Capítulo VIIIDel cerco de los de Jotapata por Vespasiano, y de la diligencia de Josefo, y de lo que los judíos hacían contra los romanos.Movíase con mayor enojo Vespasiano, por ver el astuto consejo y el atrevimiento grande de sus enemigos, porque recibida ya alguna esperanza de haberse fortalecido, osaban salir contra los romanos a correrles el campo; salían cada día compañías a pelear; hacíanse mil engaños, mil latrocinios y rapiñas de todo lo que se ofrecía; y quemaban lo que no podían haber, hasta tanto que Vespasiano, haciendo que los soldados no peleasen, se quiso poner a cercar la ciudad por tomarla por hambre: porque pensaba que, forzados por pobreza y hambre, se habían de rendir, o si querían ser pertinaces y porfiados, que habían todos de perecer de hambre; y que sería mucho más fácil tomarlos y combatirlos, si los dejaba reposar un poco, haciendo que ellos mismos enflaqueciesen y se disminuyese la fuerza de ellos con el hambre. Mandó poner guarda en todas las partes por donde salían y podían salir. Estaban de dentro muy bien proveídos, así de trigo como de toda otra cosa, excepto de sal: la falta de agua los fatigaba mucho, porque no tenían de dentro la ciudad alguna fuente, contentos los que dentro vivían del agua del cielo; en el verano suele llover en aquellas partes muy poco; daba esto a los cercados mucha mayor pena que todo lo otro, ver que les era ya quitado lo que ellos habían pensado para defenderse y matar la sed: parecíales que les faltaba ya toda el agua, y por ello estaban todos con tristeza. Viendo Josefo que la ciudad abundaba de todas las otras cosas, y viendo los hombres animosos y esforzados por alargar el cerco de los romanos más de lo que éstos pensaban, determinó darles el agua para beber con medida. Cuando los judíos vieron que les era dada de esta manera el agua, parecíales esto cosa más grave que no era la falta misma de ella, y movíales mayor deseo y sed, por ver que no tenían libertad de beber cuando querían, y no trabajaban ya en algo más que si estuvieran muertos con la sed grande que padecían. Estando, pues, de esta manera, no podían dejar de saberlo los romanos, porque por el collado que estaba en aquella parte los veían venir con medida, y aun mataban a muchos. No mucho después, consumida ya y acabada toda el agua de los pozos, Vespasiano pensaba que por la necesidad había de rendirse y entregarse la ciudad; pero por quitarle estas esperanzas y pensamientos, mandó Josefo que colgasen por los muros mucha ropa mojada, tanto, que el agua corriese de ella. Los romanos, cuando vieron esto, tuvieron gran tristeza y temor, por entender que en cosa que no aprovechaba gastaban tanta agua, pensando ellos que para mantenerse tenían muy gran necesidad y falta de ella. Determinó al fin el mismo Vespasiano, desesperando de poder tomar por hambre ni por sed la ciudad, llevarlo por fuerza y batirles: los judíos también deseaban esto mucho, porque creían que ni ellos ni la ciudad se podía salvar, y antes deseaban morir peleando y en la guerra, que morir de hambre o de sed. Inventó Josefo otra cosa para proveer su ciudad por un valle muy apartado del camino, y por tanto menos visto por los enemigos. Enviando, pues, cartas a los judíos que quería, los cuales moraban fuera de la ciudad hacia el Occidente, recibía de ellos todo lo que le era necesario y faltaba a todos a un lugar y tomar el agua cada uno allí llegaban los tiros de las ballestas y en la ciudad; mandábalos venir por las noches, cubiertas sus espaldas con unos pellejos, por que si algunos los veían y descubrían, pensasen que eran canes o perros; y esto se hizo de esta manera, hasta tanto que las guardas que estaban de noche por centinelas, lo pudieron descubrir y cerraron el valle. Viendo entonces Josefo que no podía ya defender mucho tiempo la ciudad, y desesperado de alcanzar salud si quería porfiar en defenderse, trataba con la gente principal de huir todos; pero llegó esto a oídos del pueblo, y todos acudieron a él suplicándole no los desamparase, pues en él sólo confiaban, porque no veían otra salud ni amparo para la ciudad, sino su presencia, como que todos habían de pelear con ánimo pronto y valeroso por su causa, viéndolo presente; que si eran presos, les consolaría verle con ellos, y que le convenía no huir de los enemigos, ni desamparar a sus amigos, ni saltar como de una nao que estaba en medio de la tempestad, habiendo venido a ella con próspero tiempo; porque de esta manera echaría más al fondo y en destrucción la ciudad, sin que osase ya alguno de ellos repugnar ni hacer fuerza contra los enemigos, si él, en quien todos confiaban, partía. Josefo, encubriendo que quería él librarse, decíales que por provecho de ellos quería salir, porque no había de hacer algo con quedar dentro de la ciudad, ni aprovecharles mucho aunque se defendiesen; y que había de morir si era preso con ellos; mas si podía librarse y salir del cerco, podíales traer grande ayuda y socorro, porque juntaría los vecinos de Galilea y traeríalos contra los romanos, con lo cual los haría recoger y alzar el cerco que tenían puesto; y quedando, no veía qué provecho les causaba, si no era incitar más y mover a los romanos a que estuviesen firme en el cerco, viendo que tenían en mucho prenderle a él, y si entendían que había huido, aflojaría ciertamente y perdería gran parte del ánimo que contra ellos tenían. No pudo con estas palabras Josefo vencer el pueblo; antes los movió a que más lo guardasen; venían los mozos, los viejos, los niños y mujeres, y echábanse llorando a los pies de Josefo, y teníanlo abrazándose con él, suplicándole con muchas lágrimas y gemidos que quedase y quisiese ser compañero y parte de la dicha o desdicha de todos: no porque, según pienso, tuviesen envidia de su salud y vida, sino por la esperanza que en él todos tenían, confiando que no les había de acontecer algún mal quedando Josefo con ellos. Viendo él que si de grado consentía con ellos era rogado, y si quería salirse, había de ser detenido y guardado por fuerza, aunque mucho había mudado su parecer, movido a misericordia por ver tantas lágrimas como derramaban por él, determinó quedar, armado con la desesperación que toda la ciudad tenía, y diciendo que era aquel el tiempo para comenzar a pelear cuando no había esperanza alguna de salud: viendo que era linda cosa perder la vida por alcanzar loor y honra para sus descendientes, muriendo al hacer alguna hazaña fuerte y valerosa, determinó ponerse en ello. Saliendo, pues, con la más gente de guerra que pudo, echando las guardas, corría hasta el campo de los romanos, y una vez les quitaba las pieles que tenían puestas en sus guarniciones y defensas, debajo de las cuales los romanos estaban; otra vez ponía fuego en cuanto ellos trabajaban, y el día siguiente y aun el tercero no cesaba de pelear siempre, sin mostrar alguna manera de cansancio. Pero viendo Vespasiano maltratados a los romanos con estas corridas que sus enemigos hacían, porque tenían vergüenza de huir y no podían perseguirlos, aunque huyesen, por el peso de las armas, y los judíos cuando hacían algo luego se recogían a la ciudad antes de padecer daño, mandó a su gente que se recogiese y no se trabase a pelear con hombres que tanto deseaban la muerte, porque no hay cosa más fuerte que los hombres desesperados; y la fuerza que traían se disminuiría si no tenía en quien pelear, no menos que la llama del fuego no hallando materia. Además de esto, también porque convenía que los romanos hubiesen la victoria más salvamente, porque peleaban, no por necesidad como aquéllos, pero por engrandecer su señorío. Por la parte que estaban los flecheros de Arabia y la gente de Siria, y con las piedras que con sus máquinas echaban muchas veces, hacía gran daño a los judíos, y los hacía recoger, porque usaban de todos sus ingenios de armas y de todas las máquinas que tenían. Los judíos, viendo el daño que con esto recibían, recogíanse, pero de lejos hacían daño a los romanos, tanto cuanto podían alcanzarlos, sin tener cuenta con sus vidas ni con sus almas: peleaban de cada parte valerosamente, y socorrían a los que tenían necesidad y estaban en aprieto. *** |
Usted está leyendo el Libro III de La Guerra de los Judíos
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