PRÓLOGO

Mi intento en esta traducción es que puedan los españoles, sin el socorro de la lengua latina, leer y entender sin tropiezo las obras de Cayo Salustio Crispo. Su hermosura, su gracia y perfección han dado en todos tiempos que admirar a los sabios, los cuales a una voz le han declarado por el príncipe de los historiadores romanos. Ninguno de ellos es tan grave y sublime en las sentencias: tan noble, tan numeroso, tan breve y, al mismo tiempo, tan claro en la expresión. En él tienen las palabras todo el vigor y fuerza que se les puede dar, y en su boca parece que significan más que en la de otros escritores: tan justa es la colocación y tan propio el uso que hace de ellas. Aun por esto, son casi inimitables sus primores, y no es menos difícil conservarlos en una traducción. Pero si en algún idioma puede hacerse, es en el español. A la verdad nuestra lengua, por su gravedad y nervio, es capaz de explicar con decoro y energía los más grandes pensamientos. Es rica, armoniosa y dulce; se acomoda sin violencia al giro de frases y palabras de la latina; admite su brevedad y concisión, y se acerca más a ella que otra alguna de las vulgares. Bien conocieron esto los sabios extranjeros que juzgaron desapasionadamente; y aun hubo entre ellos quien la vindicó de cierta hinchazón y fasto, que algunos le han querido injustamente atribuir. Por otra parte, los genios españoles aman de suyo lo sublime y no se contentan con la medianía, y así nuestros escritores de mayor crédito se propusieron imitar a Salustio, con preferencia a César, Nepote, Livio y demás historiadores latinos; como se echa de ver en don Diego de Mendoza, Juan de Mariana, don Carlos Coloma, don Antonio Solís y otros. Pedro Chacón y Jerónimo Zurita le ilustraron con eruditas notas. Y cuando todavía los griegos no habían renovado en el Occidente el buen gusto de la literatura, ya entre nosotros Vasco de Guzmán, a ruego del célebre Fernán Pérez de Guzmán, señor de Batres, había hecho la traducción española de este autor, que se halla manuscrita en la Real Biblioteca de El Escorial, obra verdaderamente grande para aquellos tiempos y de que no tuvo noticia don Nicolás Antonio. De ella desciende la que en el año 1529 publicó el maestro Francisco Vidal y Noya, el cual, especialmente en el Jugurta, apenas hizo otra cosa que copiar a este autor, aunque no le nombra. Otra hizo Manuel Sueiro, que se imprimió en Amberes en el año 1615. Y es bien de notar la estimación con que se recibieron en España estas traducciones, pues la del maestro Vidal y Noya, o bien se llame de Vasco de Guzmán, se imprimió tres veces en poco más de treinta años. La desgracia es que ninguna de ellas se hiciese en el tiempo en que floreció más nuestra literatura y en que, por la misma razón, se cultivó también la lengua con mayor cuidado. Realmente todas desmerecen cotejadas con el original y distan mucho de aquel decir nervioso y preciso que caracteriza al autor. Esto me ha movido a emprender de nuevo el mismo trabajo, y a experimentar si podría hacerse una traducción más digna de la lengua española y que se acercase más a la grandeza del escritor romano. Para ello, en cuanto al estilo y frases, me he propuesto seguir las huellas de nuestros escritores del siglo xvi, reconocidos generalmente por maestros de la lengua; y evitar con la atención posible las expresiones y vocablos de otros idiomas, que muchos usan sin necesidad, no debiendo esto hacerse sino cuando en español no se halla su equivalente, o no puede explicarse con propiedad y energía lo que se intenta declarar. Tal vez porque huyo este escollo, habrá quien diga que doy en el opuesto, y que en mi traducción uso afectadamente de alguna voz española ya anticuada.

Si se creyese afectación, la misma notaron muchos en Salustio respecto de las voces latinas. Y ojalá que con esto abriera yo camino a nuestros escritores, amantes de la riqueza y propiedad de su lengua, para que hiciesen lo mismo y poco a poco le restituyesen aquella su nobleza y majestad que tuvo en sus mejores tiempos. No puede verse sin dolor que se dejen cada día de usar en España muchas palabras propias, enérgicas, sonoras y de una gravedad inimitable, y que se admitan en su lugar otras, que ni por su origen, ni por la analogía, ni por la fuerza, ni por el sonido, ni por el número son recomendables, ni tienen más gracia que la novedad.

Para mayor exactitud en la traducción, he procurado seguir, no sólo la letra, sino también el orden de las palabras y la economía y distribución de los períodos, dividiéndolos, como Salustio los divide, en cuanto lo permite el sentido de la oración y el genio del idioma. De suerte que en muchos de ellos, si se cotejan, se hallará la misma estructura y los mismos apoyos y descansos con que se sostiene y suaviza la pronunciación