PERSONAJES

  • EVELPIDES.
  • PISTETERO.
  • ABUBILLA.
  • UN PARRICIDA.
  • EL CORO DE LAS AVES.
  • UN SACERDOTE.
  • UN POETA.
  • UN INSPECTOR.
  • UN VENDEDOR.
  • MENSAJERO PRIMERO.
  • MENSAJERO SEGUNDO.
  • IRIS.
  • UN HERALDO.
  • UN PARRICIDA.
  • CINESIAS, poeta ditriámbico.
  • UN SICOFANTE.
  • PROMETEO.
  • POSEIDÓN.
  • TRIBADO.
  • HERACLES.

País agreste, lleno de zarzales y peñascos. Al fondo, una selva; a un lado una roca, morada de Abubilla.

En escenas

EVÉLPIDES, llevando un grajo sobre el puño.

PISTETERO, llevando igualmente una corneja; y los dos en busca del reino de las Aves.

EVÉLPIDES.-(Al grajo que le sirve de guía.) ¿Me dices que vaya en línea recta hacia aquel árbol?

PISTETERO.-(A la corneja que trae en la mano.) !Peste de avechucho! Ahora grazna que retrocedamos.

EVÉLPIDES.-Pero infeliz la qué andar errantes en todos sentidos? Con estas idas y venidas nos derrengamos inútilmente.

PISTETERO.-¡Qué imbécil he sido al dejarme guiar por esta corneja! Me ha hecho correr más de mil estadios.

EVÉLPIDES. -¿Mayor dicha que la de llevar de guía a este grajo, que me ha destrozado hasta las uñas de los pies?

PISTETERO.-Ni siquiera sé en qué lugar de la tierra estamos.

EVÉLPIDES.-¿No podrías tú averiguar desde aquí dónde cae nuestra patria?

PISTETERO.-No, por cierto; ni Execéstides[1] la suya.

EVÉLPIDES.-¡Ay!

PISTETERO.-Tú, amigo mío, sigue esa senda.

EVÉLPIDES.-¡Terrible engaño el que nos ha hecho Filócrates, ese atrabiliario vendedor de pájaros! Nos aseguró que estas dos aves nos guiarían mejor que ninguna otra a la morada de Tereo[2] la Abubilla, que fue transformado en pá­jaro, y nos vendió este grajo, hijo de Tarrélides, por un óbolo, y por tres aquella corneja, que sólo saben darnos picotazos. (Al grajo.) ¿Por qué me miras con el pico abierto? ¿Quieres precipitarnos desde esas rocas? Por ahí no hay camino.

PISTETERO.-Ni senda tampoco, por Zeus.

EVÉLPIDES.-¿No dice nada tu corneja sobré el camino que hay que seguir?

PISTETERO.-Sigue graznando, por Zeus, las mismas cosas que antes.

EVÉLPIDES.-Pero, en fin, ¿qué dice a propósito del camino?

PISTETERO.-¿Qué ha de decir, sino que a fuerza de roer acabará por comérseme los dedos?

EVÉLPIDES.-¡Esto es insoportable! Queremos irnos a los cuervos[3]; ponemos para conseguirlo cuanto está en nuestra mano, y no logramos hallar el camino. Porque habéis de saber, oyentes míos, que nuestra enfermedad es completamente distinta de la que aflige a Saccas: éste, que no es ciudadano, se obstina en serlo, y nosotros que lo somos, y de familias distinguidas, aunque nadie nos expulsa, huimos a toda prisa de nuestra patria. No es que aborrezcamos a una ciudad tan célebre y afortunada, siempre abierta a todo el que desee arruinarse con litigios; porque es una triste verdad que si las cigarras sólo cantan uno o dos meses entre las ramas de los árboles, en cambio los atenienses cantan toda la vida posados sobre los procesos. Esto es lo que nos ha obligado a emprender este viaje y a buscar, cargados del canastillo, la olla y las ramas de mirto, un país libre de pleitos, donde pasar tranquilamente la vida. T es el objeto con que nos dirigimos a Tereo la Abubilla para preguntarle si en las comarcas que ha recorrido viajando, ha visto alguna ciudad como la que deseamos.

PISTETERO.-¡Eh, tú!

EVÉLPIDES.-¿Qué hay?

PISTETERO.-Ya hace unos momentos que la corneja me indica que hay que subir un poco.

EVÉLPIDES.-También mi grajo mira con el pico abierto en la misma dirección, como si quisiera señalarme alguna cosa: no puede menos de haber aves por aquí. Pronto lo sabremos haciendo ruido.

PISTETERO. ¿Sabes lo que has de hacer? Dale con el pie a la roca.

EVÉLPIDES.-Y tú, con la cabeza, para que el ruido sea doble.

PISTETERO.-O mejor, coge esa piedra y llama.

EVÉLPIDES.-¡Habrá que hacerlo, claro está! !Esclavo! ¡Esclavo!

PISTETERO. Pero ¿qué haces? Para llamar a la Abubilla, gritas: !Esclavo! ¡Esclavo! En vez de esclavo debes gritar: ¡Epopoi! ¡Epopoi![4].

EVÉLPIDES.-¡Epopoi! Tendré que llamar otra vez. ¡Epa poi!

Un criado de Abubilla, Pistetero y Evélpides.

EL CRIADO.-(Representando a un pájaro.) ¿Quién va? ¿Quién llama a mi dueño?

EVÉLPIDES.-¡Apolo nos asista! ¡Qué enorme pico![5].

EL CRIADO.-¡Horror! ¡Son cazadores!

EVÉLPIDES. Me causa un miedo indecible.

EL CRIADO.-¡Moriréis!

EVÉLPIDES.-Pero si no somos hombres.

EL CRIADO.-¿Pues qué sois?

EVÉLPIDES.-Yo soy el Tímido, ave de Libia.

EL CRIADO.-¡A otro con esas!

EVÉLPIDES.-Pregúntaselo a toda la caca que llevo en los pies.

EL CRIADO.-Y ese otro, ¿qué pájaro es? Contesta.

PISTETERO.-El Ensuciado, ave de Fasos.

EVÉLPIDES.-Y tú, ¿qué clase de animal eres, en nombre de los dioses?

EL CRIADO.-Yo soy un pájaro doméstico.

EVÉLPIDES.-¿Te ha domesticado algún gallo?

EL CRIADO.-No; pero cuando mi dueño quedó convertido en abubilla quiso que yo también me transformase en pájaro, para tener quien le siguiese y sirviese.

EVÉLPIDES.-¿Pero es que las aves necesitan criados?

EL CRIADO.-Este sí, tal vez porque fue antes hombre. Cuando se le antojan anchoas del Falero, yo cojo una escudilla y corro a por anchoas; cuando quiere comer puré como se necesitan una cuchara y una olla, corro a por la cuchara.

EVÉLPIDES.-Por las señas, este pájaro es un recadero. ¿Sabes lo que has de hacer, recadero? Llamar a tu señor.

EL CRIADO.-Acaba de dormirse, después de haber comido bayas de mirto y algunos gusanos.

EVÉLPIDES.-No importa, despiértale.

EL CRIADO.-Estoy seguro de que se va a enfadar; pero lo haré por complaceros.

PISTETERO.-(Por el pájaro-criado.) Que el cielo te confunda, ¡pues no me has dado mal susto!

EVÉLPIDES.-¡Oh desgracia! ¡De miedo se me ha escapado el grajo!

PISTETERO.-¡Grandísimo cobarde! Has dejado escapar el grajo por miedo.

EVÉLPIDES.-Y tú, ¿no has dejado marchar la corneja al caer?

PISTETERO. Yo no, por Zeus, no.

EVÉLPIDES.-Pues, ¿dónde está?

PISTETERO.-Voló.

EVÉLPIDES.-¿Y no se te ha escapad ? ¡Vaya un valiente!

ABUBILLA.-(Desde dentro.) Abre a selva para que salgas[6].

EVÉLPIDES.-Por Heracles ¿qué animal  es éste? ¡Qué alas! ¡Qué triple cresta!  ¿visitantes? ¿son estos visitantes?

EVÉLPIDES.-Sin duda, los doce grandes dioses te han maltratado.

ABUBILLA.-¿Acaso os burláis de la forma de mis alas? Sabed, extranjeros, que antes he sido hombre.

EVÉLPIDES. No nos burlamos de tí.

ABUBILLA.-¿Pues de quién?

PISTETERO.-Es tu pico lo que nos da risa.

ABUBILLA.-Esas son, sin embargo, las injurias con que me cubre Sófocles, en sus tragedias a mí, Tereo.

EVÉLPIDES.-Pero Zeres Tereo, o un ave, o un pavo real?

ABUBILLA.-Soy un ave.

EVÉLPIDES.-¿Y las alas?

ABUBILLA.-Se me han caído.

EVÉLPIDES.-¿Alguna enfermedad?

ABUBILLA.-No; pero en el invierno mudan todas las aves, y les salen después nuevas plumas. Y vosotros, ¿qué sois?

EVÉLPIDES.-¿Nosotros? Dos mortales.

ABUBILLA.-¿De qué país?

EVÉLPIDES.-Del de las bellas trirremes.

ABUBILLA.-¿Seréis acaso jueces

EVÉLPIDES.-Nada de eso: somos antijueces.

ABUBILLA.-¿Se siembra ese grano en vuestro país?

EVÉLPIDES.-Rebuscando en todo el campo, aún se encuentra un poco.

ABUBILLA.-¿Y qué os trae por aquí?

EVÉLPIDES.-El deseo de hablarte.

ABUBILLA.-¿Para qué?

EVÉLPIDES.-Porque en otro tiempo fuiste hombre, como nosotros; en otro tiempo tuviste deudas, como nosotros, y en otro tiempo te gustaba no pagarlas, como a nosotros; des­pués, cuando fuiste transformado en ave, recorriste en tu vuelo todos los mares y tierras, y llegaste a reunir la experiencia del pájaro y la del hombre. Esto nos trae a tí para suplicarte que nos indiques alguna pacífica ciudad donde podamos vivir blanda y sosegadamente, como el que se acuesta sobre mullidos cojines.

ABUBILLA.-¿Buscas, pues, una ciudad más grande que la de Cranao? [7].

EVÉLPIDES.-Más grande, no; pero sí algo más cómoda.

ABUBILLA.-Claro está que tratas de vivir bajo un régimen aristocrático.

EVÉLPIDES.-¿Yo? En absoluto; detesto al hijo de Escelio[8].

ABUBILLA.-¿Pues en qué ciudad quisierais vivir?

EVÉLPIDES.-En una donde los negocios más importantes sean, por ejemplo, venir muy de mañana a mi puerta un amigo y decirme: "Te ruego por Zeus olímpico que al salir del baño vengáis a mi casa tú y tus hijos, pues voy a dar un banquete de bodas. ¡Cuidado con faltar¡ ¡Cómo no vengas, no tienes que poner los pies en mi casa hasta que me abandone la fortuna!

ABUBILLA.-Vamos, veo que tienes afición a las desgracias. ¿Y tú?

PISTETERO.-Tengo los mismos gustos.

ABUBILLA.-¿Cuáles?

PISTETERO.-Quisiera una ciudad en la que al verme el padre de un hermoso muchacho, me dijese como si le hubiera ofendido: «¡Muy bien, muy bien, Estilbónides! Te encontraste ayer con mi hijo que volvía del baño y del gimnasio, y no fuiste para darle un beso, ni hablarle, ni acariciarle los testículos. ¿Quién dirá que eres amigo mío?»

ABUBILLA.-¡Hola, hola! Pues no es nada las desdichas que apeteces, buen hombre. En la costa del Mar Rojo, hay una ciudad, afortunada como la que deseáis.

EVÉLPIDES.-¡Ah! No me hables de ciudades marítimas; el mejor día amanecería la galera de Salamina[9] trayendo un alguacil. ¿No puede indicarnos alguna ciudad helénica?

EVÉLPIDES.-¡Por todos os dioses! Aunque no he visto a Lepreo, lo aborrezco a causa de Melantio[10].

ABUBILLA.-Hay también en Locrida la ciudad de Opuncio, donde podréis vivir muy bien.

EVÉLPIDES.-No quisiera ser Opuncio[11] ni por un ta­lento de oro. Pero ¿qué tal pasan la vida los pájaros? Tú debes saberlo bien.

ABUBILLA.-La vida no es desagradable; en primer lugar, hay que prescindir del monedero.

EVÉLPIDES.-Lo que representa reducir considerablemente la corrupción.

ABUBILLA.-Picoteamos en los jardines sésamo blanco, mirto, amapolas y menta.

EVÉLPIDES. ¿De modo que vivís como recién casados?[12]

PISTETERO.-¡Oh! ¡Oh! ¡Qué magnífica idea se me ha ocurrido para la gente alada! Seríais omnipotentes si me obedecierais.

ABUBILLA.-¡Obedecerte! ¿En qué?

PISTETERO.-Lo primero, en no andar revoloteando por todas partes con el pico abierto: es indecoroso. Entre nosotros, cuando vemos a uno de esos botarates que no paran un instante, acostumbramos a preguntar: «¿Quién es ese chorlito?» Y Teleas responde: «Es un inconstante; tiene siempre la cabeza a pájaros: no se está quieto un momento.

ABUBILLA.-Tienes razón, por Dionysos. ¿Qué hemos de hacer?

PISTETERO.-Fundad una ciudad.

ABUBILLA.-¿Y qué ciudad podríamos fundar nosotras, las aves?

PISTETERO.-En verdad que es bien necia tu pregunta. Mira a tus pies.

ABUBILLA.-Ya miro.

PISTETERO.-Mira ahora hacia arriba.

ABUBILLA.-Ya miro.

PISTETERO.-Ahora vuelve la cabeza a un lado y a otro.

ABUBILLA. ¿Qué voy a sacar, por Zeus, de retorcerme así el pescuezo?

PISTETERO.-¿Has visto algo?

ABUBILLA.-Sí; las nubes y el cielo.

PISTETERO.-¿No es ese el polo de las aves?

ABUBILLA.-¿El polo? ¿Qué es eso de polo?

PISTETERO.-Como si dijéramos el país; se llama polo[13]. Porque gira y atraviesa todo el mundo. Si fundáis en él una ciudad y la rodeáis de murallas, en vez de polo se llamará población[14]; entonces reinaréis sobre los hombres, como ahora sobre los saltamontes y haréis morir a los dioses de un hambre como la de Melos[15].

ABUBILLA.-¿Cómo?

PISTETERO.-El aire está entre el cielo y la tierra, y del mismo modo que cuando nosotros queremos ir a Delfos pedimos permiso a los beocios para pasar, así vosotros, cuan­do los hombres hagan sacrificios a los dioses, si éstos no os pagan tributo, podréis impedir que el humo de las Víctimas atraviese Vuestra ciudad y Vuestro espacio.

ABUBILLA.-¡Oh! ¡Oh! Por la Tierra, las Nubes, Los Lazos y las Redes, que jamás he oído una idea más ingeniosa. Estoy dispuesto a fundar contigo esa ciudad, si los demás pájaros comparten mi opinión.

PISTETERO.-¿Quién podrá exponerles el proyecto?

ABUBILLA.-Tú mismo. Antes eran bárbaros, pero en el largo tiempo que he estado en su compañía les he enseñado a hablar.

PISTETERO.-¿Cómo les Vas a convocar?

ABUBILLA.-Muy fácilmente. Voy a entrar en esa espesura, despertaré a mi dulce ruiseñor y les llamaremos; en cuanto oigan nuestra Voz acudirán sin detenerse.

PISTETERO.-¡Oh tú, el más querido de los pájaros, no te quedes ahí plantado! Te lo suplico, intérnate pronto en la espesura y despierta a Filomena[16].

ABUBILLA.-(Llamando a Filomena) Despierta, dulce compañera de mi Vida; entona esos himnos sagrados que, como armoniosos suspiros, brotan de tu divina garganta cuando con melodiosa y pura Voz deploras la triste suerte de nuestro llorado Itis. Tu sonoro canto sube, atravesando los copudos tejos, hasta el trono de Zeus, junto al que Febo, de áurea cabellera, responde con los acordes de su lira de marfil a tus plañideras endechas y reúne los coros de los dioses y de sus bocas inmortales brota un celestial aplauso[17].

(Se oye una flauta dentro)

PISTETERO.-¡Zeus soberano! ¡Qué garganta la de ese pajarito! Ha llenado de miel toda la espesura.

EVÉLPIDES.-¡Eh! ¡Tú!

PISTETERO.-¿Qué hay?

EVÉLPIDES.-¿No callarás?

PISTETERO.-¿Por qué?

EVÉLPIDES.-Abubilla se prepara a cantar a su Vez.

ABUBILLA.-Esopopoi, popoi, popopopoi... Venid, Venid; Venid, Venid, alados compañeros. Todos cuantos taláis las fértiles campiñas, tribus innumerables que recogéis y devoráis los granos de cebada, catervas infinitas de rápido Vuelo y melodioso canto, acudid, acudid; Vosotros, los que posados en un terrón os complacéis en gorjear débilmente entre los surcos: tio, tio, tio, tio, tio; tio; tio; tio; los que en los jardines saltáis sobre las hiedras o en las montañas picoteáis el madroño y la silvestre aceituna, acudid a mi voz: trioto, trioto, toto brix. Vosotros también, los que devoráis punzadores mosquitos en los Valles pantanosos; los que pobláis los prados húmedos de rocío y el campo ameno de Maratón; francolines de matizadas alas; aves que revoloteáis con los alciones sobre las alborotadas olas del mar, Venid a escuchar la grata nueva: congréguense aquí las aves de largo cuello. Sabed que ha Venido un anciano ingenioso, autor de una nueva idea, que pretende realizar audaces proyectos. Venid todos a deliberar aquí. Torotorotorotorotix. Kiccabau, kiccabau. Torotorotorotorolililix.

(Pistetero, Evélpides, Abubilla, Coro de Aves)

PISTETERO.-¿Ves algún pájaro?

EVÉLPIDES.-Ninguno, por Apolo, aunque estoy mirando al cielo con la boca abierta.

PISTETERO.-Me parece que ha sido inútil que Abubilla imitando al pardal[18], se haya metido en el bosque como a empollar huevos.

UN AVE.-(De la familia de las zancudas.) Torotix, torotix.

PISTETERO.-¡Ah! muchacho, ya Viere alguna.

EVÉLPIDES.-Ya la ves, sí, por Zeus, pero ¿cuál? ¿Será acaso el pavo real?[19].

PISTETERO.-Este nos lo dirá (Por Abubilla.) ¿Qué ave es ésa?

ABUBILLA.-No es de esas aves domésticas que veis todos los días; es un ave acuática.

PISTETERO.-!Qué hermoso color de púrpura fenicia¡

ABUBILLA.-Es verdad; por eso se llama el fenicóptero[20].

EVÉLPIDES.-¡Eh! ¡Eh! ¡Tú!

PISTETERO.-¿Por qué grita?

EVÉLPIDES.-Ahí viene otra.

PISTETERO.-Cierto; y exótica al parecer. ¿Cómo se llama esa ave montañesa, de aspecto tan solemne como estúpido?

ABUBILLA.-Se llama el pájaro meda.

PISTETERO.-¡El Meda? ¿Y cómo, gran Heracles, siendo de Media ha podido venir sin camello?

EVÉLPIDES.-Ahí se presenta otra con una buena cresta.

PISTETERO.-¿Qué prodigio es éste? No eres tú la única abubilla, puesto que hay esa otra.

ABUBILLA.-Esa abubilla es hija de Filocles, hijo de una Abubilla y yo soy su abuela, como si dijéramos Hipónico de Calas y Calias de Hipónico [21].

PISTETERO.-¿Luego Calias es un pájaro? ¡Oh, y cómo se le caen las plumas![22].

ABUBILLA.-Es generoso; por eso los sicofantes le despluman y las pájaras le arrancan las alas.

PISTETERO.-¡Oh, Poseidón! Un nuevo pájaro de diversos colores. ¿Cómo se llama ése?

ABUBILLA.-El glotón.

PISTETERO.-¿Hay, pues, otro glotón además de Cleónimo?

EVÉLPIDES.-Pero si es Cleónimo ¿cómo ha podido conservar la cresta?[23]

PISTETERO.-¿Qué significan todas esas crestas? ¿Quizá acuden estas aves a disputar el premio del doble estadio?[24].

ABUBILLA.-Son como los carios, que no abandonan las crestas de las montañas para estar más seguros.

PISTETERO.-¡Oh, Poseidón! !Mira, mira cuántas aves agoreras se reúnen!

EVÉLPIDES.-i Soberano Apolo! ¡Qué invasión¡ ¡Oh! ¡Oh! Sus alas no dejan ver la boca de la escena.

PISTETERO.-Esa es la perdiz; aquél, el francolín; ése, el penélope; el otro, el alción.

EVÉLPIDES.-¿Y aquel que viene detrás del alción?

PISTETERO.-¿Ese? El rapista.

EVÉLPIDES.-¿Cómo? ¿El barbero es pájaro? Un pájaro rapista

PISTETERO.-¿Pues no lo es Espórgilo, y de los de cuenta?[25] Ahí viene la lechuza.

EVÉLPIDES.-¿Qué dices? ¿Quién trae una lechuza a Atenas?[26].

PISTETERO.-Mira, mira, la urraca, la tórtola, la alondra; el eleos, la hipatimis, la paloma, el nerto; el azor; la torcaz; el cuco, el eritropo, la ceclepiris, el porfirión, el cernícalo; el somormujo, la ampelis, el quebrantahuesos, el pico.

EVÉLPIDES.-¡Oh! ¡Oh! ¡Cuántas aves¡ ¡Cuántos mirlos¡ ¡Cómo pían y corren con estrépito! Pero ¿qué nos amenazan? ¡Ay¡ ¡Cómo abren los picos y nos miran!

PISTETERO.-Eso me parece.

EL CORIFEO.-Po po po po po ¿por dónde anda el que me llamó? ¿Dónde se encuentra?

ABUBILLA.-Estoy aquí hace tiempo; yo nunca abandono a los amigos.

EL CORO.-Ti ti ti ti ti ti ¿tienes algo bueno que decirme?

ABUBILLA.-Un asunto de interés común, seguro, justo, agradable, útil. Dos lógicos sutiles han venido a buscarme.

EL CORO.-¿Dónde? ¿Cómo? ¿Qué dices?

ABUBILLA.-Digo que dos ancianos han venido del país de los hombres a proponernos una empresa prodigiosa.

EL CORIFEO.-! Oh, tú que perpetraste el mayor crimen de que he oído hablar en mi vida! ¿Qué es lo que estás diciendo?

ABUBILLA.-No te asustes de mis palabras.  .

EL CORIFEO.-¿Qué has hecho?

ABUBILLA.-Acoger a dos hombres que desean vivir con nosotros.

EL CORIFEO.-¿Y te has atrevido?

ABUBILLA.-Sí; y me encanta haberlo hecho.

EL CORIFEO.-¿Y están ya entre nosotros?

ABUBILLA.-Como yo lo estoy.

EL CORO.-¡Ay, ay, estamos vendidos; somos víctimas de la traición más negra! Nuestro amigo, el que compartía con nosotros el fruto de los campos ha hollado nuestras antiguas leyes, ha quebrantado los juramentos de las aves; nos ha atraído a una trampa, nos ha puesto en manos de una raza impía con la que estamos en guerra desde que vimos la luz. Tú, traidor, nos darás luego cuenta de tus actos; pero pri­mero castiguemos a esos hombres. ¡Ea! ¡A despedazarlos!

PISTETERO.-¡Ahora sí que estamos perdidos!

EVÉLPIDES.-Tú sólo tienes la culpa de lo que nos pasa. ¿Para qué me trajiste?

PISTETERO.-Para tenerte a mi lado.

EVÉLPIDES.-Mejor dirás que para hacerme llorar todas las lágrimas de los ojos.

PISTETERO.-No delires; ¿cómo has de llorar cuando te hayan sacado los ojos?[27].

EL CORO.-¡Io! ¡Io! ¡Sus al enemigo¡ ¡Hiérele mortalmente; despliega tus alas; envuelve con ellas a esos hombres; que paguen su culpa y den alimento a nuestros picos. Nada podrá librarles de mi furor; ni las sombrías montañas, ni las etéreas nubes, ni el piélago espumoso.

EL CORIFEO.-¡Ea, caigamos sobre ellos y desgarrémosles sin tardanza! ¿Dónde está el taxiarco? Que haga avanzar el ala derecha.

EVÉLPIDES.-Llegó el momento supremo. ¿A dónde huir, pobre de mí?

PISTETERO.-! Eh! Firme en tu puesto.

EVÉLPIDES.-¿Para que me hagan trizas?

PISTETERO.-Pues ¿cómo piensas escaparte?

EVÉLPIDES.-No lo sé.

PISTETERO.-Pues yo te digo: es preciso resistir a pie firme y batirse con las ollas en la mano.

EVÉLPIDES.-¿De qué nos servirán las ollas?

PISTETERO.-La lechuza no nos atacará[28].

EVÉLPIDES.-¿Y contra esas de uñas tan ganchudas?

PISTETERO.-Coge el asador y ponlo en ristre.

EVÉLPIDES.-¿Y para proteger los ojos?

PISTETERO.-Defiéndelos con un plato o con la vinagrera.

EVÉLPIDES.-¡Qué ingenio! !Qué habilidad, digna de un general consumado! Sabes más estrategia que Nicias[29].

EL CORIFEO.-¡Eleleleu! Adelante[30] y con el pico bajo; no vaciléis. Picad, desgarrad, herid, arrancad; romped primero la olla.

ABUBILLA.-Deteneos y decidme: ¿por qué, crueles, queréis matar y despedazar a dos hombres que ningún mal os han hecho, y que son, además, de la misma tribu y familia que mi esposa?

EL CORIFEO.-Pues qué, ¿se perdona a los lobos? ¿No son nuestros más feroces enemigos? Nunca encontraremos otros más dignos de castigo.

ABUBILLA.-Si la naturaleza los hizo enemigos, su intención les hace amigos, y vienen aquí a darnos un consejo útil.      

EL CORIFEO.-¿Qué consejo útil pueden damos ni decirnos los enemigos de nuestros abuelos?

ABUBILLA.-Los sabios aprenden muchas cosas de sus enemigos. La desconfianza es la madre de la seguridad. Con un amigo jamás aprenderíamos a ser cautos, al paso que un enemigo nos obliga a serlo; las ciudades, en un principio, aprendieron de sus enemigos, y no de sus amigos, a rodearse de altas murallas y a construir grandes naves, y con esta lección, a defender hijos, casas y haciendas.

EL CORIFEO.-Sea; me parece que podrá ser útil el oírles antes; puede recibirse alguna buena lección de un enemigo.

PISTETERO.-Su cólera parece calmarse. Retrocede un paso.

ABUBILLA.-Es muy justo; debéis de estarme agradecidos.

PISTETERO.-Cada vez se manifiestan más pacíficos; por consiguiente, deja en el suelo la olla y los platos; ahora, con la lanza terciada, digo, con el asador, paseémonos dentro del campamento, junto a la olla, y sin perderla de vista. No debemos huir.

EVÉLPIDES.-Tienes razón. Y si morimos, Len qué punto del globo nos enterrarán?   

EVELPIDES.-En el Cerámico. Para que nos entierren por cuenta del Estado, diremos que hemos muerto peleando con los enemigos junto a Orneas[31].

EL CORIFEO.-¿Quiénes son esos hombres, y de dónde vienen?

ABUBILLA.-Son dos extranjeros de la sabia Hélade.

EL CORIFEO.-¿Qué buen viento les trae a la morada de las aves?

ABUBILLA.-La afición a vuestra vida y costumbres y el deseo de compartirlas y vivir con nosotros.

EL CORIFEO.-!Será verdad! ¿Y cuáles son sus proyectos?

ABUBILLA.-Increíbles, inauditos.

EL CORIFEO.-¿Hallan alguna ventaja en habitar aquí, o esperan que viviendo con nosotros podrán vencer a su enemigo y favorecer a sus amigos?

ABUBILLA.-Nos anuncian una felicidad inmensa, indecible e increible, y demuestran con irrefutables argumentos que cuanto hay aquí y allí, y en todas partes, todo nos pertenece.

EL CORIFEO.-¿Estarán locos?

ABUBILLA.-Su discreción no es para dicha.

EL CORIFEO.-¿Tienen talento?

ABUBILLA.-Son dos zorros redomados la astucia personificada, gente muy corrida e ingeniosa.

EL CORIFEO.-Diles, diles que vengan a hablarnos. Sin más que oír tus palabras, ya vuelo de gozo.

ABUBILLA.-(Dirigiéndose a los criados.) Recoged vosotros esas armas y colgadlas de nuevo en la cocina, junto al hogar, bajo la protección de los dioses domésticos. (A Pistetero.) Expón y demuestra a la Asamblea el objeto para el que ha sido convocada.

PISTETERO.-No, por Apolo; nada diré mientras no prometan, como aquel mono armero a su mujer, no morderme, ni desgarrarme, ni taladrarme el...

EL CORIFEO.-Nada temas.

PISTETERO.-Ni los ojos.

EL CORIFEO.-Lo prometo.

PISTETERO-Júralo.

EL CORIFEO.-Lo juro, a condición de que estén de mi parte todos los jueces y espectadores.

PISTETERO.-Convenido.

EL CORIFEO.-Y si no lo cumplo, que gane por un solo voto.

PISTETERO.-¿Pueblos, escuchad! Que los hoplitas recojan sus armas y vuelvan a sus hogares e infórmense de las órdenes que se fijen en los tablones[32].

EL CORO.-El hombre es un ser siempre y en todo falso; habla tú, sin embargo. Quizá me reveles algún proyecto que te parezca útil, o un medio de aumentar mi poder que a mí se me haya pasado por alto y que tú hayas visto. Habla; en inteligencia de que lo haces para el bien general, porque los bienes que me procures los dividiré contigo.

EL CORIFEO.-Manifiesta confiadamente los proyectos que te han traído aquí, pues bajo ningún pretexto romperé la tregua que contigo he pactado.

PISTETERO.-No deseo otra cosa; la masa de mi discurso está ya dispuesta, y sólo me falta amasarla. Esclavo, tráeme una corona y agua para las manos; pero pronto.

EVÉLPIDES.-¿Pero es que vamos a cenar?[33].

PISTETERO.-No, por Zeus; estoy buscando algunas palabras magníficas y sustanciosas para ablandar sus ánimos.

(Dirigiéndose al Coro.) Sufro tanto por vosotros, que en otro tiempo fuisteis reyes...

EL CORIFEO.-¿Nosotros reyes? ¿De quién?

PISTETERO.-Reyes de todo cuanto existe: de mí, en primer lugar; de éste; del mismo Zeus, porque sois anteriores a Cronos, a los Titanes y a la Tierra.

CORO.-¿A la Tierra?

PISTETERO.-Sí, por Apolo.

ABUBILLA.-He ahí, por Zeus, algo que yo ignoraba.

PISTETERO.-Es que sois ignorantes y descuidados y no habéis manoseado a Esopo. Esopo dice que la alondra nació antes que todos los seres y que la misma Tierra; su padre murió de enfermedad, cuando la Tierra aún no existía; permaneció cinco días insepulto, hasta que la alondra, ingeniosa por la fuerza de la necesidad, enterró a su padre en su cabeza.

EVÉLPIDES.-Por eso el padre de la alondra yace ahora en Céfale[34].

PISTETERO.-De modo que si las aves son anteriores a la Tierra y a los dioses, a ellas les pertenecerá el mando por derecho de antigüedad.

EVÉLPIDES.-Sí, por Apolo; procura, por tanto, fortificar tu pico, pues Zeus no devolverá así como así su cetro al pito real.

PISTETERO.-Hay infinitas pruebas de que las aves, y no los dioses, reinaron sobre los hombres en la más remota antigüedad. Empezaré por citaros al gallo, que reinó sobre todos los persas antes que todos sus monarcas, antes que Darío y Megabises; y en memoria de su reinado se le llama todavía el ave pérsica.

EVÉLPIDES.-¡Ah, comprendo! Por eso es la única de las aves que anda majestuosamente, como el Gran Rey, con la tiara recta sobre la cabeza.

PISTETERO.-Fué tan grande su poder y tan respetada su autoridad, que hoy mismo, como un vestigio de su dig­nidad antigua, en cuanto canta al amanecer, corren al tra­bajo y se calzan en la oscuridad todos los herreros, alfareros, curtidores, zapateros, bañeros, panaderos y fabricantes de liras y de escudos.

EVÉLPIDES.-Pregúntamelo a mí; precisamente un gallo tuvo la culpa de que perdiese un fino manto de lana frigia. Estaba yo en la ciudad convidado a un banquete que se daba para celebrar el acto de poner nombre a un niño, bebí algo y empecé a dormitar; en esto, y antes de que los demás convidados se sentasen a la mesa, se le ocurre cantar a un gallo; creyendo que era de día, marcho en dirección a Alimunte[35]; apenas salgo extramuros, un ladrón me asesta en la espalda un terrible garrotazo; caigo al suelo; voy a pedir socorro; pero era tarde; ya había desaparecido con mi manto.

PISTETERO.-El milano fue antiguamente jefe y rey de los helenos.

EL CORIFEO.-¿De los helenos?

PISTETERO.-Durante su reinado él fue quién les enseñó a arrodillarse a la vista de los milanos.

EVÉLPIDES.-Sí, por Dionysos; un día que me prosterné en presencia de uno de ellos, me eché al suelo con la boca abierta y me tragué un óbolo[36], por lo cual volví a casa con mi saco vacío[37].

PISTETERO.-El cuco fue rey de Egipto y de toda la Fenicia; así es que cuando cantaba ¡cu-cu! todos los fenicios iban al campa a segar el trigo y la cebada.

EVÉLPIDES.-De ahí, sin duda, viene el proverbio: ¡Cu ­cu!, los circuncidados, al campo[38].

PISTETERO.- Tan grande fue el poder de la gente alada, que los reyes de las ciudades griegas, Agamenón y Menelao, llevaban en el extremo de su cetro una ave que participaba de sus presentes.

EVÉLPIDES.-No sabía yo eso; así es que me admiraba cuando Príamo se presentaba en las tragedias con un pájaro que observaba fijamente a Lisícrates[39] y los regalos con que se deja sobornar.

PISTETERO.-Pero oíd la prueba más contundente: Zeus, que ahora reina, lleva sobre su cabeza un águila, atributo de su soberanía; su hija lleva una lechuza, y Apolo, su mi­nistro un azor.

EVÉLPIDES.-¡Es verdad, por la venerable Deméter! Mas ¿para qué llevan esas aves?

PISTETERO.-Para que en los sacrificios, cuando según el rito, se ofrecen las entrañas a los dioses, las aves reciban su parte antes que Zeus. Entonces ningún hombre juraba por los dioses, sino todos por las aves.

EVELPIDES.-Lampón aún jura por el ganso, cuando quiere engañar[40].

PISTETERO.-¡En tanta estima y veneración tenían entonces a los que ahora sois considerados como imbéciles y esclavos viles! Hoy os apedrean como a los dementes; hoy os arrojan de los templos; hoy infinitos cazadores os tienden lazos y preparan contra vosotros varetas, cepos, hilos, redes y pihuelas; hoy os venden a granel después de cogidos, y ¡oh, colmo de ignominia¡, los compradores Os tantean para ver si estáis gordos. ¡Y si se contentasen al menos con asa­ros! Pero hacen un menudo picadillo de silfio y queso, acei­te y vinagre; le agregan otros condimentos dulces y crasos y derraman sobre vosotros esta salsa hirviente, comO si fué ­seis carnes corrompidas.

EL CORO.-Acabas de hacernos, hombre querido, un triste, tristísimo relato. ¡Cuánto deploro la incuria de mis padres que, lejos de transmitirme los honores heredados de sus abuelos, consintieron que fuesen abolidos¡ Pero, sin duda, algún numen propicio te envía para que me salves; a tí me entrego, pues, confiadamente con mis pobres polluelos. Dinos lo que hay que hacer; porque seríamos indignos de vivir, si no reconquistásemos por cualquier medio nuestra soberanía.

PISTETERO.-Opino primeramente que todas las aves se reúnan en una sola ciudad, y que las llanuras del aire y de este inmenso espacio se circunden de un muro de grandes ladrillos cocidos, como los de Babilonia.

ABUBILLA.-¡Oh!, Cebrión; ¡oh!, Porfirión[41], ¡qué terrible plaza fuerte!

PISTETERO.-Cuando hayáis construido esa muralla, reclamaréis el mando a Zeus; y si se obstina en no acceder declaradle una guerra sagrada y prohibid a los dioses que atraviesen como antes vuestros dominios y que desciendan a la tierra, enardecidos por su adúltero amor a las Alcmenas, Alopes y Semeles; y si se presentan, hay que ponerles un anillo alrededor del glande para que no puedan unirse a ellas. Enviad en seguida otro alado embajador a los hombres para que les haga entender que, siendo las aves dueñas del mundo, a ellas deben ofrecer primero sus sacrificios y después a los dioses, y que deberán agregar a cada divinidad el ave que le convenga; si, por ejemplo, sacrifican a Afrodita, ofrecerán al mismo tiempo cebada a la picaza marítima; si matan una oveja en honor de Poseidón, presentarán granos de trigo al ánade; si un buey a Heracles, tortas con miel a la gaviota; si inmolan un carnero en las aras de Zeus-Rey, rey es también el reyezuelo y, por consiguiente, habrá de consagrársele, antes que al mismo Zeus, un mosquito macho.

EVELPIDES.-Me agrada ese sacrificio de un mosquito. ¡Que truene ahora el gran Zeus!

ABUBILLA.-Pero ¿cómo nos tendrán los hombres por dioses, y no por grajos, al ver que volamos y tenemos alas?

PISTETERO.-No sabes lo que dices; Hermes, que es todo un dios, tiene alas y vuela, y lo mismo otras muchas divinidades: la Victoria vuela con alas de oro, el Amor tiene las suyas, y Homero compara a Iris con una tímida paloma.

ABUBILLA.-¿No tronará Zeus? ¿No lanzará contra nosotros su alígero rayo?

PISTETERO.-Si los hombres, en su ceguedad, se obstinan en despreciaros y en tener por dioses sólo a los del Olimpo, lanzad sobre la tierra una nube de gorriones que arrebaten de los surcos las semillas; veremos si Deméter baja a distribuir trigo a los hambrientos.

EVÉLPIDES.-No lo hará, de seguro; veréis cómo alega mil pretextos.

PISTETERO.-Además, que los cuervos, para probar que sois dioses, saquen los ojos a los bueyes de labranza y a Otros ganados, y que enseguida los cure Apolo, que es médico; para eso le pagan.

EVÉLPIDES.-¡Eh, no! Aguarda a que haya vendido mi parejita.

PISTETERO-Por el contrario, si los hombres os tienen a tí por un dios, a tí por la vida, a tí por Cronos, a tí por Poseidón, lloverán sobre ellos todos los bienes.

ABUBILLA.-Dime siquiera uno de ellos.

PISTETERO.-En primer lugar, los saltamontes no devo­rarán las flores de sus viñas, porque un solo escuadrón de lechuzas y cernícalos dará buena cuenta de ellas. Después sus higos estarán libres de mosquitos y cínifes que serán devorados por un escuadrón de tordos.

ABUBILLA.-¿Pero cómo les daremos las riquezas, que es lo que más quieren?

PISTETERO.-Cuando consulten a las aves, indicaréis al adivino las minas más ricas y los tráficos más lucrativos; ni un marino perecerá.

ABUBILLA.-¿Por qué no perecerá?

PISTETERO.-Porque cuando consulte los auspicios sobre la navegación no faltará nunca un ave que le diga: «No te embarques, habrá tempestad»; o «embárcate, tendrás ganancias.»

EVÉLPIDES.-Compro un navío y me lanzo al mar; no quiero ya vivir con vosotros.

PISTETERO.-Revelaréis también a los hombres el lugar donde se ocultan los tesoros enterrados por sus padres; porque todos lo sabéis. De aquí el proverbio: «Nadie sabe dónde está mi tesoro, como no sea algún pájaro.»

EVÉLPIDES.-(Aparte.) Vendo mi barco; compro un azadón, y a desenterrar ollas de oro¡

ABUBILLA.-¿Y cómo darles la salud de que gozan los dioses?

PISTETERO.-¿Qué mejor salud que la felicidad? Créeme, un hombre desgraciado nunca está bueno.

ABUBILLA.-Pero ¿cómo llegarán a la vejez? Porque como ésta habita en el Olimpo, habrán de morir en la infancia.

PISTETERO.-Todo lo contrario; las aves prolongaréis su vida trescientos años.

ABUBILLA.-¿De quién los tomaremos?

PISTETERO.-¿De quién? De vosotros mismos. ¿Ignoras que la graznadora corneja vive cinco vidas de hombre?

EVÉLPIDES.-¡Ah, cuánto más grato será su imperio que el de Zeus!

PISTETERO.-¿Quién lo duda? En primer lugar, no tendremos que consagrarles templos de piedra cerrados con puertas de oro, porque habitarán entre el follaje de las encinas; un olivo será el templo de las aves más veneradas; además, para ofrecerles sacrificios no habrá que hacer ningún viaje a Delfos o Amnon[42], sino que parándonos delante de los madroños y acebuches, les presentaremos un puñado de trigo o de cebada, suplicándoles, con las manos extendidas, que nos concedan parte de sus bienes, y los conseguiremos sin más dispendios que un poquillo de grano.

EL CORIFEO.-¡Oh, anciano, que después de haberme sido tan odioso me eres ahora tan querido, nunca por mi voluntad me apartaré de tus consejos!

EL CORO.-Animado por tus palabras, he prometido y jurado que si tú, fiel a tus promesas, te unes a mí, sin dolo alguno para atacar a los dioses, éstos no conservarán mucho tiempo el cetro que me pertenece. Todo lo que dependa de la fuerza queda a nuestro cargo, y al tuyo lo que exija habilidad y consejo.

ABUBILLA.-¡Por Zeus! Que no es tiempo de dormirse v dar largas a la manera de Nicias, sino de obrar con energía y rapidez. Entrad en mi nido de pajas y ramaje y decidnos vuestros nombres.

PISTETERO.-Es fácil; me llamo Pistetero.

ABUBILLA.-¿Y ése?

PISTETERO.-Evélpides, de la aldea de Crisa.

ABUBILLA.-Sed ambos bienvenidos.

PISTETERO.-Aceptamos el augurio.

ABUBILLA.-Entrad, pues.

PISTETERO.-Vamos, dirígenos tú.

ABUBILLA.-Venid.

PISTETERO.-¡Ah, cielos! Ven, vuelve acá. ¿Cómo éste y yo, que no tenemos alas, os hemos de seguir cuando voléis?

ABUBILLA.-Muy fácilmente.

PISTETERO.-Piénsalo bien; mira que Esopo dice en sus fábulas que a la zorra le causó grave perjuicio su alianza con el águila.

ABUBILLA.-Nada temas; hay una raíz que os dará alas en cuanto la comáis.

PISTETERO.-Entremos con esa condición. Ea, Xantias, y tú, Manodoro[43], coged nuestro equipaje.

EL CORIFEO.-¡Hola¡ ¡Eh, Abubilla! A tí te llamo.

ABUBILLA.-¡Qué me quieres?

EL CORIFEO.-Llévate a ésos y dales bien de comer, pero déjanos aquí al melodioso ruiseñor, de canto tan suave como el de las musas; que venga para que juguemos con ella[44].

PISTETERO.-Sí, por Zeus cede a sus deseos; hazla salir de entre las floridas gañas. Por los dioses te pido que la llames para que contemplemos también nosotros al ruiseñor.

ABUBILLA.-Puesto que lo deseáis, fuerza es obedeceros: sal, Procne, y muéstrate a nuestros huéspedes.

(Sale Procne)

PISTETERO-¡Oh, venerado Zeus! ¡Qué linda avecilla¡ ¡Qué tierna! Qué brillante!

EVÉLPIDES.-¡Con qué placer la abriría yo de piernas¡

PISTETERO.-¡Cuánto oro! Parece una virgen.

EVÉLPIDES.-Tentado estoy de darle un beso.

PISTETERO.-Pero, desdichado, ¿no ves que tiene por pico dos asadores?

EVÉLPIDES.-¿Qué importa? ¿Hay más que quitarle la cascarilla que le cubre la cabeza, como si fuese un huevo, y besarla después?

ABUBILLA.-Vamos.

PISTETERO.-Guíanos en hora buena. Sé nuestra guía y la buena suerte de los dos.

EL CORO.-Amable avecilla, el más querido de mis alados compañeros, mi señor, que presides nuestros cantos; al fin viniste a mi presencia; viniste para dejar oír tu suavísimo gorjeo. Tú, que en la flauta armoniosa tañes primaverales melodías, preludia nuestros anapestos.

EL CORIFEO.-Ciegos humanos, semejantes a la hoja ligera, impotentes criaturas hechas de barro deleznable, míseros mortales que, privados de alas, pasáis vuestra vida fugaz como vanas sombras o ensueños mentirosos, escuchad a las aves, seres inmortales y eternos, aéreos, exentos de la vejez y ocupados siempre en pensamientos perdurables; nosotros os daremos a conocer los fenómenos celestes, la naturaleza de las aves y el verdadero origen de los dioses, de los ríos, del Erebo y del Caos; con tal enseñanza podréis causar envidia al mismo Pródigo[45]. En el principio sólo exis­tían el Caos y la Noche, el negro Erebo y el profundo Tártaro; la tierra, el Aire y el Cielo no habían nacido todavía; al fin, la Noche de negras alas puso en el seno infinito del Erebo un huevo sin germen, del cual, tras el proceso de largos siglos, nació el apetecido Amor con alas de oro resplandeciente, y rápido como el torbellino. El Amor, uniéndose en los abismos del Tártaro al Caos alado y tenebroso, engendró nuestra raza, la primera que nació a la luz. La de los inmortales no existía antes de que el Amor mezclase los gérmenes de todas las cosas; pero, al confundirlos, brotaron de tan sublime unión el Cielo, la Tierra, el Océano y la raza eterna de las deidades bienaventuradas. He aquí cómo nosotros somos muchísimo más antiguos que los dioses. Nosotros somos hijos del Amor; mil pruebas lo confirman; vo­lamos como él y favorecemos a los amantes. ¡Cuántos lindos muchachos habiendo jurado ser insensibles, se rindieron a sus amantes al declinar su edad florida, vencidos por el regalo de una codorniz, de un porfirión, de un ánade o de un gallo¡ Nos deben los mortales sus mayores bienes. En primer lugar, anunciamos las estaciones; la primavera, el invierno y' el otoño; la grulla, al emigrar a Libia, advierte al labrador que siembre; al piloto, que cuelgue el timón y se entregue al descanso; a Orestes, que se mande tejer un manto para que el frío no le incite a robárselo a los transeúntes. El milano anuncia, al aparecer, otra estación y el momento Oportuno de trasquilar los primaverales vellones; y la golondrina dice que ya es preciso abandonar el manto y vestirse una túnica ligera. Las aves reemplazamos para vosotros a Anmon, a Delfos, a Dodona y a Apolo. Para todo negocio comercial, O compra de víveres, o matrimonios nos consultáis previamente y dáis el nombre de auspicios a todo cuanto sirve para revelaros el porvenir; una palabra es un auspicio; un estornudo es un auspicio; un encuentro es un auspicio. Una voz es un auspicio, el nombre de un esclavo  es un auspicio; un asno es un auspicio. ¿No está claro que somos para vosotros el fatídico Apolo? Si nos reconocéis por dioses, hallaréis en nosotros las Musas proféticas, los vientos suaves, las estaciones, el invierno el estío, un calor moderado; no iremos, como Zeus, a posarnos orgullosos sobre las nubes, sino que, viviendo a nuestro lado, os dispensaremos a vosotros y a vuestros hijos, y a los hijos de vuestros hijos, riquezas y salud, felicidad, larga vida; juventud; risas; danzas; banquetes; delicias increíbles, en fin, tal abundancia de bienes que llegaréis a saciaros. ¡Tan ricos seréis todos!

Musa silvestre de variados tonos, tio, tio, tio, tio; tio; tio; tio, tix, yo canto contigo en las selvas y en la cumbre de los montes: tio, tio, tio, tio, tix; posado entre el follaje de un copudo fresno; tio, tio, tio, tio, tix; exhalo de mi delicada garganta himnos sagrados; tio, tio, tio, tix; que se unen en las montañas a los augustos coros en honor de Pan y la madre de los dioses; to, to, to, to, to; to; to; to; to; tix. En ellos, a modo de abeja, liba Frínico el néctar de sus inmortales versos y de sus dulcísimas canciones, tio, tio, tio, tio, tix.

EL CORIFEO.-(A los espectadores.) Si alguno de voso­tros quiere pasar dulcemente su existencia viviendo con las aves, que acuda a nosotros. Todo lo que en la tierra es tor­pe y se halla prohibido por las leyes, goza entre la gente alígera de un pequeño honor. Entre los hombres, por ejem­plo, es un crimen odioso el pegar a su padre; entre las aves, nada más bello que acometerle gritando: si riñes, coge tu es­polón. El siervo prófugo, marcado con infamante estigma, pasa aquí por pintado francolín; un bárbaro, un frigio, tal como Espíntaro, será entre nosotros el frigilo, de la familia de Filemón; un esclavo de Caria, Execéstides, por ejemplo, podrá proveerse entre las aves de abuelos y parientes. ¿Qué más? ¿Quiere el hijo de Pisias abrir las puertas a los infa­mes? Pues transfórmese en perdiz, digno hijo de su padre, que por acá no es deshonroso escaparse como la perdiz.

EL CORO.-Así, los cisnes, tío, tio, tio; tio; tio; tio; tio, tix, uniendo sus voces y batiendo las alas, cantan a Apolo, tio, tio, tio, tix; deteniéndose en las orillas del Hebro, tio: tio; tio, tix, sus acentos atraviesan las etéreas nubes, escúchan­los las fieras arrobadas y el mar serenando sus olas, to, to, to, to, to, to, to; tio; tio; tix; todo el Olimpo resuena; los dioses inmortales las Musas y las Gracias repiten gozosos aquella melodía: tio, tio, tio, tix.

EL CORIFEO.-Nada mejor, nada hay más agradable que tener alas. Si uno de vosotros las tuviese, podría, cuando asistiendo impaciente y malhumorado a una interminable tragedia, se sintiese desfallecer de hambre, volar a su casa, comer y regresar satisfecho su apetito. Si Patróclides se viera acosado en el teatro por una apremiante necesidad, no tendría que ensuciar su manto, pues volaría a otra parte, y después de desahogarse, tornaría a su asiento recobradas las fuerzas. Aún más; si alguno de vosotros, no importa quién, abrasado por adúltera llama, distinguía al marido de su amante en las gradas de los Senadores, podría, extendiendo sus alas, trasladarse a la amorosa cita, y satisfecha su pasión, volver a su puesto. ¿Comprendéis ahora las inmensas ventajas de ser alado? Por eso Diitrefes[46], aunque sólo tiene alas de mimbre, ha sido nombrado filarco primero; después hiparco; y de hombre de nada, se ha convertido en gran personaje, y hoy es ya el gallito de su tribu.

PISTETERO.-(Que vuelve provisto de alas, lo mismo que Evélpides.) Ya está.

EVÉLPIDES.-Por Zeus, nunca vi nada tan cómico.

PISTETERO.-¿De qué te ríes?

EVÉLPIDES.-De tus alas. ¿Sabes lo que pareces con ellas?

PISTETERO.-Tú sí; a un ganso pintado de brocha gorda.

EVÉLPIDES.-Y tú un mirlo tonsurado.

PISTETERO.-Nosotros lo hemos querido; y como dice Esquilo: «No son plumas de otro, sino nuestras.»

EL CORIFEO.-Pero veamos, ¿qué hemos de hacer?

PISTETERO.-Lo primero, darle a nuestra ciudad un nom­bre ilustre y pomposo; después, ofrecer un sacrificio a los dioses.

EVÉLPIDES.-Lo mismo digo yo.

EL CORIFEO.-¿Qué nombre le pondremos a nuestra ciudad?

PISTETERO.-¿Queréis que le demos uno magnífico, tomado de Lacedemonia? ¿Queréis que la llamemos Esparta?

EVÉLPIDES.-¡Por Heracles! ¿Esparta mi ciudad? Cuando ni siquiera consiento que sea de esparto mi lecho, aunque sólo tenga una estera de junco.

PISTETERO.-¿Pues qué nombre le daremos?

EVELPIDES.-Uno magnífico, tomado de las nubes y de estas elevadas esferas.

PISTETERO.-¿Te gusta el de Nefelococigia?[47].

ABUBILLA.-¡Oh! ¡Oh! Ese sí que es bello y grandioso.

EVÉLPIDES.-¿No es en Nefelococigia donde están todas las grandes riquezas de Teógenes y Esquines?[48].

PISTETERO.-No; donde están es en el llano de Flegra,[49] en el que los dioses aniquilaron la arrogancia de los gigantes.

EVÉLPIDES.-Será una ciudad hermosísima. Pero ¿cuál será su divinidad protectora? ¿Para quién tejeremos el peplo?

PISTETERO.-¿Por qué no escogemos a Atenea Polias?

EVÉLPIDES.-¿Cómo podrá reinar buen orden en una ciudad donde una diosa lleve una panoplia y Clistenes... una rueca?

EL CORIFEO.-¿Quién guardará el muro pelárgico de la ciudad?[50]

PISTETERO.-Un ave.

EL CORIFEO.-¿Uno de nosotros? ¿De qué raza?

PISTETERO.-De la raza pérsica, que es el más valiente de todos; un ave de Ares[51].

EVÉLPIDES.-¡Oh gallo y señor! ¡Es un dios a propósito para vivir entre las rocas!

PISTETERO.-Ea, vete al aire, a ayudar a los albañiles que construyen la muralla: llévales morrillos; desnúdate y haz mortero; sube la gamella; cáete de la escala; pon centinelas; guarda el fuego bajo la ceniza; ronda con tu campanilla, y duérmete; envía luego dos heraldos: uno, arriba, a los dioses; otro, abajo, a los hombres, y después vuelve a mi lado.   

EVÉLPIDES.-Tú quédate aquí, y revienta.

PISTETERO.- Anda, amigo mío, adonde te envío; nada de cuanto te he dicho puede hacerse sin tí. Yo voy a ofrecer un sacrificio a los nuevos dioses, y a llamar al sacerdote para que presida la procesión. ¡Eh, tú, esclavo!, trae el canastillo y el agua lustral.

EL CORO.-Yo uno a las tuyas mis fuerzas y mi voluntad, y te exhorto a dirigir a los dioses súplicas espléndidas y solemnes, y a inmolar una víctima en acción de gracias. Entonemos en honor del dios canciones píticas acompañadas por la flauta de Queris.


[1] Extranjero que quería pasar por ateniense.

[2] Rey legendario de Tracia, cambiado en abubilla tras de haber intentado seducir a su cuñada Filomela.

[3] «irse al infierno» o «al diablo.»

[4] Grito que imita al de la abubilla.

[5] Los actores salían con máscaras y trajes imitando a las aves que representaban.

[6] Los nombres griegos de selva y puerta sólo difieren en una letra.

[7] Es decir, que la de Atenas.

[8] El hijo de Escelio, político oligarca se llamaba Aristócratas.

[9] Galera que sólo se empleaba en las necesidades más apremiantes. Destinábase principalmente a traer a Atenas los ciudadanos fugitivos que habían de ser juzgados.

[10] Poeta trágico, que padecía de lepra.

[11] Es decir, tuerto; porque Opuncio, contemporáneo de Aristófanes, tenía este defecto.

[12] Los recién casados se coronaban de esas plantas y comían tortas de sésamo.

[13] Polo, de griego, girar.

[14] Las palabras polo y población son muy parecidas en griego.

[15] Frase comente en tiempo de Aristófanes, para expresar una ne­cesidad extremada. Su origen fué el hambre horrible que sufrieron los habitantes de Melos durante el asedio de los atenienses, en el año diez y seis de la guerra

[16] La dulce compañera de Tereo Abubilla, metamorfoseada también en pájaro

[17] Parodia de ciertos pasajes de Sófocles y Eurípides, en que se pondera el canto del ruiseñor.

[18] Pájaro que hace su nido en los agujeros de las peñas.

[19] En tiempo de Aristófanes los pavos reales eran muy poco conocidos en Atenas y se enseñaban por dinero, como animales raros.

[20] Es decir, flamenco.

[21] Con frecuencia en Atenas al nieto le daban el nombre de su abuelo. La Abubilla, es, pues, la abuela del ave en cuestión. Pero el texto griego dice «abuelo« puesto que epops (la abubilla) es masculino en griego. En cuanto a Filocles, éste era un poeta trágico de gran fealdad, autor de una tragedia titulada Terco y que no era sino un plagia de la obra de Sófocles de igual título.

[22] Personaje que se había arruinado por mala conducta.

[23] Nueva alusión, tan reiterada en Aristófanes, a la cobardía de Cleónimo.

[24] Los que corrían en el diaulo o doble estadio llevaban un penacho.

[25] Barbero de Atenas, cuyo establecimiento gozaba de mala fama.

[26] Frase proverbial, equivalente a «llevar agua al río

[27] Alusión a los trágicos, que hacían derramar lágrimas a Edipo después de haberse arrancado los ojos.

[28] Porque los reconocerá como atenienses.

[29] Las estratagemas empleadas recientemente por Nicias en el sitio de Melos le habían dado celebridad.

[30] ¡Eleleleul, grito de guerra.

[31] Ciudad del Peloponeso, entre Corinto y Sicione, cuyo nombre significa pájaro. Poco antes de la representación de Las Aves, los atenienses habían sido derrotados en sus inmediaciones.

[32] Fórmula empleada para la promulgación de las leyes.

[33] Los preparativos para pronunciar un discurso y ponerse a la mesa eran muy parecidos.

[34] Nombre de un demo del Atica, que significa cabeza.

[35] Demo del Atica.

[36] De los que llevaban en la boca, según costumbre muy generalizada.

[37] Sin duda, el saco que llevaba para comprar la harina con el óbolo pagado.

[38] Los egipcios y fenicios practicaban la circuncisión.

[39] General ateniense, ambicioso y venal.

[40] Lampón era un adivino. En griego sólo hay una letra de diferencia entre el nombre de Zeus y la voz de ganso.

[41] Nombres de pájaros y de gigantes.

[42] Templo y oráculo de Zeus en Libia.

[43] Nombres de esclavos.

[44] ya hemos dicho que el ruiseñor en cuestión era Procne, la propia amada de Abubilla.

[45] Filósofo de gran notoriedad.

[46] Cestero, que se enriqueció fabricando botellas de mimbre.

[47] Significa ciudad de las nubes y los cucos.

[48] Ciudadanos que se jactaban de tener riquezas, siendo pobrísimos.

[49] Otro lugar imaginario.

[50] Pelárgico y no pelásgfco. Literalmente muro de las cigüeñas. Rodeaba a la antigua ciudadela de Atenas.

[51] El gallo.