Capítulo IXDe cómo un judío llamado Castor se burlaba de los romanos.Así, mandó sentar en la parte septentrional aquel ingenio llamado ariete, delante de la torre, adonde un judío astuto y engañador, llamado Castor, se había escondido con otros diez soldados, después de huidos todos los otros por el gran miedo que de las saetas tenían. Habiendo éstos estado algún tiempo durmiendo armados, oyendo cómo combatían la torre, ellos se levantaban; y Castor, extendiendo sus manos, pedía el socorro y ayuda de Tito muy humilde, suplicando con voz de gran compasión que los perdonase. Creyendo esto simplemente Tito, pensando ya que los judíos se arrepentían de la guerra, y que les pesaba por ella, mandó que sus ingenieros y máquinas cesasen, y que no tirase su gente a los que le suplicaban, y permitió a Castor que dijese lo que quería. Respondiendo él que quería salir a hacer concierto con él, dijo Tito que se lo tenía a bien y se holgaría mucho que todos fuesen del mismo parecer, porque él estaba muy pronto para tener paz con todos los de la ciudad. Pero como de aquellos compañeros de Castor, los cinco fingiesen que eran del mismo parecer, los otros cinco comenzaron a gritar que no habían de sujetarse jamás a los romanos, entretanto que pudiesen morir con su libertad. Estando, pues, ellos dudando sobre esto, cesaba en este tiempo la fuerza y combate que les daban. Mientras en esto se detenían, enviaba Castor a Simón algunos mensajeros, por los cuales le decía que proveyese mientras podía y mirase en lo que le era necesario; porque por un poco de tiempo él se burlaría de Tito, capitán de los romanos: y mostrábase también persuadir y aconsejar a los suyos que contradecían esto mismo, entretanto que trataba aquello con Simón. Y no pudiendo sufrir lo que les decía, pusieron sus espadas contra sus corazas, y sacudiéndose con ellas, dejáronse caer como muertos. Maravillóse Tito y sus compañeros cuando los vieron tan pertinaces, no pudiendo ver, a la verdad, del lugar donde estaban, por ser más bajo, lo que pasaba: maravillábase de ver su grande atrevimiento y osadía, y tenía también compasión de ver la ruina y destrucción que se les aparejaba. En este medio tiró uno una saeta e hirió a Castor en una nalga; y sacándose él mismo de la herida la saeta, mostróla al emperador, quejándose que sufría cosa indigna y muy injusta. Reprendió Tito al que la había tirado, y envió a Josefo, que estaba con él, que diese las manos a Castor y lo recibiese en su amistad; pero éste respondió que no lo haría, porque no pensaban algún bien en todo cuanto pedían y con humildad suplicaban, y detuvo los amigos que quisieron ir. Diciendo uno de los que se habían huido, llamado Eneas por nombre, que iría a verse con él, moviéndolo a ello Castor, y diciéndole que trajese algo en que llevar la plata que tenía, corrió éste con las manos abiertas, con mucha afición y codicia: así como llegó dejóle caer encima una piedra muy grande; pero no pudo herirlo, porque él se guardó, e hirió un otro soldado que allí también estaba. Teniendo, pues, Tito conocido ya el engaño, conoció también claramente que la misericordia y amistad daña en la guerra, y que la crueldad es menos engañada con la astucia, por lo cual, airado por el engaño, mandaba con mayor diligencia usar de su ingenio contra la torre. Cuando Castor y sus compañeros vieron que la torre andaba ya con tantos golpes de caída, pusiéronla fuego; y echándose por medio de las llamas en las minas que le misma torre tenía, alcanzaron otra vez nombre de hombres muy animosos entre los romanos, porque se hubieran echado en el fuego. Tomó, pues, por esta parte Tito el muro, cinco días después de tomado el primero, y haciendo huir de allí a todos los judíos, entró dentro con mil hombres de los mejores que tenía junto a sí en las armas, adonde estaba la nueva ciudad, y aquellos que vendían la lana y los paños, y los herreros; aquí también estaba el mercado de los vestidos, e íbase de aquí al muro por unas sendas y calles muy angostas. Ciertamente que si él hubiera destruido la mayor parte del muro, o hubiera arruinado lo que había tomado hasta allí, según ley y usanza de la guerra, no creo que hiciera con su victoria daño alguno; pero ahora, confiando que alcanzaría de los judíos que se entregasen, dilató su partida, pudiendo partirse fácilmente; y esto, porque no pensaba que aquellos a los cuales él daba buen consejo, le habían de armar asechanzas. *** |
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