CRÁTILOHERMÓGENES, CRÁTILO, SÓCRATES (Segunda parte) HERM. - ¡Claro que sí, Sócrates! Muchas veces Crátilo me pone en aprietos, como decía antes, afirmando que hay una exactitud de los nombres, pero sin decir claramente de qué clase. De esta forma no puedo saber si, cada vez que habla sobre el tema, lo hace tan poco claro voluntaria o involuntariamente. Conque ahora, Crátilo, confiesa delante de Sócrates si te satisface la forma en que éste habla sobre los nombres o si tienes tú algo mejor que decir. Y si lo tienes, expónlo para que aprendas de Sócrates, o bien nos instruyas a los dos 158. CRÁT. - ¿Cómo, Hermógenes? ¿Te imaginas que es fácil aprender o enseñar tan rápidamente cualquier cosa y menos aún ésta que parece de las más importantes? HERM. - ¡No, por Zeus, desde luego que no! Pero creo que está bien lo que dice Hesíodo, que si uno va depositando un poco sobre otro poco, ello resulta beneficioso 159. Conque si eres capaz de aportar algo más, por poco que sea, no cejes y haznos un favor a Sócrates aquí presente y a mí -pues debes. SÓC. - Por supuesto, Crátilo, que ni yo mismo podría garantizar nada de lo que he expuesto. Lo he analizado tal como se me iba ocurriendo con el concurso de Hermógenes; de forma que, en gracia a esto, anímate a hablar, si tienes algo mejor, en la idea de que yo lo aceptaré. Y, en verdad, no me extrañaría que pudieras decir algo mejor que esto, pues tengo la impresión de que lo has estudiado personalmente y que has aprendido de otros. Por consiguiente, si dices algo mejor, ya puedes inscribirme también a mí como uno de tus discípulos sobre la exactitud de los nombres. CRÁT. - ¡Claro que sí, Sócrates! Como tú dices, me he ocupado de estos temas y, quizás, podría tomarte como alumno. Con todo, temo no vaya a resultar al revés, pues se me ha ocurrido citarte las palabras que Aquiles dirige a Áyax en Las Plegarias. Dice así: Áyax Telamonio del linaje de Zeus, caudillo de pueblos, paréceme que has dicho todo conforme a mi ánimo 160. También tú, Sócrates, parece que has recitado tu oráculo en conformidad con mi pensamiento, ya sea que te hayas inspirado en Eutifrón o que te posea desde hace tiempo alguna otra Musa sin que tú lo adviertas. SÓC. - ¡Mi buen amigo Crátilo! Incluso yo mismo estoy asombrado, hace tiempo, de mi propia sabiduría y desconfío de ella. Por ende, creo que hay que volver a analizar mis palabras, pues lo más odioso es dejarse engañar por uno mismo. Y cuando el que quiere engañarte no se aleja ni un poquito, sino que está siempre contigo, ¿cómo no va a ser temible? Hay que volver la atención una y otra vez, según parece, a lo antes dicho e intentar lo del poeta: mirar «a un tiempo hacia adelante y hacia atrás» 161. Veamos, pues, ahora mismo lo que hemos dejado definido. La exactitud del nombre es -decimos- aquella que nos manifieste cuál es la cosa. ¿Diremos que esta definición es suficiente? CRÁT. - A mí, Sócrates, me parece que por completo. SÓC. -¿Y los nombres se dicen con vistas a la instrucción? CRÁT. - Exactamente. SÓC. -¿Diremos, entonces, que ésta es un arte y que hay artesanos de ella? CRÁT. - Exactamente. SÓC. - ¿Quiénes? CRÁT. - Los que tú decías al principio, los legisladores. SÓC. - Pues bien, ¿diremos, por caso, que también este arte se desarrolla entre los hombres como las demás, o no? Quiero decir lo siguiente: ¿entre los pintores, unos son peores y otros mejores? CRÁT. - Desde luego. SÓC. - ¿Entonces los mejores hacen mejor sus obras -las pinturas- y los otros, peor? ¿Y lo mismo los arquitectos, unos hacen las casas más bellas y otros más feas? CRÁT. - Sí. SÓC. - ¿Acaso, entonces, también los legisladores hacen sus propias obras unos más bellas y otros más feas?CRÁT. - Opino que esto ya no. SÓC. - ¿Es que no te parece que, entre las leyes, unas son mejores y otras peores? CRÁT. -De ninguna manera. SÓC. -¿Entonces todos los nombres están correctamente puestos? CRÁT. - Sí, al menos todos los que son nombres. SÓC. -¿Y, sobre lo que se hablaba hace un momento? ¿Diremos que aquí Hermógenes ni siquiera posee este nombre, habida cuenta de que nada tiene que ver con la progenie de Hermes? ¿O que sí lo tiene, pero no de forma correcta en absoluto? CRÁT. - Yo opino, Sócrates, que ni siquiera lo tiene, sólo lo parece, y que éste es el nombre de otro, de aquel a quien corresponda también tal naturaleza. SÓC. - ¿Acaso tampoco se habla falsamente cuandoo se afirma que él es Hermógenes? Pues temo que no sea posible ni siquiera afirmar que éste es Hermógenes, si no lo es. CRÁT. - ¿A qué te refieres? SÓC. - ¿Es que tu afirmación significa que no es posible, en absoluto, hablar falsamente 162? Son muchos los que lo sostienen, amigo Crátilo, tanto ahora como en el pasado. CRÁT. - ¿Pues cómo es posible, Sócrates, que si uno dice lo que dice no diga lo que es? ¿O hablar falsamente no es acaso decir lo que no es? SÓC. - Tu razonamiento es un tanto sutil para mí y para mi edad, amigo. Sin embargo, dime sólo esto: ¿piensas que no es posible hablar falsamente, pero sí afirmar cosas falsas? CRÁT. - Creo que ni siquiera afirmar cosas falsas. SÓC. - ¿Ni tampoco enunciar o saludar 163? Por ejemplo, si alguien se encuentra contigo en el extranjero, te toma de la mano y dice: «Salud, forastero ateniense, Hermógenes hijo de Esmicrión», ¿lo diría este hombre o lo afirmaría o lo enunciaría o te saludaría así no a ti sino a Hermógenes? ¿O a ninguno de los dos? CRÁT. - Según mi opinión, Sócrates, este hombre pronunciaría en vano esas palabras. SÓC. - Bien, habrá que contentarse con esto: ¿accaso el que pronuncia esto lo pronuncia con verdad o con falsedad? ¿O parte de ello con verdad y otra con falsedad? Esto sería suficiente. CRÁT. -Yo afirmaría que tal individuo emite un ruido y se mueve inútilmente, como si alguien agitara y golpeara una vasija de bronce. SÓC. - Veamos, pues, Crátilo, si llegamos a algún tipo de acuerdo. ¿No dirías tú que el nombre es una cosa y otra distinta aquello de que es nombre? CRÁT. - Sí. SÓC. - ¿Luego convienes conmigo en que el nombre es una imitación de la cosa? CRÁT. - Más que nada. SÓC.-¿Entonces también admites que las pinturas son, de una forma distinta, imitaciones de ciertos objetos? CRÁT. - Sí. SÓC. -Veamos, pues (quizá no alcanzo a ver qué es exactamente lo que dices y podrías llevar razón): ¿es posible atribuir y asignar ambas clases de imitaciones -tanto las pinturas como los nombres aludidos- a las cosas de las que son imitaciones? ¿O no? CRÁT. - Es posible. SÓC. -Antes que nada, examina esto otro: ¿podría atribuirse a un hombre la imagen de un hombre y a una mujer la de una mujer e, igualmente, en los demás casos? CRÁT. - Desde luego. SÓC. -¿Y lo contrario: el de un hombre a una mujer y el de una mujer a un hombre? CRÁT. -También esto es posible. SÓC. - ¿Acaso son correctas ambas atribuciones? ¿O una de ellas? CRÁT. - Unas de ellas. SÓC. - Supongo que la que atribuye a cada uno laa que le es propia y semejante. CRÁT. -También yo lo supongo. SÓC. - Entonces, para que no entablemos un combate verbal tú y yo que somos amigos, acéptame lo que te digo: esta atribución, amigo mío, es la que yo llamo correcta en ambas imitaciones -la pintura y los nombres-, y en el caso de los nombres, además de correcta, verdadera. En cambio, a la otra, la atribución y asignación de lo desigual, la califico como incorrecta y falsa cuando se trata de nombres. CRÁT. - ¡Cuidado, Sócrates, no vaya a ser que estto suceda con las pinturas -la atribución incorrecta-, pero no con los nombres, sino que la correcta sea siempre inevitable! SÓC. -¿Qué quieres decir? ¿En qué se distingue ésta de aquélla? ¿Acaso no es posible acercarse a un hombre cualquiera y decirle: «éste es tu dibujo», y enseñarle, si acaso, su retrato o, si se tercia, el de una mujer? Y con «mostrarle» quiero decir «someter a la percepción de sus ojos». CRÁT. - Desde luego. SÓC. -¿Y qué si nos acercamos de nuevo a este mismo hombre y le decimos: «éste es tu nombre»? -pues, sin duda, también el nombre es una imitación como la pintura. Me refiero, pues, a lo siguiente: ¿no sería acaso posible decirle: «éste es tu nombre», y después, someter a la percepción de su oído, si acaso, la imitación de aquél, diciendo que es un hombre, o si se tercia, la de una mujer de la raza humana diciendo que es una mujer?¿No piensas que ello es posible y que sucede a veces? CRÁT. - Estoy dispuesto, Sócrates, a aceptarlo. Sea así. SÓC. - Y haces bien, amigo mío, si ello es así. Ya no hay que discutir en absoluto sobre esto. Por consiguiente, si hay tal atribución también en este punto, a una de ellas nos proponemos llamarla «decir verdad».y a la otra «decir falsedad». Mas si ello es así, si es posible atribuir incorrectamente los nombres y no asignar a cada cosa lo que le corresponde, sino a veces lo que no le corresponde, sería posible lo mismo con los verbos 164. Y si es posible disponer así nombres y verbos; a la fuerza también las oraciones -pues las oraciones son, según pienso, la combinación de éstos-. ¿Cómo lo explicas tú, Crátilo? CRÁT. - Así. Creo que dices bien. SÓC. - Luego si, a su vez, comparamos los nombres primarios con un grabado, será posible 165 -lo mismo que en las pinturas- reproducir todos los colores y formas correspondientes; o bien no reproducirlos todos, sino omitir algunos y añadir otros tanto en mayor número como magnitud. ¿No es ello posible? CRÁT. - Lo es. SÓC. - ¿Por ende, el que reproduzca todos producirá hermosos grabados y retratos y, en cambio, el que añada o suprima, producirá también grabados y retratos, pero malos?CRÁT. - Sí. SÓC. - ¿Y el que imita la esencia de las cosas mediante sílabas y letras? ¿Es que por la misma razón no obtendrá un bello retrato, esto es, un nombre, si reproduce todo lo que corresponde, y, en cambio, obtendrá un retrato, pero no bello, si omite pequeños detalles o añade otros ocasionalmente? ¿De tal forma que unos nombres estarán bien elaborados y otros mal? CRÁT. - Quizás. SÓC. -¿Quizás, entonces, uno será un buen artesaano de nombres y otro malo? CRÁT. - Sí. SÓC. - Y éste tiene el nombre de « legisladora. CRÁT. - Sí. SÓC. - Luego, quizás, ¡por Zeus!, lo mismo que en las otras artes, un legislador será bueno y otro malo si es que en lo anterior hemos llegado a un acuerdo. CRÁT. - Eso es. Pero observarás, Sócrates, que cuando asignamos a los nombres estas letras (la a, la b y cada uno de los elementos) mediante el arte gramatical, si omitimos, añadimos o alteramos alguno, ya no tendremos escrito el nombre -no digo que no sea correcto-, sino que ni siquiera está escrito en absoluto, antes bien, se convierte, al punto, en otro nombre si le acontece algo de esto. SÓC. - ¡Cuidado, Crátilo, no vayamos a analizarllo mal, si lo hacemos de esta forma! CRÁT. - ¿Cómo, entonces? SÓC. - Puede que esto que tu dices suceda con aquellos nombres cuya existencia depende forzosamente de un número. Por ejemplo, el mismo diez -o cualquier otro número que prefieras-. Si le quitas o añades algo, al punto se convierte en otro. Pero puede que no sea ésta la exactitud en lo que toca a la cualidad o, en general, a la imagen. Antes al contrario, puede que no haya que reproducir absolutamente todo lo imitado, tal cual es, si queremos que sea una imagen. Mira si tiene algún sentido lo que digo: ¿es que habría dos objetos tales como Crátilo y la imagen de Crátilo, si un dios reprodujera como un pintor no sólo tu color y forma, sino que formara todas las entrañas tal como son las tuyas, y reprodujera tu blandura y color y les infundiera movimiento, alma y pensamiento como los que tú tienes? En una palabra, si pusiera a tu lado un duplicado exacto de todo lo que tú tienes, ¿habría entonces un Crátilo y una imagen de Crátilo o dos Crátilos?CRÁT. - Paréceme, Sócrates, que serían dos Crátilos. SÓC. - ¿No ves, entonces, amigo mío, que hay que buscar en la imagen una exactitud distinta de las que señalábamos ahora mismo?, ¿que no hay que admitir a la fuerza que si le falta o le sobra algo ya no es una imagen? ¿No te percatas de lo mucho que les falta a las imágenes para tener lo mismo que aquello de lo que son imágenes? CRÁT. -Sí, Sí. SÓC. - Sería ridículo, Crátilo, lo que experimenntarían por culpa de los nombres aquellas cosas de las que los nombres son nombres, si todo fuera igual a ellos en todos los casos. Pues todo sería doble y nadie sería capaz de distinguir cuál es la cosa y cuál el nombre. CRÁT. - Dices verdad. SÓC. - Pues bien, noble amigo, ten valor y concede que un nombre está bien puesto y otro no. No le obligues a que tenga todas las letras para que se convierta, sin más, en aquello de lo que es nombre. Permite que se añada una letra que no le corresponde; y si una letra, también un nombre dentro de la frase; y si un nombre, admite también que se aplique dentro del discurso una frase que no corresponda a la realidad. Admite que, no por ello, deja de nombrarse o decirse la cosa, con tal que subsista el bosquejo de la cosa sobre la que versa la frase, lo mismo que lo había en los nombres de los elementos, si recuerdas lo que decíamos, hace poco, Hermógenes y yo 166. CRÁT. - Lo recuerdo. SÓC. - Excelente, en verdad. Y es que, mientras subsista este bosquejo, aunque no posea todos los rasgos pertinentes, quedará enunciada la cosa; bien, cuando tenga todos, y mal, cuando pocos. Admitamos, pues, feliz amigo, que se enuncia, a fin de que no incurramos en falta como los de Egina cuando circulan de noche y son multados por viajar tarde 167. Que no parezca que también nosotros llegamos, en realidad, a las cosas más tarde de lo conveniente. O si no, búscale al nombre otra clase de exactitud y no convengas en que el nombre es una manifestación de la cosa mediante sílabas y letras. Pues si mantienes estas dos afirmaciones, no serás capaz de ponerte de acuerdo contigo mismo 168. CRÁT. - Bueno, Sócrates, me parece que hablas con mesura. Tal es mi disposición. SÓC. - Bien, puesto que en esto somos de la mismma opinión, analicemos a continuación esto otro: ¿sostenemos que, si el nombre va a estar bien puesto, ha de tener las letras correspondientes? CRÁT. - Sí. SÓC.-¿Y le corresponden las que son semejantes a las cosas? CRÁT. - Desde luego. SÓC. - Por consiguiente, los que están bien puestos lo están así. Mas si alguno no está bien puesto, su mayor parte constaría, quizás, de letras correspondientes y semejantes -dado que va a ser una imagen-, pero tendría una parte no correspondiente por la cual el nombre no sería correcto ni estaría bien acabado. ¿Es así como lo formulamos, o de otra forma? CRÁT. - Pienso que no debemos seguir peleando hasta el final, Sócrates, por más que no me complazca sostener que un nombre existe y, sin embargo, no está bien puesto. SÓC. - ¿Te complace, acaso, esto otro: que el nombre a es una manifestación de la cosa? CRÁT. - Sí. SÓC. - ¿En cambio, no te parece bien afirmar quee unos nombres son compuestos a partir de los primarios y que otros son primarios? CRÁT. - Claro que sí. SÓC. - Pues si los primarios han de ser manifestaciones de algo, ¿encuentras tú una forma mejor de que sean manifestaciones que el hacerlos lo más parecidos posible a aquello que tienen que manifestar? ¿O te satisface más esta otra fórmula que sostienen Hermógenes y muchos otros: que los nombres son objeto de convención y que manifiestan las cosas a quienes los han pactado y los conocen; que esto es la exactitud del nombre, convención, y que nada importa si se acuerda establecerlos como ahora están o, por el contrario, llamar «grande» a lo que ahora se llama «pequeño» 169? ¿Cuál de las dos fórmulas te satisface?CRÁT. - Es total y absolutamente mejor, Sócrates,, representar mediante semejanza y no al azar aquello que se representa. SÓC. -Dices bien. ¿No será entonces inevitable --si es que el nombre va a ser semejante a la cosa- que sean semejantes a las cosas los elementos de los que se componen los nombres primarios? Me refiero a lo siguiente: ¿acaso la pintura, a la que aludíamos hace un instante, se habría compuesto semejante a la realidad, si los pigmentos con los que se componen las pinturas no fueran semejantes por naturaleza a aquello que imita el grabado? ¿No es imposible? CRÁT. - Imposible. SÓC. - ¿Por consiguiente tampoco los nombres serrían semejantes a nada, si aquello de lo que se componen no tuviera, en principio, una cierta semejanza con aquello de lo que los nombres son imitación? ¿Y no son los elementos aquello con lo que hay que componerlos? CRÁT. - Sí. SÓC. -- Entonces, tú compartes en este momento lo que decía Hermógenes antes. Veamos, ¿te parece bien que digamos que la r se asemeja a la marcha, al movimiento y a la rigidez 170, o no? CRÁT. -Me parece bien. SÓC. -¿Y la 1 a lo liso, blando y a lo que antes decíamos? CRÁT. - Sí. SÓC. - ¿Y sabes que para la misma noción nosotroos decimos sklērótēs (rigidez) y los de Eretria sklērotēr? 171. CRÁT. - Desde luego. SÓC. - ¿Será entonces que la r y la s se asemejan a lo mismo y la palabra significa para aquéllos, terminando en r, lo mismo que para nosotros terminando en s? ¿O no significa nada para algunos de nosotros? CRÁT. - ¡Claro que lo significa, para unos y para otros! SÓC. - ¿En tanto que r y s son semejantes, o en tanto que no lo son? CRÁT. - En tanto que semejantes. SÓC. - ¿Y acaso son semejantes en todos los casos? CRÁT. -Quizá sí, al menos para significar el moviimiento. SÓC. - ¿Y también la l que hay en medio? ¿No significa lo contrario de la rigidez? CRÁT. - Quizá no está bien ahí, Sócrates. Como lo que explicabas a Hermógenes hace un instante suprimiendo e introduciendo las letras que era menester. ¡Y bien que me parecía! Conque ahora es posible que haya que pronunciar r en vez de 172. SÓC. - Dices bien. ¿Mas qué? Tal como hablamos ahora no nos entendemos mutuamente, si uno dice sklerón, y no sabes lo que yo quiero decir ahora? CRÁT. - Sí, queridísimo amigo, pero por la costumbre. SÓC. -¿Y cuando dices «costumbre», crees que dices algo distinto de «convención»? ¿O entiendes por costumbre algo distinto que el que cuando yo digo esto pienso en aquello 173 y tú comprendes que yo lo pienso? ¿No entiendes esto? CRÁT. - Sí. SÓC. - ¿Luego si me comprendes cuando hablo, te manifiesto algo? CRÁT. - Sí. SÓC. - Y, sin embargo, hablo con elementos distintos de aquello que pienso, si es que la 1 no es, según tú mismo afirmas, semejante a la rigidez. Y si esto es así, ¿no será que lo has pactado contigo mismo, y para ti la exactitud del nombre es convención, dado que tanto las letras semejantes como las desemejantes tienen significado, con tal que las sancionen costumbre y convención? Pero, aun en el caso duque la costumbre no fuera exactamente convención, ya no sería correcto decir que el medio de manifestar es la semejanza, sino más bien la costumbre. Pues ésta, según parece, manifiesta tanto por medio de lo semejante como de lo desemejante. Y como quiera que coincidimos en esto, Crátilo (pues interpreto tu silencio como concesión), resulta, sin duda, inevitable que tanto convención como costumbre colaboren a manifestar lo que pensamos cuando hablamos. Porque, mi nobilísimo amigo, refirámonos al número 174 si quieres: ¿cómo piensas que podrías aplicar a cada número nombres semejantes, si no permites que tu consenso y convención tengan soberanía sobre la exactitud de los nombres? ¡Claro que yo, personalmente, prefiero que los nombres tengan la mayor semejanza posible con las cosas! Pero temo que, en realidad, como decía Hermógenes 175, resulte «forzado» arrastrar la semejanza y sea inevitable servirse de la convención, por grosera que ésta sea, para la exactitud de los nombres. Y es que, quizá, se hablaría lo más bellamente posible cuando se hablara con nombres semejantes en su totalidad o en su mayoría -esto, es, con nombres apropiados-, y lo más feamente en caso contrario. Pero dime a continuación todavía una cosa: ¿cuál es, para nosotros, la función que tienen los nombres y cuál decimos que es su hermoso resultado? CRÁT. - Creo que enseñar, Sócrates. Y esto es muy simple: el que conoce los nombres, conoce también las cosas. SÓC. - Quizá, Crátilo, sea esto lo que quieres decir: que, cuando alguien conoce qué es el nombre (y éste es exactamente como la cosa), conocerá también la cosa, puesto que es semejante al nombre. Y que, por ende, el arte de las cosas semejantes entre sí es una y la misma. Conforme a esto, quieres decir, según imagino, que el que conoce los nombres conocerá también las cosas. CRÁT, - Muy cierto es lo que dices. SÓC. - ¡Un momento! Veamos cuál sería esta forma de enseñanza, a la que ahora te refieres, y si -por más que ésta sea mejor- existe otra, o no hay otra que ésta. ¿Qué opinas de las dos alternativas? CRÁT. - Esto es lo que yo supongo: que no existe otra en absoluto y que ésta es única y la mejor. SÓC. - ¿Acaso sucede lo mismo con el descubrimiento de los seres: que el que descubre los nombres descubre también aquello de lo que son nombres? ¿O hay que buscar y descubrir por otro procedimiento, y en cambio, conocer por éste? CRÁT. - Hay que buscar y descubrir absolutamente por este mismo procedimiento y en las mismas condiciones. SÓC. - Veamos, pues, Crátilo. Reflexionemos: si uno busca las cosas dejándose guiar por los nombres -examinando qué es lo que significa cada uno-, ¿no comprendes que no es pequeño el riesgo de dejarse engañar? CRÁT. -¿Cómo? SÓC. - Es obvio que tal como juzgaba que eran laas cosas el primero que impuso los nombres, así impuso éstos, según afirmamos. ¿O no? CRÁT. - Sí. SÓC. - Por ende, si aquél no juzgaba correctamennte y los impuso tal como los juzgaba, ¿qué otra cosa piensas que nos pasará a nosotros, dejándonos guiar por él, sino engañarnos? CRÁT. - Mas puede que no sea así, Sócrates, sino que el que impone los nombres lo haga forzosamente con conocimiento. Y es que, si no, como te decía hace rato, ni siquiera serían nombres. Sea ésta la mayor prueba de que el que pone los nombres no erró la verdad: en caso contrario, no serían todos tan acordes con él. ¿O no te has percatado, al hablar, que todos los nombres se originaban según el mismo modelo y con un mismo fin? SÓC. - ¡Pero mi buen amigo Crátilo! Esto no es ningún argumento, pues si, equivocado en el inicio el que pone los nombres, ya iba forzando los demás hacia éste y los obligaba a concordar con él mismo, nada tiene de extraño. Igual sucede, a veces, con las figuras geométricas: si la primera es errónea por pequeña y borrosa, todas las demás que le siguen son acordes entre sí. Así pues, todo hombre debe tener mucha reflexión y análisis sobre si el inicio de todo asunto está correctamente establecido o no. Pues, una vez revisado éste, el resto debe parecer consecuente con él. Y, desde luego, nada me extrañaría que también los nombres concuerden entre sí. Revisemos, pues, lo que hemos explicado al principio. Afirmamos que los nombres nos manifiestan la esencia del universo en el sentido de que éste se mueve, circula y fluye 176. ¿Te parece que lo manifiesta de otra forma? CRÁT. -Precisamente así. Y lo manifiesta con exactitud. SÓC. - Pues bien, tomemos entre ellos, en primer lugar, el de epistēmē y examinemos cuán equívoco es: más parece significar que detiene nuestra alma sobre las cosas que el que se mueva con ellas, y es más exacto pronunciar su inicio como ahora que no epeistēmē, insertando una e 177. Después bébaion (consistente) es imitación de «base» (básis) y « reposo» (stásis), que no de movimiento. Después historia mismo significa que «detiene el flujo» (hístēsi rhoûn). También pistón (firme) significa, a todas luces, « lo que detiene» (histán). A continuación, mnēmē (recuerdo) significa, para cualquiera, que hay «reposo en el alma» (monē-en tēi psychēi) y no movimiento. Y si quieres, hamartía (yerro) y symphorá (accidente)178 -siempre que uno se deje guiar por el nombre- parecen idénticos a la «comprensión» (synesis) de antes, a la «ciencia» (epistéme) y a todos los otros nombres que hacen referencia a los valores serios. Todavía más: amathía (ignorancia) y akolasía (intemperancia) parecen cercanos a éstos. En efecto, amathía se manifiesta como el «movimiento de lo que marcha en compañía de dios» (poreía toû háma theôi ióntos) y,a su vez, akolasía exactamente como «seguimiento de las cosas» (akolouthía tôis prágmasi). De esta forma los nombres que el uso impone a las nociones peores se nos manifiestan exactamente iguales que los de las mejores 179. Creo que si uno se molestara, descubriría muchos otros, a partir de los cuales podría pensar que quien establece los nombres quiere manifestar las cosas no en movimiento o circulación, sino en reposo. CRÁT. - Sin embargo, Sócrates, ya ves que la mayooría los ha manifestado de la otra forma. SÓC. - ¿Qué significa entonces esto, Cratilo? ¿Contaremos los nombres como votos y en esto consistirá su exactitud? ¿Es que el mayor número de cosas que se vea que significan los nombres va a ser el verdadero? CRÁT. - No es lógico, desde luego. SÓC. - ¡De ninguna manera, amigo! Conque dejemos esto así y regresemos al punto desde el cual hemos llegado aquí. Pues ya anteriormente, si recuerdas, afirmabas que el que impone los nombres había de ponerlos, forzosamente, con conocimiento, a aquello a lo que se los imponía. ¿Acaso sigues opinando todavía así, o no? CRÁT. - Todavía. SÓC. - ¿Entonces también afirmas que el que puso los primarios los puso con conocimiento? CRÁT. - Con conocimiento. SÓC. -¿Entonces con qué nombres conoció o descubrió las cosas, si los primarios aún no estaban puestos y, de otro lado, sostenemos que es imposible conocer o des cubrir las cosas si no es conociendo los nombres o descubriendo qué cosa significan? CRÁT. -- Creo, Sócrates, que objetas algo grave. SÓC. - Por consiguiente, ¿en qué sentido diremos que impusieron los nombres con conocimiento, o que son legisladores, antes de que estuviera puesto nombre alguno y ellos lo conocieran, dado que no hay otra forma de conocer las cosas que a partir de los nombres? CRÁT. - Pienso yo, Sócrates, que la razón más verdadera sobre el tema es ésta: existe una fuerza superior a la del hombre 180 que impuso a las cosas los nombres primarios, de forma que es inevitable que sean exactos. SÓC. -¿Y crees tú que el que los puso, si era un dios o un demon, los habría puesto en contradicción consigo mismo ¿O piensas que no tiene valor lo que acabamos de decir? CRÁT. - ¡Pero puede que una categoría de estos nombres no exista! SÓC. - ¿Cuál de las dos, excelente amigo: la de los que conducen al reposo, o al movimiento? Porque, según lo antes dicho, no va a decidirse en razón del número. CRÁT. - No sería razonable en modo alguno, Sócrattes. SÓC. - Por tanto, si los nombres se encuentran enfrentados y los unos afirman que son ellos los que se asemejan a la verdad, y los otros que son ellos, ¿con qué criterio lo vamos ya a discernir o a qué recurrimos? Desde luego no a otros distintos -pues no los hay-, conque habrá que buscar, evidentemente, algo ajeno a los nombres que nos aclare sin necesidad de nombres cuáles de ellos son los verdaderos; que nos demuestre claramente la verdad de los seres. CRÁT. - Así pienso yo. SÓC. - Por consiguiente, es posible, según parece, conocer los seres sin necesidad de nombres -siempre que las cosas sean así. CRÁT. - Claro. SÓC. - ¿Entonces por qué otro procedimiento esperas todavía poder conocerlos? ¿Acaso por otro distinto del que es razonable y justísimo, a saber, unos seres por medio de otros, si es que tienen algún parentesco, o ellos por sí mismos? Pues, sin duda, un procedimiento ajeno y distinto de ellos pondría de manifiesto algo distinto y ajeno pero no a ellos. CRÁT. - Me parece que dices verdad. SÓC. - ¡Un momento, por Zeus! ¿Es que no hemos acordado muchas veces que los nombres bien puestos son parecidos a los seres de los que son nombres y que son imagen de las cosas? CRÁT. - Sí. SÓC. - Por consiguiente, si es posible conocer las cosas principalmente a través de los nombres, pero también por sí mismas, ¿cuál será el más bello y claro conocimiento: conocer a partir de la imagen si ella misma tiene un cierto parecido con la realidad de la que sería imagen, o partiendo de la realidad, conocer la realidad misma y si su imagen está convenientemente lograda?CRÁT. - Me parece forzoso que a partir de la realidad. SÓC. - En verdad, puede que sea superior a mis fuerzas y a las tuyas dilucidar de qué forma hay que conocer o descubrir los seres. Y habrá que contentarse con llegar a este acuerdo: que no es a partir de los nombres, sino que hay que conocer y buscar los seres en sí mismos más que a partir de los nombres. CRÁT. - Parece claro, Sócrates. SÓC. - Pues bien, examinemos todavía -a fin de que esos muchos nombres que tienden a lo mismo no nos engañen-, si, en realidad, quienes los impusieron lo hicieron en la idea de que todo se mueve y fluye (así opino yo personalmente que pensaban); o bien, si acaso esto no es así, son ellos mismos los que se agitan como si se hubieran precipitado en un remolino y tratan de arrastrarnos en su caída 181. Porque considera, admirable Crátilo, lo que yo sueño a veces: ¿diremos que hay algo bello y bueno en sí, y lo mismo con cada uno de los seres, o no? 182. CRÁT. - Creo yo que sí, Sócrates. SÓC. - Consideremos, entonces, la cosa en sí. Noo si hay un rostro hermoso o algo por el estilo -y parece que todo fluye-, sino si vamos a sostener que lo bello en sí es siempre tal cual es. CRÁT. - Por fuerza. SÓC. - ¿Acaso, pues, será posible calificarlo coon exactitud afirmando, primero, que existe y, después, que es tal cosa, si no deja de evadirse? ¿O, al tiempo que hablamos, se convierte forzosamente en otra cosa, se evade y ya no es así? CRÁT. - Por fuerza. SÓC. - ¿Cómo, entonces, podría tener alguna existencia aquello que nunca se mantiene igual? Pues si un momento se mantiene igual, es evidente que, durante ese tiempo, no cambia en absoluto. Y si siempre se mantiene igual y es lo mismo, ¿cómo podría ello cambiar o moverse, si no abandona su propia forma? CRÁT. - De ninguna manera. SÓC. - Pero es más, tampoco podría ser conocido por nadie. Pues en el instante mismo en que se acercara quien i va a conocerlo, se convertiría en otra cosa distinta, de forma que no podría conocerse qué cosa es o cómo es. Ninguna clase de conocimiento, en verdad, conoce cuando su objeto no es de ninguna manera. CRÁT. - Es como tú dices. SÓC. - Pero es razonable sostener que ni siquierra existe el conocimiento, Crátilo, si todas las cosas cambian y nada permanece. Pues si esto mismo, el conocimiento, no. dejara de ser conocimiento, permanecería siempre y sería conocimiento. Pero si, incluso, la forma misma de conocimiento cambia, simultáneamente cambiaría a otra forma de conocimiento y ya no sería conocimiento. Si siempre está cambiando, no podría haber siempre conocimiento y, conforme a este razonamiento, no habría ni sujeto ni objeto de conocimiento. En cambio, si hay siempre sujeto, si hay objeto de conocimiento; si existe lo bello, lo bueno y cada uno de los seres, es evidente, para mí, que lo que ahora decimos nosotros no se parece en absoluto al flujo ni al movimiento. Por consiguiente, puede que no sea fácil dilucidar si ello es así, o es como afirman los partidarios de Heráclito y muchos otros. Pero puede que tampoco sea propio de un hombre sensato encomendarse a los nombres engatusando a su propia alma y, con fe ciega en ellos y en quienes los pusieron, sostener con firmeza -como quien sabe algo- y juzgar contra sí mismo y contra los seres que sano no hay nada de nada, sino que todo rezuma como las vasijas de barro. En una palabra, lo mismo que quienes padecen de catarro, pensar que también las cosas tienen esta condición, que todas están sometidas a flujo y catarro. En definitiva, Crátilo, quizá las cosas sean así, o quizá no. Así pues, debes considerarlo bien y con valentía y no aceptarlo fácilmente (pues aún eres joven y tienes la edad); y, una vez que lo hayas considerado, comunícamelo también a mí, si es que lo descubres. CRÁT. - Lo haré. Sin embargo, Sócrates, ten por seguro que tampoco ahora ando sin examinarlo. Antes bien, paréceme, cuando me ocupo de analizarlo, que es, más bien, de la forma en que lo dice Heráclito. SÓC. - ¡Entonces, hasta luego! Ya me instruirás, compañero, cuando estés aquí de vuelta. Ahora dirígete al campo, tal como estás equipado, que aquí Hermógenes te acompañará. CRÁT. - Así será, Sócrates. Intenta también tú seeguir reflexionando sobre ello. 158 Hasta el momento, Crátilo ha mantenido un inelegante y obstinado silencio (recordemos su desgana inicial de hacer a Sócrates partícipe de su conversación con Hermógenes, 383a). Ahora, tanto Sócrates como Hermógenes, le incitan a hablar; Sócrates, más veladamente, con el objeto de desmontar la teoría naturalista, como se verá; las palabras de Hermógenes, más ingenuo y abierto, entroncan con su primera intervención ante Sócrates. 159 Cf.Trabajos y Días 361-62: .pues si añades poco sobre poco y haces esto con frecuencia, lo poco al punto se convertirá en mucho» (trad. de AURELIO PÉREZ JIMÉNEZ, en el vol. 13 de esta colección). 160 Parece que la división en Cantos de la Ilíada y Odisea no es anterior a la época alejandrina. Antes de esta época se suelen citar por los nombres de episodios más o menos extensos, como Las Plegarias, La Cólera, Los Juramentos, etc. 161 Cf. Iliada I 343. 162 Sócrates ya ha dejado demostrado, contra Hermógenes, que se puede hablar falsamente (cf. 385b y ss.).Ahora tiene que volver a demostrarlo en contra de Crátilo basándose, precisamente, en la teoría de la mimēsis. Sobre los antiguos y modernos a los que se puede referir, en último término, la teoría naturalista (cf. nuestra Introd.). 163 Se entiende, «falsamente». 164 Cf. n. 55. Aquí rhēma tiene el sentido más restringido y exacto de «verbo». 165 La comparación de los nombres con los grabados se alarga en exceso (ocupa toda la letra c), por lo que esta primera frase resulta anacolútica. 166 Cf. 426c. 167 Probablemente, el texto esta corrupto, lo cual oscurece más aún la alusión a esta costumbre de los eginetas. Son atractivas las conjeturas de Búrnet, pero opsiodíou es palabra no atestiguada, y opsismoû sólo en DIONISIO DE HALICARNASO (IV 46), con el inconveniente de eliminar hodoú que parece palabra sana. Sugiero el cambio de opsé por opsíou (Cf. PfNDARO, Ítmicas IV 38). 168 La frase, así formulada, queda un tanto oscura. Las dos afirmaciones contradictorias son: a) el nombre es una manifestación de la cosa mediante sílabas y letras; b) el nombre no es tal, si no posee todos los rasgos pertinentes de la cosa. 169 También en la Carta VII (343c) adopta Platón una posición convencionalista con respecto al lenguaje: «¿quién nos impide llamar ‘recto’ a lo que llamamos ‘circular’ o ‘circular’ a lo que llamamos ‘recto’?». 170 Cf. 426c, pero allí, en realidad, no se habla para nada de «rigidez». ¿Lo añade aquí Platón para justificar la presencia de r en la palabra sklērotēr que viene a continuación? ¿O kaì sklērótēti es una adición posterior introducida con el mismo objeto? 171 El rotacismo (cambio de s en r) es una característica del jonio de Eretria y Oropo, pero, contra lo que afirma aquí Platón, ninguna inscripción ha documentado hasta ahora el rotacismo en posición final (sí en eleo y laconio), cf. BUCK, The Greek..., págs. 56-57. 172 Es decir, skrērós. 173 El nombre es «esto»; «aquello», la noción. 174 El número, que en 432a le servía a Crátilo como apoyo a su teoría de que cambiando un sólo elemento «un nombre se convierte al punto en otro nombre», aquí se revela como argumento a favor del convencionalismo. 175 Cf. 414c. 176 En 411c manifestaba Sócrates que todos los nombres habían sido puestos según la idea de que todo se mueve. Pero si allí ya expresaba su escepticismo diciendo que, quizá, son los que pusieron los nombres quienes de tanto dar vueltas se marean (cf., también, 439c), aquí va a demostrar que se pueden explicar en sentido contrario: conforme a la idea de reposo. 177 Cf. n. 105. 178 Hantartía puede relacionarse, o bien con hontartō «acompañar», o bien con hánta ía (de einti), syntphorá «accidente» con syntphéresthai, verbo con el que en 417a explicaba syntphora «conveniente». De esta forma, ambos son sinónimos de synesis y epistōmō, explicados en 412a como procedentes de syniénai «acompañar» y de hépomai (id.), respectivamente. 179 En la serie etimológica anterior (416b y 421b) se veía que los nombres de nociones negativas (lit. «censurables», psektá) coincidían etimológicamente con la idea de reposo; las positivas (lit. «elogiables», epainetá), en cambio, con la idea de movimiento. 180 Crátilo se refugia, finalmente, en la idea de un legislador sobrehumano. Pero esto ya había sido rechazado (cf. 425d) como una evasiva similar al deus ex machina de la tragedia. Ahora vemos más claramente por qué el hipotético legislador no puede ser sobrehumano. 181 Cf. 411c. 182 El principio de que los seres son en sí ya había quedado sentado en 486d y ss., como consecuencia de la refutación de la teoría de Protágoras. Aquí se dice algo más (que lo en sí es siempre idéntico y nunca abandona su forma) y se desarrollan sus implicaciones epistemológicas (sólo el ser en sí permite el conocimiento). Sin embargo, Sócrates no llega a ello por un proceso dialéctico sino acudiendo a un sueño que tiene; como, en ocasiones, recurre a un mito. |