Capítulo XXXIDe los judías que fueron muertos en CireneEl atrevimiento y audacia de estos matadores también había llegado por todos los lugares y villas que hay alrededor de Cirene, no menos que una enfermedad que todo lo inficiona: porque huyendo allá Jonatás, hombre muy malo, urdidor de oficio, persuadió a muchos de los ignorantes que lo esperasen, y llevólos por las soledades y desiertos, prometiéndoles mostrarles señales e imágenes de las almas: unos, haciendo él esto v engañándolos de esta manera, ignoraban lo que hacía; pero los principales y de mayor dignidad de los judíos de Cirene, hicieron que Catulo, regidor de la Libia Pentapolitana, entendiese el aparejo que tenía y su partida también. Habiendo éste luego enviado gente de a pie y de a caballo, fácilmente, por estar los judíos desarmados, los prendieron, aunque la mayor parte murió peleando; pero presos algunos vivos, fueron presentados a Catulo. Quiso su ventura que Jonatás, que era autor de aquel consejo y junta, se escapó esta vez; pero después buscado con diligencia grande por todas aquellas tierras, fué a la postre hallado, preso y llevado a Catulo: cuando aquí fué, trabajaba en dilatar su muerte y castigo, y dio ocasión para que Catulo entendiese en maldades: porque acusando él a los principales de los judíos, decía que ellos habían sido la causa para que tal emprendiese, y los que se lo habían aconsejado. Oía con alegre ánimo Catulo todas estas acusaciones, y acrecentaba de muchas maneras las nuevas que había oído, exagerándolas y engrandeciéndolas con sus muy pesadas palabras en gran manera, por mostrarse que había él también acabado alguna guerra con los judíos, y lo que es aun peor, además de ser fácil en creerlo, mostrábale también culpar a los sicarios o matadores. Habiéndole finalmente mandado que nombrase un judío que se llamaba por nombre Alejandro, con quien había ya mucho tiempo mostrado su odio, por estar con él enojado, envolviendo también en sus acusaciones a su mujer, llamada Berenice, mató primero a éstos, y luego después mató tres mil de los más ricos y más abudantes en dinero. Pensábase hacer todo esto muy seguramente, porque juntaba el patrimonio de éstos con las rentas de César. Y por que algunos de los judíos que en otra parte vivían, no pudiesen descubrir su bellaquería y maldad, divulgó más lejos la mentira, y persuadió a Jonatás y a algunos otros que tenía presos, para que acusasen a los judíos de más nombre que vivían en Roma y en Alejandría, y eran más pacíficos que revolvedores y amigos de novedades. De los acusados por estas cosas, fué el uno Josefo, autor de esta historia; pero no le sucedió al mentiroso Catulo según deseaba: porque vino a Roma, trayendo consigo presos y atados a Jonatás y a todos los otros, y pensaba que había él de dar remate a aquella contienda y levantamiento que había hecho. Sospechando Vespasiano del negocio, requería y hacía gran pesquisa por saber la verdad, y conocido que hubo haber sido estos hombres acusados sin razón, por ruegos de Tito libró a todos los que habían sido acusados, y determinó con pública sentencia, que diesen el castigo merecido a Jonatás, el cual, después de muy azotado, fué quemado vivo. Y sucedió que Catulo, por la mansedumbre y bondad de los príncipes, no fué castigado, pero no mucho después enfermó de dolencias varias e incurables, y sufrió tormentos, no sólo en su lastimado cuerpo, porque la enfermedad que en su ánimo padecía, era más grave ciertamente, y mucho más intolerable. Tenía ciertos espantos que lo amedrentaban mucho, y veía las almas o las sombras de los que había malamente muerto, y daba voces: y como no pudiese ya más tenerse, saltaba de su cama, no menos que si lo atormentaran o le echaran fuego. Acrecentándose mucho de día en día este mal, y pudriéronsele las entrañas o las tripas en el cuerpo: murió, conociéndose en esto la providencia y castigo de Dios en tomar venganza de los malos. Este es el fin de nuestra historia, la cual prometimos contar con toda verdad, a los que deseasen saber de qué manera pasó esta guerra entre los romanos y judíos: la manera y orden que en contar la verdad de ella se ha guardado, dejarémosla para que los lectores la juzguen; pero no me avergonzaré de decir, cuanto a la verdad de lo pasado, que no tuve otro intento, ni enderecé jamás toda mi escritura a otro fin. Por maravilla grande y espanto general de todos, quise sacar aquí el número de todos los judíos que murieron en estas guerras y final destrucción, que declarados, vienen a ser todos la suma de un millón cuatrocientos veinticinco mil seiscientos treinta, los cuales murieron por fuerza de armas, por fuego, por hambre y pestilencia. *** |
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