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LIBRO TRIGÉSIMONONO CAPÍTULO PRIMERO Tan limitadas eran en este cartaginés las dotes que distinguen un buen general, como grande su vanidad para hacer alarde de poseerlas. Veamos, entre otros ejemplos, un rasgo de ella. Cuando acudió a la cita dada a Galussa, rey de Numidia, presentóse cubierto con manto de púrpura y seguido de doce guardias bien armados. A veinte pasos del lugar de la cita dejó los guardias, y desde la orilla del foso que tenía enfrente hizo señal al rey para que se le aproximase; señal que debió esperar y no dar. Llegó Galussa sin escolta, vestido sencillamente y sin armas, y al acercarse a Asdrúbal preguntóle por qué llevaba coraza y a quién temía. «Temo a los romanos, contestó Asdrúbal.- Si tanto les temes, replicó Galussa, ¿por qué sin necesidad te encierras en una plaza sitiada? Pero, en fin, ¿qué deseas de mí?- Te ruego, respondió Asdrúbal, que intercedas en nuestro favor con el general romano para que perdone a Cartago y la deje subsistir, pues a todo nos someteremos. » Burlóse Galussa de este encargo. «¡Qué! exclamó al gobernador de Cartago, ¿en el estado en que te hallas, envuelto por todos lados, casi sin recurso ni esperanza, no tienes otra proposición que ofrecer sino la misma rechazada a Utica antes del sitio?- No están las cosas tan desesperadas como crees, contestó Asdrúbal. Nuestros aliados acuden a socorrernos (no sabía lo sucedido en Mauritania); nuestras tropas se encuentran aún en estado de defensa, y tenemos en nuestro favor a los dioses, demasiado justos para abandonarnos, conocen la injusticia de que somos víctimas, y nos darán los medios para vengarnos. Haz entender al cónsul que los dioses tienen en su mano el rayo, que la fortuna cambia, y que en último caso estamos decididos a no sobrevivir a CAPÍTULO II Refiérese que Escipión, al ver a Cartago totalmente destrozada y en ruinas, derramó abundantes lágrimas, deplorando en voz alta las desdichas de sus enemigos. Reflexionando profundamente que la suerte de las ciudades, pueblos e imperios tan sujeta está a los reveses de la fortuna como la de los simples particulares, y recordando al lado de Cartago la antigua Ilión, tan floreciente, el imperio de los asirios, el de los medas, el de los persas después, el de Macedonia, mayor que todos y tan poderosos, hasta época reciente, fuera que el curso de sus ideas trajera a su memoria los versos del gran poeta, o que la lengua se adelantara al pensamiento, dícese que pronunció en alta voz estas frases de Homero: «Acércase el día de rendirse la gran Ilión, el día en que Príamo y su guerrero pueblo van a caer.» .................................................................................................................................. CAPÍTULO III Sé que censurarán mi obra por relatar los hechos sin ilación. Se dirá, por ejemplo, que tras referir la toma de Cartago llevo de pronto al lector a los asuntos de Macedonia, de Siria o de otras partes; que los hombres científicos aprecian la estructura y buscan siempre la proposición principal, siendo necesario unir en la obra la conveniencia a la utilidad. Mi opinión es contraria a este sistema, y la apoyo en la misma naturaleza, que no sigue tal orden en ninguna de sus obras, sino que cambia sin cesar y reproduce las cosas con gran variedad. Puede asimismo citarse el oído, quo en conciertos y declamaciones nunca conserva la misma impresión, si así puede decirse, sino que le conmueven los cambios de sonoridad, las interrupciones, los gritos. Lo mismo ocurre al gusto: los más deliciosos manjares, repetidos, llegan a ser insípidos y apenas puede sufrirse la monotonía, prefiriéndose un alimento vil con tal que varíe. ¿Y acaso no sucede igual cosa con la vista? Los ojos se cansan de la misma contemplación: la variedad, lo abigarrado de los objetos visibles le recrea. Esto se aplica también al alma. Los cambios, las novedades, son como el reposo del hombre activo. Los escritores más ilustres de la antigüedad descansan unos haciendo relatos fabulosos, y otros digresiones sobre asuntos serios, y si, por decirlo así, viajan por Grecia también hacen al mismo tiempo excursiones fuera de ella. Después de describir la Tesalia y las acciones de Alejandro de Feres, pasan a las invasiones de los lacedemonios en el Peloponeso, y a las de los atenienses, y a los asuntos de Macedonia y de Iliria. Hablan en seguida de Ificrates en Egipto y de los grandes hechos de Clearco en el reino del Ponto. En vista de esto, se dirá que faltan a la ordenación de los asuntos, y que yo la observo, porque si tratan esta cuestión: «cómo Bardilos, rey de Iliria, y Quersobleptes, de Tracia, se apoderaron del poder», ni agregan lo que sigue, ni recurren a lo que acompaña a estos acaecimientos, sino que, como en un poema, vuelven siempre a su asunto. Nosotros, por el contrario, describimos los más célebres lugares del universo y los sucesos más dignos de quedar en la memoria, trazando un solo y largo camino a través de nuestra historia con un orden anunciado, examinando año por año las principales acontecimientos, y dejando a los aficionados a la ciencia el cuidado de mayores investigaciones y de recoger los hechos que quedaron en el camino, siempre que no resulte nada incompleto para quienes nos siguieron paso a paso. CAPÍTULO IV Cuando el general de los cartagineses, Asdrúbal abrazó suplicando las rodillas de Escipión, dirigiéndose éste a los circundantes dijo: «Ved cómo castiga la fortuna a los hombres imprevisores. Este es Asdrúbal, que rodeado antes de amigos y poderosos auxiliares, cuando le propuse condiciones humanitarias y honrosas, contestó que la más bella sepultura era las cenizas de la patria, y vedle ahora besando mi manto de general para obtener la vida y cifrando en mí todas sus esperanzas. » Este espectáculo prueba que nadie debe decir ni hacer cosa que no sea conforme a su posición social. Algunos tránsfugas le siguieron hasta la tienda de Escipión, y éste ordenó echarles fuera; pero llenaron de injurias a Asdrúbal, mofándose unos de su juramento sagrado de no abandonarles, y llamándole otros cobarde y canalla.., y muchos más sarcasmos y sangrientos insultos. ............................................................................................................................... CAPÍTULO V Quería, al regresar a su patria, hacer lo que un hombre que sin saber nadar se arroja al mar, y ya en el agua se preocupa de llegar a tierra. ¿Le era imposible a este Dieo, pretor de los aqueos, cesar en sus impiedades y escandalosas injusticias? CAPÍTULO VI La benevolencia que inspiraba Filopemen impidió que en algunas ciudades destruyeran las estatuas de este general. De aquí deduzco que todo gran servicio engendra reconocimiento en el corazón de quienes lo aprovechan. |
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