Capítulo XXVIIICómo fué el castillo fuerte de Masada destruido y abrasado.Muerto Baso en Judea, sucedióle en la administración del cargo Flavio Silva, y viendo éste que ya toda la tierra estaba sujetada al imperio romano, excepto un solo castillo, juntó toda la gente que por allí halló, y vino con ejército contra él por haberlo. El nombre del castillo era Masada, y el príncipe de aquellos matadores que lo habían ocupado y lo poseían era un hombre muy poderoso, llamado Eleazar, del linaje de Judas, el cual había antes persuadido a no pocos judíos, según dijimos, cuando Cirenio fué enviado a Judea, a que no le obedeciesen; entonces estos matadores se levantaron contra todos los que quisieron obedecer a los romanos, yo no los trataban de otra manera que si fueran enemigos, robando y destruyéndoles todos los bienes y poniéndoles fuego en sus casas. Porque decían que no diferían ellos de los extranjeros, pues les habían entregado su libertad, por la cual debían antes pelear muy? bravamente, y habían mostrado desear más estar debajo de la servidumbre de los romanos. Esto, pues, era su excusa, y con ella cubrían su crueldad y avaricia, la cual después claramente se mostró por experiencia, porque ellos mismos fueron los que los animaron a rebelarse, y emprendieron juntamente la guerra con los romanos. La causa que para ello tuvieron, después se les empeoró, cuando vieron claramente que la ocasión por la cual decían haberse movido, y los achaques que daban, eran falsos, por lo cual trataban peor a todos los que justamente reprendían la maldad de ellos. Pareció este tiempo, y fué ciertamente entre los judíos, el más abundante en todo género de maldades y bellaquerías, de tal manera, que nada se dejaba de cuanto se emprendía, sin acabar y sin dar remate a ello, y cuando alguno quisiera ponerse a innovar algo, no tendría, por cierto, en qué trabajar que entonces no se cometiese. Tan conformes eran todos, no menos en particular que públicamente, y tanto trabajaba cada uno por sí en exceder y adelantarse en cometer toda maldad y toda impiedad contra sus prójimos; los poderosos maltrataban el pueblo y el pueblo daba diligencia por arruinar y destruir a todos los poderosos; éstos tenían codicia de señorear y aquéllos de resistirles y robar los bienes de los ricos; los primeros fueron matadores y autores de toda crueldad contra sus propios parientes, sin dejar de decir toda palabra injuriosa, ni sin dejar de cometer toda cosa para dar muerte y destruir del todo a los que les acechaban; pero Juan mostró que éstos eran algo más moderados, porque no sólo mataban a cuantos trabajaban en persuadirle lo que le era necesario y provechoso, dando en ellos como contra los más enemigos ciudadanos suyos, mas aun acarreó otros muchos daños y males a su patria, cuales hiciera cualquiera que ya se atreviese a menospreciar a Dios impíamente. Servíase de mesa que no le era lícita; había desterrado la castidad de la patria legítimamente debida, de tal manera, que no era ya de maravillar si no mostraba mansedumbre y trato humano con los hombres, el que había furiosa y locamente menospreciado a Dios, su religión y piedad. Pues si consideramos lo que Simón Giora hizo, ¿qué maldad dejó de cometer, o con qué injuria, por grande que fuese, contra los suyos naturales, se tuvo por contento, habiéndolo ellos mismos criado y elegido por su señor? ¿Pues qué amistad, qué deudo o parentesco no los hizo más feroces en darse unos a otros y buscarse la muerte? Porque maltratar los extranjeros, parecíales ser una maldad sin arte; pero pensaban que les nacía gloria muy esclarecida y grande si mostraban su crueldad contra sus mismos naturales. Los idumeos imitaron el loco furor de esta gente, porque aquellos malvados y llenos de toda impiedad, después de haber muerto los pontífices, por que no pudiese conservarse parte de religión ni piedad para con Dios, acabaron por cortar todo lo que de bueno quedaba en la ciudad, y desterraron toda la justicia, haciendo que reinase la injusticia solamente, en lo cual se mostró más aquel linaje de hombres que llamamos zelotes, los cuales quisieron comprobar sus nombres con sus hechos, porque todo género de maldad cometieron, sin dejar de imitar cuantas maldades se retienen en memoria haberse cometido en tiempos pasados, aunque se habían puesto nombre a imitación de buenos, los cuales engañaban por su naturaleza fiera, con cavilaciones, a todos los que querían dañar, teniendo los males, por grandes que fuesen, por bienes, y recibiéndolos por tales. Hallaron, empero, el fin, que su vida merecía, dándoles Dios la pena conforme a lo que todos eran acreedores: porque todos los suplicios y penas que posibles son pasar por los hombres, pasaron por ellos juntamente, hasta que todos acabaron sus vidas con diversos tormentos. Dirá, por ventura, alguno que sufrieron aún menos de lo que merecían, pero ¿qué pena les podía ser dada que fuese digna para compensar las maldades grandes que ellos habían cometido? No es éste lugar para quejarse de la desdicha de aquellos que en este tiempo cayeron en medio de tanta crueldad. Otra vez, pues, vuelvo a contar lo que había antes dejado: vino el capitán de los romanos contra Eleazar, y contra los que tenían con él el castillo de Masada, que eran todos matadores y gente mala: ganóles luego toda la tierra, puestas sus guarniciones en todas las partes y lugares que oportunos para ello le parecieron: cercó de muro el castillo, por que ninguno de cuantos allí había cercados pudiese huir o escaparse, y mandó poner gente de guarda muy diligente, y él por otra parte tomó lugar para poner su campo, muy idóneo, cierto y bueno, el que había escogido para cercarlos, por la parte que las peñas del castillo se juntaban con el monte que estaba vecino, pero difícil para proveerse de las cosas necesarias para el uso y servicio del campo: porque no sólo eran traídos todos los bastimentos con trabajo muy grande de los judíos y de parte muy lejos por aquellos a quienes era este cargo encomendado, sino aun también lo que el campo había de beber se traía de partes muy apartadas, porque cerca de aquel lugar adonde estaban, ninguna fuente nacía. Ordenadas, pues, estas cosas, acometió Silva su cerco, que necesitaba de arte y no poco trabajo, por la fuerza del castillo, el cual estaba de esta manera edificado: una roca muy grande y redonda, muy alta, cerrada de valles muy hondos cortados de la misma roca, y en lo hondo que era imposible verse: tiene algunos riscos, y es imposible que animales algunos por ella puedan andar, sino que de dos maneras se pueda subir por esta roca, aunque muy dificultosamente. Está en un camino por el lago Asfalte hacia el Oriente, y el otro es algo más fácil por la parte de Occidente. El uno se llama la culebra, por ser muy angosto y por las muchas vueltas que da a manera de culebra: porque la peña que se levanta, rómpese, y juntándose muchas otras veces, viénese a alargar poco a poco; pero el que por aquí camina, conviene que vaya muy recatado y mudando su camino; se ha de tener en un pie necesariamente, porque de otra manera el peligro está muy cierto y muy seguro para quien cayere: la altura de las rocas está enhiesta por entrambas partes, de tal manera que el que más atrevido fuere, quedará en este paso muy espantado. Por este camino, cuando habrás subido ya bien hasta veinte estadios, lo que demás queda no es trabajoso de andar, antes es harto llano por lo alto. Aquí edificó en esta roca el pontífice Jonatás el primero de todos un castillo y llamólo Masada. Después Herodes, rey, se remiró mucho en hermosear este edificio: porque por todo su cerco levantó un muro que tenía siete estadios, hecho todo de piedra blanca, alto de doce codos y ancho de ocho: había en él veintisiete torres de cincuenta codos cada una en lo alto levantadas, por las cuales tenían entrada en las casas que estaban edificadas por todo lo de dentro del muro: porque el rey quiso que lo alto, que era más llano y más fértil y tan aparejado para todo fruto y árboles, como cualquier otra tierra llana, fuese lleno de toda clase de hortalizas, para que si alguna vez en algún tiempo por defuera sucediese alguna hambre o necesidad, no la sintiesen los que se hubieran recogido a vivir en este castillo. Habíase también edificado aquí un palacio por la subida de la parte de Occidente, puesto dentro del muro de la misma torre y vuelto hacia la parte de Septentrión; y el palacio estaba rodeado de un muro muy grande, y tenía cuatro torres en sus cuatro cantones, muy fuertes, altas de sesenta codos cada una. Pues los apartamientos que por dentro había, los portales y paseos, los baños y todo lo demás, era muy bello y de edificio maravilloso: nacían las columnas de piedras grandes, las cuales estaban puestas por todas partes: las paredes y cuartos del palacio estaban edificadas de piedras muy firmes, y estaban variadas de diversos colores. En cada hibitáculo en lo más alto, y alrededor del palacio, y delante de las torres, había hecho grandes pozos cavados en aquellas peñas vivas, para que en ellos se pudiese guardar el agua: e hizo que tuviesen tanta abundancia de ella, como los que tenían muchas fuentes muy vecinas. El foso llevaba camino desde el palacio hasta la torre grande, y por defuera ninguno lo podía ver, pero ni aun de los caminos, que eran manifiestos y estaban harto descubiertos, podían los romanos o los enemigos que viniesen, fácilmente .servirse: porque el camino por la parte de Oriente es por natural tal, que es imposible llegar a hacer camino por él, como arriba dijimos, y el que está en la parte del Occidente, aunque es muy difícil por sí mismo, quísolo cerrar con una gran torre, la cual estuviese lejos de la fortaleza y castillo no menos de mil codos, y así no era posible pasar por aquí, y era casi imposible tomarla por fuerza. Era tan difícil de salir de ella, que aun los que con licencia paseaban, entrados que eran, no podían aún salir sino con trabajo y dificultad. De esta manera, pues, estaba fortalecido este castillo contra toda fuerza que los enemigos quisiesen hacer, parte por la naturaleza del lugar adonde estaba, y parte también por la obra de manos que había en él mandado hacer. Los aparejos y provisiones que dentro había guardados conservaron este castillo más largo tiempo y más ocultamente: porque dentro de él había mucho trigo guardado, que pudiese bastar para mucho tiempo: había también mucho vino y mucho aceite, y además de esto frutas y todas maneras de legumbres y muchos dátiles. Todas estas cosas, pues, halló maduras Eleazar y a su tiempo. habiéndose apoderado del castillo con su gente con muchos engaños y traiciones; no era lo guardado peor que lo nuevo, aunque parece haber sido aparejado todo igualmente para la destrucción que los romanos hicieron de todo, y habían bien pasado casi cien años del tiempo que fueron estas cosas aparejadas, hasta que los romanos destruyeron el castillo, y los mismos romanos hallaron algunos frutos, los cuales no habían sido jamás en otro tiempo tocados. Quien pensare que la causa de guardarse esto tan largo tiempo era el buen viento que tenía, no errará, porque estaba la torre muy alta y muy apartada de todas las cosas que suelen engendrar en la tierra corrupción. Hallóse también aquí gran muchedumbre de toda manera de armas encerradas por el rey, las cuales bastaban para armar más de diez mil hombres: había mucho hierro sin labrar, mucho plomo y mucho cobre, de tal manera, que si lo vieras, dijeras ciertamente haber sido hecho este aparejo con grandes causas. Dicen que Herodes había mandado edificar este castillo para su recogimiento, temiéndose o sospechando dos peligros: el uno era del pueblo de los judíos, por si quisiesen privarle de su reino, y llamar al principado a los que antes habían sido desechados, el otro, mayor ciertamente y más cruel, por temor a Cleopatra, reina de Egipto. Porque ésta no encubría lo que deseaba, antes hablando muchas veces con Antonio, le pedía que matase a Herodes, y le suplicaba que diese a ella el reino de los judíos: y causará a alguno maravilla saber que jamás la quiso obedecer Antonio, estando tan siervo y tan cautivo de su amor. Por estar, pues, Herodes con miedo de estas dos cosas, dejó como trabajo postrero para los romanos este edificio de Masada. El capitán de los romanos, habiendo ya cercado por defuera todo el edificio del muro, según arriba dijimos, y habiendo puesto diligencia y guarda grande en que ninguno pudiese huir, comenzó a combatirlo, hallando solamente un lugar adonde pudiesen hacer señal los ingenios y máquinas que tenían: porque después de la torre, la cual por la parte del Occidente cerraba el camino para el real, y al collado del monte, había aquí una represa de una gran piedra muy ancha y muy larga, la cual estaba trescientos codos más baja que el castillo de Masada, y llamábanla Leucén. Cuando Silva la vió aquí arriba, mandó llegar su gente y que trajesen todos sus máquinas e ingenios; viniendo todos ellos con gran alegría y ánimo a la obra, levantaron un monte de doscientos codos en alto muy firme, pero no les parecía que sería bastante este monte o caballero para subir y sostener todas las máquinas que tenían; hicieron encima como un tribunal a manera de teatro, con piedras muy grandes, alto y ancho de cincuenta codos. La fábrica o manera de todos los instrumentos e ingenios y máquinas que éstos tenían era semejante a la de los que había tenido antes Vespasiano para combatir las tierras, y después de Vespasiano Tito, su hijo; y vínose a hacer una torre de sesenta codos de alto, fortalecida y cubierta toda de hierro, desde donde los romanos, con muchas saetas y golpes de sus máquinas, presto ahuyentaron a los judíos que estaban peleando desde el muro, y les impidieron que osasen asomar la cabeza. Juntamente también mandó hacer uno de aquellos que arriba llamamos arietes, muy grande, e hizo Silva que diesen en el muro, y a gran pena pudo derribar alguna parte de él. Los ladrones que dentro estaban presto proveyeron en esto, edificando por dentro otro nuevo muro, el cual no pudiese ser derribado con todos los ingenios de los romanos, porque estaba aún nuevamente edificado y blando, de tal manera, que podía resistir a la fuerza de los ingenios, sin recibir daño por estrr de esta manera edificado. Ordenaron vigas muy grandes en lo alto que abrazaban todo el espacio: después, por donde eran aserradas estaban ordenadas parejamente por dos partes: la una de la otra distaba tanto cuanto era bien la anchura del muro, y entrambas llenaban el espacio que había de tierra como levantando un monte; pero porque no cayese la tierra, creciendo demasiado en lo alto este edificio, atábanla y fortalecíanla con otras vigas puestas a lo largo atravesadas. Erales, pues, semejante la obra a un edificio muy concertado. Los golpes que con sus máquinas y petrechos daban eran baldíos y vanos; y como el lodo mejor se asentaba, tanto más se fortalecía esta obra. Considerado que hubo Silva estas cosas, pensando tomar este muro con fuego más fácilmente, mandó que echasen muchos manojos de cosas encendidas, abrasando a los soldados que dentro estaban: el muro, cuya mayor parte era de madera, tomó el fuego presto, y encendiéndose hasta lo más hondo de él por lo ancho, levantó con gran llama lumbre muy grande. Aun cuando el fuego comenzaba, ya los romanos se espantaban con el gran viento que acía, porque traía con su fuerza la llama hacia ellos, y habían ya desesperado de salvar algo, casi como si todo se hubiese ciertamente de quemar; pero mudándose el viento, después levantándose otro más manso, como por divina voluntad, echó el fuego contra el muro que estaba contra éste y así todo se quemaba y ardía. No pensaba el mismo Eleazar en huir, ni tenía determinado dar licencia, ni permitir que alguno huir pudiese, y viendo destruida y consumido todo con el fuego, y sabiendo que no le quedaba otra cosa, ni otro medio para librarse, ni otra virtud, antes poniéndose delante de los ojos lo que los romanos habían de hacer con sus hijos y mujeres, si vencían, tomó consejo cómo los mataría a todos, y pensando ser esto la mayor vergüenza que podía hacer, juntando aquella misma noche todos los compañeros que él tenía por más valientes y de mayor ánimo, movíalos y convidábalos a esto con estas palabras: "Habiendo determinado mucho tiempo ha, varones muy esforzados, no sujetarme a servidumbre, ni de romanos, ni de cualquiera otra gente, sino servir a Dios solamente, porque éste es sólo el justo y verdadero Señor de los hombres, este es el tiempo en el cual conviene probar con las obras vuestros ánimos. No nos deshonremos, pues, habiendo sufrido antes servidumbre grande, y además de ésta, habiendo de padecer penas intolerables, si aconteciere que vengamos vivos en manos y poder de los romanos. Somos los primeros que nos hemos rebelado contra ellos, y los postreros que con ellos guerreamos. Pienso que Dios nos ha concedido la gracia de que podamos morir libres, lo cual no ha sido concedido a todos los otros que sin este propósito fueron vencidos y muertos. Nosotros tenemos la muerte y destrucción nuestra por muy cierta en amaneciendo. Libres, pues, somos en elegir el género de muerte para nosotros y los de nuestro afecto, porque no pueden esto prohibirnos los enemigos, que sólo desean prendernos vivos y vemos claramente sernos imposible vencerlos peleando; por ventura convenía conocer la voluntad de Dios al principio, cuando deseando defender la libertad nuestra, todas las cosas que emprendíamos nos sucedían mal, parte por nuestra culpa, y más aún por la de nuestros enemigos: y debíamos saber que el linaje y nación de los judíos, que le había sido en otro tiempo tan amiga, estaba ya condenada a ser del todo destruida y arruinada: porque si quedara y permaneciera Dios como ayuda y favor nuestro, o por lo más algún poco enojado contra nosotros, jamás hubiera permitido destrucción de tales y tan grandes hombres, ni pusiera su ciudad muy sagrada en las manos de los enemigos, para que la quemasen y destruyesen. "Nosotros solamente hemos quedado de todos los judíos, confiando vencer y conservar nuestra libertad, como si no hubiésemos cometido algo, ni faltado contra Dios, y como si no fuéramos parte en alguna culpa ni pecado, habiendo mostrado y ensenádolos a los otros. Ya veis, pues, claramente todos ahora cómo nos redarguye y muestra que éramos vanos y confiábamos en vanidades, dándonos peores daños y males de lo que era posible esperar de su mano por nuestros pecados. "No nos ha aprovechado algo para salvarnos, estar en un castillo que es por su naturaleza fuerte e inexpugnable; antes hemos perdido toda la esperanza por la voluntad de Dios, quitándonos él mismo manifiestísimamente todo el mantenimiento que teníamos juntado, la muchedumbre y abundancia de armas y todo el otro aparejo, que conservado estaba de todas las cosas necesarias. Veis que el fuego que antes dañaba e iba centra los enemigos, sin hacerle alguno fuerza se ha vuelto de su grado contra el muro que teníamos nosotros edificado; pero ahora pagamos lo mucho que hemos cometido, y lo que hemos como locos y furiosos osado contra nuestros mismos naturales, por las cuales cosas no esperemos nosotros que tomen de ello castigo los romanos, sino tomémoslo antes nosotros mismos por nuestras propias manos. Estas son más mansas y más moderadas que no las de los rumanos, porque morirán las mujeres sin ser injuriadas, y morirán los hijos sin experimentar qué cosa es servidumbre. "Después de muertos éstos, sirvámonos los unos a los otros guardando nuestra libertad, y encerrándola con nosotros en nuestras sepulturas; pero primero quememos y demos fuego al castillo y al dinero que dentro de él tenemos: porque ciertamente sé que les pesará a los romanos, si no pudieren haber nuestros cuerpos, y se vieren libres de este trabajo. Dejemos solamente las provisiones, porque ellas nos serán testigos buenos cómo no hemos sido muertos por falta de comer, ni por hambre, sino como habíamos antes determinado, preciando más y anteponiendo la muerte a la triste servidumbre y cautiverio.' Estas cosas decía Eleazar; pero los pareceres de los que presentes estaban, no concordaban de la misma manera. Unos se daban prisa por obedecer a todo lo que Eleazar había dicho, y muy llenos de alegría, pensaban serles la muerte muy buena; pero los que eran más tiernos, con misericordia de sus hijos, mujeres y amigos, o por espantarse todos de ver claramente que ellos mismos se habían de matar y ser de sí mismos homicidas, y mirándose el uno al otro, mostraban con sus lágrimas cómo eran de voluntad y parecer contrario. Como Eleazar los viese amedrentados y con gran temor, y que sus ánimos no bastaban a ejecutar consejo tan grande, temió que aquellos mismos que habían antes entendido lo que había dicho, y querían ejecutarlo valerosamente, se afeminasen y perdiesen el ánimo, viendo a los que lloraban y estaban derramando muchas lágrimas. No dejó, pues, su amonestación; antes, más levantado y mucho más animoso, comenzó una habla más clara de la inmortalidad del alma, y usando de una grande exclamación, mirando los que alrededor estaban llorando, dijo: "Mucho me he engañado, ciertamente, pensando que los varones esforzados y valerosos, peleando por la libertad, habían de querer mucho más morir bien que no vivir malamente. No tenéis, por cierto, ventaja, ni os adelantáis en algo vosotros, ni en virtud ni en audacia, a algún hombre; pues habiendo de libraron de males muy grandes, teméis la muerte cuando antes debieseis sobre esto ni tardar más, ni esperar quien os lo aconsejase o persuadiese. "Antiguamente acostumbraban las oraciones sagradas de la patria a enseñarnos, confirmándolo los hechos y ánimos de nuestros antepasados y padres primeros, que la vida es dada al hombre, pero que el no morir era pena muy grande; porque la muerte que da libertad a las almas, las envía al lugar que es propio de ellas y puro de toda revuelta, para que permanezcan allí, sin ser jamás corrompidas, antes duraderas eterna y felizmente. Pero mientras están atadas o encarceladas en el cuerpo y padecen los males y accidentes que el cuerpo padece, están, cierto, como muertas; porque hágoos saber que mala compañía hace lo mortal con lo inmortal y divino. "Mucho puede el alma junta con el cuerpo, porque sírvese de él como de instrumento; muévelo interiormente y Nácele hacer cosas ajenas aun de su mortal naturaleza; mas librada de este grave peso que tanto la tira a tierra, y librada de esta carga pesada que de ella cuelga, cuando pudiere venir al lugar que le es propio y le está aparejado, entonces se fortalece y participa de la verdadera libertad y bienaventuranza, quedando no menos invisible a los ojos humanos, que el mismo Dios, porque ni aun estando en el cuerpo es posible verla. Viene a él ocultamente, y cuando de él se parte, tampoco parece ni se muestra: teniendo ella siempre una naturaleza libre y muy ajena de toda corrupción, pero da al cuerpo ocasión y causa de mutación, porque dondequiera que hubiere alma, allí habrá también vigor y vida, y de adonde saliere, esto queda marchito y muerto, tanto lo excede por su inmortalidad. "Tomad por argumento de esto que digo al sueño, en el cual veréis que las almas que recogidas en sí, sin ser distraídas por ocupaciones del cuerpo, reposan con gozo grande muy descansadas, y viviendo con Dios por la semejanza y parentesco que con él tienen, están en todo lugar y profetizan antes muchas cosas que después han de ser; ¿por qué razón, pues, hemos de temer la muerte, deseando por otra parte el reposo del sueño? ¿No sería cosa muy loca y muy temeraria que nos tuviésemos envidia de nuestra inmortalidad y quisiésemos seguir antes y amar más la brevedad de la vida y que quisiésemos más gozar de lo mortal que de lo inmortal? Convenía, por cierto, que nosotros, criados e instituidos en nuestra ciudad domésticamente y como conviene, fuésemos ejemplo a los otros para prontamente recibir y padecer la muerte; pero si conviene pedir de los extranjeros aprobación y confirmación de esto que digo, veamos ahora los maestros de sabiduría entre los judíos lo que dicen; porque éstos, como sean buenos hombres, el tiempo que viven súfrenlo forzados como don necesario y cargo de naturaleza; pero trabajan por librar sus almas de la pesada e importuna carga del cuerpo, y sin mal ni enfermedad alguna, por el deseo que de la inmortal conversión tienen, dicen a los otros que han de partir; ni hay quien resista ni lo impida, antes todos los llaman bien afortunados y dichosos, y envían a sus amigos y familiares mandados; tan ciertamente creen ser ésta la costumbre que los ánimos entre sí tienen; y habiendo ellos entendido y sabido lo que les encomiendan, dan al fuego sus cuerpos por morir con loores, por que se parta el alma del cuerpo pura, limpia y sin mácula, y los más amigos, más fácilmente y con mejor ánimo los acompañan a la muerte que ningún otro extraño acompaña sus propios ciudadanos, si han de partir para algunas tierras muy lejanas. "Lloran después por sí mismos juzgando a los muertos por bienaventurados, por ver los que entran ya en el número de los que son inmortales. No nos hemos, pues, nosotros de avergonzar si nos mostrásemos aún menos sabios que los judíos y más necios, y si despreciásemos por cobardía nuestra y falta de ánimo las leyes de la patria, las cuales parecen a todos dignas de imitar y ser muy honradas. Pues aunque fuéramos instituidos al contrario de lo que ahora somos, y nos fuera dado a entender que es sumo bien el vivir, y es sumo mal y daño el morir, todavía este tiempo nos muestra y enseña claramente que pasemos y suframos la muerte con buen ánimo, habiendo de morir de una manera o de otra, por la voluntad de Dios necesariamente. "Esto lo tiene Dios de tiempo muy antiguo, según lo que parece, muy determinado contra todo el linaje de los judíos, que muriésemos y fuésemos privados de la vida, porque no nos habíamos de servir de ella según convenía y era razonable. No oso atribuir la causa de ello a nosotros mismos, ni hacer las gracias de ello a los romanos, porque la guerra que con nosotros han tenido nos ha consumido. No han acontecido estas cosas por las fuerzas y esfuerzo de ellos: pero otra causa intervino más fuerte, y ésta causó que pareciese ser ellos vencedores. Porque ¿con qué armas de los romanos fueron muertos los judíos que vivían en Cesárea? Cuando estando sin ánimo de rebelarse contra ellos, celebrando la fiesta del sábado o séptimo día, les acometió todo el pueblo de Cesárea y matáronles a todos con sus hijos y mujeres, sin hacer los judíos alguna resistencia; ni tuvieron vergüenza de los mismos romanos, los cuales no pensaban haber otros enemigos entre nosotros, sino éramos nosotros, que nos habíamos contra ellos levantado. "Pero dirá alguno que los de Cesárea siempre tuvieron discordia con los judíos que allí dentro de la ciudad vivían, y alcanzando la ocasión, ejecutaron su odio y el aborrecimiento que contra ellos tenían. ¿Pues qué diremos de los de Escitópolis? Atreviéronse aquéllos a hacer guerra con nosotros por causa de los griegos, y no osaron juntarse con nosotros para tomar venganza de los romanos. Mucho, pues, les aprovechó a éstos la fe y amistad de aquéllos: todos fueron, por cierto, despedazados y muertos con sus familias, hijos y parientes; y por haberles ayudado antes, estas gracias les hicieron; porque habiendo prohibido y estorbado que padeciesen ellos esto de nosotros, hubiéronlo después de sufrir ellos de los mismos, como si fueran los que querían matarlos. "Largo e importuno sería si me quisiera parar a contar particularmente todo lo sucedido. Todos sabéis que ninguna ciudad hay en el reino de Siria, la cual no haya muerto todos los judíos que en ella vivían, mostrándose más enemigos todos con nosotros que no fueron los mismos romanos: adonde también los damascenos, no pudiendo hallar para ello causa que fuese razonablemente probable, llenaron su ciudad de cuerpos de hombres muertos sin razón ni justicia, degollando dieciocho mil judíos con sus familias y mujeres; pues la muchedumbre que en Egipto murió de las llagas, sabemos haber pasado el número de sesenta mil. Murieron éstos, por ventura, estando en tierra extraña, sin hallar quien a los enemigos contradijese; pero a los que en nuestras tierras emprendieron guerra contra los romanos, no les faltaba algo de cuanto les podía dar esperanza de alcanzar victoria muy cumplida; porque las armas, los muros, los castillos fuertes e inexpugnables y los ánimos valerosos y no amedrentados por defender la libertad, movieron a todos a que se rebelasen; pero habiéndoles durado todas estas cosas muy poco tiempo, y habiéndose ensoberbecido y levantado más de lo que debían, fueron principio de mayores males. Todo ha sido tomado por los enemigos y todo ha venido a parar en manos de ellos, como si fuera aparejado para acrecentar y ennoblecerles más la victoria, y no para salud ni defensa de aquellos para quienes había sido edificado y puesto en pie. "Los que murieron en la guerra debemos pensar que son bienaventurados, porque, en fin, murieron con su libertad, trabajando en defenderla peleando; pero de la muchedumbre que ha sido sojuzgada por los romanos, ¿quién no tendrá compasión y gran lástima? ¿O quién, antes que tal le acontezca, no se dará prisa por morir? De ellos fueron los unos atormentados y perecieron con azotes y con fuego; otros, medio comidos por las bestias fieras, son guardados para que de ellos se apacienten, y de todos, los más malaventurados y míseros son los que quedan aún en esta vida, los cuales, deseando muchas veces la muerte, aun ésta no pueden alcanzar. ¿A dónde está ahora aquella ciudad grande? ¿O a dónde está la que fué metrópoli y ciudad principal de toda la gente de los judíos? Fortalecida con tantos cercos de muro y con tantas torres y castillos delante de los muros, en la cual apenas podía caber todo el aparejo que para la guerra había, que tanta muchedumbre tenía de gente que la defendiese. ¿Qué se ha hecho ahora la que pensábamos ser guardada y conservada por la mano de Dios y que Dios moraba en ella? De raíz ha sido destruida; solamente quedan algunas antigüedades y memorias, las cuales guardan los que quedaron allí de guarnición. Están los desdichados e infelices viejos, están entre las cenizas del templo, y algunas pocas mujeres reservadas por los enemigos, para afrenta muy torpe de la vergüenza de ellas. "Pues pensando estas cosas y poniéndose ante los ojos todo lo que yo he dicho, ¿habrá alguno que pueda u ose alzar los ojos a mirar el sol, aunque pueda vivir muy seguro y sin peligro? Quién es tan enemigo de su patria, quién tan poco de guerra o de tan poco ánimo, que no se arrepienta de haber vivido hasta el presente? "¡Pluguiera a Dios, y ojalá fuéramos todos muertos antes que viéramos destruir y abrasar por manos de los enemigos aquella ciudad sagrada, antes de ver derribar de? su raíz aquel santo templo! Pero, pues nos había movido no mala esperanza, pensando que pudiéramos vengar lo hecho en ella, veis ahora que ya nos es imposible y nos ha dejado en nuestras necesidades solos nuestra desdicha o desventura, demos diligencia en que muramos bien; tengamos nosotros mismos de nosotros compasión y misericordia, teniéndola de nuestras mujeres e hijos, entretanto que el tiempo nos lo concede. Nacidos somos para morir, y para lo mismo nacieron los que nosotros engendramos: no pueden huir la muerte los fuertes, por fuertes que sean; pero vernos injuriados y con servidumbre, ver que nos llevan nuestras mujeres e hijos con afrenta, no es este mal que se haya de sufrir naturalmente, antes lo sufren, por su temeridad y locura, los que pudiendo morir rehusaron y dejaron de ejecutarlo. "Nosotros, confiados mucho en nuestro esfuerzo, nos rebelamos contra los romanos, y aconsejándonos ellos mismos ahora lo que nos era saludable, no les obedecíamos. ¿Quién hay, pues, que ignore o no le sea manifiesta la ira que contra nosotros tienen, si pudieran sojuzgarnos y prendernos vivos? Habráse de tener compasión grande de los mozos y mancebos, cuyas fuerzas bastarán ciertamente para sufrir muchos daños, y habráse de tener no menos de los que ya son de más edad, viendo que éstos no serán bastantes a sufrir la muerte que les será dada. Verá el uno que le quitan de su lado a su mujer; otro, atadas sus manos, oirá la voz del hijo que pide su socorro. " Ahora, pues, entretanto que tienen su libertad, y tienen las espadas en las manos, sírvanos de oficio tan bueno, sin experimentar la servidumbre que en poder de los enemigos les está aparejada. Muramos libres, y partamos de esta vida con nuestros hijos y mujeres. Las leyes nos mandan esto; estas cosas nos ruegan nuestros hijos y mujeres. Dios manda que pasemos por esto; los romanos lo contrario querrían, y temen que alguno de nosotros muera antes de la general matanza y destrucción. Démonos prisa, pues, y por el deseo que de gozar de nosotros tienen, dejémosles causa para que se espanten por habernos dado nosotros mismos la muerte, y memoria y ocasión de maravillarse por nuestro atrevimiento." Deseando Eleazar decir más, todos lo interrumpían e impedían; y con un ímpetu muy desenfrenado, movíanse a ejecutar lo que había sido dicho, y como movidos por furias, los unos trabajaban y deseaban adelantarse en dar la muerte a los otros, teniendo y pensando por muy cierto que era esto señal de grande esfuerzo y de buen consejo, hacer y trabajar cada uno por su parte por no ser el postrero. Tanto deseo les tomó a todos de matar a sus hijos y mujeres y a sí mismos, que ni aun viniendo a la obra, cosa que no pensaría, se detuvieron o amedrentaron algo, antes todos quisieron ejecutar aquel parecer que tomaron cuando Eleazar les hablaba. Retenían todos el afecto y amor propio que debían; pero dando lugar a la razón, y pensando que hacían en aquello lo que por sus hijos hacer debían, saludaban y despedíanse de sus mujeres, abrazándolas y quitándoles los hijos de las faldas y regazos: llorando en extrema manera, los besaban, y daban en ellos, como si fueran extraños, de propia voluntad, matándolos a todos como antes fué dicho, consolándose de todos los males que habían de sufrir sujetados que fuesen a sus enemigos, con pensar que les era necesario morir. Ninguno, pues, se halló que no tuviese para esto atrevimiento. Mataron todos los más allegados y más amigos. ¡Desdichados, que les fué necesaria tal cosa, y más desdichados, que tenían por el menor y menos mal, matar sus propios hijos y mujeres! No pudiendo, pues, ya sufrir el dolor de tales hechos, por lo cual, pensando que causaban tristeza a todos los muertos, quedaban ellos vivos algún tiempo: mas de pronto juntaron en uno todos los bienes que tenían, y pusiéronles fuego; y escogiendo luego diez hombres de entre todos por fuertes que fuesen, diestros y esforzados para matar todos los otros, ordenándose encima de los cuerpos de sus mismas mujeres e hijos, y abrazándolos a todos, se ofrecían muy aparejados todos para ser muertos por aquellos que habían de ejecutar tan desdichado servicio. Ellos entonces, pues, todos eran ya sin algún temor, antes muy atrevidamente, muertos; pusieron la misma ley para ser todos muertos, de manera que a quien la suerte le cupiese, cuando hubiese muerto a los otros, él mismo se hubiese de matar sobre los otros, y de tal manera se confiaban entre sí todos, que ninguno se tenía por inferior ni por más principal que otro, no menos en el atrevimiento que tenían en cometer cualquier crueldad, que en sufrirla. A la postre todos se sujetaron a la muerte, y quedando el uno y el postrero viendo la muchedumbre de los muertos, porque no quedase, por ventura o acaso, alguno que pudiese tener necesidad de sus manos, cuando entendió que todos eran muertos, puso fuego al palacio, y pasándose toda su espada con gran fuerza por todo su cuerpo, murió encima de los suyos. Así fueron éstos muertos, creyendo que ningún ánima quedaba sujeta a los romanos. Estuvo una mujer muy vieja escondida, y otra parienta de Eleazar, mucho más docta y más sabia que acostumbran ser las mujeres, y cinco muchachos, por las minas que tenían hechas, por las cuales traían por bajo tierra las aguas para beber, entretanto que los otros estaban ocupados en pensar de qué manera se darían ellos mismos la muerte, los cuales eran hasta número de novecientos sesenta entre mujeres y muchachos. Esta destrucción fué hecha a los quince días del mes de abril. Los romanos, que aguardaban aún y pensaban haber de pelear, venida la mañana juntaban sus montes con los puentes de las escaleras, y acometían el muro, pero no viendo alguno de los enemigos, y sí por todas partes gran soledad, y el fuego con tan gran silencio, no podían descubrir ni saber lo que había sido hecho, y al fin, dando un gran golpe con mucho ímpetu con aquel ariete o ingenio que tenían, dieron muy grandes gritos por saber si alguno había que les respondiese. Oyeron los clamores las mujeres que estaban escondidas, por lo cual, saliendo de los albañales, adonde estaban, descubrieron a los romanos todo lo que de dentro había sido hecho, contándolo una de ellas cómo había pasado todo manifiestamente. Los romanos todavía no creían esto tan fácilmente, por no creer que se hubiesen atrevido a tanto los judíos, pero trabajaban en matar el fuego, y siguiendo su camino por donde el fuego venía, llegaron al palacio real, y viendo tan gran muchedumbre de muertos, no se gozaron de ello, como debían, por ser sus enemigos; antes se maravillaban de ver un consejo y determinación de tanta crueldad, y un menosprecio tan obstinado en tan gran número de gente, para darse la muerte. *** |
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