de mucha edad, acordándose de lo que antes había hecho en las guerras, y qué tal se mostraba a quien lo veía en manos de sus enemigos puesto; demás de esto, veníale también al pensamiento el gran poder de la fortuna y cuán mudables sean los sucesos de las guerras. Pensaba también que no había en el mundo cosa alguna sujeta al hombre que fuese firme y estable, antes todo corruptible y mudable. Con esto movió a muchos que tuviesen compasión de él, y la mayor parte de su vida y salud fué Tito ciertamente delante de su 'padre; pero Vespasiano mandó que fuese muy bien guardado, como que querían enviarlo a César. Oyendo esto Josefo, díjole que quería hablar algo a él solo. Haciendo, pues, apartar de cerca de todos a todos, excepto Tito y otros dos amigos; dijo: "Tú no piensas, Vespasiano, tener cautivo a Josefo; sepas, pues, que te soy embajador enviado por Dios, y por tal vengo de cosas mucho mayores y más altas, porque de otra manera muy bien sabía yo lo que la ley de los judíos manda, y de qué manera conviene que un capitán de un ejército muera. ¿Envíasme a Nerón? ¿Por qué causa? ¿Cómo que haya de haber otro entre los sucesores de Nerón, sino tú solo? Tú eres Vespasiano, César y Emperador, y este hijo tuyo, Tito; guárdame, pues, tú muy atado, porque hágote saber que eres, oh César, señor no de mí solo, pero también de la tierra y de la mar y de todos los hombres. Conviene que sea yo guardado para mayor castigo si miento en lo que digo o si lo finjo súbitamente por verme apretado y en peligro." Cuando hubo dicho esto, Vespasiano luego no le quiso creer, y pensaba que Josefo fingía aquello por librarse; pero poco a poco se movía a darle crédito, por ver que Dios lo levantaba ya mucho había al imperio, mostrándole con muchas señales haber de ser suyo el cetro y el Imperio, y había hallado ser verdad lo que Josefo había dicho en todas las otras cosas. Decía uno de los amigos que allí estaban en aquel secreto, que se maravillaba mucho de qué manera, si no era burla lo que decía, o por qué causa no había avisado a los de Jotapata de las muertes y destrucción que les estaba aparejada, y cómo no se había él provisto por no ser cautivo, adivinándolo antes. Respondió Josefo que dícholes había que después de cuarenta y siete días habían de ser muertos y destruidos, y que él había de quedar vivo, cautivo en poder de ellos. Hizo diligencia Vespasiano por saber esto de los que estaban cautivos, y sabiendo ser verdad lo que decía, tuvo también por cosa creíble lo que de él había dicho; pero no por eso mandó que librasen a Josefo, antes lo tenía muy bien guardado, no dejando con todo de hacerle todo buen tratamiento y darle vestidos y otros dones muy benignamente, ayudando Tito mucho por que fuese honrado. A los cuatro días del mes de julio, habiéndose vuelto Vespasiano a Ptolemaidá, partió luego por los lugares hacia el mar, y vino a parar a Cesárea, que es la mayor ciudad de Judea, cuya gente es la mayor parte de ella griegos. Recibieron, pues, los naturales de allí con voluntad buena y con mucha amistad a él y a su ejército; parte, porque querían bien a los romanos, y mucho más por el odio grande y aborrecimiento que tenían a aquellos que habían sido muertos, por lo cual había muchos que rogaban y pedían a grandes voces que diesen la muerte al capitán de ellos, Josefo. Satisfizo a esta petición y demanda Vespasiano callando, por ver que le pedía el pueblo una cosa mal considerada; dejó dos legiones que invernasen en Cesárea, por ser bueno el alojamiento;' y envió a Escitópolis la décima y la quinta, por no dar trabajo a los de Cesárea con todo su ejército. No era menos recogida esta ciudad en el invierno, que caliente en el verano, por estar en llano y cerca de la mar. *** |
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