Capítulo XXIII

De la guerra de Cestio contra Jerusalén.

Envió también a Galilea a Cesennio, Galo por capitán de la legión duodécima, y diále tanta copia de soldados, cuanta pensaba que le bastaría para combatir y vencer toda aquella gente. Recibiólo con gran favor la ciudad más fuerte de Galilea, llamada Séforis; y siguiendo las otras ciudades el prudente consejo de ésta, estaban muy reposadas y sin ruido, y los que se daban a sedición y a latrocinios, recogiéronse en un monte que está en el medio de Galilea, de frente a Séforis, y llámase Asamón.

Galo movió su ejército contra ellos; mas mientras ellos eran los más altos, fácilmente resistían y derribaban a los soldados romanos que subían, matando más de doscientos; mas cuando vieron que ya por un rodeo eran llegados a las alturas del monte, concediéronles la victoria, porque estando desarmados no podían pelear, y si quisieran huir no podían dejar de dar en manos de la gente de a caballo, de tal manera, que muy pocos se salvaron, escondidos en aquellos ásperos lugares, y fueron muertos más de dos mil.

Viendo Galo que ninguna novedad buscaban en Galilea, volvió con su ejército a Cesárea.

Vuelto Cestio, fuese a Antipátrida con toda su gente. Y sabiendo que muchedumbre de los judíos se había juntado y recogido en la torre que llamaban de Afeco, envió gente delante que pelease con ellos. Pero antes de llegar a esto' los judíos, por miedo, desaparecieron; y entrando los soldados por los reales de los judíos, que ya estaban desolados, quemáronlos todos y muchos lugares con ellos que por allí había.

Partiendo Cestio de Antipátrida a Lida, halló la ciudad sola, sin hombres, porque todos se habían ido a Jerusalén por la fiesta de las Escenopegias, y matando cincuenta hombres que aun halló allí y quemando la ciudad, pasaba adelante. Pasando por Bethoron, puso su ejército en un lugar que se llama Gabaón, a cincuenta estadios de Jerusalén.

Viendo los judíos que ya la guerra se acercaba a la ciudad, dejando la solemnidad de sus fiestas, se dieron todos a las armas, y confiados en su muchedumbre, saltaban a pelear sin orden, Con gritos y clamores, sin tener cuenta con los siete días de feria, porque era en sábado, que suelen ellos guardar muy religiosamente. El mismo furor que les había apartado del oficio divino acostumbrado, les hizo también vencedores en lo de la pelea, porque vinieron con tanto ímpetu a acometer a los romanos, que los desbarataron, y ha­ciendo camino por medio de ellos, derribaban a cuantos topa­ban. Y si los de a caballo rodeando por detrás, y los soldados que aun no eran cansados no socorrieran a la parte de los soldados que no habían aún perdido su lugar ni habían sido rotos, peligrara ciertamente todo el ejército y gente de Cestio.

Fueron aquí muertos quinientos quince soldados romanos, de los cuales eran los cuatrocientos de la gente de a pie, y los demás todos eran de los de a caballo, y sólo veintidós judíos. Los más fuertes se mostraron aquí los parientes de Monobazo, rey de Adiabeno, que eran Monobazo y Cenedeo, y después de éstos Peraita Nigro y Sila Babilonio, aquel que se había pasado a los judíos, y huido del rey Agripa, de quien solía ganar sueldo.

Como los judíos fuesen rechazados, retirábanse a la ciudad, y Giora, hijo de Simón, acometió a los romanos que iban a Bethoron, lastimó a muchos de la retaguardia, tomó muchos carros, y con la ropa los trajo consigo a la ciudad.

Deteniéndose, pues, en los campos tres días Cestio, ocuparon los judíos los lugares altos, y guardaban con gran diligencia el pasaje, y era cierto que no estuvieran quedos si los romanos comenzaran a partir y hacer su camino.

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