Brincando como un zorro sobre el trono En el año 1292, al fallecer el Papa Nicolás IV, tuvo lugar un cónclave en Perusa a los efectos de elegir un sucesor. Once eran los electores, que divididos en dos bandos -el de los Colonna y el de los Orsini- prolongaron infructuosamente la polémica durante meses. Benedicto Gaetani se mantenía al margen, confiando en que tal vez fuese elegido como candidato de compromiso. Transcurrieron así dos años sin que se llegara a una solución. Gaetani pretendió entonces haber recibido una "misiva inflamada" de un anciano eremita llamado Pedro Morone suplicando a los cardenales que cesaran las disputas y diesen un Papa a la Iglesia acéfala. El deán, con buen criterio, en lugar de proponer a Gaetani decidió postular al mismo Morone que poseía fama de santidad. En el verano de 1294 un grupo de partidarios del Papa encabezado por el cardenal Pedro Colonna salió de Perusa, recorrió doscientos cincuenta kilómetros y, tras ascender varios cientos de metros, encontraron al nuevo pontífice. Este macilento, descarnado y sucio, atisbaba tras las estacas de la morada que él mismo había construido. Cuando el grupo se hincó de rodillas frente a "su santidad", Pedro Morone comprendió que no se trataba de una broma ni de la ilusión de un viejo y dio su consentimiento. Tomó el nombre de Celestino V. El nuevo Papa desaprobó el comportamiento licencioso de Roma, por lo que insistió en establecer su sede en Nápoles. Para ganarse la confianza de Morone, Gaetani le hizo construir en una de las inmensas habitaciones del Castello Nuovo una celda de madera. Pronto los cardenales contemplaron azorados como Celestino entregaba las posesiones de la Iglesia a los monjes pobres y rehuía los banquetes prefiriendo roer un mendrugo de pan y beber agua en soledad . Un día vació las cuadras y desde entonces viajó a lomos de un asno como Jesús. Los cardenales, aterrados ante el inusitado comportamiento de Celestino, debían hacer algo antes de que el nuevo Papa los llevara a la quiebra junto con la Iglesia. Y fue Benedicto Gaetani quien decidió llevarlo a cabo. Un día, Gaetani perforó el muro de la celda del Papa y colocó un tubo que sirviese de altavoz. A medianoche susurró a través del tubo las siguientes palabras: "Celestino, Celestino, renuncia al puesto. Es una carga demasiado pesada para ti" . Repitió el procedimiento durante varias noches, hasta que el eremita, convencido de haber escuchado la voz del Espíritu Santo, decidió abdicar. Sólo quince semanas después de su elección, Celestino convocó a los cardenales y les rogó con poca esperanza de éxito, que mandasen a sus amantes a un convento de monjas y que viviesen en la pobreza como Jesús. Cambió sus atavíos pontificales por su áspero sayo de eremita, abdicó y se fue. Gaetani reclamó el solio pontificio y fue elegido Papa en diciembre de 1294. Tomó el nombre de Bonifacio VIII. Trasladó nuevamente la sede a Roma y, temiendo que Morone pudiera reaparecer apoyado por los fanáticos espirituales(0), tomó la precaución de encerrarlo en el castillo de Fumone, en donde el anciano eremita falleció pocos meses después de desnutrición y falta de cuidados. La familia de los Colonna tenía conocimiento de la forma en la cual Gaetani había forzado a Morone a abandonar el cargo y lo emplearía para impugnar su legitimidad. Así, pese a su gran poder, Bonifacio VIII nunca pudo sentirse seguro en su solio pontificio. Reinando como un león. Bonifacio VIII era un hombre calvo, de estatura elevada y corpulento; se distinguía por la frialdad de su mirada. Un cardenal de la curia llamado Llanduff dijo de él: "Todo él es lengua y ojos, lo restante es todo carroña". Cuando hablaba, escupía las palabras y la saliva a través de un hueco dejado por dos dientes en el maxilar superior. Despreciaba y se burlaba de la gente por su aspecto físico. Sus atuendos, procedentes de Inglaterra y de Oriente, eran fastuosos y se colmaba de pieles y joyas. Celebraba la misa con fervor y derramando lágrimas, como si se hallara ante el Calvario viendo a Jesús crucificado. Concluida la misa, no era nada extraño que recriminase a algún arzobispo porque le disgustaban las cenizas de la penitencia. Su antecesor, Celestino V, había dicho de él: " Brincáis como un zorro sobre el trono, reinaréis como un león, moriréis como un perro". En el Jubileo del año 1300, se lo vio sentado sobre el trono portando la corona de Constantino, sosteniendo una espada y cantando: "Soy pontífice, soy emperador". Durante cierto tiempo mantuvo como concubinas a una mujer casada y a su hija, pero cuando fue envejeciendo su única afición, aparte de amasar dinero, era crearse enemigos. El médico español que le salvó la vida se convertiría en la segunda persona más odiada de Roma. Pocos papas enriquecieron a su familia como Bonifacio. Al respecto un diplomático español comentó: "A este Papa sólo le preocupan tres cosas: una vida duradera, una existencia opulenta y una familia enriquecida a su alrededor". Según Dante, convirtió el sepulcro de Pedro en un albañal. Los Colonna, que descendían de los condes de Tusculum, acusaron a Bonifacio de haber usurpado el trono y también de sustraer sus tierras cercanas a Roma para darlas a miembros de su familia y emboscaron un convoy papal cargado de oro. El Papa lanzó contra ellos una cruzada, concediendo indulgencias y no tuvieron más remedio que escabullirse de Roma. Luego Bonifacio los acusó de conjurarse con los franceses para derribarlo y envió varias columnas militares para que destruyeran las ciudadelas Colonna en las alturas circundantes de Roma, matando campesinos o vendiéndolos como esclavos. Los dos cardenales Colonna no tuvieron más remedio que solicitar piedad al Papa, corrieron a Rieti, en donde el Papa había fijado su residencia, y con sogas en sus cuellos y vistiendo los negros ropajes de penitencia se postraron ante él. Bonifacio les perdonó la vida pero los expulsó del colegio cardenalicio. Pronto sólo los muros de Palestrina pudieron ofrecer protección a los Colonna. Palestrina, uno de los siete pilares de la Iglesia Romana, se asestaba sobre un alcor, circundado de olivares y laureles, e inspiró a Horacio uno de sus mas hermosos Carmina. Bonifacio no escatimó medios para atacar a Palestrina. Llegaron noticias de matanzas con más de seis mil muertos. Palacios, antiguos y gloriosos mosaicos, e incluso la morada de Julio Cesar, fueron destruidos. Solamente la catedral fue dispensada. La tierra fue arada y se esparció sal en sus surcos para que la desolación fuese más completa. Por esta monstruosa acción, en la primavera de 1299, Dante sepultó a Bonifacio VIII en el octavo círculo del infierno, cabeza abajo en las grietas de una roca.(1) Unam Sanctam Tres años más tarde, a mediados de noviembre de 1302, Bonifacio se hallaba de regreso en Anagni. Se sentía contrariado. Su disputa con el rey de Francia, Felipe el Hermoso, no parecía tener fin. El rey, furioso con el pontífice porque este no había cumplido con su promesa de designarlo emperador, había efectuado una recaudación de tributos entre el clero para financiar sus campañas militares. Bonifacio se había vengado seis años antes con la bula Clericis Laicos, y había lanzado excomuniones contra cualquier clérigo que pagase la más mínima cantidad a un laico, fuera Rey o Emperador. Pero Felipe, en respuesta, había prohibido la exportación de oro y plata y también había encarcelado a un obispo. Entonces Bonifacio redactó una nueva bula: Unam Sanctam. En ella el Papa afirmó la absoluta supremacía del poder espiritual sobre el poder secular, y terminó por definir que es de absoluta necesidad para la salvación el estar sometido al Pontífice Romano. En Francia la reacción fue desfavorable. Un ayudante del rey comentó: "La espada del Papa está hecha simplemente de palabras; la de mi señor de acero ". Felipe declaró: "Bonifacio es un tirano, un hereje roído por el vicio". Luego difundió el rumor de que Bonifacio había forzado a su antecesor a renunciar para luego encarcelarlo y asesinarlo. Obligado a actuar rápidamente antes de ser excomulgado, convocó a su canciller Guillaume de Nogaret y le ordenó organizar una partida de hombres armados con el objeto de secuestrar al Papa y traerlo a Francia. Una vez allí, sería sometido a un juicio ante un concilio general que, sin la menor duda, lo depondría. Al poco tiempo, el Papa tuvo una buena noticia: Felipe había sido derrotado por las fuerzas flamencas en los campos de batalla de Courtrai. Pero los Colonna habían huido de la ciudad e ignoraba completamente su paradero. Muy pronto lo sabría. Muriendo como un perro Después de un año Bonifacio se encontraba en su retiro favorito de Anagni dando los últimos retoques a una bula que excomulgaba a Felipe y lo despojaba del trono. Mientras Nogaret, por su parte, estaba juntando sus fuerzas con las de Sciarra Colonna, un joven cruel y obstinado que era sobrino y hermano de los dos cardenales depuestos. Sciarra había estado en Rieti, ataviado con los ropajes de penitencia, cuando los sellos de sus dos parientes habían sido rotos, echando la vergüenza sobre el clan Colonna. Sciarra no podría olvidar nunca su sentencia de excomunión y su consecuente proscripción de la comunidad cristiana, que lo forzaba a un exilio perpetuo. Había pasado cuatro años en las galeras hasta que un miembro de su clan lo había rescatado. Tiempo atrás, Bonifacio había obsequiado con un león macho adulto a la ciudad de Florencia . Los florentinos habían encerrado al león en una cortile del centro de la ciudad. Un día un asno se dirigió hacia ese patio y de una coz causó la muerte del león. Los florentinos vieron ese hecho como el presagio del fin de Bonifacio VIII. El sábado 7 de octubre al amanecer, las puertas de Anagni fueron abiertas por un capitán traidor de la guardia pontificia. Ingresaron seiscientos caballeros y mil soldados a caballo. Las campanas de alarma resonaron. Los invasores rápidamente se libraron de la firmes barreras introduciéndose en los palacios de los cardenales partidarios del Papa. El palacio del Papa se hallaba en la cima de la colina y estaba bien fortificado y defendido por los Gaetani. Desde allí, a las seis de la mañana Bonifacio envió un mensajero solicitando una tregua. Luego, en secreto, solicitó al jefe de los ciudadanos que viniera en su ayuda, prometiéndole a cambio riquezas incalculables. Lo abandonaron. A la hora le comunicaron las condiciones de la tregua. Debía reintegrar a los dos cardenales Colonna al colegio cardenalicio, renunciar al solio pontificio y rendirse incondicionalmente a Sciarra Colonna. Para Bonifacio tales condiciones eran inaceptables. Los invasores comenzaron a incendiar los portones principales de la catedral para abrirse paso hacia el palacio que se hallaba detrás, mientras los clérigos huían. Seguidamente, avanzaron por el interior del palacio papal. La escolta pontificia superada en número se rindió, ofreciéndose para servir de guía por las cámaras y pasadizos del edificio. Sciarra abrió la puerta de la inmensa sala de audiencias y se encontró con Bonifacio revestido con todos sus atuendos pontificios: la tiara, un símbolo de que era señor del mundo; en sus dedos, además de un magnifico y reluciente zafiro ovalado, llevaba la alianza del pescador. La última fuente de su poder la sostenía en la mano: una cruz de oro. Sciarra se dirigió lentamente hacia el pontífice con la espada desenvainada. Bonifacio besó la cruz con arrogancia. Sciarra lo abofeteó con tal fuerza que la sala de audiencias devolvió su eco. Renuncia- exigió. Bonifacio volvió a besar la cruz. Antes morir-susurró. Luego con estridente tono de voz, dijo: " Ec le col, ec le cape" ( "He aquí mi cuello, he aquí mi cabeza"). Cuando Sciarra alzó la espada, irrumpió Nogaret gritando que el rey de Francia deseaba que el Papa fuese conducido a Lyon para ser depuesto ante un concilio ecuménico. Sciarra envainó la espada, pero para satisfacer en parte su vendetta, comenzó a despojar a Bonifacio de su dignidad. Le hizo saltar a golpes la tiara, dejando a la vista la calvicie ovalada de su cráneo; después se divirtió arrancándole, a veces con su puñal, los valiosos ornamentos pontificios uno tras otro. Sus hombres aliviados por no haber tenido que participar en el homicidio de un Papa, se dedicaron al pillaje de las estancias palaciegas. Quedaron asombrados de que incluso un Papa, en su prolongada existencia de ochenta y seis años, hubiera podido acumular tales tesoros. Bonifacio, una vez de pie, no dejaba de repetir con monotonía el lamento de Job: "Dominus dedit, Dominus abstulit" (Dios me lo dio, Dios me lo quitó). Al final tuvo que permanecer en aquel antro cavernoso, prácticamente desnudo. Su cuerpo, de un color amarillo, torturado y arrugado por la piedra, se llenó de piojos. El cronista nos informa fríamente: "El pontífice pasó una mala noche". Muchos hombres de Sciarra eran mercenarios y habían huido con el botín. Los habitantes de Anagni temiendo que la población fuera excomulgada o arrasada como Palestrina, tres días más tarde se armaron, forzando al enemigo a abandonar la ciudad, y liberaron al Papa de su mazmorra. Era otro hombre. Las noches de soledad en las tinieblas mientras las ratas se paseaban por su cuerpo, el hambre y la sed, y la proximidad de la muerte habían contribuido para desquiciarlo. "Gracias", lloriqueó una y otra vez. La senilidad se había apoderado de él, comenzó a gimotear, las lágrimas se deslizaron por sus mejillas tiznadas. Una escolta armada lo condujo nuevamente a Roma. Allí permaneció encerrado en su habitación del Palacio de Letrán durante treinta y cinco días. Según se rumoreó, probablemente fantasías, se golpeaba la cabeza contra la pared y roía sin cesar uno de sus brazos como un perro que se inquietase por un hueso. A solas, sin ser amado por nadie -Morieris ut canis, como expresara la profecía de Celestino- murió. Durante sus exequias se desató una borrasca colosal, por lo que fue enterrado con el mínimo de fastos en una inmensa tumba que se había preparado en la antigua San Pedro. En 1605, cuando se concluía el nuevo edificio de San Pedro, y hubo que trasladar su sepulcro, este se resquebrajó, abriéndose. Para consternación de todos y después de tres siglos, el cuerpo del pontífice estaba incorrupto. Sólo la nariz y los labios se hallaban ligeramente descompuestos. Le tomaron las medidas: un metro ochenta y siete centímetros; seguía ostentando su zafiro ovalado en el dedo. Su aspecto era sereno. Por cortesía de Nogaret la Iglesia pudo evitar la indignidad de tener que honrarle como San Bonifacio, Papa y mártir. (0) Entre estos fanáticos espirituales se encontraba Jacopone da Todi, el poeta franciscano autor del famoso himno Stabat Mater. De hecho este poema fue escrito luego de un prolongado cautiverio que le fuera impuesto por Gaetani. Jacopone se había adherido abiertamente a la protesta redactada por los cardenales Colonna, y permaneció encerrado en un calabozo desde el año 1294 hasta el advenimiento de Benedicto XI en el año1303, a pesar de que Jacopone había pedido perdón.
|