Capítulo IV

De las acusaciones contra Arquelao, y de la división. de todo el reino hecha por César.

Luego los judíos levantaron a Arquelao otro nuevo pleito en Roma, aquellos que habían salido, permitiéndolo Varrón, por embajadores antes de la revuelta y escándalo, por pedir la libertad que su gente solía tener. Habían venido cincuenta hombres, y estaban en favor de ellos más de ocho mil judíos, los cuales vivían en Roma.

Por esto juntando César consejo de los más nobles romanos, y más amigos dentro del templo de Apolo Palatino, el cual era edificio privado suyo adornado muy ricamente, vino la muchedumbre de los judíos con todos sus embajadores a presentarse a César, y Arquelao también por otra parte con todos sus amigos; había de cada parte muchos amigos de sus propios parientes muy secretamente, porque unos rehusaban de estar con Arquelao, por el odio y envidia que le tenían, y tenían por vergüenza y fealdad verse delante de César con los acusadores.

Entre éstos estaba también Filipo, hermano de Arquelao, enviado con buena voluntad por Varrón, movido a ello por dos causas: la una, por que socorriese a Arquelao, y la otra, porque si le placía a César dividir el reino que Herodes había tenido entre todos sus parientes, se pudiese él llevar algo por su parte.

Mandó César que declarasen primero en qué había Herodes pecado contra sus leyes; respondieron todos a una voz, que habían sufrido no rey, pero el mayor tirano que se hubiese hasta aquellos tiempos visto; y quejábanse, que además de haber muerto gran muchedumbre de ellos, los que quedaban en vida habían sufrido tales cosas de él, que se tuvieran todos por más bienaventurados, si fueran muertos. Porque no sólo él había despedazado los cuerpos de sus súbditos, con varios y diversos tormentor, sino aun despoblando las ciudades de sus vecinos y gente propia suya, las había dado a gente extraña y puéstolos a ellos en sujeción de ella; haber dado la sangre de los judíos a pueblos extranjeros, en vez de la dicha y prosperidad que antiguamente todos tener solían, por las leyes de su patria, llenó Coda su nación de tanta pobreza y tantas maldades, que ciertamente habían sufrido más muertes y ma­tanzas de Herodes en pocos años, que sufrieron sus padres antepasados jamás en todo el tiempo después de la cautividad de Babilonia, en tiempo que reinaba Jerjes. Pero que habían aprendido tanta paciencia y modestia por casos tan miserables y por tan contraria fortuna, que tenían por bien empleada de propia voluntad la servidumbre amarga, a la cual estaban sujetos; pues habían levantado sin tardanza por rey a Arquelao, hijo de tan gran tirano, después de muerto el padre; y llorado juntamente con la muerte de Herodes, y celebrado sus sacrificios por su sucesor. Arquelao, como temiendo no parecer su hijo verdadero, había comenzado su reino can muerte de tres mil ciudadanos, y mostrando que merecía ser príncipe de todos, había hecho sacrificios de tantos hombres, llenando en un día de fiesta el templo de tantos cuerpos muertos. Los que quedaban, pues, habían hecho muy bien después de tantas adversidades y desdichas, en considerar daños tan grandes y desear por ley de guerra padecer; por lo cual humildemente todos rogaban a los romanos que tuviesen por bien haber misericordia de to que de Judea sobraba salvo, y no diesen lo que de toda esta nación quedaba en vida, a hombres que tan cruelmente los trataban, sino que juntasen con los fines y términos de Siria los de Judea, y determinasen jueces romanos que los rigiesen y amonestasen. De esta manera experimentarían que los judíos, que ahora les parecían deseosos de guerra y revolvedores, saben obedecer a los buenos regidores. Con tal suplicación acabaron su acusación los judíos.

Levantándose entonces Nicolao contra ellos, deshizo primero todas las acusaciones que habían hecho contra sus reyes; y después comenzó a reprender y acusar la nación judaica, diciendo que muy dificultosamente podía ser gobernada, y que de natural les venía no querer obedecer a sus reyes; acusaba también a los deudos de Arquelao, que se habían pasado a favorecer a los acusadores suyos.

Oídas ambas partes, despidió César el ayuntamiento, y pocos días después dió a Arquelao la mitad del reino con nombre de tetrarquía, prometiéndole hacerlo rey si hacía obras que lo mereciesen. Dividió la parte que quedaba en dos tetrarquías o principados, y diólas a los otros dos hijos de Herodes: el uno a Filipo, y el otro a Antipas, el que había tenido contienda con Arquelao sobre la sucesión del reino.

Habíanle caído a éste por su pane las regiones que están de la otra parte del río, y Galilea; de las cuales tierras cobraba cada año doscientos talentos. A Filipo le fué dada Batanea, Trachón, Auranitis y algunas partes de Ia casa de Zenón, cerca de Jamnia, cuya renta subía cada año a cien talentos. El principado de Arquelao, comprendía a Samaria, Idumea y a Judea; pero habíales sido quitada la cuarta pane de los tributos que solían pagar, porque él no se había rebelado ni levantado con los otros. Fuéronle entregadas las ciudades que había de regir, y eran la tome de Estratón, Sebaste, Jope y Jerusalén; las otras, es a saber: Gaza, Gadara a Hipón, fueron quitadas por César del mando del reino, y juntadas con el de Siria. Tenía Arquelao de renta cuarenta talentos.

Quiso también César que fuese Salomé señora de Jamnia, de Azoto y de Faselides, además de todo to que le había sido dejado en el testamento del rey. Dióle también un palacio en Ascalona, y valíale todo to que tenía sesenta talentos; pero quiso que su casa estuviese sujeta a Arquelao.

Habiendo, pues, dado a cada uno de los otros parientes de Herodes, conforme a lo que hallaba en su testamento escrito, dió aún, además del testamento, a dos hijas suyas doncellas quinientos mil dineros, y casólas con los hijos de Feroras. Y divididos y partidos de esta manera todos los bienes que había Herodes dejado, repartió también entre todos aquéllos mil talentos que le habían sido a él dejados, exceptuando algunas cocas de muy poco precio, que él quiso retener para sí por memoria y honra del difunto.

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