PISTETERO.-(Primero al flautista y luego al sacerdote.) Tú, deja de soplar. ¡Heracles! ¿Qué veo? Por Zeus, muchos prodigios he visto, pero nunca a un cuervo con bozal[52]. Sacerdote cumple tu deber y sacrifica a los nuevos dioses.

EL SACERDOTE.-Lo haré. ¿Dónde está el que lleva el canastillo? Rogad a la Hera de las aves, al milano protector del hogar y a todos los pájaros, olímpicos y olímpicas, dioses y diosas...

PISTETERO.-¡Salve, gavilán protector de Sunio, rey pelásgico!

EL SACERDOTE.-Al cisne Pítico y Delio; a Leto, madre de las codornices; a Artemis, Jilguero...

PISTETERO.-En adelante no habrá Artemis Colenis, sino Artemis-Jilguero.

EL SACERDOTE.- ...Y al frigilo Sabacio[53], a Cibeles avestruz, augusta madre de los dioses y los hombres...

PISTETERO.-¡Oh poderosa Cibeles avestruz, madre de Cleócrito[54].

EL SACERDOTE.-Que den salud y felicidad a los nefelococigios y a sus aliados de Quíos[55].

PISTETERO.-Me gusta ver en todas partes a los de Quíos.

EL SACERDOTE.-A los héroes, a las aves, a los hijos de los héroes, al porfirión, al pelícano, al pelecino, al fléxide; al tetraón, al pavo real, al elea, a la cerceta, al elasa; a la garza, al mergo, al becafigo, al pavo...

PISETERO.-Acaba, hombre infernal; acaba tus invocaciones. Desdichado, ¿a qué víctimas llamas a los buitres y a las águilas de mar? ¿No ves que un milano basta para devorar estas viandas? ¡Lárgate de aquí con tus ínfulas! Ofreceré yo solo el sacrificio.

EL SACERDOTE.-Es preciso que para la aspersión entone un nuevo himno sacro y piadoso, e invoque a los dioses, a uno siquiera, si es que tenéis bastantes provisiones, pues vuestras decantadas víctimas veo que se reducen a barbas y cuernos.

PISTETERO.-Oremos al sacrificar a los dioses alados.

UN POETA.-(Que sale recitando.) Celebra, oh Musa, con tus himnos y canciones a la feliz Nefelococigia.

PISTETERO.-¿De dónde sale éste? Di, ¿quién eres tú?

EL POETA.-Soy un aedo melifluo, un trabajoso servidor de las Musas, como dice Homero.

PISTETERO.-Si eres esclavo, ¿cómo llevas largo el cabello?[56].

EL POETA.-No es eso; todos los poetas somos trabajosos servidores de las Musas, al decir de Homero.

PISTETERO.-Ya no me asombro: tu manto demuestra muchos años de servicio. Pero, desdichado poeta, ¿qué mal viento te ha traído aquí?

EL POETA.- -He compuesto en honor de vuestra Nefelococigia varios cantos, hermosos ditirambos y partenias[57], y algunas odas al estilo de Simónides.

PISTETERO.-¿Cómo has compuesto esas cosas? ¿Y desde cuándo?

EL POETA.-Hace mucho, mucho tiempo que canto las alabanzas de esta ciudad.

PISTETERO.-¡Pero si en este instante celebro la fiesta de su fundación, y acabo de ponerla un nombre como a los niños de diez días![58].

EL POETA.-¡Qué importa! La voz de las Musas vuela como los más rápidos corceles. ¡Oh tú, padre mío, fundador del Etna; tú, cuyo nombre recuerda los divinos templos, otórgame propicio los bienes que para tí desearías!

PISTETERO.-No nos vamos a quitar de encima esta calamidad, si no le damos alguna cosa. Tú (dirigiéndose a uno de los presentes,) que tienes ese abrigo sobre la túnica, quítatelo y dáselo a este discretísimo poeta. (Al poeta.) Toma este abrigo, pues me parece que estás tiritando.

EL POETA.-Mi Musa acepta regocijada este presente. Pero escucha estos versos pindáricos...

PISTETERO.-¿Cuándo acabará por marcharse este im­portuno?

EL POETA.- 

Sin vestido de lino
Vaga Estratón en el confín helado
Del errabundo escita:
Burdo manto le han dado,
Pero aún túnica fina necesita.
¿Comprendes lo que quiero decir?

PISTETERO.-¡Vaya si comprendo! Quieres que te regale una túnica (A un criado.) Quítatela: es preciso obsequiar a los poetas (Al poeta.) Tómala y vete.

EL POETA.-Me voy; pero al marcharme, compongo estos versos en honor de vuestra ciudad:

Númen de áureo trono,
Celebra esta ciudad
Que tirita a los soplos
De un céfiro glacial.
Yo su campiña fértil
Vengo de visitar,
Alfombrada de nieve.
¡Tralalá, tralalá!

(Vase.)

PISTETERO.-Sí, pero te escapas de estos helados campos con una buena túnica. Jamás hubiera creído, Zeus soberano, que ese maldito poeta pudiera adquirir tan pronto noticias de esta ciudad. (Al Sacerdote.) Coge la vasija[59] y da vuelta al altar.

EL SACERDOTE.-¡Silencio¡

EL ADIVINO.-(Entrando y dirigiéndose al Sacerdote.) No empieces inmolando al chivo.

PISTETERO.-Y tú quién eres?

EL ADIVINO.-¿Qué quién soy? Un adivino.

PISETERO.-Entonces, ¡lárgate de aquí!

EL ADIVINO.-Amigo mío, no desprecies las cosas divinas: hay una profecía de Bacis que se refiere claramente a Nefelococigia.

PISTETERO.-¿Por qué no me hablaste de ese oráculo antes de fundar la ciudad?

EL ADIVINO.-La Divinidad me lo impedía.

PISTETERO.-No hay inconveniente en que oigamos el vaticinio.

EL ADIVINO.-(Leyendo en un papiro.) «Cuando los lobos y las blancas palomas habiten juntos entre Corinto y Sicione... »

PISTETERO.-Pero ¿qué tenemos que ver nosotros con los Corintios?

EL ADIVINO.-Al expresarse de ese modo Bacis, se refe­ría al aire. «Sacrificad primeramente a Pandora un blanco vellocino, y después regalad al profeta que interprete mis oráculos un buen vestido y zapatos nuevos...»

PISTETERO.-¿También zapatos?

EL ADIVINO.-Toma y lee. «Y dadle, además, una copa y un buen trozo de las entrañas de la víctima.»

PISTETERO.-¿También dice «darle un trozo de las entrañas»?

EL ADIVINO.-Toma y lee. «Joven divino, si obedecieres mis mandatos, serás un águila en las nubes; si no le das nada, ni tórtola, ni águila, ni pito real.»

PISTETERO.-¿También dice eso?

EL ADIVINO.-Toma y lee.

PISTETERO.- Pero tu oráculo en nada se parece a otro que escribí yo mismo bajo la inspiración de Apolo. Escucha: «Cuando, sin que nadie le llame, venga un charlatán a molestarte mientras estás ofreciendo un sacrificio y pida una porción de las entrañas, deberás molerle las costillas a palos.»

EL ADIVINO.-Supongo que bromeas.

PISTETERO.-Toma y lee. (Y no le perdones, aunque sea un águila en las nubes, aunque sea Lampón, aunque sea el gran Diopites.»

EL ADIVINO.-¿También dice eso?

PISTETERO.-Toma lee y ¡lárgate... a los cuervos!

EL ADIVINO.-¡Ay, pobre de mí!

PISTETERO.-¿Vas a largarte rápido y vaciar en otra parte tus oráculos?

METÓN.-(Geómetra.) Vengo a veros para...

PISTETERO.-Otro importuno. ¿Qué te trae aquí? ¿Cuáles son tus proyectos? ¿Qué te propones viniendo tan encopetado con tus coturnos?

METÓN.-Quiero medir las llanuras aéreas, y dividirlas en parcelas.

PISTETERO.-En nombre de los dioses, quién eres?

METÓN.-¿Quién soy? Metón, conocido en toda la Hélade y en la aldea de Colona.

PISTETERO.-Dime, ¿qué es eso que traes ahí?

METÓN.-Reglas para medir el aire. Pues todo el aire, en su forma general, es enteramente parecido a un horno. Por tanto, aplicando por arriba esta línea curva y ajustando el compás... ¿Comprendes?

PISTETERO.-Ni una palabra.

METÓN.-Con esta otra regla trazo una línea recta, inscribo un cuadrado en el círculo y coloco en su centro el Agora; a ella afluirán de todas partes calles derechas, del mismo modo que del sol, aunque es circular, parten rayos rectos en todas direcciones.

PISTETERO.-¡Este hombre es un Táles... Metón!

METÓN.-¿Qué?

PISTETERO.-Ya sabes que te quiero; pero voy a darte un buen consejo: márchate cuanto antes.

METÓN.-¿Qué peligro corro?

PISTETERO.-Aquí, como en Lacedemonia, es costumbre expulsar a los extranjeros, y en toda la ciudad llueven garrotazos sobre ellos.

METÓN-¿Es que, por acaso, estáis en revolución?

PISTETERO.-No, ciertamente, por Zeus.

METÓN. ¿Qué ocurre entonces?

PISTETERO.-Que hemos tomado por unanimidad la decisión de pulverizar a todos los impostores.

METÓN.-En este caso, voy a largarme.

PISTETERO.-Sí, por Zeus; y aún no sé si podrás escapar, pues aquí está ya la tormenta. (Le pega.)

METÒN.-(Huyendo.) ¡Desdichado de mí!

PISTETERO.-¿No te lo decía hace tiempo? Vete con tus medidas a otra parte y bien lejos de aquí.

UN INSPECTOR.-(Que llega mientras Metón huye.) ¿Dónde están los próxenos?[60].

PISTETERO.-¿Quién es este Sardanápalo?

EL INSPECTOR.-Soy un inspector, designado por la suerte para ejercer mi vigilancia en Nefelococigia.

PISTETERO—¡Un inspector! ¿Y quién te ha enviado?

EL INSPECTOR.-Un maldito oráculo de Teleas.

PISTETERO.-¿Quieres recibir tu paga y marcharte, sin más historias.

EL INSPECTOR.-Sí, por los dioses; precisamente tenía hoy necesidad de estar en Atenas para asistir a la Asamblea: tengo un asunto de Farnaces[61].

PISTETERO.-Toma y vete; aquí tienes tu paga (Le pega.)

EL INSPECTOR.-¿Qué es esto?

PISTETERO.-Es la Asamblea en que has de defender a Farnaces.

EL INSPECTOR—¡Sed testigos de que me pega! ¡A mí! ¡A un inspector!

PISTETERO.-¿No te irás con tus malditas urnas judiciales? Esto es el colmo: ¡enviar inspectores a una ciudad antes de haber terminado los sacrificios de los dioses!

(El inspector huye. Llega un vendedor de decretos.)

EL VENDEDOR DE DECRETOS.-«Todo ciudadano de Nefelococigia que produjese daños a uno de Atenas...»

PISTETERO.-¿Qué nueva calamidad es ésta, cargada de pergaminos?

EL VENDEDOR DE DECRETOS.-Soy un vendedor de decretos, y vengo a venderos leyes nuevas.

PISTETERO.-¿Cuáles?

EL VENDEDOR DE DECRETOS.-«Los habitantes de Nefelococigia tendrán las mismas leyes, pesos y medidas que los Olofixios[62].

PISTETERO.-Ahora vas a conocer las de los Ototixios [63].

EL VENDEDOR DE DECRETOS.-Pero ¿qué te pasa, hombre?

PISTETERO.-Si no te largas con tus decretos te voy a aplicar otros bien duros.

EL INSPECTOR.-(Volviendo.) Cito en justicia y por injurias a Pistetero para el mes muniquión[64].

PISTETERO.-!Cómo! ¿Aún estabas ahí?

EL VENDEDOR DE DECRETOS.-«El que expulsase a un magistrado y no le recibiese como prescribe el edicto fijado en la columna...»

PISTETERO.-(Al Inspector.) ¡Oh desdicha! ¿Ahí estabas también tú?

EL INSPECTOR.-¡Ya me las pagarás) He de hacer que te condenen a mil dracmas de multa.

PISTETERO.-Yo haré pedazos tus urnas.

EL INSPECTOR.-¿Te acuerdas de aquella tarde en que hiciste tus necesidades junto a la columna de los edictos?

PISTETERO.-¡Ea! Echadle mano a ése. ¡Hola! Parece que no te quedas.

EL SACERDOTE.-Marchémonos de aquí cuanto antes y sacrifiquemos dentro, el macho cabrío.

(Vanse todos)

EL CORO.-En adelante, todos los mortales me ofrecerán sus votos y sacrificios a mí, que todo lo inspecciono y gobierno. Porque con mi vista abarco el mundo entero y conservo los frutos en flor, destruyendo las infinitas castas de animales que en el seno de la tierra o en las ramas de los árboles los devoran antes de que hayan brotado del tierno cáliz. Yo mato los insectos que corrompen con su fétido contacto los perfumados huertos; y todos los reptiles y ve­nenosos sapos mueren al golpe de mis forzudas alas.

EL CORIFEO.- Hoy que se pregona principalmente este edicto: «El que matase a Diágoras Meliense[65], recibirá un talento, el «que matase a uno de nuestros tiranos, recibirá un talento», queremos nosotros promulgar también este decreto: «El que matare a Filócrates el pajarero recibirá un talento; cuatro, el que lo traiga vivo: él es quien ata los pinzones de siete en siete y los vende por un óbolo: él es quien atormenta a los tordos inflándolos para que parezcan más gordos; él atraviesa con plumas el pico de los mirlos: él reúne palomas y las encierra, obligándolas a reclamar a otras y atraerlas a sus redes. Este es nuestro edicto: mandamos además que todo el que tenga aves encerradas en su patio, las suelte inmediatamente. El que no obedeciere será apresado por las aves y servirá, cargado de cadenas, para señuelo de otros hombres.»

EL CORO.-¡Oh raza afortunada la de las aves! Ni en invierno tenemos necesidad de túnicas ni en estío nos molestan los abrasadores rayos de un sol canicular. En los valles floridos, a la sombra del tupido follaje, hallo fresco reposo, mientras la divina cigarra enfurecida por el calor del mediodía, deja oír su agudo canto; cuevas profundas, en que jugueteo con las ninfas de los montes, me abrigan en invierno, y en primavera picoteo las blancas y virginales bayas del mirto, y saqueo los huertecillos de las Gracias.

Queremos decirles a los jueces una palabra sobre el premio, si no le adjudican, les otorgaremos toda clase de bienes; bienes más preciosos que los que recibió el mismo Paris[66]. En primer lugar, cosa la más apetecida por todos los jueces, las lechuzas de Laurium[67] no os abandonarán jamás; habitarán dentro de vuestras casas, anidarán en vuestros bolsillos y empollarán en ellos pequeñas moneditas. Además vuestras habitaciones parecerán templos magníficos, porque elevaremos sus techos en forma de alas de águila. Si conseguís una magistratura y queréis robar algo, armaremos vuestras manos con las garras veloces del azor. Y si váis a un banquete, os proveeremos de espaciosos buches. Pero si no nos adjudicáis el premio, ya podéis proveeros de sombrillas como las de las estatuas[68]: que el que no la lleve nos las pagará todas juntas. Pues cuando salga ostentando su túnica blanca, todas las aves se la mancharemos con nuestras inmundicias.

PISTETERO.-El sacrificio, aves, ha sido favorable; pero me extraña que no venga de la muralla ningún mensajero para anunciarnos cómo va la obra. ¡Ah! Ahí viene uno, corriendo sin aliento.

MENSAJERO PRIMERO.-¿Dónde, dónde está? ¿Dónde, dónde, dónde está? ¿Dónde está Pistetero, nuestro jefe?

PISTETERO.- Aquí estoy.

MENSAJERO PRIMERO.-Ya están en pie las murallas.

PISTETERO.-Excelente noticia.

MENSAJERO PRIMERO.-Es una obra soberbia y hermosísima: la anchura del muro es tan grande, que si Proxénides, el fanfarrón y Teógenes se encontrasen sobre él dirigiendo dos carros tirados por caballos tan grandes como los de Troya, pasarían sin dificultad.

PISTETERO.-¡Oh, Heracles!

MENSAJERO PRIMERO.-Su altura, que yo mismo he medido, es de cien orgías[69].

PISTETERO.-¡Por Poseidón! ¡que altura! ¿Quiénes han construido tan gigantesca muralla?

MENSAJERO PRIMERO.-Las aves, y nadie más que las aves; allí no ha habido ni albañiles egipcios, ni canteros; todo lo han hecho por sí mismas con una habilidad asombrosa. De África vinieron cerca de treinta mil grullas que descargaron su lastre de piedras, las cuales, después de arregladas por el pico de los rascones, han servido para los cimientos. Diez mil cigüeñas fabricaron los ladrillos. Los chorlitos y demás aves fluviales subían al aire el agua de la tierra.

PISTETERO.-¿Quiénes traían el mortero?

MENSAJERO PRIMERO.-Las garzas, en gamellas.

PISFETERO.-Pero ¿cómo pudieron echarlo en las gamellas?

MENSAJERO PRIMERO.-Es una invención ingeniosísima. Los gansos revolvían con sus patas, a guisa de paletas, el mortero, y después lo echaban en las gamellas.

PISTETERO.-¡Qué no hubieran hecho con manos!

MENSAJERO PRIMERO.-Era de ver cómo traían ladrillos los ánades. También ayudaban a la faena las golondrinas, trayendo mortero en el pico y la llana en la cola, como si fuesen niños.

PISTETERO.-¿Qué necesidad habrá ya de pagar operarios? Pero dime: ¿Quiénes labraron las maderas necesarias?

MENSAJERO PRIMERO.-Los pelícanos, como habilísimos carpinteros, arreglaron con sus picos las jambas de las puertas: cuando desbastaban las maderas, se oía un ruido parecido al de los arsenales. Ahora está ya todo cerrado con puertas y cerrojos, y cuidadosamente guardado: las rondas recorren el recinto con sus campanillas; hay centinelas en todas partes, y antorchas en las torres. Pero corro a lavarme; a tí te toca terminar la obra.

EL CORO.-¿Qué te ocurre? ¿Te admiras de la presteza con que el muro ha sido construido?

PISTETERO.-Sí, por cierto; es cosa digna de admiración: parece una fábula. Pero ahí viene uno de los centinelas de la ciudad, con marcial continente.

MENSAJERO SEGUNDO,-Iu, iu, iu, iu; iu.

PISTETERO.-¿Qué pasa?

MENSAJERO SEGUNDO.-Algo muy indigno. Uno de los dioses de la corte de Zeus, después de atravesar las puertas, ha penetrado en el aire, burlando la vigilancia de los grajos que dan la guardia de día.

PISTETERO.-¡Oh indigno y criminal atentado! ¿Qué dios es ese?

MENSAJERO SEGUNDO,-Lo ignoramos; sólo sabemos que tiene alas.

PISTETERO.-¿Por qué no habéis lanzado en seguida guardias en su persecución?

MENSAJERO SEGUNDO.-Hemos enviado tres mil azores, arqueros de caballería: todas las aves de ganchudas uñas, cernícalos, gerifaltes, buitres, águilas y gavilanes vuelan en su busca, haciendo resonar el aire con el rápido batir de sus alas. El dios no debe estar lejos; si no me engaño, helo ahí.

PISTETERO.-¡Aprestemos la honda y el arco! Aquí, amigos; disparad todos vuestras saetas; dadme una honda.

EL CORIFEO.-Declárase una guerra, una guerra inaudita entre los dioses y yo. Hijos del Erebo, guardad cuidadoso s

el aire y las nubes que le entoldan, para que ningún dios las atraviese: vigilad todo el circuito. Ya se oye cerca un ruido de alas, como el de un inmortal cuando vuela.

PISTETERO.-¡Eh, tú! ¿Adónde vuelas? Estate quieta, inmóvil. ¡Alto! Detente. ¿Quién eres? ¿De qué país? Es preciso que digas de dónde vienes.

IRIS.-(Que llega en forma de una joven, con aureola y provista de alas.) Vengo de la mansión de los dioses olímpicos.

PISTETERO.-¿Cómo te llamas, navío o casco?[70].

IRIS.-Iris la rápida.

PISTETERO.-¿De Paralos o de Salamina?

IRIS.-¿Qué quieres decir?

PISTETERO.- Digo si no habrá por ahí un buen macho que se abata volando sobre tí para cubrirte.

IRIS.-¿Qué se abata sobre mí? ¿Qué significan estos ultrajes?

PISTETERO.-Vas a llorar a mares.

IRIS.-Pero esto es absurdo.

PISTETERO.-¿Por qué puerta has penetrado en la ciudad, gran impura?

IRIS,-¿Por qué puerta? Lo ignoro.

PISTETERO.-¿Oís cómo se burla de nosotros? ¿Te has presentado al capitán de los grajos? Responde. ¿Traes un pasaporte autorizado con el sello de las cigüeñas?

IRIS.-¿Qué calamidad es esa?

PISTETERO.-¿No lo traes?

IRIS.-Tú no debes estar en tu sano juicio.

PISTETERO.-¿No te ha enviado un salvoconducto algún jefe de las aves?

IRIS.-No, por Zeus; nadie me ha dado ningún pase.

PISTETERO.-¿Y es así, en silencio como te has atrevido a llegar por el aire a una ciudad extranjera?

IRIS.-¿Pues por dónde hemos de pasar los dioses?

PISTETERO.-No lo sé, por Zeus; pero no por aquí. Lo cierto es que has delinquido. ¿Sabes que si te aplicase la pena merecida nos apoderaríamos de tí y moriría la bella Iris?

IRIS.-Pero yo soy inmortal.

PISTETERO.-No por eso dejarías de morir. Esto es insoportable; mandamos en todos los seres del mundo, y ahora nos vienen los dioses echándoselas de insolentes y negándose a obedecer a los más fuertes. Vamos, contesta: ¿adónde dirigías tu vuelo?

IRIS.-¿Yo? Traigo encargo de mi padre de ordenar a los hombres que ofrezcan víctimas a los dioses del Olimpo; que inmolen bueyes y ovejas, y llenen las calles con el humo de los sacrificios .

PISTETERO.-¿Qué dices? ¿A qué dioses?

IRIS.-¿A qué dioses? A nosotros, a los dioses del cielo.

PISTETERO.-Pero ¿vosotros sois dioses?

IRIS.-Pues qué, ¿hay otros?

PISTETERO.-Sí; las aves son ahora los dioses de los hombres; y es a ellas a quienes, por Zeus, han de ofrecerse los sacrificios y no a Zeus.

IRIS.-¡Ah, insensato! No desencadenes las terribles pasiones de los dioses; guárdate de que la Justicia, armada del terrible azadón de Zeus no extirpe de raíz toda tu raza; cuida de que sus rayos vengadores no te reduzcan a cenizas con todos tus palacios.

PISTETERO.-¡Bueno! Ahórrate esas tiradas enfáticas y no te muevas. ¿Crees que me vas a espantar con ese lengua­je, como si fuese algún esclavo lidio o de la Frigia? Sabe que si Zeus me sigue molestando, enviaré águilas igníferas que incendien su morada y el palacio de Anfión. Entérate de que puedo mandar al cielo contra él más de seiscientos alados porfiriones[71], cubiertos con pieles de leopardos. Y cuenta que uno sólo le dio mucho que hacer. En cuanto a tí, como sigas con tus impertinencias te levantaré las piernas, te separaré los muslos y, por muy Iris que seas, te asom­brarás del vigor con que, a pesar de mis muchos años, puedo encajarte tres veces el espolón.

IRIS.-¡Así revientes, viejo estúpido, con tus palabras!

PISTETERO.-¿Te marchas o no? ¡Largo de aquí!

IRIS.-Ten la seguridad de que mi padre pondrá fin a tus insolencias.

PISTETERO.-¡Ay, qué miedo! ¡Vuela, vuela, vete a turbar con el humo y el hollín de tus rayos a otros más jóvenes que yo!

EL CORO.-Queda prohibido a los dioses, hijos de Zeus, el paso por nuestra ciudad, prohíbese también a los morta­les, cuando les ofrezcan sacrificios, que hagan atravesar por aquí el humo de sus víctimas.

PISTETERO.-Es extraño que el heraldo que envié a los hombres, aún no esté de vuelta.

UN HERALDO.-(Que llega con una corona de oro.) ¡Oh, feliz Pistetero! ¡Oh, sapientísimo! ¡Oh, celebérrimo! ¡Oh, hermosísimo! ¡Oh, felicísimo! ¡Oh ...! Déjame hablar.

PISTETERO.-¿Qué estás diciendo?

EL HERALDO.-Todos los pueblos, admirados de tu sabiduría, te ofrecen esta corona de oro.

PISTETERO.-La acepto; pero ¿por qué los pueblos me confieren tan señalado honor?

EL HERALDO.-Tú no sabes, ilustre fundador de una ciudad aérea, la inmensa estimación en que te tienen los mor­tales, y la afición extraordinaria que se ha desarrollado por este país. Antes de que echases los cimientos de esta célebre ciudad, todos los hombres, atacados de lacomanía, se dejaban crecer el cabello, ayunaban, iban sucios, vivían socráticamente, y llevaban bastones espartanos; ahora ha cambiado la moda y les domina la manía por las aves, complaciéndose en imitar su modo de vivir. En cuanto apunta el alba  saltan todos a la vez del lecho y vuelan, como nosotros, a su pasto habitual; después se dirigen a los carteles y se atracan de decretos. Su manía por las aves es tan grande, que muchos llevan nombres de volátiles; un tabernero cojo, se llama perdiz; Meuipo, golondrina; Opucio, cuervo tuerto; Filo, cles, alondra; Teógenes; ganso-zorro; Licurgo, ibis; Querofón, murciélago; Siracosio, urraca y Midias se llama codorniz, porque, en efecto, tiene toda la traza de una codorniz muerta de un porrazo en la cabeza. La pasión por las aves hace que se canten versos, donde es de rigor hablar de golondrinas, de penélopes, de gansos, de palomas o, por lo menos, algo de plumaje. Así anda la cosa. ¡Ah!, te advierto que pronto vendrán aquí más de diez mil personas pidiéndote alas y garras ganchudas; por consiguiente, ya puedes hacer provisión de plumas para los nuevos huéspedes.

PISTETERO.-Entonces no hay tiempo que perder. Anda, llena de alas todos los cestos y cestillos, y dile a Manes[72], que me los traiga aquí. Yo me encargo de recibir a los que vengan.

CORO.-Nuestra ciudad no tardará en llamarse «La Populosa.»

PISTETERO.-¡Que la fortuna nos favorezca!

CORO.-El amor a nuestra ciudad se propaga.

PISTETERO.-(Al esclavo.) Trae eso pronto.

CORO.-¿Qué falta en ella de cuanto puede hacer grata su mansión? Aquí se encuentran la Sabiduría, el Amor, las Gracias inmortales y el plácido semblante de la querida Paz.

PISTETERO.-¡Qué calma, justo cielo! Trae eso pronto.

CORO.-Sí, traed pronto un cesto lleno de alas; y tú hazle moverse a palos, como lo hago yo; es más pesado que un asno.

PISTETERO.-Sí, Manes es un perezoso.

CORO.-Tú, pon en orden esas alas, las musicales, las proféticas, las marítimas. Procura después que cada cual se lleve las que le convengan.

PISTETERO.-(A Manes) ¡Ah, lo juro por los cernícalos! Esta no te la perdono, si continúas tan perezoso y tardón. (Golpea a Manes y éste huye.)

UN PARRICIDA.-¡Quién fuera el águila de altísimo vuelo para cernerse sobre las ondas cerúleas del estéril mar!

PISTETERO.-Veo que el mensajero dijo la verdad; ahí viene no sé quién cantando a las águilas.

EL PARRICIDA.-¡Oh, nada tan delicioso como volar! Yo adoro las leyes de los pájaros; la afición a las aves me enajena; yo vuelo, yo quiero vivir con vosotros; me apasionan vuestras leyes.

PISTETERO.-¿Cuáles? Porque las aves tienen muchas clases de leyes.

EL PARRICIDA.-Todas; pero principalmente una en virtud de la cual es lícito a un pájaro morder a su padre y retorcerle el pescuezo.

PISTETERO.-Es verdad; nosotros tenemos por muy valiente al que pollito aún, le pega a su padre.

EL PARRICIDA.-Por eso he emigrado a esta región; deseo estrangular a mi padre para heredar todos sus bienes.

PISTETERO.-Pero tenemos también otra ley inscrita en la columna de edictos de las cigüeñas: «Cuando la cigüeña haya criado a sus hijos y los haya puesto en disposición de volar, éstos tendrán a su vez obligación de alimentar a sus padres.»

EL PARRICIDA.-¡Pues bastante he ganado con venir, si tengo que sostener a mi padre!

PISTETERO.-No, no; ya que con tan benévolas intenciones has acudido a nosotros, te emplumaré como conviene a un pájaro huérfano. Además, pobre joven, te daré un buen consejo que aprendí en mi niñez. No maltrates a tu padre; coge esta ala en una mano y ese espolón en la otra; figúrate que tienes una cresta de gallo, y haz guardias; vete a la guerra, vive de tu estipendio, y deja en paz a tu padre. Ya que eres tan belicoso dirige tu vuelo a Tracia y combate allí.

EL PARRICIDA.-¡Por Dionysos! Tu consejo me parece excelente, y lo seguiré. (Se va.)

PISTETERO.-Obrarás discretamente, por Zeus.

CINESIAS.-(Poeta ditirámbico, saliendo.) Vuelo al Olimpo con ligeras alas; y a su batir resuelto voy cruzando las sendas de la alegre poesía...

PISTETERO.-Este va a necesitar un fardo entero de alas.

CINESIAS.-

Otras nuevas buscando,
Mi cuerpo y mi indomable fantasía...

PISTETERO.-Un abrazo a Cinesias, el Tilo. ¿A qué vienes dando vueltas a tu pie cojo?

CINESIAS.-

Quiero, ansío ser ave,
Ser ruiseñor, y con gorjeo suave...

PISTETERO.-Basta de música, y explícame tus deseos.

CINESIAS.-Ponme alas, pues anhelo subir por los aires y recoger de las nubes nuevos cantos, aéreos y caliginosos.

PISTETERO.-¿Cantos en las nubes?

CINESIAS.-Sí; en ellas estriba hoy todo nuestro arte. Los más brillantes ditirambos son aéreos, caliginosos, tenebrosos, alados. Pronto lo verás; escucha.

PISTETERO.-No, no oigo nada.

CINESIAS.-

Pues oirás, mal que te pese:
En forma de volátil,
Cuyo ondulante cuello
Surca del éter fúlgido
La azul inmensidad,
Recorreré los aires,
Que te obedecen ya.

PISTETERO.-¡Eh, hop! ¡Basta!

CINESIAS.-

¡Ah! ¡Quién con vuelo rápido!
Al hálito vehemente
Cediendo de los ímpetus
De indómito Aquilón,
Pudiera sobre el piélago
Cernerse bramador!

PISTETERO.-¡Ya reprimiré yo tus hálitos e ímpetus...!

CINESIAS.-

Y ora hacia el Noto cálido
Enderezando el vuelo,  
Ora a la región frígida
Del Bóreas glacial,
El oleaje férvido
Del éter...

(A Pistetero, que le apalea.) ¡Anciano! ¡Anciano¡ ¡Vaya una hábil e ingeniosa invención¡

PISTETERO.-¿No deseabas volar?

CINESIAS.-¿Así tratas a un poeta ditirámbico que se disputan todas las tribus?

PISTETERO.- ¿Quieres quedarte con nosotros y enseñar a la tribu Ceropia un coro de aves voladoras, tan ligero como el espirituado Leotrófides?[73].

CINESIAS.-Te burlas de mí, está claro. Pero no importa; ten presente que no descansaré un momento hasta que surque los aires, transformado en pájaro.

UN SICOFANTE.-(Es decir, un delator.)

                                    Dí, golondrina de alas esplendentes

                                    Por la Febea luz tornasolada,

                                    ¿Quiénes son esas aves indigentes

                                    De tan varios plumajes adornadas?

PISTETERO.-El mal toma serias proporciones. Otro, que se acerca zumbando.

EL SICOFANTE. Por la Feba luz tornasolada, repito.

PISTETERO.-Creo que esa canción la dirige a su manto, porque parece que tiene necesidad urgente de la vuelta de la golondrina[74].

EL SICOFANTE.-¿Quién distribuye alas a los recién llegados?

PISTETERO.-Yo mismo; pero es preciso decir para qué.

EL SICOFANTE.-¡Alas! ¡Necesito alas! No me preguntes más.

PISTETERO.-¿Acaso quieres volar en línea recta a Pelene?

EL SICOFANTE.-No, por Zeus; soy acusador de las islas, un delator...

PISTETERO.-¡Buen oficio!

EL SICOFANTE.-E investigador de pleitos. Quiero tener alas para girar con rapidez mi visita a las ciudades y citar a los acusados.

PISTETERO.-¿Los citarás mejor teniendo alas?

EL SICOFANTE.-No, por Zeus; pero podré librarme de ladrones y volveré como las grullas, trayendo por lastre infinitos procesos.

PISTETERO.-¿Y ésa es tu ocupación? ¿Cómo siendo joven y robusto, te dedicas a delatar extranjero?

PISTETERO.-Pero, por Zeus, hay otras ocupaciones con las cuales un hombre de tu edad puede ganarse honradamente la vida, sin acudir al vil oficio de zurcidor de procesos.

EL SICOFANTE.-Amigo mío, no te pido consejos, sino alas.

PISTETERO.-Ya te doy alas con mis palabras.

EL SICOFANTE.-¿Cómo puedes con palabras dar alas a un hombre?

PISTETERO.-Las palabras dan alas a todos.

EL SICOFANTE.-¿A todos?

PISTETERO.-¿No has oído muchas veces en las barberías a los padres decir hablando de los jóvenes: «Son terribles las alas para la equitación que le han dado a mi hijo las palabras de Diitrefes»[75]. «Pues yo, dice otro, tengo un hijo que en alas de la imaginación ha dirigido su vuelo a la tragedia.»

EL SICOFANTE.-¿Luego las palabras dan alas?

PISTETERO.-Ya te he dicho que sí; ellas elevan el espíritu y levantan al hombre. He ahí por qué con mis útiles consejos pretendo yo levantar tu vuelo a una profesión más honrada.

EL SICOFANTE.-Pero yo no quiero.

PISTETERO.-Pues ¿qué harás?

EL SICOFANTE.-No quiero desmerecer de mi raza; el oficio de delator está vinculado a mi familia. Dame, pues, rápidas y ligeras alas de gavilán o cernícalo para que, en cuanto haya citado a los isleños, pueda regresar a Atenas a sostener la acusación y volar en seguida a las islas.

PISTETERO.-Comprendo: a fin de que el isleño sea condenado aquí antes de llegar.

EL SICOFANTE.-Precisamente.

PISTETERO.-Y después, mientras él navega en esta dirección, volar tú allá y arrebatarle todos sus bienes.

EL SICOFANTE.-Exacto. Deseo ser una verdadera peonza.

PISTETERO.-A propósito de peonzas; tengo aquí unas excelentes alas de Corcira[76].

EL SICOFANTE.-¿Pobre de mí! ¡Es un azote!

PISTETERO.-¡Fuera de aquí volando! ¡Lárgate pronto, canalla insoportable! Ya te haré sentir lo que se gana corrompiendo la justicia. (Al esclavo.) Recojamos las alas y partamos.

CORO.-En nuestro vuelo hemos visto mil maravillas, mil increíbles prodigios. Hay lejos de Cardias[77] un árbol muy extraño llamado Cleónimo, completamente inútil, aunque grande y tembloroso. En primavera produce siempre, en vez de yemas, delaciones; y en invierno, en vez de hojas, deja caer escudos. Hay también un país, junto a la región de las sombras en los desiertos oscuros, donde los hombres comen y hablan con los héroes, excepto por la noche; cuando ésta llega, su encuentro es peligroso. Pues si algún mortal tropezare entonces con Orestes[78], sería despojado de sus vestidos y molido a palos de pies a cabeza.

(Llega Prometeo ocultando el rostro.)

PROMETEO.-¿ Desgraciado de mí! Procuremos que no me vea Zeus. ¿Dónde está Pistetero?

PISTETERO.-¡Oh! ¿Qué es ésto? ¿Qué significa ese disfraz?

PROMETEO..-Ves algún dios detrás de mí?

PISTETERO.-Ninguno, por Zeus, no veo ninguno; pero tú ¿quién eres?

PROMETEO..-¿En qué momento del día nos encontramos?

PISTETERO.-Es algo más del medio día; pero tú ¿quién eres?

PROMETEO..-¿Es el declinar del día o más tarde?

PISTETERO.-!Pero qué hombre más fastidioso!

PROMETEO.-¿Qué hace Zeus? ¿Disipa o amontona las nubes?[79].

PISTETERO.-¿Déjame en paz!

PROMETEO.-Entonces, me descubriré.

PISTETERO.-(Reconociéndole.) ¡Oh, mi querido Prometeo!

PROMETEO..-!Cuidado! ¡Cuidado! ¡No grites!

PISTETERO—¿Qué ocurre?

PROMETEO.-¡Silencio! No pronuncies mi nombre; si Zeus llega a verme aquí, estoy perdido. Cúbreme la cabeza con esta sombrilla, para que no me vean los dioses y te contaré todo lo que pasa en el Olimpo.

PISTETERO.-Excelente idea, digna de Prometeo. Métete pronto aquí debajo, y habla sin temor.

PROMETEO.-Escucha, pues.

PISTETERO.-Habla; te escucho.

PROMETEO.-Zeus está perdido.

PISTETERO.-¿Desde cuándo?

PROMETEO..-Desde que fundasteis esta ciudad en el aire. Ningún mortal ofrece ya sacrificios a los dioses, ni sube hasta nosotros el humo de las víctimas. Privados de todas sus ofrendas, ayunamos como en las Tesmoforias[80]. Los dioses bárbaros, enfurecidos por el hambre, gritan como los ¡lirios, y amenazan bajar contra Zeus, si no hace que vuelvan a abrirse los mercados para que puedan introducirse las entrañas de las víctimas.

PISTETERO.-Luego ¿hay dioses bárbaros que están sobre vosotros?

PROMETEO.-Pues si no hubiese dioses bárbaros, ¿cuál podría ser el patrón de Execéstides?[81].

PISTETERO.-¿Y cómo se llaman esos dioses?

PROMETEO.-¿Cómo? Tribalos[82].

PISTETERO.-Comprendo. De ahí, sin duda, viene la frase: «Ojalá te trituren»[83].

PROMETEO..-Está claro. Te aseguro que pronto bajará para estipular las condiciones de paz una embajada de Zeus y de los Tribalos superiores; pero vosotros no debéis concertar pacto alguno mientras Zeus no restituya el cetro a las aves y te dé por esposa a la Realeza.

PISTETERO.-¿Quién es la Realeza?

PROMETEO..-Una hermosísima doncella que maneja los rayos de Zeus, y a cuyo cargo están todas las demás cosas: la prudencia, la equidad, la modestia, la marina; las calumnias, la tesorería y el pago del trióbolo.

PISTETERO.-¿Es, pues, una intendente general?

PROMETEO.-Precisamente. De suerte que si te la otorga, serás dueño de todo. He venido para darte este consejo, pues siempre he querido mucho a los hombres.

PISTETERO.-Es verdad; tú eres el único dios a quien debemos el carbón para hacer nuestros asados.

PROMETEO.-Sabes también que aborrezco a todos los dioses.

PISTETERO.-Sí, por Zeus; tú fuiste siempre su enemigo.

PROMETEO.-Un verdadero Timón[84] para ellos. Pero dame la sombrilla para que me vaya cuanto antes; si Zeus me ve así desde el cielo, creerá que voy siguiendo a una canéfora.

PISTETERO.-Para fingir mejor, coge este asiento y llévatelo con la sombrilla.

CORO.-En los confines de los Esciápodas[85] es hay un pantano donde evoca los espíritus el desaseado Sócrates; allá fue también Pisandro[86], pidiendo ver su alma, que le había abandonado en vida; traía un camello por víctima en vez de un cordero, y cuando lo degolló, dio un paso atrás como Ulises; después, Querofón el murciélago, subió del Orco para beber la sangre.

Se presentan ante Pistetero Poseidón, Heracles y un dios Tribalo.

POSEIDÓN.-Estamos a la vista de Nefelococigia, a cuya ciudad venimos de embajada. (Al Tribalo.) ¡Eh, tú! ¿Qué haces? ¿Te echas el manto sobre el hombro izquierdo? ¿No lo cambias al derecho? ¡Cómo, desdichado! ¿Tendrás el mismo defecto que Lespodias?[87]. ¡Oh, democracia! ¿Adónde vamos a parar si es ese el representante designado por los dioses? ¿Te estarás quieto? !Peste de tí¡ Eres sin duda el dios más bárbaro que he conocido nunca. Dime, Heracles ¿qué vamos a hacer?

HERACLES.-Ya lo has oído; mi intención es estrangular, sea quien sea, al hombre que ha interceptado toda comunicación con los dioses, erigiendo esas murallas.

POSEIDÓN.-Pero, amigo mío, a lo que hemos sido enviados es a tratar de la paz.

HERACLES.-Razón de más para estrangularle.

PISTETERO.-(Fingiendo no haber visto a los dioses.) Alárgame el rallador; trae silfio; dame queso; atiza los carbones.

HERACLES.-(Dulcificando la voz a la vista de los preparativos culinarios.) Mortal, tres dioses te saludan.

PISTETERO. Ahora lo cubro con silfio.

HERACLES.-¿Qué manjares son esos?

PISTETERO.-Son unas aves que se han sublevado contra el partido democrático; se las ha condenado como culpables.

HERACLES.-¿Y las espolvoreas primero con silfio?

PISTETERO—¡Salud, Heracles! ¿Qué ocurre?

HERACLES.-Venimos en embajada de parte de los dioses para negociar el armisticio.

UN CRIADO.-Ya no queda aceite en la alcuza.

PISTETERO.-Pues estas aves tienen que estar bien rehogadas.

HERACLES.-Nosotros nada ganamos con hacer la guerra; y vosotros, si sois nuestros amigos, tendréis siempre agua de lluvia en las balsas y disfrutaréis de días serenos. Venimos perfectamente autorizados para estipular estas cuestiones.

PISTETERO.-Nunca hemos sido los agresores, y ahora mismo estamos dispuestos a concertar la paz que deseáis si os avenís a una condición equitativa y es la de que Zeus nos devuelva el cetro a las aves. Después de arreglado este particular, invito a los embajadores a comer.

HERACLES.-Por mí, de acuerdo, y declaro...

POSEIDÓN.-¿Pero qué? ¡Desdichado) Eres glotón e imbécil. ¿Así piensas despojar a tu padre del poder supremo?

PISTETERO.-Te equivocas. ¿Acaso no seréis más poderosos si las aves reinan sobre la tierra? Ahora, al abrigo de las nubes, y bajando la cabeza, los mortales blasfeman impunemente contra vosotros; pero si tuvieseis por aliadas a las aves, cuando alguno jurase por el cuervo y por Zeus, el cuervo se acercaría furtivamente al perjuro y le saltaría un ojo de un picotazo.

POSEIDÓN.-¡Bien hablado, por Poseidón!

HERACLES.-Lo mismo digo.

PISTETERO.-(Al Tribalo.) Y tú ¿qué opinas?

EL TRIBALO.-Nabaisatreu[88].

PISTETERO.-¿Lo ves? También está de acuerdo. Oid otra de las ventajas que os proporcionará nuestra alianza. Si un hombre ofrece un sacrificio a alguno de vosotros, y después difiere su realización diciendo: «Los dioses tendrán paciencia», y por avaricia no cumple su voto, nosotros le obligaremos.

POSEIDÓN.-¿Cómo? ¿De qué manera?

PISTETERO.-Cuando nuestro hombre esté contando su dinero o sentado en el baño, un gavilán le arrebatará, sin que lo note, el precio de dos ovejas y se lo llevará al dios defraudado.

HERACLES.-Confirmo mi declaración de que debe dársele el cetro.

POSEIDÓN.-Consúltalo también con Tribalo.

HERACLES.-¡Eh Tribalo! ¿Quieres... una buena zurra?

EL TRIBALO.-Sauna. Cabactaricrousa.

HERACLES.-Dice que también está de acuerdo.

POSEIDÓN.-elles si los dos sois de esa opinión, yo me adhiero a ella.

HERACLES.-(A Pistetero) Consentimos, como quieres, en la devolución del cetro.

PISTETERO.-Se me olvidaba, por Zeus, otra condición) Le dejo Hera a Zeus; pero exijo que éste me dé por esposa a la joven Realeza.

POSEIDÓN.-Está visto que no deseas la reconciliación. Retirémonos.

PISTETERO.-Poco me importa ¡Cocinero, cuida de que esté bien sabrosa la salsa!

HERACLES.-¡Qué hombre tan particular es éste Poseidón ¿Adónde vas? ¿Habremos de hacer la guerra por una mujer?

POSEIDÓN.-¿Y qué quieres que hagamos?

HERACLES.-¿Qué? La paz.

POSEIDÓN.-!Cómo! ¿No comprendes, imbécil, que te está engañando? Tú mismo te arruinas. Si Zeus muere después de haberles cedido a esas gentes el poder, quedarás reducido a la miseria, pues a tí han de pasar todos los bienes que tu padre deje a su muerte.

PISTETERO.-¡Oh, infeliz! !Cómo trata de confundirte) Ven acá y te diré lo que hace al caso. Tu tío te engaña, pobre amigo; según la ley, no puedes heredar ni un hilo de los bienes paternos, porque eres un bastardo y no un hijo legítimo.

HERACLES.-¿Yo bastardo? ¿Qué dices?

PISTETERO.-La pura verdad; por ser hijo de una mujer extranjera. Y si no, dime: ¿cómo Atenea, siendo hembra, pudiera ser única heredera de Zeus si tuviera hermanos legítimos?

HERACLES.-¿Y si mi padre al morir me lega la parte correspondiente a los hijos naturales?

PISTETERO.-La ley no se lo permite. El mismo Poseidón, que ahora te jalea, será el primero en disputarte la herencia paterna, alegando su cualidad de hermano legítimo. Escucha el texto de la ley de Solón: «El bastardo no puede heredar si hay hijos legítimos. Si no hay hijos legítimos, la herencia debe pasar a los colaterales más próximos.»

HERACLES. ¿Luego no tengo ningún derecho para heredar a mi padre?

PISTETERO.-Ninguno absolutamente. Pero dime: ¿se cuidó tu padre de inscribirte en el registro de los miembros de su fratria?[89].

HERACLES.-No, por cierto; y la verdad, ya hace tiempo que esto me extraña.

PISTETERO.-Déjate de miradas feroces y de amenazas al cielo. Si pasas a ser uno de los nuestros yo haré de tí el jefe supremo y tendrás cuanto apetezcas.

HERACLES.-Pues bien; creo justa tu petición de la doncella, y te la concedo.

PISTETERO.-(A Poseidón.) Y tú, ¿qué dices?

POSEIDÓN.-Yo me opongo.

PISTETERO.-Todo depende ahora del Tribalo. ¿Qué opinas tú?

EL TRIBALO.-Maka donkila reala Kolondri cedo.

HERACLES.-El Tribalo también opina que hay que cedérsela.

POSEIDÓN.-No, por Zeus; no dice que se la concede, sino en caso de que emigre como las golondrinas.

PISTETERO.-Luego dice que es necesario concedérsela a las golondrinas.

POSEIDÓN.-Arreglaos los dos como podáis, y estipulad las condiciones; yo, puesto que así lo queréis, me callaré.

HERACLES.-Nos place concederte cuanto pides. Vente pronto con nosotros al cielo y se te entregará la Realeza y todo lo demás.

PISTETERO.-¡He ahí unas aves sacrificadas con gran oportunidad para las bodas)

HERACLES.-¿Queréis que entre tanto me quede yo a asarlas? Vamos, marcháos ya.

POSEIDÓN.-¿Tú asarlas? ¿Cómo qué no vas a venir con nosotros, desvergonzado glotón?

HERACLES.-¡Ya me relamía de gusto!

PISTETERO.-Vamos, que me traigan un vestido nupcial

EL CORO.-En Fanes, junto a la Clepsidra, vive la industriosa raza de los Englotogastros[90], que siegan, siembran, vendimian y recogen los higos con la lengua; son de condición bárbara, y entre ellos se encuentran los Gorgias y Filipos[91]. Estos Filipos Englotogastros han sido la causa de que se introdujese en el Atica la costumbre de cortar aparte la lengua de las víctimas.

EL MENSAJERO.-(Declamando.)

Vosotros a quienes todo sale bien, mejor de como puede  decirse

tres veces dichosa gente volante de las aves

en su rico palacio recibid a vuestro Señor.

Ya se acerca, y con tal esplendor

como jamás se vió astro alguno en su mansión de oro lucir,

ni del sol que brilla a lo lejos surgir luces

tan chispeantes; viene dándole el brazo

a su Esposa, belleza indescriptible

y blandiendo el rayo alado, arma de Zeus.

Un aroma indecible hacia el alto cielo

se eleva -bello espectáculo- y brisas de incienso

 dispersan espesas espirales de humo.

¡Mas hele aquí! Es él. De la Musa propicia

hay que lanzar los sagrados, los propicios acentos.

EL CORO.-Retroceded, apartaos, abrid paso, revolotead en feliz enjambre alrededor de ese santo. ¡Feu, feu! ¿Qué de gracias! ¡Qué de bellezas! ¡Oh tú, cuyo himen es tan favorable a esta ciudad¡

EL CORIFEO.-Grandes, inmensos beneficios han recibido las aves, gracias a ese hombre. Hay que acogerle, así como a la Reina, con cantos himeneos y nupciales.

EL CORO.-La unión de Hera la olímpica y del gran Rey, que desde su alto trono impera sobre los otros dioses fué celebrado por las divinas Pareas con cantos como éste: ¡Oh, himen, oh himeneo¡ El floreciente Eros con sus alas de oro conducía tirando de las riendas, jefe del cortejo nupcial de Zeus y de la dichosa Hera.

PISTETERO.-Me regocijan vuestros himnos y vuestros cánticos; estoy encantado con vuestras palabras. ¡Celebrad a la vez los truenos subterráneos y los brillantes relámpagos de Zeus y el fulgor terrible de su rayo!

EL CORO.-¡Oh potente luz de oro de los relámpagos, oh centella inmortal de Zeus, truenos de rugir subterráneo que hacéis caer la lluvia y con los que ese hombre levanta ahora la tierra, dueño de todo gracias a tí; y que también tiene a su lado a la Realeza, protegida de Zeus. ¡Oh himen, oh himeneo!

PISTETERO.-Escuchad ahora los esposos, y vosotras todas, razas de volátiles que vivís en común. Id hasta el país de Zeus, junto al lecho nupcial. Dame la mano, oh bienaventurada, tómame por las alas y bailemos; yo te cogeré, a mi vez, para alzarte en el aire.

EL CORO.-¡Alalá! ¡Ie, pean! ¡Viva, viva el glorioso vencedor, el más poderoso de los dioses!



[52] Los flautistas se colocaban una correa delante de la boca.

[53] Dionysos.

[54] Alude a la traza de avestruz de Cleócrito.

[55] Quíos era una de las aliadas más fieles de Atenas.

[56] Los esclavos llevaban la cabeza rapada. .

[57] Versos cantados por coros de doncellas

[58] A los diez días de su nacimiento se ponía nombre a los niños, celebrándose este suceso con un banquete.

[59] Es decir, la que contiene el agua lustral.

[60] Magistrados encargados de recibir a los extranjeros que venían a Atenas.

[61] Agente del Rey de Persia en Atenas.

[62] Habitantes de Olofixo, ciudad situada al pie del monte Athos, dependientes de Atenas; Nefelococigia es considerada por los atenienses como una colonia suya, y por eso tratan de imponerle las leyes de la metrópoli.

[63] Pueblo imaginario de Aristófanes, cuya radical significa «llorar»

[64] Este mes empezaba, según el ciclo de Harpalo, el 6 de mayo, y según el de Meton, el 28 de marzo. Llamábase así por las fiestas muniquias en honor de Artemis.

[65] Diágoras, después de la destrucción de Melos, su patria, se estableció en Atenas, distinguiéndose por su impiedad.

[66] Después de su juicio para la adjudicación de la manzana de oro.

[67] Las monedas atenienses tenían grabada una figura de lechuza. Estas monedas acabaron por llamarse lechuzas.

[68] Era costumbre colocar sobre las estatuas unas cubiertas de metal para librarlas de las inmundicias de los pájaros.

[69] Unos 185 metros.

[70] Navío, por las alas que le sirven de velas o de remos; y casco por el penacho.

[71] Nombre de un pájaro y de un gigante.

[72] Nombre de esclavo.

[73] Leotrófides era un poeta ditirámbico notable por su flacura y palidez.

[74] Es decir, de la primavera, porque su raído manto no le podía librar del frío.

[75] Diitrefes era un rico ateniense que tenía muchos caballos.

[76] Esto se lo dice Pistetero enseñándole al Sicofante unos azotes de cuero. Los de Corcira tenían fama.

[77] Cardias era una ciudad de Tracia, cuyo nombre significa corazón o valor. Esto y lo siguiente son burlas sobre la cobardía de Cleónimo, tantas veces mencionada.

[78] Célebre ladrón, cuyo encuentro era peligroso de noche.

[79] Prometeo trata de saber si está el cielo cubierto o despejado.

[80] Fiestas en honor de Deméter; duraban cinco días y se ayunaba el tercero.

[81] Apolo era el patrono de los ciudadanos de Atenas; como Execéstides era extranjero, su patrono debía de serlo también.

[82] Nombre de un pueblo de Tracia, cuyos pobladores eran considerados por los atenienses como salvajes.

[83] Triturar en griego tiene cierta semejanza con tribalo.

[84] Célebre, misántropo.

[85] Seres fabulosos que habitaban en la zona tórrida. Sus pies eran más grandes que el resto del cuerpo, de suerte que cuando el calor se dejaba sentir con exceso, adoptaban la posición cuadrúpeda, y se servían de uno de sus pies como de quitasol, de donde les vino el nombre de esciápodas. Aristófanes coloca a los filósofos socráticos en este país, para indicar su constitución física empobrecida por las cavilaciones y su desaseo.

[86] Orador notable por su cobardía.

[87] General que para cubrirse las úlceras de las piernas se dejaba caer el manto.

[88] Jerga ininteligible.

[89] Formalidad que sólo se llenaba con los hijos legítimos.

[90] Palabra compuesta de dos que significan lengua y vientre, es decir, los que viven del producto de su lengua.

[91] Gorgias, célebre retórico y sofista. Platón dio su nombre a uno de sus más bellos diálogos. Filipo se cree que era un delator.