Capítulo XVIIDel número de los que forzaron cautivos y de los que murieron.Llegó el número de cautivos que fueron presos en toda esta guerra al número de noventa y siete mil, y los que murieron durando el tiempo del cerco de la ciudad, llegaron a once veces cien mil hombres. Los más de éstos fueron naturales judíos, pero no todos naturales de Jerusalén, porque juntados de todas partes para los días de las fiestas o de su Pascua, fueron súbitamente cercados de guerra, y primero por estar tan apretados les cercó gran pestilencia y luego después el hambre. Que la ciudad pudiese tener tanta gente, está claro y manifiesto de lo que dijimos haberse hallado en tiempo de Cestio, Presidente y Gobernador de Jerusalén; porque deseando éste entonces hacer que Nerón supiese la fuerza y poder de esta ciudad, viendo que menospreciaba mucho esta nación, pidió a los pontífices, que si fuese posible en suerte alguna le diesen cuenta del número de la gente, y ellos un día solemne de sus fiestas, el cual llaman Pascua, estando ocupados en matar animales para sus sacrificios desde las nueve hasta las once, estaban repartidos de diez en diez, no menos porque no les era lícito matar uno, sin que fuesen por lo menos diez, aunque se podían bien juntar veinte, y así contaron doscientos cincuenta y seis mil y quinientos animales muertos para los sacrificios; y montan éstos, no contando por cada uno más de diez varones, dos millones y setecientas mil personas, siendo todos puros y limpios, porque los leprosos o albarazados, que es otro género de lepra blanca, y los que no pueden detener su simiente, los cuales se llaman gonorreicos, y las mujeres no limpias por estar con su regla, ni todos los otros enfermos no podían participar en los sacrificios; ni los que eran extranjeros, sino sólo los que por causa de la religión hubiesen venido: y tan gran muchedumbre, claro está que de los de fuera se juntaba; pero entonces parece que por sus hados y ventura toda la gente se había juntado como en una cárcel, y estaba cercada la ciudad muy llena de gente. Vence, pues, y excede en gran manera toda pestilencia, así humanamente venida, como por Dios enviada, el número grande de los que murieron públicamente, y de los que prendieron los romanos; porque escudriñando los albañales, y desenterrándolos de los sepulcros, degollaban a cuantos hallaban. Fueron también aquí hallados más de dos mil, de los cuales los unos se habían ellos mismos por sus propias manos muerto y los más se habían muerto unos a otros, y algunos otros corrompidos por el hambre y trabajo que padecían: salía un hedor tan hediondo al encuentro de los que entraban, que hacía volver atrás a muchos de ellos; otros con el cuidado que de ganar más tenían, pisando los cuerpos muertos que por el suelo había juntos, no curaban sino de entrar, porque hallábanse muchas riquezas escondidas en aquellas cavas, y la codicia de ganar hacía camino por todas partes, y lo allanaba todo. Libraban a muchos que los tiranos habían atado y encarcelado malamente, porque estando en su extrema necesidad, no habían aún dejado de mostrar su crueldad y tiranía; pero Dios tomó venganza de entrambos justamente; porque Juan, oprimido con el hambre y puesto con sus hermanos en los albañales, suplicaba y pedía a los romanos lo que tantas veces había desechado con menosprecio, es a saber, que lo perdonasen. Simón, habiendo luchado cuanto podía con la necesidad grande, como después mostraremos, se rindió. Fué el uno de éstos guardado para el triunfo de Vespasiano, y Juan fué puesto en cárcel perpetua, y los romanos quemaron las partes postreras de la ciudad y derribaron los muros del todo. *** |
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