Capítulo XXI Cómo los judíos que vivían en Alejandría fueron muertos. En Alejandría siempre había discordia y revuelta entre los naturales y los judíos. Desde aquel tiempo que Alejandro dió a los valientes y esforzados judíos libertad de vivir en Alejandría, por haberle valerosamente ayudado en la guerra que tuvo contra los egipcios, concedióles todas las libertades que tenían los mismos gentiles de Alejandría; conservaban la misma honra con los sucesores de Alejandro, y aun les habían diputado cierta parte de la ciudad, para que allí viviesen y pudiesen tener más limpia conversación entre sí, apartados de la comunicación de los gentiles, y concediéronles que también pudieran llamarse macedonios. Después, viniendo Egipto a la sujeción de los romanos, ni el primer César, ni otro alguno de los que le sucedieron, quitaron a los judíos lo que Alejandro les había concedido. Estos casi cada día peleaban con los griegos; y como los jueces castigaban a muchos de ambas partes, acrecentábase la discordia y riña entre ellos, y como también en las otras partes estaba todo revuelto. Se encendió más el alboroto porque, habiendo hecho los de Alejandría ayuntamiento para determinar embajadores que fuesen a Nerón sobre ciertos negocios, muchos judíos vinieron al anfiteatro mezclados entre los griegos. Siendo vistos por sus contrarios, comenzaron a dar luego voces de que los judíos les eran enemigos y venían por espías. Además de esto pusieron las manos en ellos, y todos fueron por la huída dispersados, excepto tres, que arrebataban como si los hubieran de quemar vivos. Por esto quisieron todos los judíos socorrerles, y comenzaron a tirar piedras contra los griegos, y después arrebataron manojos de leña en fuego, y vinieron con ímpetu al anfiteatro, amenazando poner fuego a todo y quemarlos allí vivos; y ejecutaran ciertamente lo que amenazaban, si Alejandro Tiberio, gobernador de la ciudad, no refrenara la ira grande que tenían. No comenzó éste a amansarlos al principio con armas ni con fuerza; sino poniendo a los más nobles de los judíos por media, amonestábales que no moviesen contra de los soldados romanos. Mas los sediciosos burlábanse del benigno ruego, y aun a veces injuriaban a Tiberio: viendo, pues, éste que ya no se podían apaciguar sin gran calamidad aquellos revolvedores, hizo que dos legiones de los romanos viniesen contra ellos, las cuales estaban en la ciudad, y con ellas cinco mil soldados que por acaso habían venido de Libia para destrucción de los judíos; y mandó que no sólo los matasen, mas que después de muertos los robasen todos y pusiesen fuego a sus casas. Obedeciendo ellos, corrieron contra los judíos en un lugar que se llama Delta, porque allí estaban los judíos todos juntos, y ejecutaban valerosamente lo que les había sido mandado; pero no fué este hecho sin victoria muy sangrienta, porque los judíos se hablan juntado y puesto delante a los que estaban mejor armados, y así resistiéronles algún tiempo; mas siendo una vez forzados a huir, fueron todos muertos. No murieron todos de una manera, porque los unos fueron alcanzados en las calles y en los campos, y los otros cerrados en sus casas y con ellas quemados vivos, robando primero lo que dentro hallaban, sin que los moviese ni refrenase la honra que debían guardar con la vejez de muchos, ni la misericordia a los niños; antes mataban igualmente a todos. Abundaba de sangre todo aquel lugar, porque fueron hallados cincuenta mil cuerpos muertos, y no quedara rastro de ellos, si no se pusieran a rogar y perdón. Alejandro Tiberio, teniendo de ellos compasión, mandó a los romanos que se fuesen: y los soldados, acostumbrados a obedecer sus mandamientos, luego cesaron; mas la gente y pueblo común de Alejandría apenas podían contenerse en lo que hablan comenzando, por el gran odio que a los judíos tenían, y aun penas se podían apartar de los muertos. Este, pues, fué el caso de Alejandría. *** |
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