BDELICLEÓN.-Desahógate a gusto; día llegará en que conozcas que esa tu decantada autoridad se parece a un trasero sucio.

            FILOCLEÓN.-Pero se me olvidaba lo más delicioso: cuando entro en casa con el salario, todos corren a abrazarme, atraídos por el olorcillo del dinero; en seguida mi hija me lava, me perfuma los pies y se inclina sobre mí para besarme; me llama «papá querido» y me pesca con la lengua la moneda de tres óbolos que llevo en la boca. Después mi mujercita, toda mimos y halagos, me presenta una tarta riquísima, se sienta a mi lado y me dice cariñosa: «Come esto, prueba esto otro.» Lo cual me deleita infinito y me libra de miraros a la cara a tí ni al mayordomo, para ver cuándo os dignaréis servirme la comida, gruñendo y maldiciéndome. Mas para cuando mi mujer no me trae pronto la torta, tengo este quitapesares[44], muralla en que se estrellan todos los dardos. Por si no me das de beber, he traído este soberbio porrón con dos asas a modo de orejas de asno. ¡Cómo rebuzna cuando, inclinándome hacia atrás, apuro su contenido! Sus terribles cloqueos ahogan el ruido de tus odres. Mi poder es por lo menos igual, igual al del padre de los dioses, pues hablan de mí como del propio Zeus. Cuando nos alborotamos suelen decir todos los transeúntes: «Zeus soberano, cómo truena el tribunal.» Y cuando lanzo el rayo de mi indignación, ¡oh! entonces es de ver cómo me halagan todos y cómo el terror descompone el vientre a los más ricos y soberbios. Tú mismo me temes más que ningún otro; sí, por Deméter, me tienes mucho miedo. Yo en cambio, que me muera si tengo miedo de ti.

            EL CORO.-Nunca habíamos oído hablar con tanta claridad e inteligencia.

            FILOCLEÓN.-Sin duda; esperaba poder vendimiar una viña abandonada; pero ignoraba que en ese terreno soy un maestro.

            EL CORO.-!Qué bien lo ha dicho todo! ¡De nada se ha olvidado! Me enorgullecía al oírle. Ya pensaba estar administrando justicia en las Islas Afortunadas. ¡Tal es el en. canto de su elocuencia!

            FILOCLEÓN.-¡Ved ahora como gesticula! ¡Ya no cabe en el pellejo! Infeliz, palabra de honor que hoy te haré trabar conocimiento con el látigo.

            EL CORO.-Si quieres salir vencedor, preciso es que emplees todos tus ardides. Difícil es templar mi cólera, sobre todo hablando en contra mía.

            EL CORIFEO.-Por tanto, si nada bueno tienes que decir, ya puedes buscar una muela buena y recién cortada para quebrantar nuestra ira.

            BDELICLEÓN.-Ardua, atrevida y superior a las fuerzas de un poeta cómico es ciertamente la empresa de desarraigar de la ciudad un vicio tan inveterado. Sin embargo, oh padre mío, hijo de Cronos...[45]

            FILOCLEÓN.-Detente y nada de padre. Porque si sobre la marcha no me manifiestas que soy un esclavo, no habrá para ti medio de librarte de la muerte, aunque me vea privado de participar de los festines en los sacrificios[46].

            BDELICLEÓN.-Escucha, pues, querido padre, y desarruga un poco tu entrecejo. Empieza por calcular no con piedrecillas, sino con los dedos (la cuenta no es difícil), cuál es el total de los tributos que nos pagan las ciudades aliadas; a ellos agrega los impuestos personales, los céntimos, las rentas, los derechos de los puertos y mercados y el pro­ducto de los salarios y confiscaciones. En junto sumarán unos dos mil talentos. Cuenta ahora el sueldo anual de los jueces, que son unos seis mil y hallarás que asciende, si no me equivoco, a ciento cincuenta talentos.

            FILOCLEÓN.-De modo que nuestro sueldo no llega a la décima parte de las rentas.

            BDELICLEÓN.-Ciertamente que no llega.

            FILOCLEÓN.- ¿Y a dónde va a parar entonces el resto del dinero?

            BDELICLEÓN.-A los que gritan: "Nunca haremos traición al pueblo ateniense; siempre combatiremos por la democracia." Tú, padre mío, engañado por sus palabras, dejas que te dominen. Ellos, en tanto, arrancan a los aliados los talentos por cincuentenas, aterrándoles con estas amenazas: «O me pagáis tributo o no dejo piedra sobre piedra en vuestra ciudad.» Y tú te contentas con roer los zancajos que les sobran. A los aliados, en tanto, viendo que la multitud ateniense vive miserablemente de su salario de juez, les importa tanto de tí como del voto de Comio; mas a ellos les traen a porfía orzas de conservas, vino, tapices, queso, miel, sésamo, cojines, frascos, túnicas preciosas, coronas, collares, copas; en fin, cuanto contribuye a la salud y a la riqueza; y a ti, que mandas en ellos, después de tus infinitos trabajos en mar y tierra, ni siquiera te dan una cabeza de ajos para guisar pececillos.

            FILOCLEÓN.-Efectivamente, eso es muy cierto, yo mismo he tenido que enviar a casa de Eucárides[47] a por tres cabezas. Pero me consumes no probándome esa pretendida esclavitud.

            BDELICLEÓN.-¿No es esclavitud, y grande, el ver a todos esos bribones y a sus aduladores ejerciendo las principales magistraturas y cobrando sueldos soberbios? ¡Tú, con tal que te den los tres Óbolos, ya estás tan contento! ¡Tú, que, has ganado para ellos todos esos bienes, peleando por mar y tierra y sitiando ciudades! Pero lo que más me irrita es que te obliguen a asistir al tribunal de orden ajena, cuando un jovenzuelo disoluto, el hijo de Quéreas, por ejemplo, ese que anda con las piernas separadas y aire afeminado y lascivo, entra en casa y te manda que vayas a juzgar muy temprano y a la hora fijada, porque todo el que se presente después de la señal no cobrará el trióbolo. El, en cambio, aunque llegue tarde, cobra un dracma como abogado público[48]. Después, si un acusado le da algo, hace partícipe de ello a su colega, y ambos procuran arreglar como puedan el negocio. Entonces es de ver cómo, a modo de aserradores de leña, uno lo suelta y otro lo toma; y cómo tú te estás con la boca abierta y con los ojos fijos en el pagador público, sin notar sus manejos.

            FILOCLEÓN.-¡Eso hacen conmigo! ¿Pero qué dices? Me destrozas el corazón. Ya no sé ni lo que pienso ni lo que digo.

            BDELICLEÓN.-Considera, pues, que tú y todos tus colegas podíais enriqueceros sin dificultad, si no os dejaseis arrastrar por esos aduladores que están siempre alardeando  de amor al pueblo. Tú, que imperas sobre mil ciudades desde la Cerdeña al Ponto, sólo disfrutas del miserable sueldo que te dan, y aún eso te lo pagan poco a poco, gota a gota, como aceite que se exprime de un vellón de lana; en fin, lo preciso para que no te mueras de hambre. Quieren que seas pobre, y te diré la razón: para que, reconociéndoles por tus bienhechores estés dispuesto, a la menor instigación, a lanzarte como un perro furioso sobre cualquiera de sus enemigos. Como quieran, nada les será más fácil que alimentar al pueblo. ¿No tenemos mil ciudades tributarias? Pues impóngase a cada una la carga de mantener veinte hombres y veinte mil ciudadanos[49] vivirán deliciosamente, comiendo carne de liebre, llenos de toda clase de coronas, bebiendo la leche más pura, gozando, en una palabra, de todas las ventajas a que les dan derecho nuestra patria y el triunfo de Maratón. En vez de eso, como si fuerais jornaleros ocupados en recoger la aceituna, le vais pisando los talones al que lleva la paga.

            FILOCLEÓN.-¡Ay! Súbito hielo entorpece mi mano; no puedo sostener la espada; me siento desfallecer.

            BDELICLEÓN.-Esos intrigantes, cuando cobran miedo, os dan la Eubea y prometen distribuir cincuenta celemines de trigo; nunca te han dado, bien lo sabes, más de cinco celemines, y ésos con mil molestias, midiéndolos uno por uno y exigiéndote, previa justificación, de no ser extranjero. Ahí tienes por qué te tengo encerrado siempre, con el deseo de ser yo mismo el que te mantenga y librarte de insolentes burlas. Resuelto estoy a darte todo cuanto quieras, salvo a beber leche de algua cil.

            EL CORIFEO.-¡Cuán sabio era el que dijo!: "No juzgues sin haber oído a ambas partes." (A Bdelicleón). Ahora me parece que tú tienes sobrada razón. Mi cólera se calma, y dejo caer este palo.

            EL PRIMER SEMICORO.-(A Filocleón.) Cede, cede a sus consejos, colega y contemporáneo nuestro; no seas obstinado ni hagas alarde de tenacidad inflexible. ¡Ojalá tuviera yo un pariente o amigo que así me aconsejase! Hoy, que se te aparece un dios para socorrerte y colmarte de favores, recíbelos propicio.

            BDELICLEÓN.-Sí, yo le mantendré y le daré cuanto un anciano puede desear: sabrosas papillas, blancas túnicas, un fino manto y una cortesana que le frote los riñones y el sexo. Pero se calla, con la lengua helada. Mala espina me da.

            EL SEGUNDO SEMICORO.-Es que recobra la razón en el mismo punto en que la había perdido; reconoce su culpa, y se arrepiente de haber desoído tanto tiempo tus exhortaciones. Quizá ahora, más cuerdo, se propone mudar de costumbres y obedecerte en todo.

            FILOCLEÓN.-¡Ay de mí!

            BDELICLEÓN.-¿Por qué esa exclamación?

            FILOCLEÓN.-Déjate de promesas; lo que yo quisiera es estar allí, sentarme allí donde el ugier grita: «El que no haya emitido todavía su voto, que se levante.» ¡Ah!, ¿por qué no me he de encontrar junto a las urnas y depositar en ellas el último mi voto? ¡Apresúrate, alma mía! Alma mía, ¿dónde estás? Tinieblas, abridme paso. ¡Oh¡, te juro, por Heracles, que mi más vehemente deseo es sentarme hoy entre los jueces y atrapar a Cleón con las manos en la masa.

            BDELICLEÓN.-En nombre de los dioses, padre mío, escúchame.

            FILOCLEÓN.-¿Escucharte qué? Pídeme a tu vez cuanto quieras, menos una cosa.

            BDELICLEÓN.-¿Qué cosa, di, di?

            FILOCLEÓN.-El que no siga juzgando; antes de consentirlo, Hades me llevará.

            BDELICLEÓN.-Entendido; ya que tanto te gusta administrar justicia, adminístrala aquí y ejerce tu magistratura entre el personal de la casa. No necesitas molestarte en ir al tribunal.

            FILOCLEÓN.-¿Justicia aquí? ¿Y sobre qué? ¿Me crees idiota?

            BDELICLEÓN.-En casa puedes hacer lo mismo que allí: si la criada abre clandestinamente la puerta, la condenas a una simple multa; es decir, exactamente igual que en el tribunal. Todo lo demás se hará también como allí, se acostumbra: cuando caliente el sol, juzgarás desde la mañana sentado al sol; y cuando nieve o llueva, sentado ante el hogar; así, aunque te levantes al mediodía ningún tesmoteta[50] te prohibirá la entrada en el tribunal.

            FILOCLEÓN.-Eso me agrada.

            BDELICLEÓN.-Además, si un orador se lanza a discursear interminablemente no tendrás que esperar rabiando de hambre a que concluya, con gran tormento tuyo y del acusado que teme tu furor.

            FILOCLEÓN.-Pero si como, ¿podré igual que antes juzgar con conocimiento de causa?

            BDELICLEÓN.-Mejor que en ayunas. ¿No has oído decir a todo el mundo que cuando los testigos mienten, los jueces sólo pueden comprender el asunto a fuerza de rumiarlo?

            FILOCLEÓN.-Me has convencido. Pero aún no me has dicho quién me pagará los honorarios.

            BDELICLEÓN.-Yo.

            FILOCLEÓN.-Bueno, así recibiré yo sólo mi paga y no en compañía de otro, porque hace poco ese bufón de Lisístrato me jugó la peor pasada que puede imaginarse. Había recibido un dracma para los dos y fuimos a la pescadería, donde lo cambió en calderilla[51]; luego en vez de darme mi parte, me puso en la mano tres escamas; yo creyendo que eran tres Óbolos, las escondí en la boca; pero ofendido por el olor las arrojé enseguida y le cité a juicio.

            BDELICLEÓN.-¿Y qué dijo para defenderse?

            FILOCLEÓN.-Pues dijo que yo tenía estómago de gallo. "Digieres fácilmente el dinero", repetía, riéndose.

            BDELICLEÓN.-¿Ves cuanto vas ganando hasta en eso?         

            FILOCLEÓN.-No poco, es verdad. Me declaro conforme: hágase tu voluntad. (Entrando.)

            BDELICLEÓN.-Espera un momento; en seguida vuelvo aquí con todo lo necesario.

            FILOCLEÓN.-(Monologando.) ¡Mirad cómo se cumplen las predicciones! Yo había oído decir, en efecto, que un día los atenienses administrarían justicia en su propia casa y construirían en el vestíbulo un pequeño tribunal, como esas estatuillas de Hécate que se colocan delante de las puertas.

            BDELICLEÓN.-(Volviendo.) Héme aquí; ¿qué más quieres? Te traigo, como ves, todo lo que te he prometido y aún algo más. Aquí tienes un bacín para cuando te entren ganas de orinar. Te lo suspenderán de un clavo y al alcance de la mano.

            FILOCLEÓN.-¡Feliz ocurrencia! ¡Excelente remedio para preservar a un viejo de la retención de orina!

            BDELICLEÓN.-Aquí traigo además un hornillo encendido con una escudilla llena de lentejas, por si se te ocurre comer.

            FILOCLEÓN.-Muy bien, muy bien; de modo que cobraré mi salario, aunque tenga calentura, y podré comer lentejas sin moverme de aquí. Mas, ¿para qué me traes ese gallo?

            BDELICLEÓN.-Para que si te duermes durante la vista de una causa, te despierte cantando encima de ti.

            FILOCLEÓN.-Todo está perfecto; sólo echo de menos una cosa.

            BDELICLEÓN.-¿Cuál?

            FILOCLEÓN.-La capilla de Lico. Quisiera que me la pudieran traer.

            BDELICLEÓN.-(Enseñándole un cuadro.) Aquí la tienes delante de los ojos y con el Señor en persona.

            FILOCLEÓN.-¡Oh, Dueño y Señor, no alegras mucho la vista!

            BDELICLEÓN.-Presenta exactamente el mismo aspecto que Cleónimo.

            FILOCLEÓN.-En efecto, tampoco lleva armas.

            BDELICLEÓN.-Si te das prisa en actuar, someteré en seguida a tu decisión una causa.

            FILOCLEÓN.-Puedes avisar; ya hace un siglo que estoy actuando.

            BDELICLEÓN.-Veamos: ¿por qué causa empezaremos? ¿Qué delito se ha cometido en casa? ¡Ah! Tratta, la esclava, dejó quemar hace poco el puchero...

            FILOCLEÓN.-¡Eh!, detente; me has puesto al borde del abismo. ¿Cómo pretendes que actúe el tribunal sin balaustrada, que es precisamente el instrumento principal de nuestras funciones?

            BDELICLEÓN.-Es verdad, por Zeus. No hay.

            FILOCLEÓN.-(Entrando en la casa.) Voy corriendo yo mismo a buscar una.

            BDELICLEÓN.-¡Qué enojoso, de todos modos! ¡Es terrible la nostalgia)

            UN SERVIDOR.-(Saliendo de la casa.) !Maldito animal! ¿Es posible que demos de comer a semejante perro?

            BDELICLEÓN.-¿Se puede saber lo que ocurre?

            EL SERVIDOR.-Nada. que Lábes, tu perro, se ha metido en la cocina, ha robado un magnífico queso de Sicilia, y se lo ha engullido.

            BDELICLEÓN.-Ya tenemos la primera causa en que ha de entender mi padre. Comparece tú como acusador.

            EL SERVIDOR.-Yo, no, por vida mía; que sea el otro perro el que mantenga la acusación, si se instruye el proceso.

            BDELICLEÓN.-Bueno; tráetelos a los dos.

            EL SERVIDOR.-(Entrando.) Al momento.

            BDELICLEÓN.-(A su padre que vuelve.) ¿Qué traes ahí?

            FILOCLEÓN. La valla donde encerramos a los cerdos que cebamos para Hestia.

            BDELICLEÓN.-Pero eso representa un robo sacrílego.

           FILOCLEÓN.-No; puesto que será a Hestia la primera a quien sirva cuando destripe a la clientela; pero empieza pronto a traer esa causa. Ya veo la pena que será preciso imponer.

            BDELICLEÓN. Deja que te traiga las tablillas y la documentación (entra).

            FILOCLEÓN.-¡Me mueles y me asesinas con tus dilaciones! Lo mismo me daría escribir en la arena.

            BDELICLEÓN.-(Volviendo.) Toma.

            FILOCLEÓN.-Cita ya, pues.

            BDELICLEÓN.-De acuerdo. Veamos quién viene a la cabeza de la lista.

            FILOCLEÓN.-Pero ¡qué contratiempo! ¿Pues no me he olvidado de traer las urnas?

            BDELICLEÓN.-¡Eh!, tú, ¿adónde vas?

            FILOCLEÓN.-A por las urnas.

            BDELICLEÓN.-No es menester; ahí tengo esos cubos.

            FILOCLEÓN.-Muy bien; así ya tenemos a nuestra disposición todo lo necesario. ¡Pero no! Aún nos falta la clepsidra.

            BDELICLEÓN.-(Enseñándole el bacín.) ¿Y ésto qué es? Una clepsidra, si no me equivoco.

            FILOCLEÓN.-Veo que te las arreglas perfectamente para procurártelo todo con lo que aquí hay.

            BDELICLEÓN.-Pronto, traed fuego, mirtos e incienso para que empecemos por invocar a los dioses.

            EL CORIFEO.-Durante vuestras libaciones uniremos nuestros votos a los vuestros, congratulándonos de que una reconciliación tan generosa haya seguido a vuestras disputas y querellas. Y ahora, antes de empezar, recojámonos.

            EL CORO.-¡Oh Febo Apolo Pitio! Haz que lo que va a resolverse delante de esa puerta sea para bien de todos no­sotros, libres ya de nuestros errores. ¡Oh Pean!

            BDELICLEÓN.-¡Oh mi Dueño y Señor Apolo Agieo, que velas ante el vestíbulo de mi casa! Acepta este nuevo sacrificio que te ofrezco para que te dignes suavizar el humor áspero e intratable de mi padre. ¡Oh rey!, endulza con al­gunas gotas de miel su avinagrado corazón; que sea en adelante clemente con los hombres; más compasivo con los reos que con los acusadores; sensible a las súplicas, y que arranque las ortigas de su vía, corrigiendo su malhumor.

            EL CORO.-Nosotros unimos nuestras preces a las tuyas en favor del nuevo magistrado. Pues te queremos, Bdelicleón, desde que nos has dado a conocer que amas al pueblo como ningún otro joven.

            BDELICLEÓN.-Si hay algún juez fuera, que entre, pues en cuanto comience la vista no se dejará entrar a nadie.

            FILOCLEÓN.-¿Quién es el acusado?

            BDELICLEÓN.-Aquí está.

            FILOCLEÓN.-¡Y que le espera una bonita sentencia!

           BDELICLEÓN.-(Como acusador.) Oíd el acta de acusación[52]. La formula un perro, nativo de Cidatenea, contra Lábes, de Exona, al que acusa de haberse comido él solo, contra toda razón y derecho, un queso de Sicilia. La pena que se solicita es un cepo de higuera.

            FILOCLEÓN.-Una vez que se le haya reconocido culpable, debe morir, más bien, como un perro.

            BDELICLEÓN.-He aquí al susodicho Lábes en el banco de los acusados.

            FILOCLEÓN.-¡Ah, maldito! ¡Qué traza de ladrón tienes! ¿Si creerá que me va a engañar apretando los dientes? Pero ¿dónde está el querellante, el susodicho perro de Cidatenea?

            EL PERRO.-¡Guau! ¡Guau!

            BDELICLEÓN.-Aquí está.

            FILOCLEÓN.-Ese es otro Lábes.

            BDELICLEÓN.-Por lo mucho que ladra, desde luego.

            FILOCLEÓN.-Y por lo bien que lame el fondo de las ollas.

            BDELICLEÓN.-Silencio, sentaos; (al perro) subíos a ese banco y comenzad la acusación.

            FILOCLEÓN.-Permitidme ahora que me sirva esto para absolverlo.

            EL PERRO.-Ya habéis oído, señores jurados, el escrito de acusación que he presentado contra Lábes: ha cometido contra mí y contra toda la "flota" la más indigna felonía; se metió en un rincón oscuro, robó un enorme queso de Sicilia, y atracándose en las tinieblas...

            FILOCLEÓN.-Basta, basta; el hecho está probado: el gran canalla acaba de soltar junto a mis narices un eructo que apesta a queso.

            EL PERRO.-... se negó a darme parte. ¿Qué servicios podrá prestaros quien se niega a darme a mí, que también soy perro, la menor cosa?

            FILOCLEÓN.-¿No te ha dado nada? Tampoco a mí me ha dado ni el más pequeño trozo. Te veo tan "cocido" como mis lentejas.

            BDELICLEÓN.-Por los dioses, padre, no condenes por anticipado, antes al menos de haber oído a las dos partes.

            FILOCLEÓN.-Pero, querido, si la cosa está clara; si está clamando justicia.

            EL PERRO.-Sobre todo no le absolváis; es el más egoísta y voraz de los perros; recorre en un instante todo el molde de un queso, y se engulle hasta la costra como otros le dan la vuelta a una isla para esquilmar a todas sus ciudades[53].

            FILOCLEÓN.-Ni siquiera me ha dejado con qué cerrar las grietas de mi urna.

            EL PERRO.-Es preciso que le castiguéis. Un solo árbol no puede mantener dos urracas. Es insuficiente. Espero no haber ladrado en vano y en el vacío... porque en este caso ya no ladraré nunca más.

             FILOCLEÓN.-¡Oh! ¡Oh! ¡Cuántas maldades! Ese individuo es la encarnación misma del robo. ¿No te parece lo mismo, gallo mío? ¡Ah!, sí, se adhiere a mi opinión. ¡Eh, Tesmoteta! ¿Dónde estás? Pásame el bacín.

             BDELICLEÓN.-Descuélgalo tú mismo, que yo estoy llamando a los testigos. Testigos de Lábes, compareced: son un plato, una mano de mortero, un cuchillo, unas parrillas, una olla y otros utensilios medio quemados. ¿Acabaste de hacer aguas y no vas a sentarte nunca?

             FILOCLEÓN.-(Designando al acusado.) Tengo idea de que ese individuo va a hacerlas mayores.

            BDELICLEÓN.-¿Cuándo acabarás de mostrarte cruel con los acusados y de enseñarles los dientes? (Al acusado.) Sube y defiéndete. ¿Por qué callas? Habla.

            FILOCLEÓN.-Parece que no tiene nada que alegar.

            BDELICLEÓN.-Sí; pero me figuro que le pasa lo que a Tucídides cuando, en cierta ocasión, la sorpresa le cerró la boca. (Al perro.) Retírate: yo me encargo de tu defensa. Ya comprenderéis, ¡oh jueces!, lo comprometido que es defender a un perro acusado de crimen tan atroz. Hablaré, no obstante. En primer lugar es valiente y ahuyenta los lobos.

            FILOCLEÓN.-¿De qué sirve eso, si devora los quesos?

             BDELICLEÓN.-¿De qué? Se bate por defenderte, está de centinela en tu puerta y manifiesta, además, otras cualidades excelentes... Si cometió algún hurto, hay que perdonárselo. Evidentemente no sabe tocar la lira.

             FILOCLEÓN.-¡Ojalá tampoco supiera escribir! Así no hubiera redactado esa defensa de pillastre.

            BDELICLEÓN.-Escucha a nuestros testigos, diantre de hombre. Acércate, buen cuchillo, y declara en voz alta. Tú eras entonces pagador. Responde claro. ¿No partiste las porciones que debían ser distribuidas a los soldados? Dice que sí las partió.

             FILOCLEÓN.-Pues miente el descarado.

            BDELICLEÓN.-¿Ten piedad de los humildes, diantre de hombre! ¡El infeliz Lábes siempre come espinas y cabezas de pescados; no para un momento en un sitio. Ese otro sólo sirve para guardar la casa, y ya sabe lo que se hace: así reclama una parte de todo lo que traen, y al que no se la da, le clava el diente[54].

            FILOCLEÓN.-¡Ay! parece que me ablando, me pongo enfermo...

            BDELICLEÓN.-¡Vamos! te lo ruego ten piedad de él, no le condenes.-¿Dónde están sus hijos? Acercaos, infelices. Aullad, rezad, suplicad, llorad sin consuelo.

            FILOCLEÓN.-Baja de la tribuna, baja, baja, baja pronto[55].

            BDELICLEÓN.-Bajaré, aunque esa palabra ya ha engañado a muchos. No obstante, bajaré.

            FILOCLEÓN.-!Vete al infierno! ¿Por qué habré comido tan pronto? ¿Pues no he llorado? Creo que esto me sucede por haberme atracado de lentejas.

            BDELICLEÓN.-En definitiva ¿lo absuelves sí o no?

            FILOCLEÓN.-Muy peliagudo es el caso.

            BDELICLEÓN.-Vamos, padre, sé más humano. Coge tu voto; da un paso atrás, échalo en la segunda urna[56], entornando los ojos. Absuélvelo, padre.

            FILOCLEÓN.-No, no, nunca he sabido hacerlo.

            BDELICLEÓN.-Ven, te llevaré yo mismo (le conduce ante la urna número dos).

            FILOCLEÓN.-¿Es esta la urna número uno?[57]

            BDELICLEÓN.-La misma.

            FILOCLEÓN.-Pues aquí echo mi voto.

            BDELICLEÓN.-(Aparte.) Cayó en el lazo y lo absolvió sin saberlo. Procedamos al escrutinio.

            FILOCLEÓN.-¿Cuál es el resultado del juicio?

            BDELICLEÓN.-Míralo. Lábes queda absuelto. !Padre! ¡Padre! ¿Qué te pasa? !Agua! !Agua! Vamos, recóbrate.

            FILOCLEÓN.-Dime, ¿de veras ha quedado absuelto?

            BDELICLEÓN.-Sí.

            FILOCLEÓN.-Me siento morir.

            BDELICLEÓN.-Valor, padre mío, no te aflijas.

            FILOCLEÓN.-¿Cómo podré resistir la pena de haber absuelto a un procesado? ¿Qué va a ser de mí? !Oh venerables dioses, perdonadme! Lo hice a pesar mío y contra mi costumbre.

            BDELICLEÓN.-No te desesperes así, padre mío; yo te daré una vida regalada; te llevaré a cenas y convites; vendrás conmigo a todas las fiestas y pasarás agradablemente el resto de tu existencia; ya no se burlará de tí Hipérbolo. Pero entremos.

            FILOCLEÓN.-Sea; puesto que tú lo quieres.

(Queda solo el Coro, que se vuelve hacia los espectadores para recitar la parábasis.)   

             EL CORIFEO.-Idos, libres y alegres. Escuchad, en tanto, innumerables espectadores, nuestros prudentes consejos y procurad que no caigan en saco roto: esa falta es propia de un auditorio ignorante y que vosotros no podéis cometer.

            Y ahora, si amáis la verdad desnuda y el lenguaje sin artificios, prestadme atención. El poeta quiere haceros algunos cargos. Está quejoso de vosotros, que antes le acogisteis tan bien cuando, imitando unas veces al espíritu profético oculto en el vientre de Euricles[58], hizo que otros os presentasen muchas comedias suyas[59], y afrontando otras cara a cara el peligro, dirigió por su mano sin ajeno auxilio los vuelos de su musa. Colmado por vosotros de gloria y honores, como ningún otro vate, no creyó, sin embargo, haber llegado a la cúspide de la perfección, ni se ensoberbeció por ello, ni recorrió las palestras para corromper a la juventud, deslumbrada por sus triunfos. Noblemente resuelto a que las musas que le inspiran no desciendan jamás al vil oficio de alcahuetas, jamás consintió, por su sentido de las conveniencias, en ceder a las instancias de algún amante despechado y deseoso de ver ridiculizado en escena al objeto de su animadversión. E incluso la primera vez que hizo representar una obra no partió en guerra contra el común de los mortales sino que atacó con furor de Heracles a los más grandes y, en su primer ensayo, tuvo la audacia de medir sus fuerzas con el monstruo de acerados colmillos, ese monstruo cuyos ojos, como los de Cinna[60] lanzaban miradas de terribles fulgores mientras que cien cabezas de cortesanas, con dolorosas súplicas le lamían el cráneo puestas en círculo. Y la voz de ese monstruo era el de un torrente devastador. Hedía como una foca, tenía !as bolsas infectadas de una Lamia[61] y el trasero de un camello. Pues bien; nuestro autor declara que en presencia de ese monstruo ni tuvo miedo ni accedió a venderse por dinero. Bien al contrario, todavía hoy está combatiendo en vuestro favor. Añade que después de haber combatido a ese monstruo, el año pasado atacó a esas pestes y cóleras[62] que, por las noches, venían a estrangular a los padres, ahogar a los abuelos y, abatiéndose sobre los lechos de los más tranquilos de vosotros los aplastaban bajo un montón de declaraciones, citaciones y testimonios. Con frecuencia, saltabais entonces de vuestras camas, temblando, para ir a ver, precipitados, al Presidente del Tribunal.

Habiendo hallado en mi persona un desfacedor de entuertos un purificador del país, el año último le abandonasteis cuando sembraba esas ideas nuevas cuyo desarrollo no habéis sabido favorecer por no haberlas apreciado en su justo valor.    

            Y, sin embargo, el poeta os jura, con mil juramentos rociados de libaciones sobre el altar de Dionysos, que jamás habéis oído una poesía cómica tan excelente. !Sea, por consiguiente, la afrenta para los que no comprendisteis en el acto! Cerca de los espíritus competentes, el poeta conserva intacta su reputación. El carro de sus esperanzas se ha roto, pero ha sobrepasado a sus rivales.

            En lo por venir, mis buenos amigos, sed más amables. más graciosos con esos poetas que realizan un esfuerzo por hallar algo nuevo que deciros. Conservad sus pensamientos y apretadlos en vuestros cofres con las manzanas. Si procedéis así, vuestra ropa conservará todo el año un perfume espiritual.

PRIMER SEMICORO.-Pasaron los tiempos en que éramos valientes en los Coros, valientes en los combates, los más bravos de los hombres, y así en todo. Así era antes, si, antes. Ahora, se acabó y hoy podemos ver cómo nuestros cabellos florecen más blancos que el plumaje de los cisnes. Mas a pesar de todo, es preciso que extraigamos de esos restos un vigor juvenil pues creemos que nuestra vejez todavía aventaja al amaneramiento de esa juventud compuesta de una multitud de invertidos, con los cabellos ensortijados.

Si uno de vosotros, queridos espectadores, tras de haber examinado nuestra conformación se extraña de comprobar que poseemos la talla de la avispa y se pregunta qué significa este aguijón, nos será fácil enseñárselo, aunque jamás haya ido a la escuela. Con este apéndice entre los muslos, somos los únicos áticos de pura sangre, verdaderamente autóctonos, raza valiente por excelencia y que, en la guerra, rindió los mayores servicios a la Patria, cuando la invasión de los bárbaros, cuando éstos cegaron a la ciudad con las humaredas del incendio y con el designio de adueñarse por la fuerza de nuestras colmenas. Sin la menor dilación dimos el salto afuera, el escudo en una mano, la lanza en la otra, para presentarles combate, hirviendo en exaltada ira, codo con codo y mordiéndonos los labios hasta saltar la sangre. Las flechas impedían ver el menor trozo del cielo. Finalmente, con la ayuda de los dioses, les pusimos en fuga a la caída de la noche. Antes de la batalla, había volado sobre nuestro ejército una lechuza. Luego les perseguimos pinchándolos como a los atunes, a través de los calzones. Huían con las mejillas y los ojos acribillados de picaduras de suerte que, ahora, entre todos los bárbaros, la avispa es considerada como el parangón del valor viril.

            SEGUNDO SEMICORO.-En aquel tiempo éramos terribles Nada nos amedrentaba. A bordo de las trirremes exterminamos a nuestros enemigos. No nos cuidábamos entonces de perorar elegantemente ni de calumniar a nadie. Toda nuestra ambición se cifraba en ser el mejor remero. Así fue como les ganamos a los persas numerosas ciudades; y a nuestro valor se deben esos tributos que hoy despilfarran los jóvenes. Si nos observáis con atención, veréis que nos asemejamos a las avispas en nuestro estilo de vivir.

En primer lugar, cuando se nos irrita no hay animal más colérico e intratable, y en todo lo demás hacemos lo que ellos. Reunidos en enjambres, nos repartimos en diferentes avisperos: unos vamos a juzgar con el Arconte[63]; otros, al Odeón[64]; otros con los Once[65]; y otros pegados a la pared[66], con la cabeza baja y sin moverse apenas, nos pare­cemos a las larvas encerradas en su capullo. El procurarnos la subsistencia nos es sumamente fácil, pues nos basta para ello picar al primero que se presenta. Pero hay entre nosotros zánganos desprovistos de aguijón, que se comen sin trabajar el fruto de nuestros afanes. Y es doloroso, ciudadanos, que quien nunca peleó, quien nunca se hizo una ampolla manejando el remo o la lanza en defensa de la ciudad se apodere así de nuestro salario. Por tanto, opino que, en adelante, quien no tenga aguijón que no cobre los tres Óbolos.

(Salen Filocleón y Bdelicleón.)

            FILOCLEÓN.-(Rechazando una túnica de lana que le presenta su hijo.) No; mientras viva nunca dejaré de llevar este manto, al que debí la salvación en aquella batalla cuando el Bóreas se desencadenó furioso[67].

            BDELICLEÓN.-Veo que rechazas el bienestar.

            FILOCLEÓN.-Ese vestido no me conviene en modo alguno. El otro día me ensucié tanto atracándome de peces fri­tos, que tuve que pagar tres óbolos al quitamanchas.

            BDELICLEÓN.-Una vez que te has puesto en mis manos, ensaya este nuevo género de vida y déjame cuidarte.

            FILOCLEÓN.-Bueno, ¿qué quieres que haga?

            BDELICLEÓN.-Quítate ese manto ordinario y ponte en su lugar este más fino.

            FILOCLEÓN.-No valía la pena engendrar y criar hijos para que éste pretenda ahora asfixiarme.

            BDELICLEÓN.-Ea, póntelo y calla.

            FILOCLEÓN.-Por los dioses, ¿qué especie de vestido es éste?

            BDELICLEÓN.-Unos le llaman pérsida; otros, pelliza.

            FILOCLEÓN.-Yo creí que era una manta de las que hacen en Timeta.

            BDELICLEÓN.-No es extraño; como nunca has ido a Sardes... Si no, ya la hubieras conocido.

            FILOCLEÓN.-¿Yo? No, por Zeus; pero se me figura que a lo que más se parece es a la hopalanda de Moricos[68].

            BDELICLEÓN.-Nada de eso; esto se teje en Ecbatana.

.          FILOCLEÓN.-¡Ah! Los carneros de Ecbatana dan lana en hilachas.

            BDELICLEÓN.-No, hombre, no; esto lo fabrican los indígenas y les cuesta muy caro. Quizá en esta túnica haya entrado un talento de lana.

            FILOCLEÓN.-Entonces debía llamársela una tragalana en vez de una pelliza.

            BDELICLEÓN.-Bueno, padre, estate un poco quieto mientras te la pongo.

            FILOCLEÓN.-¡Pero qué sofoco tan horrible me da esta maldita túnica!

            BDELICLEÓN.-¿Te la pones o no?

            FILOCLEÓN.-No, por piedad; preferiría meterme en un horno.

            BDELICLEÓN.-Vamos, yo te la pondré: ven acá.

            FILOCLEÓN.-Coge, pues, ese gancho.

            BDELICLEÓN.-¿Para qué?

            FILOCLEÓN.-Para sacarme antes de que me tueste.

            BDELICLEÓN.-Quítate ahora esos zapatones y ponte este calzado lacedemonio.

            FILOCLEÓN.-¿Crees que consentiré jamás caminar sobre las odiosas suelas de un pueblo enemigo?

            BDELICLEÓN.-Póntelos !pronto! y pon el pie sin vacilar en país adversario.

            FILOCLEÓN.-Abusas, obligándome a poner pie en país enemigo.

            BDELICLEÓN.-Ahora el otro.

            FILOCLEÓN.-De ninguna manera: uno de estos dedos es enemigo mortal de los espartanos.

            BDELICLEÓN.-No hay otro remedio.

            FILOCLEÓN.-¡ Infeliz de mí, que voy a tener sabañones en la vejez!

            BDELICLEÓN.-Vamos, pronto; ahora imita el paso cadencioso y negligente de los ricos... Así, como yo.

            FILOCLEÓN.-Como quieras. Y dime ¿a quién de los ricos me parezco más en el andar?

            BDELICLEÓN.-¿A quién? A un divieso cubierto de un emplasto de ajos[69].

             FILOCLEÓN.-¡Pues sí! Me entran ganas de remover las posaderas.

            BDELICLEÓN.-Veamos otra cosa: ¿sabrías seguir una conversación en un círculo de espíritus cultos y distinguidos?

            FILOCLEÓN.-¡Claro que sí!

            BDELICLEÓN.-¿De qué les hablarías?

             FILOCLEÓN.-De un montón de cosas. Primero, de cómo Lámia, al verse cogida, soltó una ventosidad; después de cómo Cardopión y su madre...

            BDELICLEÓN.-Déjate de fábulas y háblanos de cosas humanas, de asuntos frecuentes en las conversaciones de fa­milia.

            FILOCLEÓN.-También estoy fuerte en el género familiar: había en otro tiempo un ratón y una comadreja...

            BDELICLEÓN.-«Estúpido e ignorante», como decía furioso Teógenes a un limpialetrinas, «Te atreverás a hablar en sociedad de ratones y comadrejas?»

            FILOCLEÓN.-Pues ¿de qué hay que hablar?

             BDELICLEÓN.-Sólo de grandezas: por ejemplo, de la excelentísima diputación en la que fuiste parte con Clistenes y Androcles[70] .

            FILOCLEÓN.-¡En diputación! ¡Pero si yo jamás he ido a ninguna parte, como no haya sido a Paros, lo cual me valió dos Óbolos!

            BDELICLEÓN.-Cuenta, por lo menos, como Efudion luchó al pancracio valerosamente con Ascondas; y aunque viejo encanecido, conservaba puños y riñones de hierro, robustos flancos y una fortísima coraza.

            FILOCLEÓN.-Basta, basta; que no sabes lo que dices. ¿Dónde se ha visto luchar al pancracio[71] con coraza?

            BDELICLEÓN.-Pues así suelen hablar las gentes cultas. Ahora dime otra cosa. Cuando estés en un festín con ex­tranjeros, ¿qué hazaña de tu juventud preferirás contarles?

            FILOCLEÓN.-¡Oh! ¡Ya sé, ya sé! Mi más famosa hazaña fue aquella cuando le robé a Ergasión los rodrigones.

            BDELICLEÓN.-!Vete al infierno con tus rodrigones! Eso es ridículo. Lo mejor es que hables de tus cacerías de liebres o jabalíes, o de alguna carrera de antorchas en que tomaste parte; en fin, de cualquier hecho que revele tu valor juvenil.

            FILOCLEÓN.-Ahora recuerdo uno de los más atrevidos: siendo todavía un muchacho, demandé a Failo, el andarín, por injurias y le vencí por dos votos.

            BDELICLEÓN.-Basta; reclínate ahí para que aprendas la manera de conducirte en los banquetes y conversaciones.

            FILOCLEÓN.-¿Cómo me reclino? Vamos, di.

            BDELICLEÓN.-Con decencia.

            FILOCLEÓN.-¿Quieres que me recline así?

             BDELICLEÓN.-No, no es así, en absoluto.

            FILOCLEÓN.-Pues ¿cómo?

            BDELICLEÓN.-Estira las piernas y déjate caer blandamente sobre los almohadones como un ligero gimnasta; elogia después los vasos de bronce que haya por allí; admira las cortinas del patio[72]. En esto presentan agua para las manos; traen las mesas; comemos; nos lavamos; empiezan las libaciones[73] ...

            FILOCLEÓN.-En nombre de los dioses; es un sueño ese festín.

            BDELICLEÓN.-La flautista preludia; los convidados son Teoro, Esquines, Cleón, Acéstor y, al lado de éste, otro a quien no conozco. Tú estás con ellos. ¿Sabrás cantar con la melodía que interpretan?[74].

            FILOCLEÓN.-Ya lo creo; mejor que cualquier montañés.

            BDELICLEÓN.-Veamos: yo soy Cleón: el primero canta el Harmodio; tú continuarás: "Nunca hubo en Atenas un hombre..."

            FILOCLEÓN.-"Tan canalla y tan ladrón..."

           BDELICLEÓN.-¿Eso piensas contestar desdichado? Te cubrirán de invectivas; Cleón amenazará con destruirte, exterminarte, deportarte.

            FILOCLEÓN.-Pues si se enfada le cantaré esta otra: "En tu desatinada ambición del supremo mando, acabarás por arruinar al país, que ya empieza a tambalearse".

            BDELICLEÓN.-Y cuando Teoro, tendido a los pies de Cleón le cante cogiéndole la mano: «Amigo, tú que conoces la historia de Admeto, honra a los valientes,» ¿qué contestarás?

            FILOCLEÓN.-Lo siguiente: «No tengo el alma del zorro, que se hace amigos en cada corro.»

            BDELICLEÓN.-A continuación, Esquines, hijo de Selo, hombre distinguido y artista, cantará: «Fortuna y buena vida, ven amigo Clitágoras, los hallarás conmigo bajo el hermoso cielo de la Tesalia.»

             FILOCLEÓN.-«Mucha hemos derrochado tú y yo.»

             BDELICLEÓN.-Eso lo entiendo perfectamente. Pero ya va siendo hora de ir a cenar a casa de Filoctemón. (Llamando.) ¡Criso, muchacho! Prepáranos cena para los dos en una cesta; hoy vamos a embriagarnos.

            FILOCLEÓN.-No, no; que la embriaguez es una plaga. Después del vino se rompen las puertas y llueven bofetones y pedradas, y al día siguiente, cuando se han dormido los tragos, se encuentra uno que hay que pagar los excesos de la víspera.

            BDELICLEÓN.-No temas tal cuando se trata de hombres honrados y corteses. O te excusan ellos mismos con el ofendido o tú aplicas a lo ocurrido algún chistoso cuento esópico o sibarítico de los que has oído en la mesa: la cosa se toma a risa y no pasa adelante.

            FILOCLEÓN.-Pues vale la pena que yo aprenda muchos cuentos de esos para que alguno de ellos me libre de pagar el daño que cause. Vámonos ya y que nadie nos detenga.

            EL CORO.-Muchas veces he dado prueba de agudo ingenio, y jamás de estupidez; pero me gana Aminias, ese hijo de Selo, a quien ví un día ir a cenar con Leógares[75]  llevando por junto una manzana y una granada, y cuenta que es más hambriento que Antifón[76]. Ya fue de embajador a Farsalia[77], pero allí sólo podía reunirse con los Penestas[78], padeciendo él mayor penuria que ninguno.

¡Afortunado Autómenes, cuánto envidiamos tu felicidad) Tus hijos son los más hábiles artistas. El primero, querido de todos, canta admirablemente al son de la cítara, y la gracia le acompaña; el segundo, es un actor cuyo mérito nunca se ponderará bastante; pero el talento del último, de Arifrades, digo, deja muy atrás al de los otros. Su padre jura que lo ha aprendido todo por sí propio, sin necesidad de maestro, y que sólo a su talento natural debe la invención de sus inmundas prácticas en los lupanares. Algunos han dicho que yo me había reconciliado con Cleón porque me perseguía encarnizadamente y me martirizaba con sus ultrajes. Ved lo que hay de cierto: cuando yo lanzaba dolorosos gritos, vosotros os reíais a placer, y en vez de compadecerme, sólo anhelabais que la angustia me inspirase algún chiste mordaz y divertido. Al notar esto, cejé un poco y le hice algunas caricias. He ahí por qué «a la cepa le falta ahora su rodrigón.»[79]

            UN SERVIDOR.-(Que entra dando gritos.) ¡Oh tortugas tres veces bienaventuradas! ¡Cuánto envidio la dura concha que defiende vuestro cuerpo) ¡Qué sabias y previsoras fuisteis al cubriros la espalda con un impenetrable escudo. ¡Pobres espaldas mías, sin protección para los garrotazos)

            EL CORO. ¿Qué sucede, muchacho? Porque hasta al anciano se le puede llamar muchacho cuando se deja pegar..

            EL SERVIDOR.-Sucede que nuestro viejo es la peor de ¡as calamidades. Ha sido el más procaz de todos los convidados, y cuenta que allí estaban Hipilo, Antifón Lico, Lisístrato, Teofrasto y Frínico; pues, sin embargo, a todos los dejó chicos su insolencia. En cuanto se atracó de los mejores platos, empezó a saltar, a reír, a eructar como un pollino harto de cebada y a sacudirme de lo lindo, gritándome: «¡Muchacho, muchachito!» Lisístrato, al verlo así, le lanzó esta comparación: «Anciano, pareces un piojo reavivado o un burro que corre a la paja.» Y él, atronándonos los oídos, le replicó así: «Y tú te pareces a una langosta, de cuyo manto se pueden contar todos los hilos[80] y a Estenelo[81] despojado de su guardarropa.» Todos aplaudieron, menos Teofrasto, que se mordió los labios como hombre bien educado. Entonces, encarándosele nuestro viejo, le dijo: «Di tú ¿a qué te das tanto tono y te las echas de persona importante cuando todos sabemos que vives a costa de los ricos a fuerza de bufonadas.» Así continuó dirigiendo insultos semejantes a todos, diciendo los chistes más groseros, contando historias necias e importunas. Después se ha dirigido hacia aquí, completamente ebrio, pegando a cuantos encuentra. Mirad, ahí viene haciendo eses. Yo me largo, para evitar nuevos golpes.

            FILOCLEÓN.-(Entrando con una tea encendida en la mano y acompañado de una flautista desnuda.) Dejadme: marchaos. Voy a dar que sentir a algunos de los que se obstinan en perseguirme. ¿Os largareis, bribones? Si no, os tuesto con esta antorcha.

            UNO DE LOS CONVIDADOS.-A pesar de tus balandronadas juveniles, te juro que mañana nos has de pagar tus atropellos. Vendremos en masa a citarte a juicio.

            FILOCLEÓN.-¡Ja! ¡Ja! ¡Citarme a juicio! ¡Qué vejeces! ¿No sabéis que ya ni puedo oír hablar de pleitos? ¡Ja! ¡Ja! Ahora tengo otros gustos: tirad las urnas. ¿No os vais? ¿Dónde está el juez? Decidle que se ahorque. (A la cortesana.) Sube, manzanita de oro, sube agarrada a esta cuerda; cógela, pero con precaución, que está algo gastada; sin embargo, aún le gusta que la froten. ¿No has visto con qué astucia te he sustraído a las torpes exigencias de los convidados? Debes probarme tu gratitud. Pero no lo harás, demasiado lo sé; ni siquiera lo intentarás; me engañarás y te reirás en mis narices, como lo has hecho con tantos otros. Oye, si me quieres y me tratas bien, cuando muera mi hijo me comprometo a sacarte del lupanar y tomarte por concubina. Ahora no puedo disponer de mis bienes; soy joven y me atan corto: mi hijito no me pierde de vista; es gruñón, insoportable y tacaño hasta partir en dos un comino y aprovechar la pelusilla de los berros. Su único miedo es que me eche a perder, pues no tiene más padre que yo. Pero ahí está. Se dirige apresuradamente hacia nosotros. Hazle frente: coge esas teas; voy a jugarle una partida de muchacho, como él a mí antes de iniciarme en los misterios.

            BDELICLEÓN.-(Que llega.) !Hola! ¡Hola, viejo verde! Parece que nos gustan los cofrecillos de las muchachas; pero te juro por Apolo, que te costará caro conducirte así.

            FILOCLEÓN.-Te gustaría más un proceso a la vinagreta.

            BDELICLEÓN.-¿No es una grosería burlarse como acabas de hacerlo, de los convidados y arrebatarles su flautista?          

            FILOCLEÓN.-¿Qué flautista? ¿Has perdido el juicio o sales de algún panteón?

            BDELICLEÓN.-Pero ¡calla! Ahí está ante nosotros la dardaniense[82].

            FILOCLEÓN.-¡Cá! es una antorcha[83] encendida por los dioses en la plaza pública.

            BDELICLEÓN.-¿Con que una antorcha? ¿No ves que es de diversos colores?

            FILOCLEÓN.-¡Claro que sí! Una antorcha.

             BDELICLEÓN.-¿Y esa raja negra que se le ve en medio?

            FILOCLEÓN.-La pez, que se derrite al quemarse.

            BDELICLEÓN.-Y lo de la parte posterior, ¿no es un trasero?

            FILOCLEÓN.-No; es un nudo de la tea en forma de hinchazón.

            BDELICLEÓN.-¿Cómo un nudo? ¿Qué cuento es ese? (A la flautista.) Tú, ven aquí.

            FILOCLEÓN.-¡Eh, eh! ¿Qué intentas?

            BDELICLEÓN.-Quitártela y llevármela pues presumo que ya no tienes bastante vigor para obtener un resultado.

            FILOCLEÓN.-Escucha un momento. Asistía yo a los juegos olímpicos cuando Efudión, aunque viejo, luchó valerosamente con Ascondas, y el anciano acabó por hundir de un puñetazo al joven. Sírvate de aviso, por si se me ocurriese reventarte un ojo.

            BDELICLEÓN.-¡Por Zeus! No ignoras nada de los juegos olímpicos.

            UNA PANADERA.-(Dirigiéndose a Bdelicleón.) Ampárame, por favor, en nombre de los dioses. Este hombre me ha arruinado; al pasar, blandiendo torpemente su antorcha, me ha echado a rodar por la plaza diez Óbolos de pan y cuatro de otras mercancías.

            BDELICLEÓN.-¿Ves lo que has hecho? Más historias y procesos a cuestas por culpa de tu intemperancia.

            FILOCLEÓN.-No lo creas: un cuentecillo alegre lo arreglará todo; verás como me reconcilio con ésta.

            LA PANADERA.-¡Ah, no¡ Has de pagármelo a mí, Mirtia, hija de Ancilión y de Sóstrata. ¡Estropearme así todo el género que llevaba!

            FILOCLEÓN.-Escucha mujer; voy a contarte una historia muy divertida.

            LA PANADERA.-¿A mí con historias, vejestorio?

            FILOCLEÓN.-Verás. Al volver una noche Esopo de un banquete le ladró, atrevida, cierta mujer que iba borracha: «!Ah perra, -le dijo entonces-, si cambiases tu maldita lengua por una medida de trigo, me parecerías más sensata!»

            LA PANADERA.-¡Cómo! ¿Te burlas de mí? Pues bien, quienquiera que seas, te cito ante los comisarios del mercado, para que me indemnices daños y perjuicios. Querofón[84], que está ahí, será mi testigo.

            FILOCLEÓN.-Pero, por mi vida, oye al menos lo que voy a decirte: quizá te agrade más. Laso y Simónides[85], se disputaban en cierta ocasión la palma en un certamen poético y Laso dijo: ¿Y a mí que más me da?

            LA PANADERA.-(A Querofón.) ¿No es verdad que lo harás?

            FILOCLEÓN.-Y tú, Querofón, ¿serás testigo de esa mujer amarillenta, de esa no, precipitándose desde una roca a los pies de Eurípides?

            BDELICLEÓN.-Ahí se acerca otro: parece ser que también viene a demandarte, pues trae su testigo.

            UN HOMBRE.-(Que llega con señales de haber sido apedreado.) !Desdichado de mí! !Voy a perseguirte por ultrajes!

            BDELICLEÓN.-¿Por ultrajes? !Ah! No, por los dioses, basta de demandas. Yo te pagaré por él la indemnización que desees, y aún así te quedaré agradecido.

            FILOCLEÓN.-Yo también quiero reconciliarme con él: confieso francamente que le he pegado y apedreado. Pero acércate más: ¿me permites que yo solo señale la cantidad que debe dársete como indemnización y que en adelante sea amigo tuyo, o prefieres fijarla tú?

            EL ACUSADOR.-Habla tú, pues detesto los pleitos y negocios.

            FILOCLEÓN.-Un habitante de Síbaris se cayó de un cerro y se causó una grave herida en la cabeza: es de advertir que no entendía gran cosa de equitación. Acercósele entonces uno de sus amigos y le dijo: «Ejercítese cada cual en el arte que sepa»; por tanto, corre a casa de Píttalo para que te cure.

            BDELICLEÓN.-(A Filocleón.) Persistes en tus simplezas.

            EL HOMBRE.-(A su testigo.) No se te olvide la respuesta que acaba de darme.

            FILOCLEÓN.-Oye, no te vayas. En cierta ocasión una mujer de Síbaris aplasta un erizo.

            EL HOMBRE.-(A su testigo.) También te tomo por testigo de lo que está diciendo.

            FILOCLEÓN.-(Al Acusador.) Y el erizo toma a un compañero por testigo; a lo que la mujer de Síbaris le dice: «Por Perséfone, si en lugar de ocuparte en tener un testigo te hubieras apresurado a comprar cuerda para recomponerte, habrías dado pruebas de más inteligencia.»

            EL HOMBRE.-Sigue haciéndote el insolente hasta que el arconte te llame a juicio.

            BDELICLEÓN.-¡Por Deméter, no estarás aquí más tiempo! Voy a llevarte a la fuerza.

            FILOCLEÓN.-¿Qué haces?

            BDELICLEÓN.-¿Qué hago? Llevarte adentro. De otro modo, no va a haber testigos suficientes para todos los que te demanden.

            FILOCLEÓN.-Estando un día Esopo entre los délficos...

            BDELICLEÓN.-Me importa un bledo.

            FILOCLEÓN.-... le acusaron de haber robado un vaso

en el templo de Apolo; entonces él contó cómo en cierta ocasión el escarabajo...

            BDELICLEÓN.-(Llevándose a su padre hacia el interior.) Voy a aplastarte !palabra! a ti y a tus escarabajos.

            EL CORO.-Envidio tu felicidad, anciano. !Qué cambio en su áspera existencial Siguiendo prudentes consejos, vas a vivir entre placeres y delicias. Quizá los desatiendas, porque es difícil modificar el carácter que se tuvo desde la cuna. Aunque fueron muchos los que lo consiguieron. !Cuántas alabanzas no se atraerá, por ello en mi opinión y en la de los sabios, el hijo de Filocleón, tan discreto y cariñoso con su padre! Jamás he visto un joven tan comedido, de tan amables costumbres. Ninguno me ha regocijado como él. En todas las respuestas que daba a su padre resplandecía la razón y el deseo de inspirarle más decorosas aficiones.

            UN SERVIDOR.-(Saliendo de la casa.) ¡Por Dionysos! Sin duda algún dios ha revuelto y embrollado nuestra casa. El viejo, después de beber y de oír largo rato la flauta, ebrio de placer, repite toda la noche las antiguas danzas que Tespis hacía ejecutar a sus coros. Pretende demostrar, bailando incesantemente, que los trágicos modernos son todos unos perfectos imbéciles.

            FILOCLEÓN.-(Saliendo de la casa acompañado de su hijo.) ¿Quién ha osado sentarse en los umbrales de esta casa?

            EL SERVIDOR.-¡Vaya! Ahí está esa calamidad.         

            FILOCLEÓN.-Apartad las vallas, que va a empezar el baile...

            EL SERVIDOR.-La locura, querrás decir...

            FILOCLEÓN.-Ese ímpetu que pliega mis costillas. ¡Cómo mugen mis narices! ¡Cómo suenan mis vértebras!...

            EL SERVIDOR.-Tómate una porción de eléboro...

            FILOCLEÓN.-Frínico se encoge como un gallo...

            EL SERVIDOR.-Van a lloverte piedras.

            FILOCLEÓN.-Alza su pierna hasta tocar el cielo.

            EL SERVIDOR.-¡Eh!, mira dónde pisas.

            FILOCLEÓN.-Mira cómo las articulaciones de mis caderas se mueven con facilidad. ¡Qué bien juegan!

            EL SERVIDOR.-Nada de eso; lo que pareces es un verdadero loco.

            FILOCLEÓN.-Ahora desafío a todos mis rivales. Si hay algún artista que se precie de danzar bien, que venga por acá a competir conmigo. ¿Lo hay o no?

            EL SERVIDOR.-(Designando a un danzante enano disfrazado de cangrejo.) No hay más que uno: éste.

            FILOCLEÓN.-¿Y quién es ese pobre desgraciado?    

            EL SERVIDOR.-Un hijo de Carcino[86], el menor.

            FILOCLEÓN.-No tengo con él ni para un diente. Lo aplastaré bajo una buena danza de puñetazos; no tiene el menor sentido del ritmo.

            EL SERVIDOR.-Pero, ¡infeliz!, justamente, ahí viene su hermano, otro hijo de Carcino.

            FILOCLEÓN.-Con esto ya tendré algo que llevarme a la boca.

            EL SERVIDOR.-Sí, pero todos serán cangrejos, porque ahí llega un tercer hijo de Carcino.

            FILOCLEÓN.-¿Y eso que se arrastra a tu lado, ¿es cangrejo o camarón?

            BDELICLEÓN.-Es un cangrejillo; el más pequeño de la familia, el que compone tragedias.

            FILOCLEÓN.-¡Oh Carcino, padre feliz de tan hermosa progenitura! ¡Qué bandada de reyezuelos se abate sobre mí! Fuerza, es, ¡ay triste!, que me bata con ellos. Eh tú, prepara la salsa para comérmelos, después de la lucha.

            EL CORO.-¿Vamos, ilustres hijos de los mares! Saltad, hermanos de los langostinos sobre la arena, al borde del mar que no se vendimia. Haced virar vuestros pies rápidos, alzad la pierna como Frinicos y los espectadores os mostrarán su admiración. Girad formando redondeles, golpeaos el vientre, convertíos en torbellinos. Aquí tenéis a vuestro padre, señor y soberano de los mares, que avanza reptante, orgulloso de sus hijos los tres reyezuelos de la danza. ¡Vamos! Guiadnos hacia la salida, por favor, y a ritmo de paso ligero. Nunca se ha visto que la comedia concluya con un "ballet".


[44] Es decir, su salario

[45] Cronos, nombre griego de Saturno. Personificación del tiempo.

[46] Pena aneja a la que se imponía por el delito de homicidio.

[47] Músico que se había arruinado con sus prodigalidades.

[48] Estos «Abogados públicos» recibían un dracma diario cuando estaban encargados de alguna defensa. Constituían una especie de magistratura anual, compuesta de diez ciudadanos elegidos a suerte.

[49]  El censo de Atenas, sin incluir a los habitantes extranjeros.

[50] De los nueve arcontes, seis se llamaban tesmotetas, y presidían los tribunales de justicia.

[51] Como el drama valía seis óbolos, solía darse uno para cada dos jueces.

[52] En toda esta escena Aristófanes satiriza las fórmulas forenses.

[53] El doble sentido de las palabras griegas hace que todo cuanto se dice del perro Lábes pueda aplicarse a la rapacidad de ciertos personajes y a los abusos que habían cometido en Sicilia.

[54]  Este pasaje está lleno de alusiones políticas

[55] La frase de Filocleón indica que da por terminada la vista.

[56] La de absolución.

[57] Es decir, la de absolver.

[58] Adivino ventrílocuo, que respondía a las consultas haciendo creer que no era él quien hablaba, sino un genio misterioso oculto en su vientre.

[59] Aristófanes presentó varias de sus comedias con los nombres de los autores Filónides y Calístrato.

[60] Cortesana célebre cuyas maldades está comparando Aristófanes con las de Cleón.

[61] Monstruo que llevaba atributos machos.

[62] Alusión a los sicofantes cuyas delaciones sembraban el terror entre los ciudadanos.

[63] Este tribunal entendía de las tutelas y pleitos entre parientes.

[64] Magnífico teatro construido por Pericles, donde tenían lugar los certámenes musicales, se hacían las distribuciones de harina, lo cual daba lugar a disputas que exigían la presencia de los magistrados.

[65] El Tribunal que entendía en los robos cometidos de día que no excediesen de cincuenta dracmas, y de todos los de noche.

[66] Parece referirse a los magistrados encargados de la construcción y preparación de las murallas.

[67] Alusión al temporal que deshizo a la escuadra persa cerca de Artemisium.

[68] Poeta ya citado por su glotonería y molicie.

[69] Frase que se empleaba para indicar dos cosas que no pueden ir juntas.

[70] Clistenes y Androcles son citados burlescamente puesto que se trataba de dos personajes muy desacreditados.

[71] En el pancracio los atletas luchaban completamente desnudos

[72] Era de buen tono no ponerse inmediatamente a la mesa.

[73] Descripción abreviada de una comida ateniense.

[74] Era costumbre cantar al fin de las comidas.

[75] Una especie de Lúculo ateniense.

[76] Rico arruinado.

[77] Ciudad de Tesalia.

[78] Mercenarios tesalios

[79] Proverbio que se aplicaba a los que habían visto frustradas sus esperanzas.

[80] Por lo usado y raído.

[81] Actor trágico, cuyo guardarropa había sido vendido por sus acreedores.

[82] Muchas jóvenes de Dardania se dedicaban a la música.

[83] Otro nombre de las cortesanas.

[84] Discípulo de Sócrates.

[85] Poetas líricos, rivales entre sí.

[86] Carcino era un mal poeta trágico, cuyos hijos tenían pequeña estatura y ejecutaban danzas trágicas.